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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (53 page)

BOOK: El circo de los extraños
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—Estaba pensando... —dije rápidamente—. Tendría que abandonar la ciudad después de esto, ¿verdad?

—¿
Abandonarla
? —bramó Murlough—. ¿Abandonar mis preciosos túneles? ¡Nunca! Adoro este lugar. ¿Sabes cómo me siento aquí abajo? Como si estuviera dentro del mismo cuerpo de la ciudad. Los túneles son sus venas. Esta caverna, su corazón, donde circula la sangre de la ciudad, entrando y saliendo. —Sonrió, y por una vez, su expresión no era malvada—. ¿Puedes imaginártelo? —dijo suavemente—. Vivir dentro de un cuerpo, errando por sus venas... los túneles de sangre... tan libremente como quieras.

—Sin embargo —dije sin rodeos—,
tendrá
que abandonarla.

—¿A qué viene todo esto? —inquirió bruscamente, pinchándome con el cuchillo—. Estás empezando a molestarme.

—Sólo intento ser práctico —dije—. No puede quedarse aquí. Mr. Crepsley sabe dónde está, y volverá.

—¿Ese cobarde? Lo dudo. Estará demasiado...

—Volverá con
ayuda
—le interrumpí—. Con otros vampiros.

Murlough se echo a reír.

—¿Te refieres a los Generales Vampiros?

—Sí —contesté.

—¡Tonterías! No pueden perseguirme. Existe un pacto entre nosotros. No pueden intervenir. Y Crepsley no es un General, ¿verdad?

—No —repuse—. No lo es.

—¡Pues ahí lo tienes! —exclamó Murlough triunfalmente—. No podría perseguirme si lo fuera. Así son las reglas y las leyes y nuestro modo de vida, y se aplican tanto a los vampiros como a los vampanezes.

—De todos modos, los Generales
vendrán
—insistí tranquilamente—. Antes no podían, pero ahora, sí. Quizá vengan esta noche. Mañana, seguro. Quizá es lo que Mr. Crepsley planeaba desde hace tiempo.

—¿De qué estás hablando? —ahora Murlough parecía inquieto.

—Usted dijo algo interesante hace un momento —dije—. Le sorprendía que Mr. Crepsley hubiera bajado aquí conmigo. No le di importancia antes, pero ahora que lo pienso, estoy de acuerdo con usted:
es
extraño. Creí que quería ayudarme a encontrar a Evra, pero ahora...

—¿
Qué
? —chilló Murlough impaciente—. ¡Dime lo que estás pensando! ¡Suéltalo o...! —Los cuchillos se alzaron amenazadoramente.

—El pacto entre vampiros y vampanezes —me apresuré a decir—. Ninguno de los dos bandos puede interferir en los asuntos del otro, ¿verdad?

—Verdad —convino Murlough.


Excepto
para defenderse o vengarse entre ellos.

Murlough asintió.

—Así es.

Sonreí débilmente.

—¿No lo ve?
Yo
soy un semi-vampiro. Si
me
mata, los Generales tendrán la excusa para perseguirle. Mr. Crepsley debió haber planeado esto hace tiempo. —Inspiré profundamente y mire a Murlough a los ojos—. Él
dejó
que usted me encontrara.
Quería
que usted me cogiera.
Pretendía
que me matara.

Murlough abrió mucho los ojos.

—No —resolló—. Él no haría eso.

—Él es un vampiro —dije—. Por supuesto que lo haría. Ésta es su ciudad. Yo sólo soy su asistente. ¿Qué sacrificaría
usted
en su lugar?

—Pero... pero... —El vampanez se arañó el rostro nerviosamente—. ¡No fui yo quien atacó primero! —gritó—. ¡
Vosotros
vinisteis a por

!

Meneé la cabeza.


Mr
.
Crepsley
vino a por usted. Yo soy inocente. No represento ninguna amenaza. Si me mata, tendrá que responder por ello. Los Generales caerán sobre usted, y los vampanezes no darán ni un paso para defenderle.

