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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (13 page)

BOOK: El castillo de Llyr
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—¿Remando en tierra firme? —le preguntó Fflewddur—. Vamos, no puedes esperar que nos creamos eso.

—Tendríais que remar —repitió Glew, meneando la cabeza melancólicamente—. Hubo un tiempo en el que Caer Colur era parte de Mona, pero una gran inundación la dejó aislada. Ahora no es más que una pequeña isla. Bien —siguió diciendo Glew—, el caso es que cogí todos los pequeños ahorros que había logrado amasar y…

—¿Dónde está esa isla? —le preguntó Taran—. Glew, tienes que decírnoslo. Debemos saberlo, es muy importante.

—En el estuario del Alaw —replicó Glew, pareciendo algo ofendido al verse interrumpido una vez más—. Pero eso no tiene nada que ver con lo que me sucedió. Veréis, el hechicero…

La mente de Taran estaba funcionando a toda velocidad. Magg se había llevado a Eilonwy rumbo al río Alaw. Había necesitado un bote. ¿Tendría como destino el hogar de los antepasados de Eilonwy? Sus ojos se encontraron con los de Fflewddur, y la expresión del bardo le mostró que éste había tenido la misma idea que él.

—… el hechicero tenía tanta prisa que no pude ver el libro —siguió diciendo Glew—. Y cuando pude verlo ya era demasiado tarde. Me había engañado. Era un libro… ¡pero no había nada en él! ¡Todas las páginas estaban en blanco!

—¡Sorprendente! —exclamó el príncipe Rhun—, ¡El mismo libro que encontramos!

—No tiene ningún valor —suspiró Glew—, pero ya que lo encontrasteis podéis quedároslo. Es vuestro. Os lo regalo. Servirá para que os acordéis de mí; así no os olvidaréis del pobre Glew…

—Oh, será difícil que te olvidemos —murmuró Fflewddur.

—Finalmente, decidí crear mis propias pociones —dijo Glew—. ¡Quería ser terrible y feroz! ¡Quería ser fuerte para hacer temblar a toda Mona! Oh, sí, puedo aseguraros que necesité mucho tiempo y esfuerzo. Ay, ya podéis ver cuáles fueron los resultados. Y éste fue el final de todas mis esperanzas —siguió diciendo el gigante con voz lúgubre—. Por lo menos, lo ha sido hasta vuestra llegada. Tenéis que ayudarme a escapar de esta horrible caverna. No puedo aguantar por más tiempo a esos murciélagos y a esos seres que se arrastran. ¡No puedo, os lo aseguro, no puedo más! Este lugar es feo, horrendo, húmedo y sucio —dijo, alzando la voz en un chillido lleno de desesperación—. Moho y hongos… ¡No lo aguanto! ¡Moho y hongos! ¡Estoy harto de moho y hongos!

Rompió a llorar y sus gemidos hicieron temblar la caverna.

—Dallben, mi amo, es el hechicero más poderoso de todo Prydain —dijo Taran—. Quizá pueda encontrar una forma de ayudarte. Pero ahora necesitamos que seas tú quien nos ayude. Cuanto más pronto salgamos de aquí, más pronto podremos reunimos con él.

—La espera será demasiado larga —gimió Glew—. A esas alturas ya me habré convertido en hongo.

—Ayúdanos —le suplicó Taran—. Ayúdanos y te prometo que intentaremos hacer algo por ti.

Glew se quedó callado durante unos momentos. Frunció el ceño y sus labios se agitaron nerviosamente.

—Muy bien, muy bien —suspiró, poniéndose en pie—. Seguidme. Oh… Sí, podríais hacerme un favor —añadió—. Estoy seguro de que para vosotros no sería ninguna molestia; es algo tan insignificante que… Si fuerais tan amables… Así al menos podría gozar de esa satisfacción, aunque fuese por poco tiempo. Es un favorcito de nada… ¿Os importaría llamarme… rey Glew?

—Gran Belin —exclamó Fflewddur—, te llamaré rey, príncipe o lo que te dé la gana. Basta con que nos muestres un camino para salir de aquí…, ¡alteza!

