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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (37 page)

BOOK: El circo de los extraños
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Salí del campamento a la carrera. Las nubes se habían disipado en las alturas y divisé al hombre-lobo desapareciendo entre los árboles. Corrí tras él tan rápido como pude.

Escuché aullar al hombre-lobo momentos después, lo cual era una buena señal. Significaba que aún andaba persiguiendo a Sam. Si le hubiera alcanzado, habría estado demasiado ocupado devorándolo para aullar.

Me pregunté por qué no le había cazado ya. Debería haberlo hecho. Aunque nunca le había visto correr en campo abierto, estaba seguro de que era muy rápido. Tal vez estuviera jugando con Sam, antes de decidirse a matarlo.

Sus huellas eran nítidas en la húmeda tierra nocturna, pero de todas formas habría sido capaz de seguirles por el ruido. Era difícil correr en silencio a través de un bosque, especialmente de noche.

Corrimos en la misma dirección durante unos minutos, Sam y el hombre-lobo delante y fuera de mi vista, y yo detrás, siguiendo su rastro. Empezaba a sentir las piernas terriblemente cansadas, pero me obligué a seguir.

Pensé en lo que haría cuando los alcanzara. No tenía ninguna posibilidad de derrotar al hombre-lobo en una pelea limpia. Quizá pudiera aplastarle la cabeza con un palo o algo así, pero no había muchas probabilidades. Él era fuerte y rápido, y conocía el sabor de la sangre humana. Sería prácticamente imparable.

A lo más que podía aspirar era a interponerme entre él y Sam y esperar que me cogiera a mí. Si me ofrecía a mí mismo en lugar de Sam, tal vez él pudiera escapar.

No me importaba morir por Sam. Entregaría mi humanidad por un amigo; no me parecía demasiado renunciar a mi vida por salvar otra.

Además, de este modo, si moría sería por una buena causa. Ya no tendría que preocuparme más por beber sangre humana o morir de hambre. Caería luchando.

Tras unos minutes más, irrumpí en un claro, y comprendí a dónde nos había conducido Sam: a la vieja estación de trenes abandonada.

Eso demostraba que todavía era capaz de pensar con claridad. Éste era el mejor lugar al que podía haber ido, lleno de escondrijos y cosas (pedazos de metal y cristales) que podía utilizar para defenderse. Quizá ninguno de nosotros tuviera que morir. Quizá tuviéramos una oportunidad de ganar esta batalla.

Vi al hombre-lobo detenerse en medio del patio de la estación y olisquear el aire. Lanzó otro aullido, potente y escalofriante, y luego se lanzó hacia uno de los oxidados vagones.

Corrí hacia la parte trasera del vagón, moviéndome tan sigilosamente como podía. Cuando llegué, agucé el oído, pero no escuché nada. Me aupé hasta una ventanilla y miré por ella: nada.

Me agaché y me deslicé hasta la tercera ventanilla abierta. Tampoco vi nada cuando me asomé.

Me disponía a echar un vistazo por la siguiente ventanilla, cuando de repente vi una barra de metal volando hacia mi cara a toda velocidad.

Me hice a un lado justo a tiempo para esquivarla. Pasó silbando ante mi rostro, rozándome, pero sin llegar a causarme una herida grave.

—¡Sam, detente, soy
yo
! —siseé, tirándome al suelo. Se hizo el silencio durante un instante, y luego el rostro de Sam apareció en la ventanilla redonda.

—¿Darren? —susurró—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Seguirte —dije.

—Pensé que eras el hombre-lobo. Iba a matarte.

—Casi lo haces.

—Perdona.

—Por amor de Dios, Sam, no pierdas tiempo disculpándote —le espeté—. Estamos en un buen lío. Tenemos que pensar en algo y salir de aquí enseguida.

Él se alejó de la ventana. Oí sus pasos deslizarse suavemente, y luego apareció en la puerta del vagón. Echó un vistazo para asegurarse de que el hombre-lobo no estaba cerca, saltó al suelo y se arrastró hacia mí.

