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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (46 page)

BOOK: El circo de los extraños
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Acortando un tercio la distancia (acercándome a él tanto como me atrevía), vi que asomaba la cabeza por el borde del tejado, echando un vistazo a la calle.

Mirando hacia la bien iluminada calle, no conseguía descubrir qué era lo que él acechaba. Fue sólo cuando se detuvo junto a una farola que advertí la presencia del hombre gordo al pie, atándose los cordones de los zapatos.

¡Así que era eso! ¡Mr. Crepsley iba tras el hombre gordo! Lo supe por la forma en que el vampiro lo miraba, esperando que se atara los cordones y reanudara la marcha. Cuando el hombre gordo se levantó y echó a andar de nuevo, efectivamente, Mr. Crepsley lo siguió.

Retrocedí algunos pasos y llamé a Evra.

—¿Qué pasa? —preguntó. Pude oírle masticar su perrito caliente. Se escuchaban más voces de fondo.

—Acción —dije simplemente.

—¡Oh, diablos! —jadeó Evra. Oí cómo dejaba caer el perrito caliente y salía abriéndose paso entre la gente, hacia un lugar más tranquilo—. ¿Estás seguro? —preguntó.

—Segurísimo —dije—. Ha elegido una presa.

—Está bien —suspiró Evra. Sonaba nervioso. No se lo reproché (yo también lo estaba)—. Está bien —repitió—. Dime dónde estás.

Le leí en voz alta el nombre de la calle.

—Pero no te apresures —le dije—. Se mueven muy despacio. Quédate un par de calles más atrás. No quiero que Mr. Crepsley te descubra.

—¡
Yo
tampoco quiero que lo haga! —resopló Evra—. Tenme al tanto.

—Lo haré —prometí. Guardé el móvil, y continué persiguiendo al vampiro.

Siguió al hombre gordo hasta un gran edificio, en cuyo interior desapareció el humano. Mr. Crepsley esperó media hora, y luego, lentamente, rodeó el edificio, comprobando puertas y ventanas. Anduve a duras penas, manteniendo la distancia, listo para correr tras él si entraba.

No lo hizo. En vez de eso, cuando hubo examinado el lugar, fue hacia una azotea cercana, que le ofrecía una vista perfecta de todas las entradas, y se sentó a esperar.

Le conté a Evra lo que estaba ocurriendo.

—¿Sólo está ahí sentado? —preguntó Evra.

—Sentado y observando —confirmé.

—¿Qué clase de lugar es?

Leí el nombre que aparecía en las paredes mientras pasaba junto a ellas, y miré por un par de ventanas, pero podría haberle dicho a Evra lo que era aquel edificio sólo por el repugnante olor a sangre animal que flotaba en el aire.

—Es un matadero —susurré.

Hubo una larga pausa.

—Quizá sólo ha ido a buscar sangre de animal —sugirió Evra.

—No. Ya habría entrado de ser así. No ha venido a por animales. Ha venido a por el humano.

—Eso no lo
sabemos
—dijo Evra—. Tal vez esté esperando a que cierre antes de entrar.

—Pues tendrá que esperar mucho —reí—. Esto está abierto toda la noche.

—Voy para allá —dijo Evra—. No te muevas hasta que yo llegue.

—Me moveré cuando Mr. Crepsley se mueva, estés aquí o no —repliqué, pero Evra ya había colgado y no me escuchó.

Llegó unos minutos después, con el aliento apestando a mostaza y cebolla.

—Desde ahora sólo pan seco para ti —murmuré.

—¿Crees que Mr. Crepsley pueda olerme? —preguntó Evra—. Tal vez debería volverme y...

Sacudí la cabeza.

—Está demasiado cerca del matadero —dije—. El olor de la sangre disimulará cualquier otro.

—¿Dónde está? —preguntó Evra. Le señalé al vampiro. Evra entrecerró los ojos y finalmente lo descubrió.

