Siguieron a Lirin hacia la plaza. El padre de Kaladin parecía preocupado, y caminaba con ese aire deprimido que era habitual en él últimamente. Tal vez era fingido para engañar a Roshone, pero Kaladin sospechaba que había algo de verdad en ello. A su padre no le gustaba tener que renunciar a esas esferas, aunque fuera parte de un truco. Se parecía demasiado a ceder.
Una multitud se congregaba en la plaza del pueblo, todos con paraguas o con capotes.
—¿Qué ocurre, Lirin? —preguntó Hesina, ansiosa.
—Roshonenos va a hablar. Le pidió a Waber que convocara a todo el mundo. Una reunión de todo el pueblo.
—¿Bajo la lluvia? —preguntó Kaladin—. ¿No podría haber esperado al Día de Luz?
Lirin no respondió. La familia siguió caminando en silencio, e incluso Tien se puso serio. Pasaron ante algunos lluviaspren que había en los charcos, brillando con una leve luz azul, con forma de velas derretidas sin llamas. Rara vez aparecían, excepto durante el Llanto. Se decía que eran las almas de las gotas de lluvia, brillantes varas azules que parecían fundirse pero nunca se hacían más pequeñas, con un único ojo en la parte superior.
La gente del pueblo se había reunido ya casi toda y chismorreaba bajo la lluvia cuando la familia de Kaladin llegó. Jost y Naget estaban allí, aunque no lo saludaron: habían pasado años desde que dejaron de ser amigos. Kaladin se estremeció. Sus padres decían que este pueblo era su hogar, y Lirin se negaba a marcharse, pero cada día que pasaba Kaladin se sentía más a disgusto.
«Me marcharé pronto», pensó, ansioso por irse de Piedralar y dejar atrás a esa gente mezquina. Por ir a un lugar donde los ojos claros fueran hombres y mujeres de honor y belleza, dignos del alto puesto que les había concedido el Todopoderoso.
El carruaje de Roshone se aproximó. Había perdido gran parte de su lustre durante sus años en Piedralar, la pintura dorada descascarillada, la madera oscura picoteada por la grava de los caminos. Mientras el carruaje se detenía en la plaza, Waber y sus chicos finalmente levantaron un pequeño palio. La lluvia había arreciado y las gotas golpeaban la tela con un tamborileo hueco.
El aire olía distinto con toda esta gente alrededor. En el tejado era fresco y limpio. Ahora parecía sofocante y húmedo. La puerta del carruaje se abrió. Roshone había ganado más peso, y su traje de ojos claros había sido adaptado para su voluminosa cintura. Usaba una pata de palo en el muñón derecho, oculta por la pernera del pantalón, y su paso era envarado mientras bajaba del carruaje y se colocaba bajo el palio, gruñendo.
Apenas parecía la misma persona con aquella barba y el pelo mojado y grasiento. Pero sus ojos eran los mismos. Más pequeños y brillantes ahora, en contraste con las mejillas más rechonchas, pero todavía maliciosos mientras estudiaba a la multitud. Como si lo hubieran golpeado con una piedra mientras no miraba y ahora estuviera buscando al culpable.
¿Iba Laral en el carruaje? Alguien más se movió en el interior, y bajó, pero resultó ser un hombre delgado con el rostro afeitado y ojos pardos claros. De aspecto digno, llevaba un uniforme militar verde, bien planchado, y una espada en la cadera. ¿El alto mariscal Amaram? Desde luego parecía impresionante, con aquella fuerte figura y el rostro cuadrado. La diferencia entre Roshone y él era sorprendente.
Finalmente, Laral apareció, llevando un vestido verde claro a la antigua moda, con una amplia falda y un corpiño ceñido. Miró la lluvia y esperó a que un lacayo viniera corriendo con un paraguas. Kaladin sintió que su corazón se aceleraba. No habían hablado desde el día que ella lo humilló en la mansión de Roshone. Y sin embargo, estaba preciosa. A medida que iba pasando su adolescencia, se había vuelto más y más hermosa. Algunos podían pensar que el pelo oscuro veteado de rubio extranjero era poco atractivo porque indicaba sangre mestiza, pero para Kaladin era seductor.