Murlough meditó en mis palabras, en silencio, y luego empezó a dar saltos barbotando furiosamente. Le dejé rabiar unos instantes, y después le dije:

—Aún no es demasiado tarde. Déjeme ir. Deje ir a Evra también. Y luego huya de la ciudad. Así no podrán tocarle.

—Pero yo amo estos túneles —gimió Murlough.

—¿Tanto como para morir por ellos? —pregunté.

Sus ojos se estrecharon

—Eres muy listo, ¿sabes? —gruñó.

—No tanto —dije—. Si lo fuera, no habría bajado aquí. Pero reconozco lo evidente cuando lo tengo delante. Máteme, Murlough, y firmará su sentencia de muerte.

Hundió los hombres, y comprendí que estaba a salvo. Ahora sólo tenía que preocuparme por Evra...


Culebrilla
—dijo Murlough amenazadoramente—. Él no es un vampiro. Nada puede impedir que
le
mate, ¿hmmm?

—¡No! —grité—. ¡Si le hace daño a Evra, yo mismo iré en busca de los Generales y les diré...!

—¿
Qué
les dirás? —me interrumpió Murlough—. ¿Crees que les importaría? ¿Crees que se arriesgarían a provocar una guerra para salvar a un reptil? —Se echó a reír—. Al joven Murlough le apetece matar. Quizá no pueda tener al semi-vampirito, pero no va a renunciar a
Culebrilla
. Mira, Darren Shan. Mira cómo le abro al niño-serpiente una boca nueva... ¡
en el estómago
!

Agarró las cuerdas que ataban a Evra y lo acercó hacia él con la mano izquierda. Con la derecha, levantó uno de los cuchillos y se dispuso a realizar el primer tajo.

—¡Espere! —chillé—. ¡No lo haga! ¡No lo haga!

—¿Y por qué no debería hacerlo? —se mofó Murlough.

—¡Tomaré su lugar! —grité—. ¡Yo por Evra!

—No es buena idea —dijo Murlough—. Eres un semi-vampiro. No hay trato.

—¡Le daré a alguien más! ¡Alguien mucho mejor!

—¿A quién? —rió Murlough—. ¿A quién podrías darme, Darren Shan?

—Le daré... —Tragué saliva con dificultad, cerré los ojos y susurré unas terribles palabras.

—¿Qué has dicho? —inquirió Murlough, haciendo una pausa suspicazmente—. Habla más alto, que no te he escuchado...

—He dicho... —Me pasé la lengua por los labios y me obligué a pronunciar nuevamente aquellas palabras, esta vez en voz alta—. He dicho que le daré a mi novia. Si suelta a Evra, le entregaré...
a Debbie
.

CAPÍTULO 23

Un pasmado silencio acogió mi obscena oferta. Evra fue el primero en romperlo.

—¡No! —gritó—. ¡No lo hagas! ¡No puedes!

—Debbie por Evra —dije, ignorando las súplicas de Evra—. ¿Qué le parece?

—¿Debbie? —Murlough se rascó despacio la mejilla. Tardó unos segundos en comprender a quién me refería. Entonces se acordó y sonrió—. ¡Ah! ¡
Debbie
! La apetitosa novia de Darren Shan. —Sus ojos centellearon al pensar en ella.

—Ella le será más útil que Evra —dije—. Puede beber su sangre. Usted dijo que deseaba hacerlo. Dijo que debía tener una sangre deliciosa.

—Sí —admitió Murlough—. Salada. Jugosa. —Se alejó un paso de Evra—. Pero ¿por qué tendría que escoger? —meditó en voz alta—. Puedo matar al niño-serpiente ahora, y beber de Debbie después. No será difícil encontrarla. Puedo vigilar la plaza mañana, ver dónde vive, y en cuanto caiga la noche... —Esbozó una gran sonrisa.

—No tiene tiempo —dije—. Debe abandonar la ciudad esta misma noche. No puede esperar.

—¿Aún sigues con eso? —resopló Murlough—. Si te dejo ir... como me has convencido de que haga... no tendría que marcharme.

