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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (15 page)

BOOK: El castillo de Llyr
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Y vio al príncipe Rhun, de pie en el umbral de la caverna, con el juguete de Eilonwy brillando en su mano.

14. El libro vacío

—¡Hola, hola! —gritó Rhun, yendo apresuradamente hacia los compañeros—. Acabo de llevarme la mayor sorpresa de mi vida. No es que quisiera desobedecer tus órdenes, pero en cuanto hube logrado salir del pasadizo, yo… Bueno, no podía dejaros ahí para que os hirviera; no podía y eso es todo. No paraba de pensar en vosotros, estaba convencido de que ninguno habría logrado escapar y… —Se quedó callado y miró a Taran—. No estarás enfadado, ¿verdad? —le preguntó muy preocupado.

—Nos has salvado la vida —replicó Taran, y le estrechó la mano—. Lo único que puedo reprocharte es que para hacerlo hayas puesto en peligro la tuya.

—¡Alegría y felicidad! —gritó Gurgi—. ¡La pobre y tierna cabeza de Gurgi ya no tendrá que aguantar más pisotones y tropezones! ¡Y su bondadoso amo se ha salvado de las pociones y las cocciones!

—Pero lo más asombroso de todo es que la esfera sigue brillando —dijo el príncipe Rhun, sonriendo con orgullo—. La luz no se apagó ni tan siquiera después de tenerla en mi mano. ¡Es sorprendente! —Y contempló la esfera dorada con gran curiosidad: los rayos de luz ya habían empezado a hacerse más débiles—. No sé qué ha podido pasar —dijo Rhun devolviéndole la esfera a Taran—, De repente empezó a brillar más y más fuerte, por sí sola. ¡Es increíble!

—La luz logró detenerle —dijo Fflewddur, con las manos en las caderas. El bardo estaba contemplando la inmóvil silueta de Glew—. Ese pequeño y repugnante gusano ha estado tanto tiempo aquí dentro que no pudo soportar la claridad. Vaya, he vuelvo a llamarle pequeño —añadió—, pero creo que para ser un gigante tiene un alma realmente minúscula… —Se puso de rodillas y examinó atentamente el rostro de Glew—. Tiene una buena brecha en la cabeza, pero sigue vivo. —Fflewddur puso una mano sobre la empuñadura de su espada—. Quizá haríamos bien asegurándonos de que…, bueno, de que no vuelva a despertarse nunca más.

—Olvídate de él —dijo Taran, poniendo la mano en su brazo para detenerle—. Ya sé que no tenía muy buenas intenciones, pero la verdad es que sigue dándome bastante pena. Pienso preguntarle a Dallben si puede ayudarle.

—Muy bien —dijo Fflewddur, no de muy buena gana—. Creo que él no se portaría tan bien con nosotros, pero… ¡Los Fflam siempre han sabido ser compasivos! Y ahora, de prisa, salgamos de este lugar.

—¿Cómo lograste bajar hasta aquí? —le preguntó Taran a Rhun—. ¿Encontraste alguna liana lo bastante larga?

El príncipe Rhun parpadeó, alarmado, y se quedó boquiabierto.

—Oh, yo… Me temo que lo he vuelto a hacer —murmuró—. No bajé. Salté. La verdad, no pensé en cómo volvería a salir. Es sorprendente, pero ni se me pasó por la cabeza… Lo siento, he conseguido que volvamos a estar en la misma situación de antes. —No del todo —le dijo Taran al abatido príncipe—. Podemos izarte hasta la cornisa tal y como ya hicimos. En cuanto hayas subido tendrás que buscar algo para ayudarnos a ascender. Pero tenemos que darnos prisa.

—No hace falta que nos subamos los unos sobre los otros —exclamó Fflewddur—. Se me ha ocurrido un sistema más sencillo. ¡Mira! —Señaló hacia una gran grieta que había aparecido en la pared de la caverna. Un rayo de sol caía sobre las piedras, y el aire fresco del exterior entraba silbando por la hendidura—. Eso es algo que debemos agradecerle a Glew. Ha gritado y rugido tanto que ha terminado por conseguir que las piedras se aflojaran. ¡Dentro de nada habremos salido de aquí! ¡Bendito sea ese pequeño monstruo repugnante! Dijo que deseaba hacer temblar a toda Mona —añadió—, y por el Gran Belin que lo ha conseguido…, ¡en cierta forma!