Junto a Kaladin, su padre se envaró y maldijo en voz baja.
—¿Qué pasa? —preguntó Tien, esforzándose por ver algo.
—Laral —dijo la madre—. Lleva una plegaria de prometida en la manga.
Kaladin se sobresaltó al ver la tela blanca con su glifopar azul cosido en la manga del vestido. Lo quemaría cuando el compromiso se anunciara formalmente.
Pero…, ¿con quién? ¡Rillir estaba muerto!
—Había oído rumores —dijo el padre de Kaladin—. Parece que Roshone no estaba dispuesto a perder las conexiones que ella ofrece.
—¿El? —preguntó Kaladin, anonadado. ¿El propio Roshone iba a casarse con ella? La gente de la multitud había empezado a hacer comentarios al advertir la plegaria.
—Los ojos claros se casan continuamente con mujeres mucho más jóvenes —dijo la madre—. Para ellos, los matrimonios sirven a menudo para asegurar lealtad de una casa.
—¿El? —preguntó Kaladin de nuevo, incrédulo, dando un paso adelante—. Tenemos que impedirlo. Tenemos que…
—Kaladin —dijo su padre bruscamente.
—Pero…
—Es asunto suyo, no nuestro.
Kaladin guardó silencio, sintiendo las gotas de lluvia más grandes golpear su cabeza y las pequeñas pasar de largo como si fueran bruma. El agua inundaba la plaza y se acumulaba en las hondonadas. Cerca de Kaladin brotó un lluviaspren, formándose como surgido del agua. Miró hacia arriba, sin parpadear.
Roshone se apoyó en su bastón y le asintió a Natir, su mayordomo. El hombre iba acompañado por su esposa, una mujer de recio aspecto llamada Alaxia. Natir dio una palmada para acallar a la multitud, y pronto el único sonido fue el de la suave lluvia.
—El brillante señor Amaram —dijo Roshone, asintiendo al ojos claros de uniforme— es alto mariscal delegado de nuestro principado. Es el encargado de defender nuestras fronteras en ausencia del rey y el brillante señor Sadeas.
Kaladin asintió. Todo el mundo conocía a Amaram. Era el militar de más rango de los que habían pasado por Piedralar.
Amaram dio un paso al frente para tomar la palabra.
—Tenéis un bonito pueblo —les dijo a los ojos oscuros allí congregados. Su voz era fuerte y grave—. Gracias por alojarme.
Kaladin frunció el ceño y miró a la gente del pueblo. Parecían tan confusos como él por el tratamiento.
—Normalmente —dijo Amaram—, dejaría esta tarea para uno de mis oficiales subordinados. Pero ya que estaba visitando a mi primo, decidí venir en persona. No es una tarea tan onerosa como para tener que delegarla.
—Discúlpame, brillante señor —dijo Callins, uno de los granjeros—. ¿Pero de qué deber se trata?
—Vaya, el de reclutamiento, buen granjero —dijo Amaram, asintiéndole a Alaxia, que avanzó con una hoja de papel clavada a un tablero—. El rey se llevó a la mayoría de nuestros ejércitos en su misión para cumplir el Pacto de la Venganza. Mis fuerzas necesitan hombres, y se hace necesario reclutar jóvenes en cada pueblo y aldea por los que pasamos. Lo hago con voluntarios siempre que es posible.
La gente del pueblo guardó silencio. Los chicos siempre hablaban de escaparse para unirse al ejército, pero pocos lo hacían de verdad. El deber de Piedralar era proporcionar alimentos.
—Mi lucha no es tan gloriosa como la guerra por la venganza —dijo Amaram—, pero es nuestro sagrado deber defender nuestras tierras. Este servicio será por cuatro años, y al terminarlo recibiréis un bono de guerra igual a una décima parte de vuestro sueldo total. Entonces podréis regresar o reengancharos. Distinguíos y alzaos hasta un rango elevado, y podría significar un aumento de un
nahn
para vosotros y vuestros hijos. ¿Hay algún voluntario?
