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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (9 page)

BOOK: El circo de los extraños
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Cuando las filas de atrás se hubieron vaciado, echamos a andar hacia el fondo del teatro. Yo llevaba todo lo que había comprado conmigo. También cargaba con lo de Steve, porque estaba tan ensimismado con sus pensamientos que lo hubiera perdido y olvidado en cualquier parte.

Míster Alto estaba al fondo, sosteniendo las cortinas abiertas, sonriendo a todo el mundo. Su sonrisa se hizo más amplia cuando nos acercamos nosotros.

—Bueno, chicos –dijo—, ¿habéis disfrutado del espectáculo?

—¡Ha sido fabuloso! –dije.

—¿No habéis tenido miedo?

—Un poco –admití—, pero no más que cualquier otra persona.

Se echó a reír.

—Sois un par de tipos duros –dijo.

Teníamos gente detrás, así que procuramos darnos prisa para no hacerles esperar. Steve miró en torno cuando entramos en el corto pasillo que había tras las cortinas dobles, luego se inclinó hacia mí y me susurró al oído:

—Vuelve tú solo.

—¿Qué? –pregunté, deteniéndome en seco. La gente que teníamos detrás estaba charlando con míster Alto, así que no había prisa.

—Ya lo has oído –dijo él.

—¿Pero, por qué? –pregunté.

—Porque yo no vuelvo –dijo—. Me quedo aquí. No sé exactamente lo que puede pasar, pero tengo que quedarme. Vete a casa; yo te seguiré más tarde, cuando haya...

Su voz se fue apagando mientras me empujaba hacia delante.

Cruzamos las segundas cortinas y entramos en el pasillo con la mesa, la que estaba cubierta por una larga tela negra. La gente que teníamos delante nos daba la espalda. Steve miró por encima del hombro para asegurarse de que nadie le veía y se zambulló debajo de la mesa, oculto por la tela.

—¡Steve! –susurré, temiendo que fuera a meternos en problemas.

—¡Lárgate! –replicó él en otro susurro.

—Pero no puedes...— empecé a decir.

—¡Haz lo que te digo! –me espetó—. Rápido, antes de que nos pillen.

Aquello no me gustaba nada, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Steve hablaba en un tono que parecía que fuera a volverse loco si no le hacía caso. Yo había visto a Steve metido en una pelea varias veces, y no era precisamente el tipo de persona con quien uno busca problemas cuando está enfadado.

Eché a andar, giré la esquina y empecé a bajar por el largo pasillo que llevaba a la puerta principal. Caminaba despacio, pensativo, y la gente que llevaba delante se distanció bastante de mí. Miré por encima del hombro y comprobé que tampoco quedaba nadie detrás de mí.

Y entonces vi la puerta.

Era la misma en la que nos habíamos detenido a la entrada, la que llevaba al palco. Aminoré el paso al cruzar por delante y comprobé una vez más que no hubiera nadie detrás. Nadie.

“Muy bien –me dije—, ¡me quedo! No sé qué se traerá Steve entre manos, pero es mi mejor amigo. Si se mete en problemas, quiero estar aquí para ayudarle”.

Sin darme tiempo a cambiar de opinión, abrí la puerta, me deslicé por ella, cerré rápidamente tras de mí y permanecí quieto en la oscuridad, con el corazón desbocado.

Estuve allí una eternidad, escuchando cómo se marchaban los últimos espectadores. Oía cómo murmuraban comentando el espectáculo en voz baja, con un matiz de miedo, pero llenos de excitación. Cuando se hubo marchado el último, todo quedó en silencio. Creía que oiría ruidos procedentes del interior del teatro, gente limpiando y volviendo a colocar correctamente las sillas, pero todo el edificio estaba silencioso como un cementerio.

Subí las escaleras. Los ojos se habían habituado a la oscuridad y veía bastante bien. Las escaleras eran viejas y crujían; me daba un poco de miedo que se desplomaran bajo los pies arrastrándome a una muerte segura, pero aguantaron.