Los compañeros fueron rápidamente hacia la pared de la cueva y empezaron a abrirse paso por entre los montones de guijarros. Pero el príncipe Rhun se quedó quieto y empezó a hurgar dentro de su jubón.

—Vaya, esto es sorprendente —exclamó—. Estoy seguro de que lo había guardado aquí… —Y, frunciendo preocupadamente el ceño, volvió a hurgarse en los bolsillos.

—De prisa —le dijo Taran—, No podemos correr el riesgo de seguir en la caverna cuando Glew recobre el conocimiento. ¿Qué estás buscando?

—Mi libro —respondió Rhun—. ¿Dónde puede estar? Quizá cayó cuando estaba arrastrándome por ese agujero. O quizá…

—¡Olvídate de él! —le apremió Taran—. No sirve de nada. Ya has arriesgado la vida una vez. ¡No vuelvas a arriesgarla por un libro con las páginas en blanco!

—Era un bello recuerdo de nuestra aventura y además me habría sido útil —dijo Rhun—. No puede estar muy lejos. Seguid, no tardaré en alcanzaros. Sólo será un momento…

Se dio la vuelta y trotó hacia la entrada del túnel.

—¡Rhun! —gritó Taran, echando a correr detrás de él. El príncipe de Mona desapareció en el interior de la caverna. Taran se encontró a cuatro patas buscando a tientas por el suelo.

—¡Espléndido! —exclamó Rhun volviéndose a mirarle—. Un poquito de luz, justo lo que necesitaba… Bien, estoy seguro de que debe de andar por aquí. Para empezar, deja que me acuerde por dónde trepé. Suponiendo que se me hubiera caído entonces, tendría que estar cerca de la pared…

Si no había más remedio, Taran estaba decidido a sacar a rastras al príncipe de aquel agujero que tan cerca había estado de convertirse en su tumba. Fue hacia él y justo entonces Rhun dejó escapar un grito de triunfo.

—¡Aquí está! —exclamó el príncipe. Cogió el libro y empezó a examinarlo—. Espero que no se haya estropeado —observó—. Con tanto ir y venir de un lado para otro quizá se le hayan roto las páginas… No, parece… —Se quedó callado y meneó la cabeza, muy preocupado—. ¡Oh, qué pena! Ya no sirve de nada. Está cubierto de marcas y arañazos. ¿Qué puede haberle ocurrido?

Le entregó el pequeño volumen encuadernado en cuero.

—Mira —le dijo—. Qué lástima. No queda ni una página intacta. Ahora sí que ya no sirve de nada.

Taran estuvo a punto de arrojar el libro a un lado y llevar a la práctica sus planes de agarrar al príncipe por el cuello y sacarle a rastras, pero su mirada se posó en las páginas y lo que vio hizo que los ojos casi se le salieran de las órbitas.

—Rhun —murmuró—, esto es algo más que señales y arañazos. Son letras… Creí que las páginas estaban vacías. —Eso mismo creía yo —dijo Rhun—. ¿Qué puede…? Fflewddur les llamó a gritos, diciéndoles que se dieran prisa. Taran y el príncipe Rhun salieron de la caverna. Gurgi ya había llegado a la abertura del techo y estaba haciéndoles señas.

—El libro que encontramos en la choza de Glew… —empezó a decir Taran.

—No te preocupes por las propiedades de Glew, preocúpate de Glew —dijo Fflewddur—. Está empezando a moverse. Venga, en marcha o aún acabaremos metidos en una de sus pociones.

El sol acababa de asomar por el horizonte, pero después de la oscura y húmeda caverna su luz resultaba tan cálida como reconfortante. Los compañeros respiraron agradecidos el fresco aire de la primavera. Gurgi lanzó un grito de alegría y echó a correr, dejándoles atrás. No tardó en volver trayendo buenas noticias: el río quedaba bastante cerca. Los compañeros se dirigieron hacia él a la máxima velocidad posible.