—Sí que tiene —le contradije—. Los vampiros aún no saben que sigo vivo. Los Generales bajarán directamente a los túneles cuando lleguen. Al final darán conmigo, pero si le matan antes...

—¡No se atreverán! —chilló Murlough—. ¡Eso provocaría una guerra!

—Pero ellos no lo sabrían. Pensarán que están en su derecho. Su error les costará caro, pero para usted eso ya no será ningún consuelo. Tiene que marcharse cuanto antes. Podrá regresar en un par de semanas, pero si se queda aquí ahora, será fatal.

—El joven Murlough no quiere irse —dijo el vampanez, haciendo pucheros—. Me gusta estar aquí. No quiero irme. Pero tienes razón —suspiró—. Debería marcharme, al menos por unas cuantas noches. Encontrar algún sótano oscuro y abandonado. O un agujero alto. Ocultarme.

—Por eso Debbie le vendría mejor que Evra —le presioné—. Debe estar hambriento. Querrá alimentarse antes de irse, ¿verdad?

—Oh, sí —afirmó Murlough, frotándose el hinchado estómago.

—Pero salir a alimentarse sin planificarlo es peligroso. Los vampiros suelen hacerlo, pero los vampanezes no, ¿me equivoco?

—No —dijo Murlough—. Nosotros somos más inteligentes que los vampiros. Pensamos con la cabeza. Trazamos planes. Marcamos nuestra comida con antelación.

—Pero ahora no puede hacerlo —le recordé—. Necesita un bocado rápido para mantener las fuerzas mientras esté fuera. Y
yo
puedo proporcionárselo. Si acepta mis condiciones, le conduciré hasta Debbie. Puedo hacerle entrar y salir sin que nadie lo advierta.

—¡Darren! ¡Basta! —rugió Evra—. ¡No quiero que hagas esto! ¡No puedes...!

Murlough le propinó un fuerte puñetazo a Evra en el estómago, haciéndole callar.

—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti? —siseó el vampanez—. ¿Cómo sé que no pretendes engañarme?

—¿Cómo podría hacerlo? —repliqué—. Lléveme con las manos atadas a la espalda, y un cuchillo en mi garganta. Deje a Evra aquí... Volveré a por él después, cuando usted se haya alimentado y se haya ido. Si intento algo, los dos estaríamos perdidos. No soy estúpido. Sé lo que hay en juego.

Murlough canturreó algo sin sentido mientras se lo pensaba.

—No puedes hacer esto —gimió Evra.

—Es la única forma —respondí, con voz queda.

—No quiero intercambiar la vida de Debbie por la mía —dijo—. Preferiría morir.

—Veremos si mañana sigues pensando de ese modo —gruñí.

—¿Cómo puedes hacer algo así? —me preguntó—. ¿Cómo puedes entregársela como si fuera un... un...?

—Una
humana
—dije secamente.

—Iba a decir
animal
.

Sonreí levemente.

—Para un vampiro son lo mismo. Tú eres mi mejor amigo, Evra. Debbie es sólo una humana de la que me encapriché.

Evra sacudió la cabeza.

—No te reconozco —dijo tristemente, y apartó la mirada de mí.

—De acuerdo —decidió Murlough. Apartó los cuchillos y luego los acercó de nuevo. Hice una mueca de dolor, pero sólo cortó la cuerda que me sujetaba los tobillos. Caí al suelo como un fardo—. Lo haremos a tu modo —declaró el vampanez—. Pero como te pases de la raya...

—No lo haré —dije, levantándome—. Ahora... ¿me dará su palabra?

—¿Qué?

—Aún no me la ha dado. No me iré sin que lo haga.

El vampanez sonrió abiertamente.

—Un chico listo —gorjeó—. De acuerdo. Te doy mi palabra... La chica por
Culebrilla
. Debbie por Evra. ¿Te basta con eso?

Meneé la cabeza.

—Diga que me dejará ir cuando acabe con Debbie. Diga que no me detendrá cuando vaya a liberar a Evra. Diga que no intentará hacernos daño después.

Murlough lanzó una carcajada.