—Yo iré —dijo Jost, dando un paso adelante.
—¡Yo también! —añadió Abry.
—¡Jost! —dijo la madre del muchacho, agarrándolo del brazo—. Las cosechas…
—Vuestras cosechas son importantes, mujer oscura —dijo Amaram—, pero no tanto como la defensa de nuestro pueblo. El rey envía riquezas de las Llanuras saqueadas, y las gemas que ha capturado pueden proporcionar alimento para Alezkar en casos de emergencia. Sois bienvenidos, vosotros dos. ¿Alguno más?
Tres muchachos más se ofrecieron, y un hombre mayor: Harl, que había perdido a su esposa por la viruela. Era el hombre a cuya hija no había podido salvar Kaladin después de su caída.
—Excelente —dijo Amaram—. ¿Alguno más?
La gente se quedó callada. Extrañamente. Muchos de los chicos a los que Kaladin había oído hablar de unirse al ejército apartaron la mirada. Kaladin sintió que su corazón se aceleraba, y la pierna le hormigueaba, como instándole a dar un paso al frente.
No. Iba a ser cirujano. Lirin lo miró, y sus ojos marrón oscuro mostraron atisbos de profunda preocupación. Pero como Kaladin no hizo ningún ademán de presentarse, se relajó.
—Muy bien —dijo Amaram, asintiéndole a Roshone—. Necesitaremos tu lista después de todo.
—¿Lista? —preguntó Lirin en voz alta.
Amaram lo miró.
—La necesidad de nuestro ejército es grande, nacido oscuro. Aceptaré primero a los voluntarios, pero el ejército debe reforzarse. Como consistor, mi primo tiene el deber y el honor de decidir a qué hombres enviar.
—Lee los primeros cuatro nombres, Alaxia —dijo Roshone—, y el último.
Alaxia miró su lista y habló con voz seca.
—Ágil, hijo de Marf. Caull, hijo de Taleb.
Kaladin miró a Lirin con aprensión.
—No puede llevarte —dijo su padre—. Pertenecemos al segundo
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y proporcionamos una función esencial al pueblo. Yo, como cirujano, tú como mi único aprendiz. Por ley, estamos exentos del reclutamiento. Roshone lo sabe.
—Habrin, hijo de Arafik —continuó Alaxia—. Joma, hijo de Loats —hizo una pausa, y entonces alzó la cabeza—. Tien, hijo de Lirin.
El silencio se extendió por la plaza. Incluso la lluvia pareció vacilar durante un instante. Entonces, todos los ojos se volvieron hacia Tien.
El muchacho parecía aturdido. Lirin era inmune como cirujano del pueblo, y Kaladin como aprendiz suyo.
Pero Tien no. Era tercer aprendiz de carpintero, no era vital, no era inmune.
Hesina se agarró a Tien con fuerza.
—¡No!
Lirin dio un paso adelante, a la defensiva. Kaladin se quedó anonadado, mirando a Roshone. Al sonriente y satisfecho Roshone.
«Nosotros le quitamos a su hijo —comprendió, mirando aquellos ojillos brillantes—. Esta es su venganza.»
—Yo… —dijo Tien—. ¿El ejército?
Por una vez, pareció perder su confianza, su optimismo. Sus ojos se abrieron de par en par, y se puso muy pálido. Se desmayaba al ver la sangre. Odiaba luchar. Era todavía menudo y delgado, pese a su edad.
—Es demasiado joven —declaró Lirin.
Los vecinos se apartaron, dejando a la familia sola bajo la lluvia. Amaram frunció el ceño.
—¡En las ciudades, los jóvenes de ocho y nueve años son enviados a la batalla!
—¡Hijos de ojos claros! —replicó Lirin—. Para ser entrenados como oficiales. ¡No los envían a la batalla!
