El circo de los extraños

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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

BOOK: El circo de los extraños
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Darren Shan es, aparentemente, un chico normal; le gusta jugar al fúbol, mandarse mensajitos con sus amigos y siente verdadera fascinación por las arañas. Un día, Steve, su mejor amigo, consigue entradas para un extraño espectáculo, el Cirque du Freak, prohibido en la ciudad, porque actúan criaturas anormales y raras. Por ejemplo, hay un hombre-lobo, una mujer barbuda, un niño serpiente o una tarántula -Madame Octa-, que se alimenta de cabras, hace trucos y su dueño ¡asegura ser un vampiro! Darren, fascinado por la tarántula, decide robarla y llevársela a casa para domesticarla. Pero la araña ataca a Steve y Darren tendrá que vender su alma al vampiro para conseguir el antídoto que salvará a su amigo.

Darren Shan

El circo de los extraños

ePUB v1.2

ikero
04.07.12

LIBRO I
EL TENEBROSO CIRQUE DU FREAK

Este desmadre lleno de freaks jamás hubiera salido a la luz de no ser por los esfuerzosde mis leales ayudantes de "cocina":

Biddy y Liam, "La Horrible Pareja"

Doménica de Rosa "La Diabólica"

Gillie Russell "La Gruñona"Enma "

La Exterminadora" Schlesinger

y

"El Señor de la Noche Carmesí", Christopher Little.

También debo dar las gracias a mis compañeros de festín: Las "Horribles Criaturas" de Harper Collins, y los macabros alumnos de la Askeaton Primary School (y otras) que seprestaron a hacer de conejillos de indias y alimentaron mis pesadillas para hacer queeste libro fuera de lo más tenso, oscuro y escalofriante.

INTRODUCCIÓN

Siempre me han fascinado las arañas. Cuando era más joven las coleccionaba. Pasabahoras husmeando en el viejo y polvoriento cobertizo que había al fondo de nuestro jardín en busca de telarañas, a la caza de posibles depredadoras de ocho patas al acecho.Cuando encontraba una, la llevaba dentro y la dejaba suelta en mi habitación.

¡Eso sacaba de quicio a mi mamá!

Normalmente, la araña se escabullía al cabo de uno o dos días como máximo y no volvía a verla más, pero a veces se quedaban rondando por allí más tiempo. Tuve una que hizo una telaraña encima de mi cama y permaneció montando guardia como un centinela durante casi un mes. Cuando me iba a dormir, imaginaba a la araña bajando con sigilo, metiéndose en mi boca, deslizándose garganta abajo y poniendo montones de huevos en mi tripa.Más tarde, pasado el tiempo de incubación, las crías de araña salían del huevo y me devoraban vivo desde dentro.

Me encantaba sentir miedo cuando era pequeño.

Cuando tenía nueve años, mi mamá y mi papá me regalaron una pequeña tarántula.No era venenosa ni muy grande, pero fue el mejor regalo que me habían hecho nunca. Desde que me despertaba hasta que me acostaba, jugaba con aquella araña casi a todas horas. La obsequiaba con todo tipo de manjares: moscas, cucarachas y gusanos diminutos. La malcrié.

Entonces, un día, hice una estupidez. Había estado viendo unos dibujos animados en los que uno de los personajes era succionado por una aspiradora. No le pasaba nada.Salía de la bolsa cubierto de polvo, sucio y hecho un basilisco, furioso. Era muy pertido.

Tan pertido que yo también lo probé. Con la tarántula.

Ni que decir tiene que las cosas no sucedieron precisamente igual que en los dibujosanimados. La araña quedó reducida a un montón de pedacitos. Lloré mucho, pero era demasiado tarde para las lágrimas. Mi mascota estaba muerta, había sido culpa mía y yano podía hacer nada al respecto.

Mis padres pusieron el grito en el cielo; casi les dio un ataque cuando descubrieron lo que había hecho: la tarántula les había costado una considerable cantidad de dinero.Me dijeron que era un idiota irresponsable y a partir de aquel día ya nunca más me permitieron tener una mascota, ni siquiera una vulgar araña de jardín.