Mientras caminaban Taran le entregó el libro a Fflewddur. —Aquí hay encerrado un gran misterio. No consigo leer lo que pone; está escrito en algún lenguaje antiguo. Pero en cuanto a cómo llegó hasta la choza de Glew…

—Después de todo lo que hemos pasado, puedo comprender que tengas ganas de bromear —replicó el bardo echándole una ojeada a las páginas—. Pero no creo que sea el momento más adecuado.

—¿Bromear? ¡No estoy bromeando! —Taran volvió a examinar el libro y se llevó una gran sorpresa. Las páginas estaban tan vacías como lo habían estado siempre—. Las letras… —balbuceó—. ¡Han desaparecido!

—Amigo mío, creo que tus ojos te han gastado una jugarreta —le dijo amablemente el bardo—. Cuando lleguemos al río te pondremos unos cuantos trapos empapados en la cabeza y ya verás como en seguida te sientes mucho mejor. Es comprensible. La oscuridad, el susto de que estuvieran a punto de hervirnos…

—Sé muy bien lo que he visto —protestó Taran—. Incluso en la caverna, incluso bajo la tenue luz del juguete de Eilonwy…

—Es cierto —dijo Rhun, que había estado siguiendo su conversación—. Yo también lo vi. Taran está en lo cierto. La luz de la esfera caía directamente sobre las páginas y…

—¡La esfera! —exclamó Taran—. ¡Esperad! ¿Será posible que…?

—Sacó apresuradamente la esfera de su jubón mientras que los compañeros se detenían y le observaban en silencio. La luz empezó a brotar de la esfera, y Taran alzó la mano de tal forma que sus rayos bañaron las páginas con un resplandor dorado.

Y las letras se hicieron visibles.

—¡Asombroso! —gritó Rhun—. ¡Es lo más sorprendente que he visto en mi vida!

Taran se puso en cuclillas sobre la hierba, sosteniendo la esfera cerca del libro, y fue pasando una hoja tras otra con dedos temblorosos. Todas las páginas estaban llenas de aquella extraña escritura. El bardo dejó escapar un prolongado silbido.

—Fflewddur, ¿qué significa esto? —le preguntó Taran. Alzó la cabeza y le miró, preocupado.

El rostro del bardo había palidecido.

—En mi opinión —dijo Fflewddur—, lo que significa es que deberíamos deshacernos inmediatamente de este libro. Tirémoslo al río. Siento confesar que no puedo leer lo que pone. Jamás logré aprender esos alfabetos secretos y esos lenguajes antiguos… Pero reconozco un hechizo en cuanto lo veo. —Se estremeció, apartando los ojos del libro—. Si no os importa, prefiero no mirarlo. No es que me asuste… Bueno, sí, hace que sienta un terrible nerviosismo; y ya sabéis lo que opino sobre el meterse donde no te llaman.

—Si Glew dijo la verdad, el libro viene de un lugar lleno de magia y hechizos —dijo Taran—. Pero ¿quién sabe lo que podemos sacar de él? No pienso destruirlo —añadió, volviendo a guardar el libro dentro de su jubón—. No puedo explicároslo, pero tengo la misma sensación que si estuviera a punto de conocer un gran secreto. Es algo muy extraño, como cuando una mariposa te roza la mano y se aleja volando.

—Ejem —dijo Fflewddur, lanzándole una inquieta mirada a Taran—. Ya que insistes en llevarlo encima, te agradecería que… No es nada personal, entiéndeme, pero te agradecería que te mantuvieras un poco alejado de mí.

Los compañeros llegaron a la orilla del río ya bien avanzada la tarde, pero una vez allí tuvieron la alegría de ver que la fortuna había decidido sonreírles. Los restos de la balsa seguían donde los habían dejado. Empezaron a repararla. El príncipe Rhun, más animado que nunca, trabajaba infatigablemente. Durante un tiempo Taran había logrado olvidar que el príncipe de Mona iba a casarse con Eilonwy pero, mientras ayudaba a Rhun, que estaba asegurando las ramas con lianas nuevas, volvió a pensar en ello y se entristeció.