Al llegar arriba, descubrí que estaba justo en el centro del palco. Todo estaba muy sucio y polvoriento allá arriba, y hacía frío. Me estremecí mientras me escabullía hacia la parte delantera.

Tenía una visión perfecta del escenario. Los focos todavía estaban encendidos y podía ver hasta el detalle más pequeño. No había nadie, ni los freaks, ni las guapas asistentas, ni los encapuchados de azul... ni Steve. Volví a sentarme y esperé.

Unos cinco minutos más tarde, vislumbré una sombra que se deslizaba lentamente hacia el escenario. Subió de un salto, se puso en pie y miró hacia el centro, donde se detuvo y giró sobre los talones.

Era Steve.

Avanzó hacia el ala izquierda, luego se detuvo y se dirigió a la derecha. Volvió a detenerse. Yo veía cómo se mordía las uñas, indeciso sobre qué camino elegir.

Entonces se oyó una voz por encima de su cabeza.

—¿Me buscabas a mí? –preguntó aquella voz.

De repente descendió al escenario una extraña figura, sosteniendo con los brazos abiertos una larga capa de color rojo que flotaba tras él como si se tratara de alas.

Steve casi se muere del susto cuando aquella figura aterrizó en el escenario y se hizo un ovillo. Yo di un brinco atrás, aterrorizado. Cuando me incorporé sobre las rodillas de nuevo, la misteriosa figura estaba en pie, y pude ver sus ropas rojo oscuro, su cabello anaranjado, la piel pálida y la enorme cicatriz.

¡Míster Crepsley!

Steve intentó hablar, pero temblaba tanto que los dientes le castañeteaban.

—He visto cómo me mirabas –dijo míster Crepsley—. Diste un respingo al verme salir al escenario. ¿Por qué?

—Por...por...porque s...s...sé quién es usted –consiguió balbucear Steve.

—Soy Larten Crepsley –dijo aquel hombre de aspecto siniestro.

—No –replicó Steve—. Sé quién es realmente.

—¿Ah, sí? –míster Crepsley sonrió, pero no parecía precisamente divertido—. Y dime, muchachito –se burló—, ¿quién soy “realmente”?

—Su verdadero nombre es Vur Horston –dijo Steve, y míster Crepsley se quedó con la boca abierta de la sorpresa.

A continuación, Steve dijo algo más, y entonces fui yo quien se quedó con la boca abierta.

—Usted es un vampiro –dijo.

Y el silencio que siguió fue tan largo como terrorífico.

CAPÍTULO 15

Míster Crepsley (o Vur Horston, si es que ése era su verdadero nombre) sonrió.

—Así que me han descubierto –dijo—. No debería sorprenderme. Tenía que suceder tarde o temprano. Dime, chico, ¿quién te ha enviado?

—Nadie –dijo Steve.

Míster Crepsley frunció el ceño.

—Venga, chico –gruñó—, no juegues conmigo. ¿Para quién trabajas? ¿Quién te ha puesto sobre mi pista? ¿Qué quieren de mí?

—No trabajo para nadie –insistió Steve—. En mi casa tengo montañas de libros y revistas sobre vampiros y monstruos. En uno de ellos aparece un retrato de usted.

—¿Un retrato? –preguntó receloso míster Crepsley.

—Un cuadro –replicó Steve—. Pintado en 1903, en París. Usted estaba con una mujer rica. La historia dice que estuvieron a punto de casarse, pero que ella descubrió que era un vampiro y le abandonó.

Míster Crepsley sonrió:

—Una excusa tan buena como cualquier otra. Sus amigos creyeron que se lo estaba inventando para hacerse la interesante.

—Pero no era ninguna invención, ¿verdad? –preguntó Steve.

—No –reconoció míster Crepsley—, no lo era. –suspiró y miró a Steve fieramente—. ¡Aunque habría sido mucho mejor para ti que lo hubiera inventado! –tronó.

