Read El Castillo en el Aire Online

Authors: Diana Wynne Jones

Tags: #Fantasia, Infantil y juventil, Aventuras

El Castillo en el Aire (4 page)

BOOK: El Castillo en el Aire
4.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Solamente hoy. Mi oferta se extiende sólo hasta el atardecer de hoy —dijo finalmente a la multitud congregada—. Que todos los que tengan un retrato masculino en venta vengan una hora antes del atardecer y se lo compraré. Pero sólo entonces.

De este modo consiguió unas pocas de horas de paz para experimentar con la alfombra. A estas alturas se preguntaba si estaba en lo cierto al pensar que su visita al jardín había sido algo más que un sueño. Porque la alfombra no quería moverse. Naturalmente, Abdullah la había probado después del desayuno pidiéndole que se alzara medio metro, sólo para comprobar que todavía podía hacerlo. Y simplemente permaneció en el suelo. La probó de nuevo cuando volvió del puesto del artista, pero siguió sin moverse.

—Quizá no te he tratado bien —le dijo—. Te has mantenido fielmente junto a mí, al contrario de lo que sospechaba, y yo te he premiado atándote a un poste. ¿Te sentirías mejor si te permitiera reposar en el suelo, amiga mía? ¿Es eso?

Dejó la alfombra en el suelo, pero seguía sin volar. Como si se tratase de una alfombra cualquiera delante de una chimenea.

En un momento en que la gente no andaba molestándolo con sus retratos, Abdullah reflexionó de nuevo. Volvió a sus sospechas sobre el extranjero que le había vendido la alfombra y rememoró el enorme ruido que se desató en el puesto de Jamal en el preciso momento en que el extranjero ordenaba a la alfombra que ascendiera. Recordó que había visto los labios del hombre moverse en ambas ocasiones, pero no había escuchado todo lo que dijo.

—¡Eso es! —gritó golpeando la palma de una mano con el puño—. Hay que darle una orden para que se mueva, pronunciar una palabra que, por alguna razón altamente siniestra, no hay duda, este hombre me ha ocultado, ¡el muy villano! Y he debido de decir esta palabra en mi sueño.

Corrió hacia la parte de atrás del puesto y rebuscó hasta encontrar el maltratado diccionario que usaba en la escuela. Después, sentado sobre la alfombra, chilló: «Aarónico, vuela, por favor».

No pasó nada, ni entonces ni con ninguna de las palabras que empezaban con A. Obstinadamente, Abdullah continuó con la B y, cuando eso no funcionó, continuó con el diccionario completo. Le llevó algún tiempo con las constantes interrupciones de los vendedores de retratos. De todos modos, llegó a «Zuzón» al principio de la tarde sin que la alfombra hubiese hecho el más mínimo movimiento.

—Entonces tiene que ser una palabra inventada o extranjera —gritó febrilmente. Después de todo era eso o creer que Flor-en-la-noche había sido un sueño. E incluso si ella era real, las posibilidades de hacer que la alfombra le llevase a verla parecían cada vez más escasas. Permaneció allí murmurando cualquier extraño sonido y cada palabra extranjera que recordaba, y la alfombra no hizo el más mínimo movimiento.

Una hora antes del atardecer, Abdullah fue interrumpido de nuevo por una gran multitud que se había congregado afuera portando fardos y paquetes grandes y estrechos. El artista tuvo que abrirse camino entre la multitud con su portafolio de dibujos. La siguiente hora fue estresante al máximo. Abdullah inspeccionó pinturas, rechazó retratos de tías y madres y bajó los enormes precios que se pedían por malos dibujos de sobrinos. En el curso de aquella hora, adquirió (además de los cien excelentes dibujos del artista) otros ochenta y nueve retratos, relicarios, dibujos e incluso un trozo de muro embadurnado con una cara. También acabó con casi todo el dinero que le había quedado después de comprar la alfombra mágica (si es que era mágica). Ya había oscurecido cuando convenció al hombre que clamaba que la pintura de óleo de la madre de su cuarta mujer era lo suficientemente parecida a la de un hombre de que este no era el caso y lo expulsó del puesto. Estaba demasiado cansado y emocionado para comer, se habría ido derecho a la cama si no hubiese sido porque Jamal (que había hecho su agosto vendiendo tentempiés a la multitud que esperaba) llegó con una brocheta de carne tierna.