—¿Dónde está? —preguntó Sam.

—No lo sé —susurré—. Pero debe estar rondando por ahí. Lo vi venir en esta dirección.

—Tal vez encontró otra cosa a la que atacar —murmuró Sam, esperanzado—. Una oveja o una vaca.

—Yo no apostaría por ello —dije—. No habría corrido tanto sólo para abandonar la caza al final.

Nos acurrucamos el uno contra el otro, Sam vigilando el lado derecho y yo el izquierdo. Podía sentir cómo temblaba, y seguro que él también notaba cómo me estremecía yo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Sam.

—No lo sé —susurré—. ¿Alguna idea?

—Un par —repuso—. Podríamos hacerle entrar en la casa del vigilante. Podría caerse por algún agujero del suelo cuando pisara esas tablas podridas. Podríamos dejarlo atrapado allí abajo.

—Tal vez —dije—. Pero ¿y si nos caemos nosotros? Estaríamos atrapados, y él podría saltar dentro y comernos cuando quisiera.

—¿Qué te parecen las vigas? —propuso Sam—. Podríamos ir hasta el centro de una de ellas y esperar allí, espalda con espalda. Podríamos llevar unos palos y golpearle si nos atacara. Sólo tendría una forma de alcanzarnos allí.

—Y, tarde o temprano, alguien del Cirque Du Freak aparecería —susurré, pensando en voz alta—. Pero ¿y si decide romper la viga por un lado?

—Están bien metidas en el ladrillo —dijo Sam—. No creo que pueda romperlas con las manos desnudas.

—¿Una viga podría resistir el peso de los tres? —pregunté.

—No estoy seguro —admitió Sam—. Pero al menos, si caemos desde esa altura todo acabará rápido. ¿Quién sabe? Hasta podríamos tener suerte y caer encima del hombre-lobo. Podría amortiguar nuestra caída y de paso matarse.

Reí débilmente.

—Has visto demasiados dibujos animados. Pero es una buena idea, mejor que cualquiera que se me hubiese ocurrido a mí.

—¿Cuánto tiempo crees que tardará la gente del Cirque en llegar hasta aquí? —susurró Sam.

—Depende de lo que tarden en darse cuenta de lo ocurrido —dije—. Si tenemos suerte, le habrán oído aullar y estarán aquí en un par de minutos. Si no, tendremos que esperar hasta que acabe la función, que puede ser dentro de una hora, o tal vez más.

—¿Tienes algún arma? —preguntó Sam.

—No —dije—. No tuve tiempo de coger ninguna.

Me tendió una barra corta de hierro.

—Toma —dijo—. Cogí esto por si acaso. No es gran cosa, pero es mejor que nada.

—¿Algún rastro del hombre-lobo? —pregunté.

—No —respondió—. Todavía no.

—Será mejor que nos vayamos antes de que aparezca —susurré, y de pronto me detuve—. ¿Cómo vamos a llegar hasta la casa del vigilante? Está demasiado lejos, y el hombre-lobo podría estar escondido en alguna parte del camino.

—Tendremos que correr y confiar en que la suerte nos acompañe —dijo Sam.

—¿Nos separamos? —pregunté.

—No —dijo—. Creo que es mejor que sigamos juntos.

—De acuerdo. ¿Estás listo?

—Dame unos segundos.

Me volví hacia él y le vi tomar aliento. Tenía blanca la cara, y la ropa sucia y desgarrada tras su carrera por el bosque, pero parecía dispuesto a luchar. Era un tipo duro.

—¿Por qué volviste, Sam? —musité.

—Para unirme al Cirque Du Freak —respondió.

—¿A pesar de todo lo que te conté sobre mí?

—Decidí arriesgarme —dijo—. Me refiero a que tú eres mi amigo, y los amigos tienen que estar juntos, ¿verdad? Tu historia hizo que tuviera aún más ganas de unirme a vosotros, una vez que se me pasó el susto. Tal vez pueda ayudarte. He leído libros sobre desórdenes de la personalidad. Quizá haya una cura para ti.

