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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (49 page)

BOOK: El circo de los extraños
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Le rogué a Mr. Crepsley que me contara más cosas sobre los vampanezes. Me dijo que nunca bebían de otros vampiros: nuestra sangre era venenosa para los otros vampiros y para los vampanezes. Vivían un poco más que los vampiros, aunque la diferencia era mínima. Comían muy poco, pues preferían ante todo alimentarse de sangre. Sólo bebían de animales como último recurso.

Le escuché atentamente. Era más fácil no pensar en Evra si tenía algo en lo que concentrarme. Pero cuando llegó el alba y Mr. Crepsley se acostó, me quedé solo, dándole vueltas a lo que había sucedido.

Contemplé el amanecer. Estaba cansado, pero no podía dormir. ¿Cómo me enfrentaría a las pesadillas que me esperaban en mis sueños? Preparé un abundante desayuno, pero mi apetito desapareció tras el primer bocado y acabé tirándolo a la basura. Encendí la tele y pasé rápidamente los canales, sin poner apenas atención.

No dejaba de pensar que todo aquello tenía que ser un sueño. Evra no podía estar muerto. Me había quedado dormido en el tejado mientras vigilaba a Mr. Crepsley y lo había soñado todo. En cualquier momento, Evra me sacudiría para despertarme. Le contaría mi sueño y ambos nos reiríamos. "No te librarás de mí tan fácilmente", diría él.

Pero no era un sueño. Yo
había
estado cara a cara con el vampanez. Y él
había
raptado a Evra. Y le había matado o se disponía a hacerlo. Los hechos eran esos, y había que asumirlos.

El problema era que no me atrevía a asumirlos. Temía volverme loco si lo hacía. Así que, en lugar de aceptar la verdad y afrontarla, la enterré profundamente, donde no pudiera molestarme... y me fui a ver a Debbie. Quizá ella pudiese animarme.

Debbie estaba jugando en la plaza del barrio cuando llegué. Había nevado mucho durante la noche y estaba haciendo un muñeco de nieve con algunos niños del vecindario. Se sorprendió al verme aparecer tan temprano, pero se alegró. Me presentó a sus amigos, que me miraron inquisitivamente.

—¿Quieres que demos un paseo? —pregunté.

—¿Puedes esperar a que terminemos el muñeco? —respondió.

—No —dije—. Estoy muy nervioso. Necesito caminar. Puedo venir más tarde si quieres.

—Está bien. Iré. —Me miró extrañada—. ¿Estás bien? Tienes la cara tan blanca como una sábana, y tus ojos... ¿has estado llorando?

—Estuve pelando cebollas antes —mentí.

Debbie se volvió hacia sus amigos.

—Nos veremos después —dijo, y se colgó de mi brazo—. ¿Hay algún sitio en especial al que quieras ir?

—En realidad, no —dije—. Decide tú. Yo te seguiré.

Apenas hablamos mientras caminábamos, hasta que Debbie me tiró del brazo y dijo:

—Tengo buenas noticias. Les pregunté a mis padres si podías venir a ayudarnos a decorar la víspera de Navidad, y han dicho que sí.

—Genial —dije, forzando una sonrisa.

—También te han invitado a cenar —dijo ella—. Y pensaban pedirte que vinieras el día de Navidad, pero no sé si planeabas celebrarla en el hotel. Además, no creo que tu padre quiera que vengas, ¿no?

—No —dije suavemente.

—Pero la víspera de Navidad sí, ¿verdad? —preguntó—. Que venga Evra también. Almorzaremos temprano, a las dos o las tres de la tarde, así que luego tendremos tiempo de sobra para decorar los árboles. Tú puedes...

—Evra no podrá venir —dije secamente.

—¿Por qué no?

Me devané los sesos tratando de inventar una excusa convincente. Finalmente, dije:

— Tiene la gripe. Está en la cama y no puede levantarse.

—Parecía estar bien ayer —dijo Debbie, frunciendo el ceño—. Os vi a los dos por ahí, anoche. Parecía estar...

—¿Cómo que nos viste? —pregunté.

—Por la ventana —dijo—. No es la primera vez que os veo salir al oscurecer. Nunca lo había mencionado, porque pensé que me habrías dicho a dónde ibas si quisieras que lo supiera.

