Read El circo de los extraños Online

Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (34 page)

BOOK: El circo de los extraños
11.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Cuándo se va tu grupo? —pregunté—. Podría pasar a despedirme antes de que te marches.

—Muy amable por tu parte —dijo R.V. —, pero no te preocupes, tío. Por ahora no me voy a ningún sitio.

Fruncí el ceño.

—Creí que habías dicho que os ibais.

—La APN se va —dijo—. De hecho, ya se ha ido. Se marcharon todos ayer por la tarde. —Sonrió fríamente—. Pero
yo
voy a quedarme un poco más. Hay algunas cosas que quiero investigar.

—Ah. —Maldije a gritos mentalmente, pero por fuera fingí alegría—. Es una buena noticia. Bien, ya te veré por ahí.

—Oh, sí —dijo R.V. —. Me verás por ahí, tío. Puedes apostarlo. Me verás
muchísimo
.

Sonreí con embarazo.

—Hasta pronto, entonces —dije.

—Hasta pronto —respondió R.V.

—¡Espera! —me llamó Sam—. Iré contigo.

—No —dije—. Ven mañana. Para entonces ya tendré la respuesta de Mr. Tall. Adiós.

Me alejé antes de que ninguno de ellos pudiera decir nada más.

El interés de R.V. por la desaparición de los animales me preocupó al principio, pero mientras iba hacia el campamento comencé a relajarme. Una vez que había puesto sus cartas sobre la mesa, seguía siendo sólo un humano peludo e inofensivo, mientras que los del Cirque Du Freak éramos criaturas extrañas y poderosas. ¿Qué daño podía hacernos?

CAPÍTULO 23

Tenía la intención de ir a informar directamente a Mr. Tall sobre lo ocurrido cuando regresé, contarle lo de R.V., pero mientras me dirigía hacia su caravana, Truska (la señorita capaz de hacerse crecer una barba increíble), me cogió de un brazo y me hizo señas para que la siguiera.

Me llevó a su tienda. Estaba más decorada que la mayoría de las demás tiendas y caravanas. Las paredes estaban llenas de espejos y cuadros. Había enormes guardarropas, tocadores y una gigantesca cama con dosel.

Truska dijo algo con su extraña voz de foca, me situó en el centro de la habitación y me indicó con un gesto que no me moviera. Cogió una cinta métrica y me tomó las medidas.

Cuando acabó, frunció los labios, meditó unos segundos, y luego chasqueó los dedos y corrió hacia un armario. Rebuscó en su interior, y sacó un par de pantalones. Encontró una camisa en otro armario, una chaqueta en otro, y un par de zapatos en un gran arcón. Me permitió escoger una camiseta, ropa interior y calcetines del cajón de un tocador.

Me oculté tras un biombo de seda para ponerme las ropas. Evra debió decirle que deseaba encontrar ropa nueva. Me alegré de que lo hiciera, porque lo más probable es que me hubiese vuelto a olvidar.

Truska aplaudió cuando reaparecí ante ella, y me empujó a toda prisa ante un espejo. La ropa me quedaba perfectamente, y, para mi sorpresa, ¡me veía súper genial! La camisa era verde pálido, los pantalones púrpura oscuro, y la chaqueta azul y dorada. Truska encontró un largo pedazo de satén rojo y lo enrolló en la cintura como una faja. Eso completó la imagen: ¡parecía un pirata!

—¡Es fabuloso! —le dije—. Sólo que —señalé mis pies— los zapatos me quedan un poco estrechos.

Truska se llevó los zapatos y encontró un nuevo par. Eran más holgados que el primer par y las puntas se curvaban hacia arriba como los de Simbad el Marino. Eran absolutamente geniales.

—Gracias, Truska —dije, y me dispuse a marcharme. Ella levantó una mano y me detuve. Acercó una silla a uno de los armarios más altos y se subió en ella, rebuscando por allí encima hasta encontrar una gran caja redonda. La dejó caer al suelo, la abrió y sacó un pequeño sombrero de color marrón con una pluma, como el que llevaba Robin Hood.