De haber estado en su lugar, habría huido en menos de lo que se tarda en decirlo, pero Steve ni siquiera pestañeó.

—No va usted a hacerme ningún daño –dijo.

—¿Y por qué no iba a hacerlo? –preguntó míster Crepsley.

—Por mi amigo –dijo Steve—. Se lo he explicado todo sobre usted y, si me sucede algo, irá a la policía.

—No le creerían –resopló míster Crepsley.

—Es posible –convino Steve—, pero si desaparezco o me encuentran muerto, tendrán que investigar. Y usted no quiere que eso pase. Montones de policías haciendo preguntas, viniendo por aquí “durante el día”...

Míster Crepsley meneó la cabeza con repugnancia.

—¡Niños! –gruñó—. Odio a los niños. ¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero? ¿Joyas? ¿Los derechos de autor para publicar mi historia?

—Quiero unirme a usted –dijo Steve.

Casi me caigo del palco al oírlo, ¿cómo que unirse a él?

—¿Qué quieres decir? –preguntó míster Crepsley, tan sorprendido como yo.

—Quiero convertirme en vampiro –dijo Steve—. Quiero que haga de mí un vampiro y me enseñe sus costumbres.

—¡Estás loco! –rugió míster Crepsley.

—No –dijo Steve—, no estoy loco.

—No puedo convertir a un niño en vampiro –dijo míster Crepsley—. Si hiciera eso, los grandes Condes— Vampiro me matarían.

—¿Quiénes son los grandes Condes— Vampiro? –preguntó Steve.

—No es asunto tuyo –dijo míster Crepsley—. Lo único que tienes que saber es que no puede hacerse. No le chupamos la sangre a los niños. Crea demasiados problemas.

—Pues no me cambie de golpe –dijo Steve—. Por mí, de acuerdo. No me importa esperar. Puedo ser su aprendiz. Sé que los vampiros suelen tener ayudantes medio humanos y medio vampiros. Deje que yo sea uno de ellos. Trabajaré duro y demostraré que valgo, y cuando alcance la edad adecuada...

Míster Crepsley se quedó mirando a Steve y consideró su propuesta. Chascó los dedos mientras pensaba y ¡una silla de la primera fila subió volando por los aires hasta el escenario! Se sentó y cruzó las piernas.

—¿Por qué quieres ser vampiro? –preguntó—. No tiene nada de divertido. Sólo podemos salir durante la noche. Los humanos nos desprecian. Tenemos que dormir en lugares sucios y decrépitos como éste. Nunca podemos casarnos, tener hijos ni establecernos. Es una vida horrible.

—No me importa –dijo Steve resueltamente.

—¿Es porque quieres vivir eternamente? –preguntó míster Crepsley—. Si se trata de eso, tengo que decirte que... no es verdad. Vivimos muchísimo más que los humanos, pero tarde o temprano, también nosotros morimos.

—No me importa –volvió a decir Steve—. Quiero quedarme con usted. Quiero aprender. Quiero convertirme en vampiro.

—¿Y qué me dices de tus amigos? –preguntó míster Crepsley—. No podrás volver a verlos. Tendrás que abandonar el colegio y también tu casa, y jamás podrás volver. ¿Y tus padres? ¿No les echarás de menos?

Steve movió la cabeza con expresión compungida y la mirada fija en el suelo.

—Mi padre no vive con nosotros –dijo en voz baja—. Apenas le veo. Y mi madre no me quiere. Le tiene sin cuidado lo que yo haga. Probablemente ni siquiera note que me he ido.

—¿Por eso quieres huir? ¿Porque tu madre no te quiere?

—En parte –dijo Steve.

—Si esperas unos cuantos años tendrás edad suficiente para marcharte por tu cuenta –dijo míster Crepsley.

—No quiero esperar –replicó Steve.

—¿Y tus amigos? –volvió a preguntar míster Crepsley. En aquel momento hasta parecía amable, aunque seguía teniendo un aspecto temible—. ¿No echarás en falta al chico que te acompañaba?