* * *

He empezado contando aquella vieja anécdota por dos razones. Una de ellas resultará obvia a medida que se vaya desvelando el contenido de este libro. La otra razón es lasiguiente:

Ésta es una historia real.

No espero que me creas -yo mismo no me lo creería si no lo hubiera vivido-, pero ésa es la verdad. Todo lo que explico en este libro sucedió, tal y como lo cuento.

Lo que pasa con la vida real es que, cuando haces alguna estupidez, sueles acabar pagándola. En los libros, los protagonistas pueden cometer tantos errores como quieran. No importa lo que hagan, porque al final todo sale bien. Derrotan a los malos, arreglanlas cosas y todo acaba guay.

En la vida real, las aspiradoras matan a las arañas. Si cruzas una calle sin mirar y hay tráfico, eres arrollado por un coche. Si te caes de un árbol, te rompes algún hueso.

La vida real es horrible. Es cruel. Le tienen sin cuidado los protagonistas heroicos ylos finales felices y cómo deberían ser las cosas. En la vida real, las cosas malas suceden. La gente muere. Las luchas se pierden. A menudo vence el mal.

Sólo quería dejar esto bien claro antes de empezar.

* * *

Una cosa más: en realidad, no me llamo Darren Shan. En este libro, todo es verdad menos los nombres. He tenido que cambiarlos porque... bueno, cuando llegues al finallo entenderás.

No he utilizado ningún nombre real, ni el mío ni el de mi hermana, mis amigos ni mis profesores. El de nadie. Ni siquiera te diré cómo se llama mi ciudad ni mi país. No me atrevo.

Pero bueno, vale ya de introducción. Cuando quieras, empezamos. Si se tratara de una historia inventada, se iniciaría durante la noche, en medio de un tormentoso vendaval, con ulular de lechuzas y extraños ruidos y crujidos debajo de la cama. Pero es una historia real, así que tengo que empezar por donde realmente comenzó.

Todo empezó en un lavabo.

CAPÍTULO 1

Yo estaba en el lavabo del colegio, sentado, tarareando una canción. Llevaba los pantalones puestos. Casi al final de la clase de inglés, me había sentido enfermo. Mi profesor, el señor Dalton, es estupendo para este tipo de cosas. Es listo, y sabe perfectamente cuándo estás fingiendo y cuándo hablas en serio. Me echó una mirada cuando levanté la mano y dije que me encontraba mal, luego asintió con la cabeza y me dijo que fuera al lavabo.

—Vomita lo que sea que te haya sentado mal, Darren –dijo—, y luego mueve el culo y vuelve a clase.

Ojalá todos los profesores fueran tan comprensivos como el señor Dalton.

Al final no vomité, pero seguía sintiendo náuseas, así que me quedé en el lavabo. Oí el timbre que señalaba el final de la clase y cómo todo el mundo salía corriendo al recreo. Yo quería unirme a ellos, pero sabía que al señor Dalton se le agotaría la paciencia si me veía tan pronto en el patio. No es que si se la juegas se ponga furioso, pero entra en un mutismo absoluto y no vuelve a hablarte en una eternidad, y eso es casi peor que tener que soportar cuatro gritos.

Así que allí estaba yo, tarareando, mirando el reloj, esperando. Entonces oí que alguien gritaba mi nombre.

—¡Darren! ¡Eh, Darren! ¿Te has caído dentro o qué?

Sonreí. Era Steve Leopard, mi mejor amigo. El verdadero apellido de Steve era Leonard, pero todo el mundo le llamaba Steve Leopard. Y no sólo porque sonara parecido. Steve era lo que mi mamá llamaba “un salvaje”. Allá donde fuera se armaba la gorda, se metía en peleas, robaba en las tiendas. Un día –todavía iba en cochecito— encontró un palo puntiagudo y se dedicó a pinchar con él a todas las mujeres que pasaban por su lado (¡no hay premio por adivinar dónde se lo clavaba!).