Antes de ponerme el sombrero, me hizo sentar, cogió unas tijeras y me cortó el pelo, cosa que necesitaba con urgencia.

El corte de pelo y el sombrero fueron la guinda del pastel. Esta vez, casi no me reconocí a mí mismo al mirarme en el espejo.

—Oh, Truska —dije—. Yo... yo... —No encontraba las palabras, así que en vez de hablar le di un abrazo y un intenso y húmedo beso. Me sentí avergonzado cuando la solté, y me alegré de que ninguno de mis amigos me hubiese visto, pero Truska estaba radiante.

Me fui corriendo a enseñarle a Evra mi nuevo look. La ropa le pareció genial, pero juró que nunca le había pedido a Truska que me ayudara. Sugirió que lo habría hecho por estar harta de verme tan zarrapastroso, o porque Mr. Crepsley le habría pedido que me arreglara, o porque yo le gustaba.

—¡Yo no le gusto! —grité.

—¡Truska ama a Darren! —canturreó—. ¡Truska ama a Darren!

—¡Oh, cállate, baboso proyecto de reptil! —rugí.

Se echó a reír, sin ofenderse en lo más mínimo.

—Darren y Truska sentados en un árbol —continuó—, b-e-s-á-n-d-o-s-e. Primero amor, luego boda, y luego Darren con su vampirito en el cochecito.

Salté sobre él, le tiré al suelo, forcejeando, y no le dejé ir hasta que suplicó piedad.

Cuando acabamos, Evra volvió a cuidar de su serpiente, y yo salí y proseguí con mis tareas diarias. No tuve ni un descanso, ya que tenía que sustituir a Evra y hacer el trabajo de los dos. Con todo aquel ir y venir, y la emoción por tener ropa nueva, me olvidé totalmente de R.V. y de hablarle a Mr. Tall de la amenaza del ecoguerrero de investigar la desaparición de los animales.

Si no hubiese sido tan despistado, quizá las cosas habrían ocurrido de manera diferente, y quizá nuestra estancia allí no habría terminado en un baño de sangre.

CAPÍTULO 24

Cuando llegó la noche, estaba a punto de derrumbarme. La actividad diaria me había dejado rendido. Evra me recomendó que no durmiera en su tienda esa noche; su serpiente estaba de muy mal humor a causa del virus y podría morderme. Así que me encaminé hacia la caravana de Mr. Crepsley y me acomodé en el suelo, junto a la jaula de Madam Octa.

Me quedé dormido a los pocos minutos de acostarme.

Poco después, mientras soñaba, algo me bajó por la garganta y me atraganté. Me desperté tosiendo.

Sobre mí se cernía una figura que presionaba contra mi boca una botellita, intentando obligarme a beber algo. Mi primer pensamiento, extraño y terrible, fue: “¡Es Mr. Tiny!”

Mordí el cuello de la botella, cortándome los labios y derramando la mayor parte del líquido. El hombre soltó una maldición, me sujetó por la barbilla y me abrió la boca a la fuerza. Trató de hacerme tragar lo que quedaba del líquido, pero lo escupí.

El hombre maldijo de nuevo, me soltó y se dejó caer en el suelo. Mientras los latidos de mi corazón se apaciguaban, vi que no era Mr. Tiny.

Era Mr. Crepsley.

—¿Qué diablos estaba intentando hacer? —le grité, rabioso. Estaba demasiado enfadado para sentir el dolor de mis labios cortados.

Me enseñó los restos de la botellita. Era uno de los recipientes donde almacenaba sangre humana.

—¡Intentaba hacerme beber! —grité.

—Tienes que hacerlo —dijo Mr. Crepsley—. Te estás consumiendo, Darren. Si sigues así, morirás en una semana. Ya que no tienes valor para beber, tenía que obligarte a que lo hicieras.

Clavé en él una mirada feroz, y apartó los ojos de mí, incómodo.

—Intentaba ayudarte —dijo.

—Si vuelve a intentarlo —dije lentamente—, le mataré. Esperaré a que se haga de día, entraré sin que me vean y le cortaré la cabeza.

Pareció darse cuenta de que hablaba en serio, porque asintió abatidamente.