—Oh, eres realmente listo. Casi tanto como el joven Murlough. Muy bien. Te dejaré ir. No intentaré detenerte cuando te vayas, ni os haré daño una vez que estéis libres. —Levantó un dedo—. Pero si regresáis a esta ciudad o volvéis a cruzaros en mi camino en el futuro, os mataré. Esto es una tregua temporal, no un acuerdo a largo plazo. ¿Entendido?

—Entendido.

—Muy bien. ¿Nos vamos?

—¿No va a aflojarme un poco estas cuerdas? —pregunté—. Así apenas puedo andar.


Apenas
es suficiente —rió Murlough—. No pienso tentar a la suerte contigo. Tengo la sensación de que no desaprovecharías la oportunidad de jugarme una mala pasada. —Me dio un violento empellón en la espalda. Di un traspiés, recuperé el equilibrio y empecé a andar.

Lancé una mirada a Evra por encima del hombro.

—No tardaré —dije—. Volveré antes del amanecer, y regresaremos juntos a casa, al Cirque Du Freak, ¿vale?

No respondió. Se negó a mirarme.

Suspirando, me di la vuelta y salí de la guarida, con Murlough guiándome a través de los túneles, canturreando espantosas cancioncillas mientras brincaba detrás de mí y me explicaba lo que haría en cuanto hubiera puesto sus asquerosas manos en Debbie.

CAPÍTULO 24

Atravesamos los túneles rápidamente. Murlough hacía marcas en las paredes mientras andábamos, rayándolas con las uñas. Él no quería, pero le dije que no habría trato si no lo hacía. De este modo, luego yo sólo tendría que seguir las marcas cuando regresara. Era mucho más sencillo que intentar recordar cada giro del camino.

Murlough tenía que llevarme a cuestas cada vez que teníamos que reptar o trepar. Detestaba estar tan cerca de él (su aliento apestaba a sangre humana), pero tenía que aguantarme. Él no estaba dispuesto a desatarme bajo ninguna circunstancia.

Salimos de los túneles por una alcantarilla cercana a la plaza. Murlough me levantó y acto seguido me empujó violentamente contra el suelo cuando un coche pasó a escasa distancia de nosotros.

—Hay que tener cuidado —siseó—. La policía está por todas partes desde que encontraron los cuerpos. Eso es lo más molesto. En el futuro, enterraré mejor los huesos.

Se sacudió el polvo de su traje blanco al ponerse en pie, pero no se molestó en hacer lo mismo conmigo.

—Tengo que conseguir ropa nueva cuando vuelva —dijo—. Qué contrariedad no poder visitar al mismo sastre dos veces, ¿hmmm?

—¿Por qué no? —pregunté.

Me miró alzando una ceja.

—¿Te parece que mi rostro es de los que puedan olvidarse enseguida? —inquirió, señalando su piel púrpura y sus rasgos rojos—. Nadie lo haría. Por eso tengo que matar a cada sastre una vez que ha terminado con los trajes que le encargo. Si pudiera, robaría ropa de las tiendas, pero tengo una constitución poco común. —Se dio una palmadita en el abultado estómago y soltó una risita estúpida—. Vamos —dijo—. Guíame. Ve por los callejones. Así habrá menos posibilidades de que nos vean.

Las calles estaban bastante desiertas (la víspera de Navidad ya había pasado, y pretender caminar sobre la nieve que se fundía era una empresa resbaladiza), así que no encontramos a nadie. Caminamos penosamente por la nieve derretida, Murlough empujándome contra el suelo cada vez que pasaba un coche. Ya me estaba hartando de eso (incapaz de evitar la caída con mis manos, mi rostro se llevaba la peor parte del golpe), pero él se limitaba a reírse cuando me oía quejarme.

—Esto te hará más duro, ¿hmmm? —dijo—. Te moldeará los músculos.

Finalmente localizamos la casa de Debbie. Murlough se detuvo en la oscuridad ante la puerta trasera y miró nerviosamente alrededor. Las casas circundantes estaban a oscuras, pero aún dudaba. Por un momento pensé que se echaría atrás.

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