Glew se puso en marcha y a medida que avanzaba por la oscura caverna su estado de ánimo pareció mejorar un poco. Los compañeros bajaron por el risco y apretaron el paso para mantenerse a la altura de sus enormes zancadas. Glew, que no había hablado con nadie durante todo su confinamiento, no paraba de charlar. Les explicó que había intentado preparar nuevas pociones, esta vez con el objetivo de hacerse más pequeño. Había llegado a crear una especie de taller: una recámara rocosa contenía un manantial de agua caliente que le servía para hervir sus brebajes. La astucia demostrada por Glew, que había ido ahuecando laboriosamente piedras para hacerlas servir como retortas, cuencos, morteros y marmitas, dejó sorprendido a Taran y le hizo sentir una compasiva admiración hacia el desesperado gigante. Pero su mente no paraba de dar vueltas y vueltas en torno al mismo punto, intentando hallar una respuesta que se le escapaba como un fuego fatuo cada vez que se aproximaba a ella. Estaba seguro de que la respuesta se hallaba entre las ruinas de Caer Colur, y tenía la certeza de que en cuanto llegaran allí encontrarían a Eilonwy.

Glew se detuvo ante un pozo natural que parecía una chimenea abierta en la roca, y Taran, impaciente por salir de allí, corrió hacia él. En el fondo del pozo se veía la oscura boca de un túnel.

—Adiós —moqueó Glew, señalando melancólicamente la entrada del túnel—. Id por allí y encontraréis la salida.

Gurgi, Fflewddur y el príncipe Rhun se dispusieron a entrar por el orificio.

—Te doy mi palabra de que Dallben te ayudará, si está en su mano —le dijo Taran.

Taran se metió por el agujero y fue avanzando con el cuerpo encorvado, sosteniendo en su mano el juguete de Eilonwy. Una chillona nube de murciélagos emprendió el vuelo a su alrededor. Oyó como Gurgi chillaba de miedo, y corrió hacia adelante. Un instante después chocó con una pared de piedra y cayó de espaldas: el juguete de Eilonwy resbaló de entre sus dedos y rodó sobre los guijarros. Taran se dio la vuelta con el tiempo justo de ver como una inmensa roca tapaba la entrada. Lanzó un grito y corrió hacia ella.

Glew había bloqueado la boca del túnel.

12. La tumba

Al igual que Taran, el bardo se había estrellado de cabeza contra la pared y ahora estaba intentando ponerse en pie. Los gritos de Gurgi casi ahogaban el chillar de los murciélagos. El príncipe Rhun fue corriendo hacia Taran y apoyó su cuerpo contra la roca, pero ésta siguió inmóvil. El juguete de Eilonwy había ido a parar a un rincón, pero la luz de la esfera resplandeciente le bastó a Taran para comprobar que la estancia donde se hallaban no tenía más entradas ni salidas aparte de la que habían utilizado.

—¡Glew! —gritó Taran, esforzándose por mover la roca—. ¡Déjanos salir! ¡No sabes lo que estás haciendo!

Taran volvió a lanzarse contra la roca mientras que Gurgi la golpeaba con los puños, chillando y gruñendo como si se hubiera vuelto loco. El príncipe Rhun, que también estaba esforzándose al máximo, jadeaba desesperadamente. Fflewddur le dio tal empujón a la roca que perdió el equilibrio y cayó al suelo.

—¡Gusano despreciable! —gritó el bardo a pleno pulmón—. ¡Mentiroso! ¡Nos has traicionado!

—Lo siento mucho —le oyeron decir desde el otro lado a Glew, con voz algo apagada por la piedra que obstruía la entrada—. Perdonadme. Pero ¿qué otra cosa puedo hacer?

—¡Déjanos salir! —volvió a gritar Taran, mientras seguía luchando por mover la roca.

Finalmente, con un sollozo en el que se mezclaban la ira y la desesperación, se dejó caer al suelo arañando con rabia los guijarros sueltos.

—¡Aparta la pesada piedra, malvado y pequeño gigante! —gritó Gurgi—. ¡Déjanos escapar y marchar, o de lo contrario el rabioso Gurgi hará pedazos tu tonta y enorme cabeza!

