Read El castillo de Llyr Online
Authors: Lloyd Alexander
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
—¡Asombroso! —exclamó Rhun, que había insistido en acercarse más al borde para echar un vistazo—. ¡Pero si no es una roca! —Se volvió hacia los compañeros, muy sorprendido—. Resulta increíble pero es casi igual que…
Taran agarró al sorprendido Rhun y le hizo retroceder con tal brusquedad que el príncipe a punto estuvo de caerse. Gurgi dejó escapar un chillido de terror. El huevo había empezado a moverse.
Un instante después vieron aparecer dos ojos incoloros que ardían en una cara tan blanca como el vientre de un pez muerto; las cejas estaban cubiertas de cristalitos relucientes; de las grandes orejas abombadas colgaban cintas de moho y musgo que iban extendiéndose por la barba que brotaba bajo una nariz bulbosa.
Los compañeros se acurrucaron contra la pared, desenvainando sus espadas. La enorme cabeza siguió subiendo y subiendo hasta que Taran pudo ver el flaco cuello al que estaba unida.
-¡Criaturas ridículas y lamentables, temblad ante mí! -gritó el ser mientras de su garganta brotaba una especie de burbujeo ahogado-. ¡Temblad, os digo! ¡Soy Glew! ¡Soy Glew!
Gurgi se arrojó al suelo, tapándose la cabeza con las manos, y dejando escapar unos chillidos terribles. La criatura pasó una larga y flaca pierna por encima del risco y empezó a incorporarse. Era por lo menos tres veces tan alta como Taran, y sus brazos tan largos que llegaban hasta más abajo de unas huesudas rodillas cubiertas de musgo. En cuanto se hubo levantado fue hacia los compañeros, caminando con unas zancadas tan lentas como desgarbadas.
—¡Glew! —boqueó Taran—, Pero si estaba seguro de que…
—No puede ser —murmuró Fflewddur—. Es imposible. ¡No puede ser el pequeño Glew! O, si lo es, está claro que no supe juzgarle bien…
—¡Temblad! —gritó nuevamente aquella voz quejumbrosa y algo chillona—. ¡Tenéis que temblar!
—¡Gran Belin! —farfulló el bardo, y la verdad es que ya estaba temblando de tal forma que le faltó muy poco para dejar caer la espada—. ¡No hace falta que me lo digas!
El gigante se agachó, haciendo visera con la mano para proteger sus ojos del resplandor de la esfera dorada, y examinó a los compañeros.
—Estáis temblando, ¿verdad? Quiero decir que… Estáis temblando de verdad, ¿no? —les preguntó con una cierta preocupación—. No lo hacéis sólo por educación, ¿eh?
Gurgi, mientras tanto, se había atrevido a apartar las manos de su cara, pero ver a aquella inmensa criatura alzándose sobre él hizo que se la volviera a tapar y le provocó un ataque de gemidos todavía más potente que el anterior. Pero el príncipe Rhun. que ya había superado el primer impacto de la sorpresa, estaba observando al monstruo con una gran curiosidad.
—Vaya, nunca había visto a nadie que tuviera hongos en la barba — dijo—. ¿Lo ha hecho a propósito o es una pura casualidad?
—Desde luego, si es el Glew de antes ha tenido que cambiar muchísimo —dijo el bardo.
Los acuosos ojos del gigante parecieron hacerse todavía más grandes. Lo que en un rostro de tamaño normal habría sido una sonrisa, se convirtió en una mueca dentro de la que habría desaparecido todo el brazo de Taran. Glew pestañeó, inclinándose un poco más sobre ellos.
—Entonces, ¿habéis oído hablar de mí? —les preguntó muy emocionado.
—Oh, sí, naturalmente —dijo Rhun—. Es sorprendente, pero creíamos que Llyan…
—¡Príncipe Rhun! —le advirtió Taran.