—Nunca más —aceptó—. Sabía que no daría resultado, pero tenía que intentarlo. Si sólo hubieses tragado un poco, te habrías mantenido durante un tiempo, y una vez que la probaras, ya no serías tan reacio a beber otra vez.

—¡Jamás la probaré! —rugí—. ¡No beberé sangre humana! ¡No me importa si
muero
, no beberé!

—Muy bien —suspiró—. He hecho lo que he podido. Si insistes en tu estupidez, allá tú.

—No es estupidez... Es
humanidad
—gruñí.

—Pero no eres humano —dijo suavemente.

—Lo sé —respondí—. Pero quiero serlo. Quiero ser como Sam. Quiero tener una familia y unos amigos normales. Quiero crecer a un ritmo normal. No quiero pasarme la vida bebiendo sangre y alimentándome de seres humanos, preocupado por la luz del Sol y los cazavampiros.

—Mala suerte —dijo Mr. Crepsley—. Éstas son las cartas que te han tocado.

—Le odio —gruñí.

—Mala suerte —repitió—. Dependes de mí. Si te sirve de consuelo —añadió—, a mí tampoco me gustas. Convertirte en semi-vampiro ha sido el mayor error que he cometido en mi vida.

—Entonces, ¿por qué no me libra de esto? —gemí.

—No puedo —dijo—. Lo haría si pudiera. Pero eres libre de irte cuando quieras.

Me quedé mirándolo con suspicacia.

—¿De verdad? —pregunté.

—De verdad —respondió—. No me importa. De hecho, hasta preferiría que lo hicieras. De ese modo, ya no serías responsabilidad mía. Y no tendría que verte morir.

Meneé la cabeza lentamente.

—No le entiendo —dije.

Sonrió, casi con ternura.

—Ni yo a ti —respondió.

Nos reímos un poco, y las cosas volvieron a la normalidad. No me gustaba lo que Mr. Crepsley había intentado hacer, pero comprendía sus razones. No se puede odiar realmente a quien actúa con la mejor intención.

Le conté lo que había hecho aquel día, lo de la visita a la vieja estación ferroviaria y cómo Sam me había salvado la vida. También le conté que estuve a punto de convertirme en hermano de sangre de Sam.

—Menos mal que no lo hiciste —dijo Mr. Crepsley.

—¿Qué habría pasado si lo hubiese hecho? —pregunté.

—Tu sangre lo habría contaminado. Desarrollaría el gusto por la carne cruda. Rondaría las carnicerías, con los ojos clavados en los mostradores. Crecería a un ritmo más lento de lo normal. No cambiaría demasiado, pero sí lo suficiente.

—¿Suficiente para qué? —pregunté.

—Para volverse loco —dijo Mr. Crepsley—. No entendería qué le estaría ocurriendo. Pensaría que es malvado. No sabría por qué había cambiado su vida. En diez años, sería una ruina aullante.

Me estremecí al pensar en lo cerca que había estado de destruir la vida de Sam. Por este tipo de cosas era precisamente por lo que debía quedarme con Mr. Crepsley, hasta que hubiese aprendido todo lo referente a los semi-vampiros.

—¿Qué opina de Sam? —pregunté.

—No sé mucho de él —dijo Mr. Crepsley—. Casi siempre viene durante el día. Pero parece simpático. Y muy inteligente.

—Nos ha estado ayudando a Evra y a mí en nuestras faenas —dije.

—Lo sé.

—Es muy trabajador.

—Eso he oído.

Me pasé la lengua por los labios con nerviosismo.

—Quiere unirse al Cirque —dije. El rostro de Mr. Crepsley se ensombreció—. Yo iba a pedírselo a Mr. Tall, pero me olvidé. Lo haré mañana. ¿Qué cree usted que dirá?

—Pues te dirá que me lo preguntes a

. Los niños no pueden unirse al Cirque Du Freak a menos que algún miembro independiente acceda a ser su guardián.


Yo
podría ser su guardián —dije.