—Deberías estar orgulloso de ti mismo —le dijo Taran en voz baja—. Querías demostrar que eras un auténtico príncipe, ¿verdad? Pues ya lo has conseguido, Rhun hijo de Rhuddlum.

—Oh, vaya, quizá tengas razón —replicó Rhun, como si acabara de darse cuenta de ello—. Aunque es curioso… Ahora eso ya no me parece tan importante como antes. ¡Asombroso, pero así es!

Terminaron de repasar la balsa cuando el sol ya estaba ocultándose tras el horizonte. Taran, que había ido poniéndose más y más nervioso con el paso del tiempo, les dijo a los compañeros que sería mejor ponerse en marcha y no perder una noche en la orilla, por lo que todos subieron a la balsa.

El crepúsculo no tardó en caer sobre el valle, y las aguas del Alaw corrieron en veloces ondas plateadas bajo la luna. La orilla estaba muy silenciosa, flanqueada por oscuras colinas. Gurgi yacía acurrucado en el centro de la balsa, enroscado sobre sí mismo como una pelota de barro y hojas; el príncipe de Mona dormía junto a él, roncando apaciblemente con una sonrisa de satisfacción en su redondo rostro. Taran y Fflewddur se encargaron del primer turno de guardia, guiando la balsa, no muy marinera, que avanzaba rápidamente rumbo al océano.

Apenas si hablaron. Fflewddur seguía sintiendo cierta repulsión hacia aquel extraño libro, y Taran no paraba de pensar en el día siguiente y en sus esperanzas de que los compañeros se acercaran un poco más al final de su misión. Una vez más, el miedo y la duda le hicieron preguntarse si habría acertado en sus decisiones. Aun suponiendo que Eilonwy hubiera sido llevada a Caer Colur, Taran no tenía ninguna seguridad de que Magg (o Achren) siguieran reteniéndola allí. Había tan pocas cosas de las que pudiera estar seguro… El libro y su significado, incluso la auténtica naturaleza del juguete de Eilonwy, no era más que dos enigmas añadidos a otros muchos.

—¿Por qué? —murmuró—. ¿Cómo es que las letras sólo son visibles cuando la luz de la esfera cae sobre ellas? ¿Por qué se encendió para Rhun, cuando antes nunca lo había hecho? Y, ahora que pienso en ello, ¿por qué se encendió al tomarla en mi mano?

—Como bardo —le respondió Fflewddur—, sé muchas cosas sobre los objetos mágicos y puedo decirte… —Una de las cuerdas del arpa se partió en dos con un tañido casi musical—. Ah, sí —dijo Fflewddur—, la verdad es que sé muy poco de esas cosas. Eilonwy, naturalmente, tiene el don de hacer brillar esa luz siempre que le viene en gana. Como ya sabes, es medio maga y el juguete le pertenece. En cuanto a los demás casos, me pregunto, y cuidado, porque se trata tan sólo de una suposición…, me pregunto si no tendrá algo que ver con… ¿cómo podría expresarlo? Bueno, con no pensar en ello. O en ti mismo.

»Lo que quiero decir —añadió Fflewddur—, es que cuando cogí la esfera en la caverna no paraba de retirarme a mí mismo: si puedo conseguirlo, si soy capaz de encontrar la forma de que…

—Quizá estés en lo cierto —dijo Taran en voz baja, viendo como la orilla bañada por la blanca claridad lunar se deslizaba ante ellos—. Al principio sentí lo mismo que tú. Y recuerdo que después pensé en Eilonwy, sólo en ella; y la esfera empezó a brillar. El príncipe Rhun estaba dispuesto a sacrificar su vida; sólo pensaba en nuestra salvación, no en la suya. Y dado que estaba dispuesto al mayor sacrificio posible, la esfera brilló con más intensidad que nunca. ¿Será posible que ése sea su secreto? Pensar más en los demás que en nosotros mismos…

—Por lo menos, ése parece ser uno de sus secretos —replicó Fflewddur—. En cuanto descubres eso has descubierto un gran secreto, ciertamente…, con o sin el juguete.

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