—Debemos quedarnos muy quietos —dije—. El más pequeño ruido haría que se lanzara sobre nosotros.

Evra se estremeció (no sé si por el frío o por la idea de ser atacados) y se acomodó. A partir de ese momento, apenas hablamos.

Nos pusimos las palmas de las manos ante la cara para evitar que nuestro aliento nos delatara. No habría sido un problema si hubiera estado nevando (la nieve habría ocultado las nubecillas que producía nuestra respiración), pero era una noche fría y despejada.

Estuvimos sentados allí hasta las tres de la mañana. Los dientes de Evra castañeteaban, y estaba a punto de enviarle a casa antes de que se muriera de frío, cuando el hombre gordo salió. Mr. Crepsley fue tras él inmediatamente.

Me di cuenta demasiado tarde de que el vampiro pasaría a nuestro lado. No había tiempo para esconderse. ¡Nos vería!

—No te muevas —le susurré a Evra—. Ni siquiera respires.

El vampiro vino hacia nosotros, avanzando con paso seguro por el helado tejado con sus pies desnudos. Estaba seguro de que nos descubriría, pero sus ojos estaban clavados en el humano. Pasó a diez pies de nosotros (su sombra me cubrió como un horrible fantasma) y entonces desapareció.

—Creí que se me paraba el corazón —dijo Evra, con voz temblorosa.

Escuché los familiares latidos del corazón del niño-serpiente (que palpitaba un poco más lento que el de un humano corriente) y sonreí.

—Estás bien —le dije.

—Pensé que nos había llegado la hora —siseó Evra.

—Yo también. —Me levanté y vigilé el camino por el que se había marchado el vampiro—. Será mejor que bajes a la calle —le dije a Evra

—No va muy deprisa —dijo Evra—. Puedo seguir.

Sacudí la cabeza.

—No sabemos cuándo empezará a correr: el hombre podría tomar un taxi o tener un coche esperándole. Además, nos hemos salvado por los pelos, y será mejor separarnos: así, si pilla a uno de nosotros, el otro podrá escabullirse hasta el hotel y fingir que no sabe nada.

Evra le vio la lógica a la cuestión y bajó por la escalera de incendios más cercana. Yo volví a seguir el rastro del vampiro y el hombre gordo.

Regresó por donde había venido, pasando por la desierta calle donde lo habíamos localizado al principio, hacia un bloque de apartamentos.

Vivía en uno de los apartamentos del centro en la sexta planta. Mr. Crepsley esperó a que las luces se apagaran dentro, y entonces subió en el ascensor. Yo subí corriendo por las escaleras y observé desde el fondo su llegada.

Esperé que abriera la puerta y entrara (las cerraduras no suponían ningún problema para un vampiro), pero todo lo que hizo fue examinar la puerta y las ventanas. Entonces se dio la vuelta y bajó en el ascensor.

Me apresuré escaleras abajo y alcancé a ver al vampiro alejándose de los apartamentos. Le conté a Evra lo que había ocurrido y hacia dónde se dirigía el vampiro. A los pocos minutos me alcanzó y seguimos a Mr. Crepsley mientras trotaba por las calles.

—¿Por qué no entró? —preguntó Evra.

—No lo sé —dije—. Tal vez había alguien más allí. O quizá planea volver más tarde. Una cosa es segura: ¡no fue allí a entregar una carta!

Después de un rato, dimos la vuelta en una esquina y entramos en un callejón, y descubrimos a Mr. Crepsley inclinándose sobre una mujer inmóvil. Evra dio un grito ahogado y empezó a avanzar. Le sujeté por un brazo y tiré de él.

—¿
Qué haces
? —siseó—. ¿No lo ves? ¡La está atacando! ¡Tenemos que detenerle antes de que...!

—No pasa nada —dije—. No la está atacando. Sólo se está alimentando.

Evra dejó de forcejear.

—¿Estás seguro? —inquirió con suspicacia.

Asentí.