—No sé qué te ha dado —dijo Jamal—. Creía que eras un tipo normal. Pero loco o no, debes comer.

—Nada de esto tiene que ver con la locura —contestó Abdullah—, simplemente he decidido invertir en una nueva línea de negocio.

Pero se comió la carne.

Al final pudo apilar sus ciento ochenta y nueve pinturas sobre la alfombra y tumbarse entre ellas.

—Ahora escúchame —le dijo a la alfombra—, si por una afortunada casualidad te digo la palabra clave en sueños, debes instantáneamente volar conmigo al jardín nocturno de Flor-en-la-noche.

No podía hacer más. Le llevó mucho tiempo dormirse.

Despertó a una ensoñadora fragancia de flores nocturnas, y una mano le empujó suavemente. Flor-en-la-noche estaba inclinada sobre él. Abdullah vio que ella era mucho más adorable de lo que la recordaba.

—¡Has traído los retratos! —dijo ella—. Eres muy amable.

«¡Los traje!», pensó Abdullah triunfalmente.

—Sí —dijo—. Aquí tengo ciento ochenta y nueve tipos de hombres. Creo que servirán para darte al menos una idea general.

Él la ayudó a descolgar unas lámparas doradas y a colocarlas en círculo alrededor del banco. Luego Abdullah le enseñó los retratos, sosteniéndolos bajo una lámpara primero y después apoyándolos contra el banco. Empezó a sentirse como un artista callejero.

De manera imparcial, y plenamente concentrada, Flor-en-la-noche examinó a cada hombre conforme Abdullah se lo mostraba. Después cogió una lámpara y revisó otra vez todos los dibujos del artista. Esto complació a Abdullah. El artista era un auténtico profesional. Había dibujado los hombres exactamente como él le pidió: desde una persona heroica y majestuosa, evidentemente tomada de una estatua, hasta el jorobado que limpiaba zapatos en el Bazar, y había incluido también un autorretrato a medio hacer.

—Sí, ya veo —dijo finalmente Flor-en-la-noche—. Los hombres varían mucho, justo como dijiste. Mi padre no es nada típico, y tampoco tú, por supuesto.

—¿Así que admites que no soy una mujer? —preguntó Abdullah.

—No me queda más remedio —dijo—, pido disculpas por mi error. —Después se movió de un lado a otro con la lámpara, examinando algunos de los retratos una tercera vez.

Con bastante nerviosismo Abdullah se dio cuenta de que ella iba escogiendo a los más guapos. Miró cómo se inclinaba sobre ellos con un pequeño ceño en su frente y un rizado tirabuzón de pelo negro suelto sobre el ceño, mientras los observaba concentrada. Y él empezó a preguntarse qué había desatado.

Flor-en-la-noche juntó los retratos y luego los colocó ordenadamente en una pila junto al banco.

—Justo lo que pensaba —dijo—. Te prefiero a ti a todos esos. Algunos parecen demasiado orgullosos de sí mismos, y otros vanidosos y crueles. Tú eres sencillo y amable. Tengo la intención de pedirle a mi padre que me case contigo en lugar de con el príncipe de Ochinstan. ¿Te importaría?

El jardín parecía girar en torno a Abdullah en una nebulosa de oro y plata y verde oscuro.

—Yo... Yo creo que eso no funcionaría —consiguió decir finalmente.

—¿Por qué no? —preguntó ella—. ¿Ya estás casado?

—No, no —dijo—. No es eso. La ley permite a un hombre tener cuantas mujeres se pueda permitir, pero...

El ceño volvió a la frente de Flor-en-la-noche.

—¿Cuántos maridos se les permite a las mujeres? —preguntó ella.

—¡Sólo uno! —dijo Abdullah, bastante escandalizado.