De momento Glew no parecía tener muchas ganas de hacerles daño. Al contrario, estaba evidentemente complacido ante el terrible efecto que había producido con su aparición, y contemplaba a los compañeros con una expresión de placer que resultaba aún más intensa dado el tamaño de sus rasgos. Pese a ello, Taran pensó que lo más prudente sería no hacer comentario alguno sobre su misión, al menos hasta que supieran algo más sobre aquella extraña criatura.
—¿Llyan? —preguntó Glew—. ¿Qué sabéis vosotros de Llyan?
Dado que Rhun ya había hablado, Taran no tuvo más remedio que admitir que los compañeros habían hallado la choza de Glew y, limitándose al mínimo de comentarios imprescindible, le explicó cómo entraron en ella y encontraron las recetas de sus pociones. Taran no tenía ni idea de cómo se tomaría Glew el que unos desconocidos hubieran estado husmeando en sus posesiones; aliviado, vio que el gigante no parecía tan preocupado por aquello como por lo que le hubiera sucedido a la gata.
—¡Oh, Llyan! —gritó Glew—. Si estuviera aquí, conmigo… ¡Daría cualquier cosa por tener algo de compañía!
Y, con estas palabras, enterró el rostro en sus manos y toda la caverna resonó con el eco de sus sollozos.
—Vamos, vamos —dijo Fflewddur—, no hay que ponerse así. Suerte tuviste de que no acabara devorándote.
—¿Devorarme? —resopló Glew, alzando la cabeza—. ¡Ojalá lo hubiera hecho! Cualquier destino habría sido mejor que esta caverna espantosa. ¿Sabéis que está llena de murciélagos? Siempre me han dado un miedo horrible. Esos graznidos, y su forma de pasar volando sobre tu cabeza… Y además hay gusanos, unos horribles gusanos blancos que asoman por entre las rocas y te miran fijamente. ¡Y arañas! Y cosas que son… ¡Bueno, cosas! Ésas son las peores. ¡Os aseguro que te hielan la sangre! Ayer mismo, si es que hablar de ayer tiene algún significado estando aquí abajo…
El gigante se inclinó un poco más. Bajó la voz hasta dejarla convertida en un estruendoso murmullo y, aparentemente, se dispuso a contarles con todo detalle lo que le había ocurrido.
—Glew —le interrumpió Taran—, lamentamos mucho que te sientas tan desgraciado, pero debo suplicarte que nos digas cómo salir de esta caverna.
Glew le miró, haciendo oscilar su inmensa cabeza sobre su flaco cuello.
—¿Salir? Oh, desde que llegué ahí he estado buscando una salida. No hay ninguna salida. Al menos, no para mí.
—Tiene que haberla —insistió Taran—. ¿Cómo lograste entrar en la caverna? Por favor, enséñanos por dónde entraste.
—¿Que cómo logré entrar? —replicó Glew—. Oh, no es que quisiera entrar aquí, entiéndeme bien. Fue culpa de Llyan. Si no hubiera logrado escapar de su jaula después de haberle dado aquella poción, la única que surtió efecto… Me hizo salir corriendo de la choza. La verdad, creo que se portó bastante mal, pero ya la he perdonado. Salí huyendo con el frasquito de la poción en mi mano. ¡Oh, ojalá lo hubiera tirado bien lejos! Corrí tan de prisa como pude, con Llyan persiguiéndome.
—Glew se tocó la frente con una mano francamente temblorosa y pestañeó, apenado—. Jamás había corrido tanto en mi vida —dijo—. Todavía sueño con eso…, cuando no sueño con cosas peores, claro está. Finalmente logré encontrar una cueva y me metí en ella.
»No podía perder ni un momento —siguió diciendo Glew, dejando escapar un ronco suspiro—. Me tomé toda la poción. Después he tenido mucho tiempo para pensar en ello y he llegado a comprender que no debí hacerlo. Pero dado que había hecho crecer tanto a Llyan, pensé que tendría el mismo efecto sobre mí, y eso haría que pudiese plantarle cara. Y así ocurrió. De hecho, surtió efecto con tal rapidez que casi me rompí la coronilla contra el techo de la caverna. Y seguí creciendo. Tuve que caminar tan encogido como me fue posible, internándome más y más en la caverna, buscando siempre sitios más espaciosos hasta que fui a parar aquí. Y a esas alturas, por desgracia, no había ningún pasadizo lo bastante grande como para que pudiera pasar por él.