—Está bebiendo del brazo de esa mujer. Los cadáveres del edificio tenían las gargantas cortadas, ¿recuerdas?

Evra asintió, inseguro.

—Si te equivocas...

—No me equivoco —le aseguré.

Minutos después, el vampiro siguió, dejando atrás a la mujer. Nos apresuramos por el callejón para comprobar que estaba bien. Como suponía, estaba inconsciente pero viva, y una pequeña y fresca cicatriz en el brazo izquierdo era el único signo de que se habían alimentado de ella.

—Vamos —dije, levantándome—. Despertará en unos minutos. Será mejor que no estemos aquí cuando lo haga.

—¿Qué hay de Mr. Crepsley? —preguntó Evra.

Miré hacia el cielo, calculando cuánto faltaba para que amaneciera.

—No matará a nadie esta noche —dije—. Ya es muy tarde. Probablemente ha vuelto al hotel. Vamos... Si no llegamos antes que él, nos va a ser muy difícil explicarle dónde estábamos.

CAPÍTULO 13

Antes de que cayera el crepúsculo la noche siguiente, Evra merodeó por el bloque de apartamentos para mantener al hombre gordo bajo vigilancia. Yo me quedé en casa, para seguir a Mr. Crepsley. Si el vampiro se dirigía a los apartamentos, me uniría a Evra. Si iba a alguna otra parte, discutiríamos la situación y decidiríamos si Evra debía abandonar su puesto o quedarse.

El vampiro se levantó tan pronto como se ocultó el Sol. Estuvo más jovial aquella noche, aunque por su aspecto aún seguiría sin desentonar en un velatorio.

—¿Dónde está Evra? —preguntó, saltando sobre la comida que le había preparado.

—De compras —dije.

—¿Él solo? —Mr. Crepsley se interrumpió, y por un momento, pensé que sospechaba, pero sólo estaba buscando el salero.

—Creo que fue a comprar regalos de Navidad —dije.

—Pensé que Evra estaba por encima de esas ridiculeces. ¿Qué día es hoy, a todo esto?

—Veinte de Diciembre —respondí.

—¿La Navidad no es el veinticinco?

—Sí —dije.

Mr. Crepsley se frotó la cicatriz pensativamente.

—Mis asuntos aquí puede que ya hayan terminado para entonces —dijo.

—Ah —intenté que mi voz no denotara curiosidad o excitación.

—Había planeado marcharnos lo antes posible, pero si queréis quedaros aquí para la Navidad, podemos hacerlo. Tengo entendido que el personal del hotel está preparando alguna clase de fiesta.

—Sí —dije.

—¿Os gustaría asistir?

—Sí —me obligué a sonreír—. Evra y yo estamos comprando regalos. Iremos a cenar con el resto de los invitados y comeremos pasteles y pavo relleno. Usted también puede venir, si quiere. —Intenté sonar deseoso de que nos acompañara.

Él sonrió y sacudió la cabeza.

—A mí no me van esas cosas —dijo.

—Como quiera —contesté.

Tan pronto como salió, fui tras él. Me condujo directamente al matadero, lo cual me sorprendió. Quizá no estaba interesado en el hombre gordo: tal vez hubiera le hubiera echado el ojo a algo (o a alguien) más.

Lo comenté con Evra por el móvil.

—Es extraño —admitió—. Quizá quiera cogerlo cuando esté entrando o saliendo del trabajo.

—Quizá —dije, inseguro. Había algo raro en todo aquello. El vampiro no se estaba comportando como yo esperaba.

Evra se quedó donde estaba, para seguir al hombre gordo. Elegí un lugar seguro para esconderme, próximo a una cálida chimenea que mantenía el frío a raya. Mi perspectiva del matadero no era tan buena como la última noche, pero veía claramente a Mr. Crepsley, que era lo importante.

El hombre gordo llegó a la hora prevista, con Evra inmediatamente detrás de él. Me asomé al borde del tejado cuando los vi, listo para saltar e intervenir si Mr. Crepsley actuaba. Pero el vampiro permaneció inmóvil.