No pude evitar sonreír a pesar de la situación tan crítica en la que nos hallábamos.

—Eres un cretino, Sam Grest —murmuré.

—Ya lo sé —sonrió—. Igual que tú. Por eso formamos un buen equipo.

—Si salimos de ésta —le dije—, puedes unirte a nosotros si quieres. Y no tendrás que preocuparte de que te devore. Me inventé esa historia para asustarte.

—¿En serio? —preguntó.

—En serio —repuse.

—¡Buf! —Se pasó una mano por la frente—. Ahora ya puedo respirar tranquilo.

—Podrás si el hombre-lobo no te coge —dije, sonriendo ampliamente—. ¿Listo?

—Listo. —Apretó los puños y se preparó para correr—. A la de tres —susurró.

—De acuerdo —respondí.

—Una —comenzó.

Nos volvimos hacia la casa del vigilante.

—Dos.

Nos pusimos en posición de sprint.

—Tre...

Antes de que pudiera acabar, un par de manazas peludas salieron de debajo del vagón, donde (lo comprendí demasiado tarde) el hombre-lobo había estado escondido. Sus dedos se cerraron en torno a los tobillos de Sam y lo arrojó al suelo.

CAPÍTULO 30

Sam empezó a chillar en cuanto aquellas manos agarraron sus tobillos. La caída lo dejó sin aliento, haciéndole callar momentáneamente, pero tras uno o dos segundos reanudó sus gritos.

Me dejé caer de rodillas, agarré a Sam por los brazos y tiré de él todo lo que pude.

Pude ver al hombre-lobo bajo del vagón, echado sobre su peludo vientre y una sonrisa salvaje en sus babeantes mandíbulas.

Tiré con todas mis fuerzas y atraje a Sam hacia mí. Pero el hombre-lobo vino con él, contorsionándose bajo el vagón, sin soltar su presa.

Dejé de tirar y solté a Sam. Cogí la barra de hierro que él había tirado, me puse en pie de un salto y empecé a golpear los brazos extendidos del hombre-lobo, que aulló furiosamente.

El hombre-lobo soltó una de sus garras peludas y me lanzó un zarpazo. Me aparté de su trayectoria y golpeé la mano con la que aún sujetaba a Sam. El hombre-lobo chilló de dolor y aflojó los dedos.

—¡Corre! —le grité a Sam mientras tiraba de él para ponerle en pie.

Echamos a correr juntos hacia la casa del vigilante. Pude oír al hombre-lobo salir arrastrándose de debajo del vagón. Antes había estado jugando con nosotros, pero ahora estaba furioso y nos perseguiría en serio. Los juegos se habían acabado. No tendríamos posibilidad de alcanzar la casa del vigilante. Nos atraparía antes de que hubiéramos recorrido medio patio.

—¡Sigue... corriendo! —le dije a Sam entrecortadamente, y me detuve un instante para mirar atrás y enfrentarme a la embestida del hombre-lobo.

Mi gesto lo cogió por sorpresa, y se precipitó sobre mí. Su cuerpo era peludo, sudoroso y pesado. La colisión nos hizo rodar a ambos por el suelo, con los brazos y las piernas enredadas, pero me liberé velozmente y le golpeé con la barra de hierro.

El hombre-lobo rugió rabioso y me golpeó el brazo. Esta vez me alcanzó, justo debajo del hombro. La fuerza del golpe me dejó el brazo insensible, convirtiéndolo en un inútil pedazo de carne y huesos. Dejé caer la barra, y traté de alcanzarla con la otra mano.

Pero el hombre-lobo fue más rápido. Me arrebató la barra y la arrojó lejos. Hizo “clang” al caer, y desapareció en la oscuridad.

Se incorporó lentamente, con una horrible sonrisa. Pude leer la expresión de sus ojos y supe que, si pudiera hablar, habría dicho algo así: “¡Ya eres mío, Darren Shan! ¡Nos hemos divertido bastante, pero ha llegado el momento de matarte!”

