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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El caballero de las espadas (14 page)

BOOK: El caballero de las espadas
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—¡Dijiste que no se le haría daño! ¡Shool! ¡Dijiste que estaría a salvo!

—Y lo está, en brazos de un esposo amante. —La voz llegó ofendida de ninguna parte.

—¡Suéltala, Shool!

La escena se disolvió. Rhalina estaba en pie en la sala sin puerta, jadeando y aterrorizada.

—¿Córum? —dijo.

Córum corrió a abrazarla, pero ella se retiró con un estremecimiento.

—¿Eres Córum? ¿Eres algún fantasma? Hice un trato para salvar a Córum.

—Soy Córum. He hecho un trato a mi vez para salvarte, Rhalina.

—No me di cuenta de que sería tal locura. No comprendí los términos... él iba a...

—Incluso los muertos tienen sus placeres, señora Rhalina —tras ellos estaba una criatura antropoide vestida con chaqueta y pantalones verdes. Observó con placer el asombro de Córum—. Tengo varios cuerpos que puedo utilizar. Éste era un antepasado Nhadragh, creo. De alguna de esas razas.

—¿Quién es, Córum? —preguntó Rhalina.

Se acercó a él y él la abrazó confortadoramente. Todo su cuerpo temblaba. Su piel estaba extrañamente húmeda.

—Este es Shool-an-Jyvan. Dice ser un dios. Fue él quien hizo que respondieran a tu invocación. Me ha ofrecido cumplir una misión para él a cambio de dejarte vivir aquí a salvo hasta que yo vuelva. Luego, podremos irnos juntos.

—Pero, ¿por qué...?

—No eres tú quien me interesaba, sino tu amante —dijo con impaciencia Shool—. ¡Ahora que he roto mi promesa a tu marido, he perdido mi poder sobre él! ¡Resulta irritante!

—¿Has perdido tu poder sobre el Margrave Moidel? —preguntó Rhalina.

—Sí, sí. Está completamente muerto. Representaría un esfuerzo demasiado grande resucitarle de nuevo.

—Te doy las gracias por liberarle —dijo Rhalina.

—No fue mi deseo. El señor Córum me obligó a hacerlo. —El Príncipe Shool suspiró—. Sin embargo, hay muchos más cadáveres en el mar. Supongo que tendré que encontrar otro barco.

Rhalina se desmayó. Córum la sostuvo con el brazo sano.

—Ya lo ves —dijo Shool con un gesto de triunfo—: los Mabdén me temen mucho.

—Necesitaremos comida, ropa limpia, camas y demás —dijo Córum— antes de seguir discutiendo contigo, Shool.

Shool se desvaneció.

Poco después, la gran sala estaba llena de mobiliario y de todo lo que Córum había pedido.

Córum no podía dudar de los poderes de Shool, pero dudaba de la cordura de aquel ser. Desnudó a Rhalina, la lavó y la metió en la cama. Ella se despertó en aquel preciso momento, con la mirada aún llena de miedo, pero sonrió a Córum.

—Ya estás a salvo —le dijo—. Duerme.

Y ella durmió.

Córum se bañó y revisó la ropa que había para él.

Frunció los labios al coger las vestiduras dobladas y descubrir la armadura y armas que también le habían dejado. Eran ropas Vadhagh. Incluso había una túnica escarlata que casi seguramente era la suya propia.

Empezó a pensar en las implicaciones de su alianza con el extraño e inmoral hechicero de Svi-an-Fanla-Brool.

Segundo capítulo

El Ojo de Rhynn y la Mano de Kwll

Córum dormía.

De repente, estaba en pie. Abrió los ojos.

—Bienvenido a mi pequeña tienda —vino la voz de Shool desde detrás de él.

Se volvió. Esta vez se enfrentaba a una hermosa niña de unos quince años. La risa que salió de la joven garganta era obscena.