»Desde aquel día desgraciado he pasado muchas horas meditando. Suelo acordarme de él —siguió diciendo Glew. Entrecerró los ojos y su mirada se perdió en la lejanía, absorto en el pasado—. Y ahora me pregunto… —murmuró—. Me preguntó si…
—Fflewddur —susurró Taran en el oído del bardo—, ¿no habrá alguna forma de que podamos hacerle dejar de hablar y conseguir que nos muestre esos pasadizos? Quizá debiéramos dejarle aquí y buscarlos sin su ayuda…
—No lo sé —respondió Fflewddur—. De todos los gigantes que he visto…, sí, bueno, la verdad es que nunca he llegado a ver ninguno, aunque he oído hablar de muchos…, pues Glew me parece… ¿Cómo podría explicártelo? ¡Me parece bastante pequeño! No sé si me estoy explicando con claridad, pero antes era un hombrecillo insignificante y ahora es un gigante pequeño e insignificante. Y además es muy probable que sea bastante cobarde. Estoy seguro de que podríamos vencerle…, si pudiéramos ponernos a su altura, claro está. El mayor peligro que correríamos sería el de que nos aplastara con el pie.
—La verdad es que me da bastante pena —dijo Taran—, pero no se me ocurre ninguna forma de ayudarle y no podemos seguir perdiendo más tiempo.
—¡No me estáis escuchando! —gritó Glew, que había continuado hablando durante todo ese tiempo hasta darse cuenta de que, básicamente, hablaba consigo mismo—. Sí, todo sigue igual —sollozó—. ¡Nadie me hace caso, ni aun siendo un gigante! Oh, os aseguro que hay gigantes capaces de romperos los huesos y estrujaros hasta que se os salgan los ojos de las órbitas. A ésos si que les escucharíais, no os quepa duda. Pero a Glew… ¡No! ¡Oh, con él tanto da que sea un gigante como un enano! Glew el gigante, atrapado en una horrible caverna, ¿y a quién le importa? ¿Quién va a enterarse de su triste situación?
—Bueno, mira —respondió Fflewddur con cierta impaciencia, pues el gigante se había echado a llorar y estaba mojando a los compañeros con sus lágrimas—, el único culpable de tu triste situación actual eres tú mismo. Te metiste donde no te llamaban y, tal y como he repetido más de una vez, eso siempre acaba teniendo resultados muy desagradables.
—Yo no quería ser gigante —protestó Glew—. Al principio no, por lo menos. Pensé que podría ser un famoso guerrero. Me uní a las huestes de lord Goryon en su campaña contra lord Gast. Pero no podía soportar la sangre. Me mareé tanto que se me puso la cara verde, tan verde como la hierba. ¡Y todas esas batallas! ¡Hacían que la cabeza te diera vueltas! ¡Tanto golpe, tanta estocada…! ¡Oh, pero si sólo el ruido ya resultaba insoportable! No, no, era absolutamente imposible.
—La vida del guerrero está lleno de peligros y requiere tener un corazón fuerte y valeroso —dijo Taran—. Pero estoy seguro de que podrías haber encontrado otras maneras de hacerte famoso.
—Pensé que quizá pudiera convertirme en bardo —siguió diciendo Glew—, pero todo fue igual de mal. Hay que aprender tantas cosas, se ha de pasar por tantas pruebas y experiencias…
—Ay, viejo amigo, en eso estoy totalmente de acuerdo contigo —murmuró Fflewddur dejando escapar un suspiro de pena—. La verdad es que mi experiencia ha sido bastante parecida a la tuya.
—No era por los años de estudio —les explicó Glew con una voz que habría resultado melancólica de no ser por su potencia—. Sé que habría sido capaz de aprender lo necesario, aunque me hubiera costado años… No, fue por culpa de mis pies. Todo ese ir y venir de una punta a otra de Prydain… No podía aguantarlo. Y siempre tenías que dormir en sitios distintos. Y los cambios de agua. Y el arpa haciendo que te salieran ampollas en el hombro…
—Nos das mucha pena —le interrumpió Taran, removiéndose nerviosamente—, pero no podemos seguir aquí por más tiempo.