—¿Darren? –preguntó Steve, y asintió—. Sí, echaré a faltar a mis amigos, sobre todo a Darren. Pero no importa. Para mí es más importante ser vampiro que mi amistad con ellos. Y si usted no me acepta, ¡iré a la policía y cuando sea mayor me haré cazador de vampiros!

Míster Crepsley ni siquiera sonrió, asintiendo con gravedad.

—¿Lo has pensado bien? –preguntó.

—Sí –dijo Steve.

—¿Estás seguro de que es eso lo que quieres?

—Sí –fue la respuesta.

Míster Crepsley respiró hondo.

—Ven aquí –dijo—. Primero tendré que probarte.

Steve se colocó junto a míster Crepsley. Con su cuerpo me ocultaba la visión del vampiro, así que no sé lo que ocurrió a continuación. Todo lo que sé es que hablaron entre ellos en voz muy baja, y luego oí un sonido parecido al de un gato lamiendo un plato de leche.

Vi cómo Steve, de espaldas a mí, se convulsionaba hasta tal punto que creí que iba a desvanecerse, pero de alguna manera se las arregló para sostenerse en pie. No sé ni cómo explicar lo asustado que yo estaba viendo todo aquello. Sentí deseos de ponerme en pie de un brinco y gritar “¡No, Steve, detente!”

Pero estaba demasiado asustado para moverme, me aterrorizaba la idea de que, si míster Crepsley descubría mi presencia, nada podría impedir que nos matara a los dos y nos devorara.

De repente, el vampiro empezó a toser. Apartó a Steve de un empujón y se irguió tambaleándose. Para mi horror, vi que tenía la boca de color rojo, cubierta de sangre, que escupió rápidamente.

—¿Qué pasa? –preguntó Steve, frotándose el brazo sobre el que había caído.

—¡Tu sangre es mala! –gritó míster Crepsley.

—¿Qué quiere decir? –preguntó Steve. Le temblaba la voz.

—¡Eres malvado! –chilló míster Crepsley—. Siento el sabor de la amenaza en tu sangre. Estás rabioso.

—¡Eso es mentira! –aulló Steve—. ¡Retírelo!

Steve se abalanzó sobre míster Crepsley e intentó golpearle, pero el vampiro le tiró al suelo con una sola mano.

—No es buena –gruño—. Tu sangre es mala. ¡Nunca podrás ser un vampiro!

—¿Por qué no? –preguntó Steve. Había empezado a llorar.

—Porque los vampiros no son los degenerados monstruos que cuenta la leyenda –dijo míster Crepsley—. Nosotros respetamos la vida. Tú tienes instintos asesinos, y nosotros no somos asesinos.

“No haré de ti un vampiro –insistió míster Crepsley—. Olvídalo. Vete a tu casa y sigue con tu vida.

—¡No! –gritó Steve—. ¡No lo olvidaré!

Se tambaleó y señaló con el índice tembloroso al corpulento y siniestro vampiro.

—¡Pagará por esto, míster Crepsley! –prometió—. No me importa cuánto tiempo necesite. ¡Algún día, Vur Horston, le seguiré la pista hasta cazarle y le mataré por haberme rechazado!

Steve bajó del escenario de un salto y corrió hacia la salida.

—¡Algún día! –gritó por encima del hombro, y oí cómo se echaba a reír mientras corría; era una risa enloquecida.

Steve se había ido y yo me quedé a solas con el vampiro.

Míster Crepsley, sin moverse del lugar, se quedó sentado mucho rato con la cabeza entre las manos, escupiendo restos de sangre sobre la tarima. Se limpió los dientes con los dedos, y luego con un enorme pañuelo.

—¡Niñatos! –resopló en voz alta, y se puso en pie mientras seguía limpiándose la sangre de los dientes; echó una última mirada al patio de butacas (me agaché aún más, por miedo a que me descubriera), dio media vuelta y desapareció entre las bambalinas. Vi cómo la sangre goteaba de sus labios mientras caminaba.

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