Córum miró alrededor de la gran sala. Estaba oscura y desordenada. La llenaban toda clase de plantas y de animales disecados. Libros y manuscritos se apoyaban en precario equilibrio sobre estantes locamente inclinados. Había cristales de extrañas formas y colores, trozos de armadura, espadas enjoyadas, sacos podridos de los que se derramaban tesoros y sustancias sin nombre. Había cuadros y estatuillas, una colección de instrumentos y medidores, incluyendo básculas y lo que parecían relojes con divisiones excéntricas señaladas en lenguajes que Córum no conocía. Criaturas vivas peleaban entre los montones o roían cualquier cosa en algún rincón. El lugar apestaba a polvo, moho y muerte.

—No traes a muchos clientes, diría yo —dijo Córum.

—No hay muchos a quienes yo serviría —respingó Shool—. Ahora... —En su forma de niña, se dirigió a un cofre parcialmente cubierto por la piel brillante de un animal que en vida debió haber sido grande y salvaje. Apartó la piel y murmuró algo sobre el cofre. Por su propia fuerza se levantó la tapa. Una nube de algo negro se alzó del interior y Shool retrocedió tambaleándose un paso o dos, ondeando las manos y gritando en una extraña lengua. La nube negra se desvaneció. Con cuidado, Shool se acercó al cofre y miró el interior. Se lamió los labios, satisfecho — ¡...aquí están!

Sacó dos bolsas una más pequeña que la otra. Las levantó y sonrió a Córum.

—Tus regalos.

—Creí que ibas a devolverme mi mano y mi ojo.

—No exactamente «devolverte». Voy a darte un regalo mucho más útil que eso. ¿Has oído hablar de los Dioses Perdidos?

—No.

—¿Los Dioses Perdidos que eran hermanos? Sus nombres eran Señor Rhynn y Señor Kwll. Existían incluso antes que yo llegara para agraciar al Universo. Se vieron envueltos en una lucha de algún tipo, cuya naturaleza resulta hoy bastante oscura. Se desvanecieron, si fue voluntaria o involuntariamente, no lo sé. Pero dejaron atrás parte de ellos —levantó de nuevo los sacos—. Esto.

Córum hizo un gesto de impaciencia.

Shool sacó su lengua de niña y se la pasó por los labios de niña. Los ancianos ojos brillaron al mirar a Córum.

—Los regalos que tengo aquí, pertenecieron antaño a aquellos Dioses guerreros. Oí una leyenda según la cual lucharon hasta morir y sólo quedó esto para señalar el hecho de que existieron. —Abrió el saco pequeño. Un gran objeto tallado como una joya cayó en su mano. Lo alzó para que Córum lo viera. Tenía incrustadas algunas joyas menores. Las gemas brillaban con colores sombríos, profundos, rojos, azules y negros.

—Es muy hermoso —dijo Córum—, pero yo...

—Espera —Shool vació el saco grande sobre la tapa del cofre, que se había cerrado. Cogió el objeto y lo mostró.

Córum se atragantó. Parecía un guantelete para cinco dedos más un pulgar. También estaba cubierto de joyas extrañas y oscuras.

—Ese guantelete no me sirve —dijo Córum—. Es para una mano izquierda con seis dedos. Yo tengo cinco dedos y no tengo mano izquierda.

—No es un guantelete. Es la mano de Kwll. Tenía cuatro, pero dejó una tras él. Arrancada por su hermano, creo...

—Tus bromas no me hacen gracia, hechicero. Son demasiado crueles. Vuelves a perder el tiempo.

—Más vale que te acostumbres a mis bromas, como tú las llamas, señor Vadhagh.

—No veo por qué.

—Éstos son los regalos. Para reemplazar el ojo que perdiste, te ofrezco el Ojo de Rhynn. ¡Para reemplazar la mano que te falta, te ofrezco la Mano de Kwll!

—¡No quiero ninguna de las dos cosas! —La boca de Córum se curvó de asco—. ¡No quiero miembros de ningún muerto! ¡Pensé que me devolverías los míos! ¡Me has engañado, hechicero!