Y así transcurrió la noche. Mr. Crepsley se sentó en su cornisa; Evra y yo nos agazapamos en la nuestra; los empleados del matadero salieron y se marcharon. A las tres de la mañana, el hombre gordo volvió a salir y se fue a casa.

Una vez más Mr. Crepsley lo siguió, y una vez más nosotros seguimos a Mr. Crepsley. En esta ocasión, el vampiro no subió hasta el rellano, pero fue el único cambio en su rutina.

La siguiente noche ocurrió exactamente lo mismo.

—¿Qué hace? —preguntó Evra. Estaba aterido de frío y se quejaba de calambres en las piernas. Le había dicho que podía marcharse, pero estaba decidido a aguantar.

—No lo sé —dije—. Quizá esté esperando a que sea el momento propicio para actuar. Tal vez la Luna deba estar en una determinada posición o algo así.

—Creía que los hombres-lobo eran los únicos monstruos a los que afectaba la Luna —dijo Evra, medio en broma.

—Yo también lo creía —dije—. Pero no estoy seguro. Hay muchas cosas que Mr. Crepsley aún no me ha contado sobre los vampiros completos. Se podría escribir un libro con todas las cosas que aún no sé.

—¿Qué haremos si ataca? —inquirió Evra—. ¿Piensas que tenemos alguna oportunidad contra él si peleamos?

—No sería una pelea justa —dije—. Pero en una sucia... —Extraje un largo y oxidado cuchillo de carnicero, dejando que los ojos de Evra se fijaran bien en él, y volví a ocultarlo bajo mi camisa.

—¿De dónde lo has sacado? —boqueó Evra.

—Estuve explorando el matadero durante el día, para conocer el lugar, y encontré este cuchillo tirado en la basura. Aunque supongo que está demasiado oxidado para resultar útil.

—¿Y eso es lo que vas a utilizar? —preguntó Evra con voz queda.

Asentí.

—Le cortaré la garganta —susurré—. Esperaré a que ataque, y entonces... —Apreté las mandíbulas.

—¿Crees que podrás hacerlo? Él es muy rápido. Si fallas a la primera oportunidad, probablemente no tendrás una segunda.

—No se lo esperará —dije—. Podré hacerlo. —Encaré a Evra—. Sé que quedamos en que haríamos esto juntos, pero quiero encargarme de él yo solo cuando llegue el momento.

—¡De ningún modo! —siseó Evra.

—Tengo que hacerlo —dije—. Tú no puedes moverte tan rápido ni tan sigilosamente como yo. Si me acompañas, serás un estorbo. Además —añadí—, si las cosas se ponen feas y yo caigo, aún quedarás tú para acabar con él. Espera a que se haga de día y mátale mientras duerme.

—Quizá eso sea lo mejor —dijo Evra—. Quizá
los dos
deberíamos esperar. La principal razón de que estemos aquí es confirmar que él es el asesino. Si lo es, y conseguimos una prueba, ¿por qué no esperamos y...?

—No —dije suavemente— No dejaré que mate a ese hombre.

—No sabes nada sobre él —dijo Evra—. Recuerda lo que te dije: aquellas seis personas podrían haber muerto por malvadas. Tal vez este tipo esté podrido.

—No me importa —dije con obstinación—. Sólo acepté permanecer con Mr. Crepsley porque me convenció de que no era malo, y que no mataba a la gente. Si es un asesino, yo también seré culpable, por haberle creído y ayudado hasta ahora. No pude hacer nada para impedir las seis primeras muertes... pero si puedo evitar la séptima, lo haré.

—Está bien —suspiró Evra—. Hazlo a tu modo.

—¿No te interpondrás?

—No —prometió.

—¿Ni siquiera si me meto en problemas y te parece que necesito ayuda?

Vaciló antes de asentir.

—Vale. Ni siquiera entonces.

—Eres un buen amigo, Evra —dije, tomándole las manos.

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