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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (55 page)

BOOK: El circo de los extraños
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Podría haberme amordazado cuando me capturó, y en ese caso no habría podido convencerle de que le convenía dejarme vivo. O habría podido hacer caso omiso de mi advertencia sobre los Generales Vampiros... Lo que le dije era cierto, pero el problema era que Murlough estaba loco. El comportamiento de un vampanez loco era impredecible. Podría haberse tomado a risa la amenaza de los Generales y descuartizarme de todas formas.

Convencerle de que cambiara a Evra por Debbie fue la parte más delicada. Para que funcionara, mi actuación debía ser perfecta. Si le hubiese propuesto aquel trato de inmediato, Murlough podría haber sospechado algo y no habría picado. Si hubiese estado en sus cabales, no creo que
hubiese
caído en la trampa, a pesar de mi actuación, así que su demencia jugó a nuestro favor.

Y, naturalmente, había que justificar su muerte. Murlough
podía
haber derrotado a Mr. Crepsley. Si lo hubiese hecho, los seis estaríamos muertos: Mr. Crepsley, Evra y yo, Debbie, Donna y Jesse.

Había sido una apuesta peligrosa (e injusta para los Hemlocks, que desconocían por completo su papel en este mortífero juego), pero a veces hay que correr riesgos. ¿Era prudente arriesgar cinco vidas para salvar una? Probablemente no. Pero era
humano
. Si algo he aprendido de mi encuentro con el vampanez loco, es que incluso los no muertos pueden ser humanos. Nosotros lo éramos. Sin ese toque de humanidad, habríamos sido como Murlough, nada más que monstruos de la noche sedientos de sangre.

Deposité a Debbie bajo las sábanas limpias. Tenía una cicatriz diminuta en el tobillo izquierdo, allí donde Mr. Crepsley le había extraído sangre. La necesitaba para embadurnar a la cabra, y engañar al olfato de Murlough.

Miré al vampiro.

—Lo ha hecho bien esta noche —dije en voz baja—. Gracias.

Él sonrió.

—Hice lo que tenía que hacer. Era
tu
plan. Debería ser yo quien diera las gracias, aunque no por el hecho de haberte metido en medio la primera vez que lo vi. En mi opinión, estamos a la par, así que ninguno tiene que agradecerle nada al otro.

—¿Qué ocurrirá cuando los vampanezes se enteren de que lo hemos matado? —pregunté—. ¿Vendrán a por nosotros?

Mr. Crepsley suspiró.

—Con suerte, no encontrarán el cuerpo. Y si lo hacen, espero que no sean capaces de seguirnos el rastro.

—Pero ¿y si lo hacen? —insistí, en busca de una respuesta concreta.

—Entonces nos perseguirán hasta el fin del mundo —dijo—. Y nos matarán. No tendremos ninguna oportunidad. Llegarían por docenas, y los Generales no harían nada para ayudarnos.

—Oh —dije—. Ojalá no le hubiera preguntado.

—¿Preferirías que te mintiera?

Negué con la cabeza.

—No. No más mentiras —sonreí—. Pero creo que será mejor no decirle nada a Evra. Lo que no sepa, no le atormentará. Además, ya está bastante enojado conmigo por todo esto. Creyó que de verdad iba a cambiar la vida de Debbie por la suya. Está furioso.

—Ya se calmará cuando se lo expliquemos todo —afirmó Mr. Crepsley—. Ahora... ¿vamos a buscarlo?

Vacilé y miré a Debbie.

—¿Me deja solo un par de minutos? —pedí.

—Por supuesto —dijo Mr. Crepsley—. Pero no tardes: se acerca el amanecer y no quisiera pasar el día atrapado en esos túneles abandonados. Estaré abajo.

Y salió.

Miré mi reloj. Eran cerca de las cuatro de la mañana, lo que significaba que ya era el veinticinco de Diciembre. El día de Navidad.

Me moví deprisa. Coloqué el desnudo árbol de Navidad al lado de la cama de Debbie, abrí la caja de los adornos, y cubrí el árbol de bolitas brillantes, figurillas, festón y lucecitas titilantes. Cuando terminé, giré un poco a Debbie, de modo que tuviera al árbol ante ella. Sería lo primero que viera cuando abriera los ojos por la mañana.

Me sentía mal por dejarla sin decirle adiós, y de este modo esperaba compensarla. Cuando despertara y viera el árbol, sabría que no me había escabullido sin la menor consideración. Sabría que había pensado en ella, y, con un poco de suerte, no me guardaría rencor por mi repentina desaparición.

Me quedé a su lado unos segundos, contemplando su rostro. Ésa era casi con toda certeza la última vez que la vería. Se la veía tan dulce, yaciendo así dormida... Estuve tentado de ir en busca de una cámara de fotos, pero no hizo falta. Era una imagen que yo siempre recordaría a la perfección. Como la de mis padres, mi hermana, Sam... Rostros queridos cuyos rasgos nunca se desdibujarían en la galería mental de mi memoria.

Me incliné hacia ella y la besé en la frente, y aparté un solitario mechón de pelo de sus ojos.

—Feliz Navidad, Debbie —dije en voz baja.

Luego me di la vuelta y me marché... y nos fuimos a rescatar a Evra.

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