—Tonterías. No comprendes las propiedades que tienen estos objetos. ¡Te darán poderes mayores que ninguno de los conocidos por tu raza o por los Mabdén! El ojo puede ver áreas del espacio y del tiempo nunca antes contempladas por un mortal. Y la mano... la mano puede convocar ayuda de esas áreas. No creerás que te enviaría al cubil del Caballero de las Espadas sin alguna ayuda sobrenatural, ¿verdad?

—¿Cuál es la extensión de sus poderes?

—No he tenido la oportunidad de probarlos —dijo Shool con un encogimiento de sus hombros de niña.

—¿Así que podría ser peligroso usarlos?

—¿Por qué iba a serlo?

Córum se concentró en sus pensamientos. ¿Debía aceptar los desagradables regalos de Shool y arriesgarse a cargar con las consecuencias para sobrevivir, matar a Glandyth y rescatar a Rhalina? ¿O debía prepararse pan morir en aquel preciso instante y terminar con todo el asunto?

—Piensa en el conocimiento que te darán estos regalos —dijo Shool—. Piensa en las cosas que verás en tus viajes. ¡Ningún mortal ha estado antes en la residencia del Caballero de las Espadas! Puedes añadir mucho a tus conocimientos, señor Córum. Y recuerda... es el Caballero el responsable, en último término, de tu perdición y de la muerte de tu gente...

Córum aspiró profundamente el aire mustio. Se decidió.

—Muy bien, aceptaré tus regalos.

—Me siento muy honrado —dijo sardónicamente Shool. Señaló con un dedo a Córum y Córum retrocedió, cayendo entre un montón de huesos del que intentó levantarse. Pero se sentía soñoliento—. Continúa con tus sueños, señor Córum —dijo Shool.

Estaba de nuevo en la sala en que por primera vez viera a Shool. Sentía un fuerte dolor en la cuenca de su ojo ciego y una terrible agonía en el muñón de su mano izquierda. Se sentía sin fuerzas. Intentó mirar a su alrededor, pero la visión no se le aclaraba.

Oyó un grito. Era Rhalina.

—¡Rhalina! ¿Dónde estás?

—Estoy aquí... Córum. ¿Qué te han hecho? Tu cara... Tu mano...

Alzó la mano derecha para toca su cuenca ciega. Algo cálido se deslizó bajo sus dedos. ¡Era un ojo! Pero un ojo de tamaño y consistencia poco familiares. Supo entonces que era el Ojo de Rhynn. Su visión empezó a clarificarse.

Vio la cara horrorizada de Rhalina. Estaba sentada en la cama, con la espalda rígida por el terror.

Bajó la vista a su mano izquierda. Era de proporciones parecidas a la antigua, pero tenía seis dedos y la piel era como la de una serpiente enjoyada.

Vaciló, procurando aceptar lo que le había ocurrido.

—Son los regalos de Shool —dijo sin entonación—. Son el Ojo de Rhynn y la Mano de Kwll. Eran dioses. Los Dioses Perdidos, dijo Shool. Ahora vuelvo a estar completo, Rhalina.

—¿Completo? Estás algo más y algo menos completo, Córum. ¿Por qué aceptaste tales regalos horribles? Son malignos. ¡Te destruirán!

—Los acepté para poder cumplir la tarea que me ha asignado Shool, y así ganar la libertad para nosotros dos. Los acepté para poder buscar a Glandyth y, si es posible, estrangularle con esta bizarra mano. Los acepté porque, si no lo hacia, perecería.

—Quizá para nosotros —dijo ella suavemente —sería mejor perecer.

Tercer capítulo

Más allá de los Quince Planos

—¡Qué poderes poseo, señor Córum! Me he hecho a mí mismo un dios y te he convertido a ti en un semidiós. Pronto nos incluirán en las leyendas.

—Ya estás en las leyendas —Córum se volvió para dar la cara a Shool, que había aparecido en la sala con el aspecto de una criatura parecida a un oso, cubierto con un yelmo de rebuscados adornos de plumas y vistiendo pantalones—. Y en lo que a eso respecta, también lo están los Vadhagh.

—Pronto tendremos nuestra propia saga, señor Córum. Eso es lo que quería decir. ¿Cómo te sientes?