—Queríamos hacerte un gran servicio y tú nos has pagado con una traición —dijo Taran.

—Vaya, es cierto —dijo el príncipe Rhun—. ¿Cómo esperas conseguir nuestra ayuda si nos dejas enterrados aquí dentro? Y, aunque débiles, oyeron claramente los sollozos de Glew. —¡Tardaríais demasiado! —gimió la voz de Glew—. ¡Demasiado! ¡No puedo seguir esperando por más tiempo en esta cueva horrible! Quien sabe si Dallben se dejaría conmover ante mi triste destino… Lo más probable es que le diera igual. No, tiene que ser ahora. ¡Ahora!

—Glew —dijo Taran, haciendo un gran esfuerzo por hablar lo más tranquila y pacientemente posible, pues estaba convencido de que el gigante se había vuelto loco—, nosotros no podemos ayudarte. Si pudiéramos, ya lo habríamos hecho.

—¡Sí que podéis! ¡Claro que podéis! —gritó Glew—. Podéis ayudarme a preparar mis pociones. Estoy seguro de que conseguiré fabricar otra poción que me devuelva a mi tamaño normal. Eso es cuanto os pido. ¿Creéis que es demasiado?

—Mira —gritó Fflewddur—, si quieres que te ayudemos a preparar unas cuantas pociones tan horribles como esas que le hiciste tragar a Llyan, creo que estás actuando de una forma un tanto peculiar y que no me parece la más adecuada para conseguir que te ayudemos. —El bardo se calló y sus ojos se llenaron de un repentino pavor—. Gran Belin —murmuró—, al igual que hizo con Llyan…

Y Taran sintió como le temblaban las piernas, pues acababa de tener la misma idea que el bardo.

—Fflewddur —murmuró—, se ha vuelto loco. Esta caverna le ha hecho perder la cabeza.

—Nada de eso —replicó el bardo—. Lo que dice resulta perfectamente lógico, aunque sea una lógica que me parece de lo más desagradable. ¡No tiene a nadie con quien probar sus brebajes! —Pegó la espalda a la pared de piedra y se llevó las manos a la boca—. ¡Nada de eso, gusano rastrero y traidor! —gritó—, ¡No pensamos tragarnos tus repugnantes pociones ni aunque nos mates de hambre! ¡Y si intentas metérnoslas a la fuerza por el gaznate, descubrirás lo bien que sabe morder un Fflam!

—Os prometo que no tendréis que tomar ni una sola gota —les dijo Glew con voz suplicante—. Yo correré todos los riesgos. Y la verdad es que son unos riesgos terribles… Suponed que me convierto en una nubécula de humo y que acabo esfumándome, ¿eh? Cuando se trata con ese tipo de pociones nunca se sabe. Podría ocurrir.

—Ojalá —murmuró Fflewddur.

—No, no —siguió diciendo Glew—, podéis estar bien seguros de que no os pasará nada malo. Pero si será sólo un momentito… ¡Medio momentito! Y sólo necesito a uno de vosotros. ¡Sólo uno! No podéis decir que eso sea pedir demasiado, no creo que sea tanto egoísmo…

La voz de Glew había ido subiendo de tono hasta convertirse en un alarido frenético, y había empezado a gritar y gimotear tan de prisa que Taran apenas si podía comprender las palabras; pero mientras le escuchaba sintió como si su cuerpo fuera quedándose sin sangre, y el parloteo de Glew le fue helando el corazón.

—Glew —dijo por fin, desesperado—, ¿qué pretendes hacer con nosotros?

—Por favor, por favor, tratad de comprenderlo —dijo la voz de Glew—. Es mi única posibilidad. Estoy seguro de que funcionará. He estado pensando en ello desde que entré en este horrible agujero. Sé que soy capaz de preparar la poción adecuada; tengo todo lo que necesito. Todo salvo una cosa. Es un ingrediente de nada, una tontería… No os haré ni pizca de daño; no sentiréis nada. Os lo juro.

Taran dejó escapar un jadeo horrorizado.

—¡Piensas matar a uno de nosotros!

La voz de Glew llegó de nuevo hasta los compañeros después de un largo silencio; y por el tono parecía como si se sintiera un poco dolido.