Era temido y desdeñado en todas partes. Excepto por mí. Yo había sido su mejor amigo desde Montessori, donde nos conocimos. Mi mamá dice que me dejaba llevar por su indocilidad, pero a mí me parecía sencillamente un gran tipo cuya compañía me encantaba. Tenía un temperamento violento, y pillaba unas rabietas verdaderamente terroríficas cuando no estaba en sus cabales, pero en esos caso yo me limitaba a largarme a toda prisa, y, una vez se había tranquilizado, volvía a aparecer.

La reputación de Steve se había suavizado con los años –su madre lo llevó a ver a un montón de excelentes preceptores que le enseñaron cómo controlarse—, pero seguía siendo una pequeña leyenda en el patio del colegio, no era la clase de tío con el que uno quisiera meterse en líos, por mucho que fuera más grande o mayor que él.

—Eh, Steve –respondí—. Estoy aquí.

Golpeé la puerta para que supiera detrás de cuál estaba.

Se precipitó hacia allí y yo abrí. Sonrió al verme sentado y con los pantalones puestos.

—¿Has vomitado? –preguntó.

—No –le dije.

—¿Y te parece que vas a hacerlo?

—Quizá –dije.

Entonces me incliné hacia delante y emití un sonido parecido a una arcada. ¡Arrrgh! Pero Steve Leopard me conocía demasiado bien como para dejarse engañar.

—Lústrame un poco las botas, ya que estás agachado –dijo, y se echó a reír cuando hice como si escupiera en sus zapatos y los frotara con un pedazo de papel higiénico.

—¿Me he perdido algo en clase? –pregunté mientras me incorporaba.

—Qué va –dijo—, la mierda de siempre.

—¿Has hecho el trabajo de historia? –volví a preguntar.

—No tiene que estar hecho hasta mañana, ¿no? –replicó él preocupado. Steve siempre anda olvidándose de las tareas escolares.

—Pasado mañana –le dije.

—Ah –suspiró, tranquilizándose—. Mejor aún. Creía que... –hizo una pausa y frunció el ceño— Espera un momento –añadió—. Hoy es jueves. Pasado mañana será...

—¡Te he pillado! –grité dándole un puñetazo en el hombro.

—¡Ay! –protestó él—. Me has hecho daño.

Se frotó el brazo, pero me di perfecta cuenta de que en realidad no le dolía.

—¿Sales fuera? –preguntó luego.

—Había pensado en quedarme aquí y admirar el paisaje –dije yo volviéndome a apoyar contra la tapa del váter.

—Qué lástima –dijo él— Íbamos perdiendo por cinco a uno cuando he venido. Probablemente ahora ya perdamos por seis o siete. Te necesitamos.

Estaba hablando de fútbol. Jugamos un partido cada día, a la hora del recreo. Mi equipo suele ganar, pero habíamos perdido a un montón de nuestros mejores jugadores. Dave Morgan se rompió la pierna. Sam White cambió de colegio cuando su familia se mudó. Y Danny Curtain había dejado de jugar al fútbol para poder pasarse todo el recreo con Sheila Leigh, la chica que le gusta. ¡Qué imbécil!

Yo soy el mejor delantero de nuestro equipo. Como defensores y centrocampistas los hay mejores que yo, y Tommy Jones es el mejor guardameta del colegio. Pero en ataque yo soy el único capaz de mantener el tipo y marcar religiosamente cuatro o cinco veces cada día.

—De acuerdo –dije levantándome—. Os salvaré. Esta semana he marcado tres goles diarios. Sería una lástima romper la buena racha.

Pasamos de largo por delante de los mayores –fumando en los lavabos como siempre— y fuimos a toda prisa hasta mi taquilla para cambiarme de ropa y ponerme las zapatillas de deporte. Antes tenía un par magnífico, que había ganado en un concurso de escritura. Pero los cordones se me habían roto hacía meses y la goma de los lados estaba empezando a despegarse. ¡Y además me crecieron los pies! El par que tengo ahora está bien, pero no son lo mismo.

Perdíamos por ocho a tres cuando entré en el terreno de juego. No era un auténtico campo de fútbol, sino sólo un patio alargado con las porterías pintadas en cada extremo. Quienquiera que las hubiera pintado era un completo idiota. ¡Había puesto el larguero más alto de un lado que del otro!

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