—Aún me duelen algo la muñeca y la cabeza.

—Pero ni señales de la costura ¿eh? ¡Soy un cirujano excepcional! ¡La unión fue perfecta y realizaban con un mínimo de hechizos!

—Sin embargo, no veo nada con el ojo de Rhynn —dijo Córum—. No estoy seguro de que funcione, hechicero.

—Pasará algún tiempo hasta que tu cerebro se acostumbre a él —Shool se frotó las manos—. Toma, también necesitarás esto —sacó algo que parecía un escudo en miniatura, enjoyado y esmaltado, con una correa unida a él—. Sirve para cubrir tu nuevo ojo.

—¡Y cegarme de nuevo!

—Bien, no querrás estar siempre mirando a esos mundos de más allá de los Quince Planos, ¿verdad?

—¿Quieres decir que el ojo sólo ve en ellos?

—No. También ve en éste, pero no siempre con la misma clase de perspectiva.

Córum frunció el ceño hacia el hechicero con sospecha. La acción le hizo parpadear. De repente, por su nuevo ojo, sin dejar de ver a Shool con el ojo normal, vio muchas nuevas imágenes. Eran imágenes oscuras y parecían borrosas, hasta que, por fin, predominó una de ellas.

—¡Shool! ¿Qué mundo es éste?

—No estoy seguro. Algunos dicen que hay otros Quince Planos que son una especie de imagen simétrica y distorsionada de los nuestros. Podía ser ese lugar, ¿eh?

Los objetos bullían y flotaban, aparecían y desaparecían. Unas criaturas trepaban por el paisaje y retrocedían de nuevo. Las llamas se alzaban, la tierra se volvía líquida, extraños animales crecían hasta alcanzar enormes proporciones y volvían a disminuir, la carne parecía fluida, y adoptaba formas cambiantes.

—Me alegro de no pertenecer a ese mundo —murmuró Córum—. Vamos, Shool, dame el escudo.

Tomó el objeto del hechicero y se lo colocó sobre el ojo. Las escenas se desvanecieron y ahora veía sólo a Shool y Rhalina, pero con ambos ojos.

—Ah, me olvidé de decirte que el escudo te protege de las visiones de los otros mundos, no de las de éste.

—¿Qué viste, Córum? —preguntó con calma Rhalina.

—Nada que pueda describir fácilmente —contestó sacudiendo la cabeza.

—¡Me gustaría que pudieras tomar de nuevo tus regalos, Príncipe Shool! —Rhalina miraba a Shool—. Tales cosas no son para mortales.

—Ahora, ya no es un mortal —sonrió Shool—. Ya se lo dije: es un semidiós.

—¿Y qué pensarán los dioses de todo esto?

—Bueno, naturalmente, a algunos de ellos si alguna vez descubren el nuevo estado de existencia del señor Córum, no les gustará. Sin embargo, no me parece probable que lo hagan.

—Hablas de estos asuntos con demasiada ligereza, hechicero —dijo Rhalina ceñudamente—. Si Córum no comprende las implicaciones de lo que le has hecho, yo sí. Hay leyes que los mortales deben obedecer. Has violado esas leyes y serás castigado... ¡como serán castigadas y destruidas tus creaciones!

Shool movió condescendientemente los enormes brazos de oso.

—Olvidas que soy muy poderoso. Pronto estaré en situación de desafiar a cualquier dios lo bastante altivo como para cruzar su espada conmigo.

—Estás loco de orgullo —dijo ella—. ¡Eres sólo un hechicero mortal!

—¡Silencio, señora Rhalina! ¡Silencio, porque puedo imponerte un destino mucho peor que aquél del que acabas de escapar! Si el señor Córum no me fuera útil, ambos estaríais disfrutando ahora mismo de alguna extraña forma de sufrimiento. Vigila tu lengua. ¡Vigila tu lengua!

—Estamos volviendo a perder el tiempo —indicó Córum—. Quisiera terminar con mi tarea para que Rhalina y yo podamos dejar este lugar.

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