—No está bien espiar a la gente —mascullé.

—¡No estaba espiando! —Debbie parecía dolida tanto por mi acusación como por mi tono—. Simplemente te vi. Y si ésta es tu actitud, ya puedes olvidarte de venir la víspera de Navidad. —Se dio la vuelta para marcharse.

—Espera —dije, agarrándola del brazo (y procurando no hacerlo demasiado fuerte) —. Lo siento. Hoy estoy de muy mal humor. No me encuentro muy bien. Quizá Evra me ha pegado la gripe.


Pareces
un poco pachucho —admitió, dulcificando su expresión.

—Cuando salimos por la noche, sólo vamos a encontrarnos con papá —dije—. Nos reunimos con él después del trabajo y vamos a cenar o a ver una película. Te habría invitado alguna vez, pero no sabes cómo son las cosas con mi padre.

—Deberías presentarnos —dijo Debbie—. Apuesto a que consigo gustarle, si tuviera la oportunidad.

Comenzamos a andar de nuevo.

—Entonces, ¿vendrás la víspera de Navidad? —preguntó.

Meneé la cabeza. Ir a cenar con Debbie y sus padres era en lo último que podía pensar.

—Tendría que devolverte la invitación —dije—. Y no estoy seguro de seguir aquí por mucho tiempo. Podríamos marcharnos.

—¡Pero la víspera de Navidad es mañana! —exclamó Debbie—. Tu padre ya te habría dicho qué planes tiene.

—Es un tipo raro —dije—. Tiene la costumbre de dejar las cosas para el último minuto. Podría regresar después de este paseo y encontrarle con las maletas hechas, listos para irnos.

—No puede irse si Evra está enfermo —repuso ella.

—Puede y lo hará, si quiere —contesté.

Debbie frunció el ceño y se detuvo. Estábamos a pocos pasos de una rejilla de ventilación, que desprendía un aire caliente. Ella se acercó y se quedó de pie sobre las barras.

—No te irás sin despedirte, ¿verdad? —preguntó.

—Claro que no —dije.

—Te odiaría si te desvanecieras en el aire sin decir ni una palabra —dijo ella, y pude ver lágrimas crecientes en el rabillo de sus ojos.

—Te lo prometo —dije—. Cuando
yo
sepa que me voy,

también lo sabrás. Palabra de honor. Te lo juro.

—Ven aquí —dijo ella, atrayéndome hacia sí y abrazándome con fuerza.

—¿A qué viene esto? —pregunté.

—¿Tiene que haber una razón? —sonrió, y señaló hacia delante—. Vamos por esa esquina. Lleva hasta la plaza.

La cogí del brazo, para emprender con ella el camino de regreso, y entonces recordé que me había cambiado de hotel. Si volvía a la plaza, ella esperaría verme entrar en el hotel. Le parecería sospechoso descubrir que me escabullía por otro lado.

—Yo seguiré paseando —dije—. Te llamaré esta noche o mañana para decirte si puedo ir.

—Si tu padre quiere irse, retuércele un brazo y oblígale a quedarse —sugirió—. De veras, me encantaría que vinieras.

—Lo intentaré —juré, y la contemplé tristemente mientras iba hacia la esquina y desaparecía de mi vista.

Fue entonces cuando escuché una suave risita bajo mis pies. Miré hacia abajo, a través de las barras de la rejilla de ventilación, y no vi a nadie, y pensé que habría sido mi imaginación. Pero entonces una voz se elevó entre las sombras.

—Me gusta tu novia, Darren Shan —dijo, emitiendo una risita tonta, y supe al instante quién estaba allí abajo—. Un plato delicioso. Para comérsela entera, ¿no crees? Debe estar mucho más sabrosa que tu otro amiguito. Mucho más sabrosa que Evra.

¡Era Murlough, el vampanez loco
!

CAPÍTULO 17

Me dejé caer de rodillas intentando atisbar algo a través de la rejilla de ventilación. Allí abajo estaba oscuro, pero al cabo de unos segundos fui capaz de distinguir la tosca figura del vampanez.