—Eso es extremadamente injusto —observó Flor-en-la-noche, meditabunda. Se sentó en el banco y añadió—: ¿Quieres decir que quizá el príncipe de Ochinstan tenga ya algunas mujeres?

Abdullah observó que el ceño aumentaba en la frente de la joven y que los delgados dedos de su mano derecha tamborileaban de manera casi irritante sobre el césped. No había duda de que, desde luego, había desatado algo. Flor-en-la-noche acababa de descubrir que su padre la mantenía en la ignorancia en lo que respecta a algunos hechos importantes.

—Si es un príncipe —dijo Abdullah nervioso—, es más que probable que tenga un buen número de esposas. Sí.

—Entonces está siendo codicioso —afirmó Flor-en-la-noche—. Esto me quita un peso de la mente. ¿Por qué dices que casarme contigo no funcionaría? Ayer mencionaste que también tú eres un príncipe.

Abdullah sintió que su cara se encendía y se maldijo a sí mismo por haberle revelado su sueño. Y aunque se dijo que tenía muchas razones para creer que estaba soñando cuando se lo contó, eso no le hizo sentir mejor.

—Es verdad. Pero también te dije que estaba perdido y lejos de mi reino —dijo él—. Como puedes conjeturar, ahora no tengo más remedio que hacer mi vida por medios humildes. Yo vendo alfombras en el Bazar de Zanzib. Y tu padre es claramente un hombre muy rico. No le parecerá una alianza adecuada.

Los dedos de Flor-en-la-noche tamborileaban con enfado.

—Hablas como si fuera mi padre el que tuviese la intención de casarse contigo —dijo—. ¿Cuál es el problema? Te quiero. ¿Tú no me quieres?

Ella examinó la cara de Abdullah mientras lo decía. Él devolvió la mirada a la eterna oscuridad de sus ojos. Se descubrió a sí mismo diciendo: «Sí». Flor-en-la-noche sonrió. Abdullah sonrió. Pasaron varias eternidades más iluminadas por la luna.

—Me iré contigo cuando te vayas de aquí —dijo Flor-en-la-noche—. Puesto que lo que has dicho acerca de la actitud de mi padre bien podría ser verdad, deberíamos casarnos primero y decírselo después. Entonces no habrá nada que pueda objetar.

A Abdullah, que ya tenía alguna experiencia con hombres ricos, le hubiera gustado poder estar seguro de eso.

—Tal vez no sea tan simple —dijo—. Ahora que lo pienso, tengo la certeza de que la única forma prudente de proceder es dejar Zanzib. Debería ser fácil pues resulta que poseo una alfombra mágica. Está ahí, sobre el banco. Me trajo hasta aquí. Desafortunadamente necesita ser activada por una palabra mágica que, según parece, sólo sé decir en sueños.

Flor-en-la-noche cogió una lámpara y la sostuvo en lo alto para inspeccionar la alfombra. Abdullah la observó, admirando con qué gracia se inclinaba sobre esta.

—Parece muy antigua —dijo—, he leído acerca de estas alfombras. Probablemente la clave será una palabra muy común pronunciada de una manera antigua. Mis lecturas sugieren que estas alfombras estaban hechas para usarse rápidamente, en una emergencia, así que la palabra no ha de ser demasiado extraña. ¿Por qué no me dices cuidadosamente todo lo que sepas? Entre los dos deberíamos ser capaces de resolverlo.

Con esto Abdullah se dio cuenta de que Flor-en-la-noche (descontando las lagunas en su conocimiento) era inteligente y muy educada. La admiraba incluso más. Le contó, hasta donde sabía, cada hecho acerca de la alfombra, incluido el desastre del puesto de Jamal que había impedido que escuchara la palabra clave.

Flor-en-la-noche escuchó y asintió con cada nuevo detalle.

—Bien —dijo—, dejemos de lado los motivos por los que alguien te vendería una alfombra mágica asegurándose de que no pudieras usarla. Resulta algo tan extraño que no hay duda de que volveremos sobre eso más tarde. Pero pensemos primero en lo que hace la alfombra. Dices que descendió cuando se lo ordenaste, ¿habló entonces el extranjero?