Glew se había puesto en cuclillas frente a los compañeros y Taran, desesperado, intentó pensar en cuál sería la mejor manera de marcharse discretamente, ya que estaba obstruyéndoles el paso.
—¡Por favor, por favor, no os marchéis! —gritó Glew, como si leyera los pensamientos de Taran, pestañeando a toda velocidad—. ¡Esperad un poco más! Prometo que dentro de unos momentos os enseñaré un pasadizo.
—¡Sí, sí! —gritó Gurgi, reuniendo por fin el valor suficiente para abrir los ojos y ponerse en pie—. Gurgi odia las cavernas. ¡Y su pobre y tierna cabeza está llena de ruidos y chillidos!
—Entonces decidí convertirme en héroe —siguió diciendo Glew, ignorando la impaciencia de los compañeros—. Quería matar dragones y ese tipo de cosas… Pero no podéis imaginaros lo difícil que es. ¡Vaya, pero si incluso encontrar dragones es casi imposible! Pero acabó logrando descubrir uno en Cantrew Mawr.
»Era un dragón bastante pequeño —admitió Glew—. De hecho, medía más o menos lo que una comadreja. Los aldeanos lo tenían encerrado en una conejera, y los niños solían ir a echarle una mirada cuando no tenían otra cosa que hacer. Pero, aun así, era un dragón. Tendría que haberle matado —añadió dejando escapar un tremendo suspiro—. Lo intenté. Pero el maldito bicho me mordió. Aún tengo las cicatrices.
Los dedos de Taran se cerraron convulsivamente sobre su espada.
—Glew —dijo con voz firme—, te lo suplico una vez más: enséñanos el pasadizo. Si no quieres…
—Después pensé que quizá pudiera convertirme en rey —se apresuró a añadir Glew antes de que Taran tuviera tiempo de terminar la frase—. Pensé que si lograba casarme con una princesa… Pero ni tan siquiera permitieron que cruzara el umbral del castillo.
»¿Qué podía hacer? —gimoteó Glew, meneando tristemente la cabeza—.
¿Qué salida me quedaba, aparte de probar suerte con los encantamientos? Acabé encontrando a un hechicero que afirmaba poseer un libro de magia. No quiso decirme cómo había llegado a caer en sus manos, pero me aseguró que los encantamientos escritos en él eran muy poderosos. Parece ser que el libro había pertenecido a la casa de Llyr.
Taran contuvo el aliento al oír esas palabras.
—Eilonwy es una princesa de la casa de Llyr —le murmuró al bardo—. ¿Qué clase de broma es ésta? ¿Crees que nos está contando la verdad?
—El libro venía de la mismísima Caer Colur —siguió diciendo Glew—. Naturalmente…
—Glew, de prisa —exclamó Taran—, ¿qué es Caer Colur? ¿Qué tiene que ver con la casa de Llyr?
—Vaya, pues todo —replicó Glew, como si la pregunta de Taran le hubiera dejado muy sorprendido—. Caer Colur es la antigua sede de la casa de Llyr. Pensaba que todo el mundo lo sabía. Allí hay un auténtico tesoro de hechizos y encantamientos… Oh, sí, un gran tesoro. Bien, tal y como estaba diciendo, naturalmente creí que por fin había logrado encontrar algo que me ayudaría. El hechicero tenía muchas ganas de librarse del libro, tantas como tenía yo de poseerlo.
Taran se dio cuenta de que le habían empezado a temblar las manos.
—¿Dónde está Caer Colur? —preguntó—, ¿Cómo podemos encontrar ese sitio?
—¿Encontrarlo? —replicó Glew—. No sé si queda gran cosa que encontrar. Dicen que el castillo lleva años en ruinas. Y además está embrujado, lógicamente. Y supongo que deberíais pasaros bastante tiempo remando.