Amaram frunció aún más profundamente el ceño. Dio un paso y se acercó a la familia bajo la lluvia.
—¿Qué edad tienes, hijo? —le preguntó a Tien.
—Tiene trece años —dijo Lirin.
Amaram lo miró.
—El cirujano. He oído hablar de ti. —Suspiró, mirando a Roshone—. No he tenido tiempo de mediar en la política de tu pueblo, primo. ¿Hay otro chico que pueda valer?
—¡Es mi decisión! —insistió Roshone—. Me lo permiten los dictados de la ley. Envío a aquellos de quienes pueda prescindir el pueblo…, bien, ese chico es el primero del que podemos prescindir.
Lirin dio un paso al frente, los ojos llenos de furia. El alto mariscal Amaram lo cogió por el brazo.
—No hagas algo que puedas lamentar, nacido oscuro. Roshone ha actuado según la ley.
—Te amparaste en la ley, burlándote de mí, cirujano —le dijo Roshone—. Bueno, ahora la ley se vuelve contra ti. ¡Quédate con esas esferas! ¡La expresión de tu cara en este momento vale el precio de cada una de ellas!
—Yo… —repitió Tien. Kaladin nunca había visto a su hermano tan aterrado.
Se sintió impotente. Los ojos de toda la multitud estaban fijos en Lirin, allí de pie con el brazo sujeto por el general ojos claros, mirando fijamente a Roshone.
—Haré que el chico sea mensajero durante un año o dos —prometió Amaram—. No participará en el combate. Es lo mejor que puedo hacer. Todo el mundo es necesario hoy en día.
Lirin, abatido, bajó la cabeza. Roshone se echó a reír y le señaló el carruaje a Laral. La muchacha no miró a Kaladin mientras volvía a subir al vehículo. Roshone la siguió, y aunque todavía se estaba riendo, su expresión se había vuelto dura. Sin vida. Como las nubes grises del cielo. Había cumplido su venganza, pero su hijo seguía muerto y él continuaba apartado en Piedralar.
Amaram miró a la multitud.
—Los reclutas pueden traer dos mudas de ropa y hasta diez kilos de otras pertenencias. Se pesarán. Presentaos ante el ejército dentro de dos horas y preguntad por el sargento Hav. —Dio media vuelta y siguió a Roshone.
Tien se le quedó mirando, pálido como un edificio encalado. Kaladin pudo ver su terror por tener que abandonar a la familia. Su hermano, el que siempre le hacía sonreír cuando llovía. Era físicamente doloroso verlo tan asustado. No estaba bien. Tien debería sonreír. Así era él.
Palpó el caballo de madera en su bolsillo. Tien siempre le había proporcionado alivio en el dolor. De repente, se le ocurrió que había algo que podía hacer a cambio. «Es hora de dejar de esconderme en la habitación cuando otro alza el globo de luz —pensó—. Es hora de ser un hombre.»
—¡Brillante señor Amaram! —gritó.
El general vaciló, el pie en el escalón del carruaje. Miró por encima del hombro.
—Quiero ocupar el lugar de Tien —dijo Kaladin.
—¡No está permitido! —dijo Roshone desde dentro del vehículo—. La ley dice que yo puedo elegir.
Amaram asintió, sombrío.
—¿Y si me llevas a mí también? —dijo Kaladin—. ¿Puedo ofrecerme voluntario?
De esa forma, al menos, Tien no estaría solo.
—¡Kaladin! —dijo Hesina, agarrándolo por un brazo.
—Está permitido —dijo Amaram—. No devolveré a ningún soldado, hijo. Si quieres enrolarte, eres bienvenido.
—Kaladin, no —dijo Lirin—. Los dos, no. No…
Kaladin miró a Tien, que tenía la cara húmeda bajo su sombrero de ala ancha. Negó con la cabeza, pero sus ojos parecían esperanzados.
—Me ofrezco voluntario —dijo Kaladin, volviéndose hacia Amaram—. Iré.