La mente de ella era sagaz y lógica. Abdullah pensó que verdaderamente había encontrado una perla entre las mujeres.

—Estoy casi seguro de que no dijo nada.

—Entonces —dijo Flor-en-la-noche— la orden sólo es necesaria para que la alfombra empiece a volar. Después de eso se me ocurren dos posibilidades: primero, que la alfombra hará lo que le ordenes hasta que toque suelo en cualquier sitio o, segundo, que obedecerá tu orden hasta que esté de vuelta al lugar inicial.

—Eso se puede probar fácilmente —dijo Abdullah. Estaba mareado de admiración hacia su lógica—. Creo que la primera posibilidad es la correcta. —Saltó sobre la alfombra y gritó como experimento—: Sube y devuélveme a mi puesto.

—¡No, no! ¡No lo hagas! ¡Espera! —gritó Flor-en-la-noche inmediatamente.

Pero fue demasiado tarde, la alfombra se levantó en el aire y después se lanzó de lado con tanta velocidad y tan bruscamente que Abdullah se cayó de espaldas perdiendo el aliento, y después se encontró a sí mismo en el aire, a una altura terrorífica, medio colgando del filo deshilachado. Cada vez que trataba de recuperar el aliento el aire del movimiento se lo impedía. Todo lo que pudo hacer fue arañar frenéticamente la alfombra para agarrarse mejor a los flecos de un extremo. Y antes de que pudiera averiguar la forma de volver a ponerse encima, y mucho menos de hablar, la alfombra se zambulló (llevándose el aliento que Abdullah acababa de recuperar) y se abrió camino violentamente a través de las cortinas del puesto (medio asfixiando a Abdullah en el proceso) hasta aterrizar con suavidad (y muy al final) en su interior.

Abdullah estaba tumbado sobre su rostro, jadeando, con recuerdos mareantes de torrecillas que se arremolinaban delante de él contra un cielo estrellado. Todo había pasado tan rápidamente que al principio lo único que pudo pensar fue que la distancia entre su puesto y el jardín nocturno debía de ser sorprendentemente corta. Después, cuando volvió al fin su aliento, quiso pegarse un puntapié. ¡Qué cosa tan estúpida había hecho! Al menos podía haber esperado hasta que Flor-en-la-noche hubiera tenido tiempo de subirse también a la alfombra. La lógica de Flor-en-la-noche le decía que no había manera de regresar con ella si no era quedándose dormido de nuevo y confiando en decir, por casualidad, la palabra adecuada en su sueño. Pero como esto ya había sucedido dos veces, estaba bastante seguro de que podría volver a hacerlo. Estaba aún más seguro de que Flor-en-la-noche llegaría a esta misma conclusión y le esperaría en el jardín. Ella era la inteligencia en persona (una perla entre las mujeres). Esperaría su regreso en aproximadamente una hora.

Después de una hora de, alternativamente, culparse a sí mismo y alabar a Flor-en-la-noche, Abdullah consiguió quedarse dormido. Pero, por desgracia, cuando despertó estaba todavía bocabajo sobre la alfombra, en mitad de su propio puesto. El perro de Jamal ladraba y esto era lo que le había despertado.

—¡Abdullah! —gritó la voz del hijo del hermano de la primera mujer de su padre—. ¿Estás despierto ahí dentro?

Abdullah gimió. Lo que faltaba.

Que concierne al matrimonio y la profecía

Abdullah no podía imaginar qué hacía allí Hakim. Normalmente, los parientes de la primera mujer de su padre sólo se acercaban una vez al mes, y ya habían hecho aquella visita dos días antes.

BOOK: El Castillo en el Aire
4.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Melville in Love by Michael Shelden
Deserter by Paul Bagdon
Candice Hern by Once a Dreamer
A Single Shot by Matthew F Jones
Scarlet Angel by C. A. Wilke
Tearing Down the Wall by Tracey Ward
Rush by Nyrae Dawn
Cold Heart by Chandler McGrew
Mistress by Midnight by Maggie Robinson