—¿Cómo se llama tu novia, hmmm? —indagó Murlough—. ¿Anne? ¿Beatrice? ¿Catherine? ¿Diana? ¿Elsa? ¿Franny? ¿Geraldine? ¿Henrietta? ¿Eileen? ¿Josie? —Se detuvo y pude percibir cómo fruncía el ceño—. No, espera, Eileen empieza con E, no con I. ¿Hay algún nombre de mujer que empieze con I? Así de repente no se me ocurre ninguno. ¿Y a ti, Darren Shan? ¿Alguna idea, hmmm? ¿Alguna sugerencia?

Pronunciaba mi nombre de una forma extraña, haciendo que sonara como Jarwren.

—¿Cómo me ha encontrado? —dije, sin aliento.

—Fue fácil. —Se inclinó hacia delante, evitando cuidadosamente la luz del Sol, y se dio un golpecito en la sien—. Usé el cerebro —dijo—. El joven Murlough tiene cerebro de sobra, sí, señor. Interpreté una melodía sobre tu amigo...
Culebrilla
Von. Me dijo dónde estaba el hotel. Monté guardia fuera. Vigilé atentamente. Te vi paseando con tu novia, y te seguí.

—¿Qué ha querido decir con ‘interpretar una melodía’? —pregunté.

El vampanez rió con estrépito.

—Con mi cuchillo —explicó—. Mi cuchillo y unas cuantas escalas (N. de la T: Juego de palabras. En inglés, la palabra para ‘escala musical’ y ‘escama’ es ‘scale’). ¿Lo captas?
Escalas
. Escalas en
Culebrilla
, escalas en un piano. ¡Ja! ¡El cerebro, ya te lo dije, el cerebro! Un estúpido no haría chistes tan ingeniosos e inteligentes. El joven Murlough tiene un cerebro del tamaño de...

—¿Dónde está Evra? —le atajé, aporreando la rejilla de ventilación para hacerle callar. Tiré de ella, en un intento de arrancarla y llegar hasta él, pero estaba firmemente encajada en el suelo.

—¿Evra? ¿Evra Von? —Murlough inició un extraño bailecillo en la oscuridad bajo la rejilla—. Evra está atado —me confesó—. Colgado por los tobillos, con la sangre bajándole a la cabeza. Chillando como un cerdito. Suplicando que le deje marchar.

—¿Dónde está? —pregunté desesperadamente—. ¿Está vivo?

—Dime —respondió, ignorando mis preguntas—, ¿dónde os alojáis el vampiro y tú? Os habéis cambiado de hotel, ¿verdad? Por eso no te vi salir. ¿Qué estabas haciendo en la plaza, de todas formas? ¡No! —exclamó cuando abrí la boca para hablar—. ¡No me lo digas, no me lo digas! Dale a mi cerebro la oportunidad de averiguarlo. El joven Murlough tiene cerebro de sobra. El cerebro le rezuma por las orejas, como se suele decir.

Hizo una pausa, con sus ojillos danzando de un lado a otro, y luego chasqueó los dedos y chilló:

—¡La chica! ¡La amiguita de Darren Shan! Vive en la plaza, ¿hmmm? Y tú querías verla. ¿Cuál es su casa? ¡No me lo digas, no me lo digas! Lo descubriré. Le seguiré el rastro. Qué muchachita tan jugosa, tan llena de sangre, ¿hmmm? Una sangre deliciosa y salada. Ya puedo saborearla...

—¡Aléjese de ella! —grité—. ¡Si se le acerca le...!

—¡Cállate! —ladró el vampanez—. ¡No me amenaces! ¡No lo voy a tolerar de un semi-vampiro renacuajo como tú! Vuelve a hacerlo y me iré, y será el fin de
Culebrilla
.

Intenté recuperar el control.

—¿Eso significa que todavía esta vivo? —pregunté, agitado.

Murlough esbozó una amplia sonrisa y se dio un toquecito en la nariz.

—Tal vez sí, tal vez no. No hay forma de que lo sepas, ¿verdad?

—Mr. Crepsley dijo que los vampanezes son fieles a su palabra —dije—. Si usted me asegura que está vivo, entonces lo sabré.

Murlough asintió lentamente.