Me agarró por los costados, abrió la boca enormemente y se inclinó hacia mí para arrancarme la cabeza de un bocado. Pude oler su aliento y ver trozos de la carne de los brazos y de la camiseta de R.V. entre sus dientes amarillentos.

Antes de que cerrara sus mandíbulas sobre mí, algo le golpeó en la cabeza y le hizo perder el equilibrio.

Vi a Sam detrás de él, con una gruesa tabla de madera en las manos. Volvió a golpear al hombre-lobo, y esta vez consiguió que me soltara.

—¡Favor por favor! —gritó Sam alocadamente, descargando la tabla sobre el hombre-lobo por tercera vez—. ¡Vamos! ¡Tenemos que...!

Nunca escuché las siguientes palabras de Sam, porque mientras corría hacia él, el hombre-lobo me lanzó un puñetazo a ciegas. Fue un golpe impulsivo, pero tuvo suerte y me alcanzó en la cara, lanzándome hacia atrás.

Mi cabeza casi explotó. Vi lucecillas brillantes y enormes estrellas, y caí al suelo, inconsciente.

Cuando recobré el sentido unos segundos, o quizá minutos, después (no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado), en la estación de trenes reinaba un espeluznante silencio. No se oía a nadie corriendo, gritando o luchando. Todo lo que oía era un constante mordisqueo, un poco más adelante.

Ñam, ñam, ñam
.

Me senté lentamente, ignorando el martilleante dolor de mi cabeza.

Mis ojos tardaron unos segundos en readaptarse a la oscuridad. Cuando pude ver de nuevo, reparé en que tenía ante mí la espalda del hombre-lobo. Estaba a cuatro patas, con la cabeza inclinada sobre alguna cosa. Era
él
quien producía aquel sonido masticante.

El vértigo que sentía tras el puñetazo hizo que tardara en darme cuenta de que lo que se estaba comiendo no era
algo
... sino a
alguien
.

¡¡¡
SAM
!!!

Me puse en pie de un salto, olvidando el dolor, y me lancé contra él, pero una sola mirada al sangriento revoltijo que había bajo el hombre-lobo me hizo comprender que ya era demasiado tarde.

—¡
NO
! —chillé, y golpeé furiosamente al hombre-lobo con mi mano buena, inconscientemente.

Soltó un gruñido y me empujó. Me aparté de un salto, y esta vez le pateé también mientras le golpeaba. Rugió y trató de empujarme de nuevo, pero me mantuve firme y le tiré del pelo y la orejas.

Lanzó un aullido y levantó finalmente la cabeza. Tenía el hocico teñido de rojo, un rojo oscuro y horrible, lleno de tripas, de sangre, de jirones de carne y fragmentos de hueso.

Se volvió y cayó sobre mí, sujetándome con un brazo largo y peludo. Alzó la cabeza y aulló al cielo nocturno. Luego, con un rugido demoníaco, sus dientes descendieron hacia mi garganta, con la intención de acabar conmigo de un rápido mordisco.

CAPÍTULO 31

En el último momento, un par de manos surgieron de la oscuridad y agarraron las mandíbulas del hombre-lobo, conteniendo su embestida.

Las manos giraron hacia un lado su cabeza, haciéndole lanzar un alarido y apartarse de mí.

Su atacante se subió a su espalda, sujetándole por detrás. Vi volar los puñetazos más rápido de lo que mis ojos podían seguir, y finalmente el hombre-lobo cayó al suelo, inconsciente.

Su atacante se apartó de él y me ayudó a levantarme. Me encontré contemplando el rostro encendido y marcado de Mr. Crepsley.

—He venido tan pronto como he podido —dijo el vampiro, sombríamente, girando mi cabeza delicadamente de izquierda a derecha, examinando posibles daños—. Evra escuchó los aullidos del hombre-lobo. No sabía nada de ti ni del chico. Sólo pensó que la criatura se había escapado. Evra se lo dijo a Mr. Tall, que canceló el resto de la función y organizó una partida de búsqueda. Entonces pensé en
ti
. Cuando vi tu cama vacía, te busqué por los alrededores y encontré tu rastro.

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