—Tú no eres lo bastante mayor. Tendría que ser yo. Tendría que darte mi permiso. Pero no lo haré.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque es un disparate —dijo—. Ya tengo bastante con un crío. Por nada me haría cargo de otro. Además, es humano. Tú estás conmigo porque compartes mi sangre. ¿Por qué habría de jugarme el cuello por un humano?

—Es mi amigo —dije—. Me haría compañía.

Mr. Crepsley soltó un bufido.

—Madam Octa es compañía suficiente.

—No es lo mismo —gimoteé.

—Dime —especuló Mr. Crepsley—, ¿qué pasaría cuando descubriera que eres un vampiro? ¿Crees que lo entendería? ¿Crees que podría dormir, sabiendo que su mejor amigo podría cortarle la garganta y beber su sangre hasta dejarlo seco?

—¡Yo no haría eso! —chillé.

—Lo sé —admitió Mr. Crepsley—. Pero yo soy un vampiro. Sé cómo eres realmente, igual que Mr. Tall, Evra y los demás. ¿Pero cómo crees que te vería un humano corriente?

Suspiré tristemente.

—¿No le dejará unirse?

Mr. Crepsley comenzó a menear la cabeza, cuando de pronto se detuvo y asintió lentamente.

—Está bien —dijo—. Puede unirse.

—¿
Puede
? —Me quedé mirándolo con incredulidad. Aunque intercediera por Sam, lo cierto es que nunca pensé que le dejaran unirse.

—Sí —dijo Mr. Crepsley—. Puede unirse al Cirque y viajar con nosotros, y ayudarte a ti y a Evra con vuestras tareas. Pero con una condición.

Mr. Crepsley se inclinó hacia mí y sonrió malvadamente.

—¡
Él también tendrá que convertirse en un semi-vampiro
! —siseó.

CAPÍTULO 25

Se me encogió el corazón cuando vi Sam llegar corriendo al campamento muy temprano a la mañana siguiente. Odiaba tener que desilusionarle, pero sabía que debía hacerlo. De ningún modo podía dejar que Mr. Crepsley lo convirtiera en un semi-vampiro.

Había pensado mucho en ello durante la noche, y lo más escalofriante del asunto era que creía que Sam aceptaría convertirse en semi-vampiro si se le ofrecía esa opción. A pesar de su inteligencia, no me parecía que se detuviera a pensar en la soledad y la desdicha que conllevaba ser un vampiro.

Al verme, corrió hacia mí, demasiado excitado para reparar en mi nueva ropa y mi corte de pelo.

—¿Se lo has preguntado? ¿Lo has hecho? —Su rostro estaba radiante y lleno de esperanza.

—Sí —dije, sonriendo tristemente.

—¿Y?

Meneé la cabeza.

—Lo siento, Sam. Dijo que no.

La expresión de Sam cambió completamente.

—¿
Por qué
? —gritó.

—Eres demasiado joven —dije.

—¡Pues tú no eres mucho mayor! —barbotó.

—Pero no tengo padres —mentí—. No tenía hogar cuando me uní al Cirque.

—No me importan mis padres —declaró, sorbiendo por la nariz.

—Eso no es cierto —dije—. Los echarías de menos.

—Podría volver a casa en vacaciones.

—No funcionaría. Tú no estás hecho para vivir en el Cirque Du Freak. Quizá más adelante, cuando seas mayor...

—¡No quiero unirme
más adelante
! —gritó—. ¡Quiero unirme
ahora
! ¡He trabajado duro, he demostrado lo que valgo! Y no dije nada cuando le mentiste a R.V. sobre el hombre-lobo ayer. ¿No le contaste eso a Mr. Tall?

—Se lo conté todo —mentí.

—No te creo —dijo Sam—. No creo que hayas hablado con él. Quiero ir a verle en persona.

Me encogí de hombros y señalé la caravana de Mr. Tall.

BOOK: El circo de los extraños
11.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Mistress of Mellyn by Victoria Holt
Undertow by Conway, K
The Bride Wore Starlight by Lizbeth Selvig
Lone Rider by B.J. Daniels
Desert Fire by David Hagberg
The Ancient Curse by Valerio Massimo Manfredi
Rag and Bone by Michael Nava
HEARTTHROB by Unknown
The Rise of Io by Wesley Chu