—Dicho así, dicho así… Haces que suene tan…, ¡tan desagradable!

—Gran Belin —gritó Fflewddur—, ¡espera a que ponga las manos en tu flaco cuello y entonces sabrás bien lo que es desagradable y lo que no!

Hubo otro silencio.

—Por favor —dijo Glew con un hilo de voz—, tratad de poneros en mi situación.

—Será un placer —dijo Fflewddur—. Basta con que apartes esa roca.

—No creáis que esto me resulta fácil —siguió diciendo Glew—. Os aprecio mucho, sobre todo a ese pequeño que está cubierto de pelos, y me da mucha pena tener que hacerlo. Pero estoy seguro de que nadie más vendrá nunca por aquí. Lo comprendéis, ¿verdad? Venga, decidme que no estáis enfadados. Jamás me perdonaría el haberos hecho enfadar…

«Además, creo que no tendré valor para escoger a uno de vosotros — añadió con voz quejumbrosa—. No, no, es imposible, no puedo. No me pidáis que pase por este tormento. No, decididlo entre vosotros. Creo que es la mejor solución.

«Creedme —siguió diciendo Glew—, yo lo pasaré mucho peor que vosotros. Pero cerraré los ojos, así no veré a quién habéis escogido. Después, cuando haya terminado, intentaremos olvidarlo, ¿eh? Oh, sí, seremos muy buenos amigos… Aunque habré perdido un amigo, claro está. Juro que os sacaré de aquí. Encontraremos a Llyan. Oh, sí, será maravilloso volver a verla… Todo acabará bien.

»No os vayáis —dijo Glew—. Voy a hacer unos cuantos preparativos. Prometo que no os haré esperar mucho.

—¡Glew, escúchame! —gritó Taran—. No puedes hacer eso. ¡Libéranos!

No obtuvo respuesta alguna. La roca siguió inmóvil. —¡Cavad, amigos! — exclamó Fflewddur, desenvainando su espada—, ¡Cavad, si queréis salvar la vida!

Taran y Gurgi desenvainaron sus espadas y atacaron el suelo por debajo de la gran piedra, hundiendo las hojas con todas sus fuerzas en la dura tierra. Las puntas de sus espadas resonaban al chocar con los guijarros, pero por mucho que lo intentaron apenas si consiguieron hacer un pequeño agujero. El príncipe Rhun trató de meter su espada bajo la roca, pero lo único que consiguió fue que la punta acabara rompiéndose.

Taran cogió el juguete de Eilonwy. Se puso a cuatro patas y examinó cada centímetro de su prisión con la esperanza de hallar alguna grieta o un orificio minúsculo que los compañeros pudieran hacer más grande. Pero los muros de piedra eran tan lisos como inexpugnables.

—Nos tiene bien atrapados —dijo Taran, sentándose en el suelo—. Sólo hay una forma de salir de aquí: la que Glew nos ha ofrecido.

—He estado pensando en ello y sólo necesita a uno de nosotros —dijo Rhun—. Eso deja a tres para que sigan buscando a la princesa.

Taran permaneció en silencio durante unos segundos.

—Creo que sé adonde quería ir Magg —dijo con amargura—. Caer Colur… Hemos dado con la respuesta, pero no nos sirve de nada.

—¿Que no nos sirve de nada? —dijo Rhun—. Al contrarío. Basta con que sigamos la sugerencia de Glew y los demás podrán ir hacia allí.

—¿Piensas que ese gusano rastrero mantendrá su palabra? —le preguntó Fflewddur, muy irritado—. Confío tan poco en él como en Magg.

—De todas formas —dijo Rhun—, si no lo intentamos nunca podremos saberlo, ¿verdad?

Los compañeros se quedaron callados, meditando en lo que había dicho el príncipe de Mona. Gurgi, que había estado agazapado en un rincón con sus velludos brazos alrededor de las rodillas, miró a Taran con expresión desesperada.

—Gurgi irá —susurró con un hilo de voz, aunque temblaba tanto que apenas si podía hablar—. Sí, sí, él dará su pobre y tierna cabeza para los hervidos y los cocidos.

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