—Está vivo.

—¿Me da su palabra?

—Te la doy —dijo—.
Culebrilla
está vivo. Atado y colgado, chillando como un cerdito. Lo estoy guardando para Navidad. Será mi cena de Navidad.
Culebrilla
en lugar de pavo. ¿No crees que es asqueroso viniendo de mí, hmmm? —se rió—. ¿Lo captas?
Asqueroso
. No es una de mis ocurrencias más sutiles, pero ahí está.
Culebrilla
se rió.
Culebrilla
hace todo lo que le digo. Tú también lo harías, en su lugar. Balanceándose de los tobillos. Chillando como un cerdito.

Murlough tenía la irritante manía de repetirse.

—Mire —dije—, deje que Evra se vaya. Por favor, él nunca le ha hecho nada.

—¡Interfirió en mi programa! —chilló el vampanez—. Estaba listo para comer. Iba a ser glorioso. Desangraría al gordo mientras le despellejaba vivo, y colgaría su cuerpo con el resto de las carroñas del refrigerador. Practicar el canibalismo con algún pobre humano confiado, sería un gran deporte, ¿hmmm?

—Evra no se interpuso en su camino —dije—. Fuimos Mr. Crepsley y yo. Evra estaba fuera.

—Dentro,
fuera...
No estaba
conmigo
. Pero pronto lo estará. —Murlough se relamió sus rojos labios—. Conmigo y en mi tripita. Nunca había cogido a un niño-serpiente. Tengo muchas ganas de probarlo. Quizá lo rellene antes de comérmelo. Así será más navideño.

—¡Le mataré! —chillé, volviendo a golpear la rejilla, perdiendo el control—. ¡Le perseguiré y le despedazaré trozo a trozo!

—¡Caramba! —rió Murlough, y prosiguió con fingido terror—: ¡Oh, cielos! Por favor, no me hagas daño, malvado semi-vampirito. El joven Murlough es un buen tipo. Dime que me dejarás marchar...

—¿Dónde está Evra? —rugí—. ¡Tráigalo aquí ahora mismo o...!

—¡Bien —dijo Murlough bruscamente—, ya es suficiente! No he venido aquí para que me chillen, no, señor. Hay muchos lugares donde podría ir si quisiera que la gente me gritara, ¿hmmm? Ahora cállate y escucha.

Haciendo un supremo esfuerzo, finalmente logré calmarme.

—Bien —gruñó Murlough—. Eso está mejor. No eres tan estúpido como la mayoría de los vampiros. Quizá haya un poco de cerebro en ti, Darren Shan, ¿hmmm? No eres tan inteligente como yo, claro, pero ¿quién lo es? El joven Murlough tiene más cerebro que... Bueno, ya está bien. —Clavó las uñas en la pared bajo la rejilla y trepó un par de pasos—. Escucha atentamente. —Ahora sonaba cuerdo—. No sé cómo me encontrasteis...
Culebrilla
no pudo decírmelo, por más escalas que toqué... y no me importa. Es vuestro secreto. Guardáoslo. Todos necesitamos tener secretos, ¿verdad, hmmm?

"Y tampoco me importa el humano —continuó—. Sólo era una comida. Hay de sobra de donde salió. Hay sangre de sobra en el jugoso mar humano.

"Ni siquiera me importas

—resopló—. No me interesan los semi-vampiros. Tú sólo estás siguiendo a tu maestro. No me preocupas. Estoy dispuesto a dejarte vivir. A ti y a
Culebrilla
y al humano.

"Pero el vampiro... Larten Crepsley... —Los ojos rojos del vampanez rebosaron odio—.
Él
sí me importa. Debería habérselo pensado mejor antes de cruzarse en mi camino. ¡Los vampiros y los vampanezes no se mezclan! —rugió con todas sus fuerzas—. ¡Hasta la criatura más estúpida del mundo lo sabe! Así fue pactado. Ninguno se metería en los asuntos de los otros. Ha ido contra la ley. Y debe pagar por ello.

—Él no ha ido contra ninguna ley —le dije, desafiante—. Usted está loco. Usted va matando gente por toda la ciudad. Debe ser detenido.

BOOK: El circo de los extraños
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