Read El circo de los extraños Online

Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (24 page)

BOOK: El circo de los extraños
8.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Michael se agachó para examinar las piernas de Danny. Cuando levantó la cabeza, había una mirada horrorizada en sus ojos.

—¡Le has roto las piernas! —exclamó con voz ahogada.

—¡No quería hacerlo! —grité—. Él me dio en... —Señalé ese sitio debajo de mi cintura.

—¡Le has roto las piernas! —gritó Michael, y se alejó de mí. Todos se alejaron con él.

Me tenían
miedo
.

Respirando agitadamente, dejé caer el bastón y me fui, consciente de que las cosas podrían ponerse peores si me quedaba esperando que llegaran los adultos. Ninguno trató de detenerme. Estaban demasiado asustados. Sentían pánico hacia mí... Darren Shan... un
monstruo
.

CAPÍTULO 6

Ya había anochecido cuando regresé. Mr. Crepsley estaba despierto. Le dije que deberíamos dejar la ciudad cuanto antes, pero sin contarle por qué. Me miró a la cara, asintió, y empezó a recoger nuestras cosas.

Apenas hablamos aquella noche. Yo no hacía más que pensar que ser un semi-vampiro era una mierda. Mr. Crepsley parecía algo preocupado por mí, pero no me dio la lata con preguntas. No era la primera vez que me ponía hosco. Se estaba acostumbrando a mis cambios de humor.

Encontramos una iglesia abandonada para pasar la noche. Mr. Crepsley se acostó en un banco, mientras yo me improvisaba una cama apilando musgo y hierbas en el suelo.

Me desperté temprano y pasé el día explorando la iglesia y el pequeño cementerio de afuera. Las lápidas eran viejas y muchas estaban partidas o cubiertas de hierbajos. Dediqué algunas horas a limpiar las que pude, arrancando hierbas y lavando la piedra con agua que traje de un arroyo cercano. Eso apartaba mi pensamiento del partido de jockey.

Una familia de conejos vivía en una madriguera cercana. Según avanzaba el día, se acercaban cada vez más a ver qué hacía. Eran unas criaturitas curiosas, especialmente los más pequeños. En un momento dado, fingí quedarme dormido y un par de ellos se acercaron más y más, hasta llegar a escasa distancia de mí.

Cuando estuvieron todo lo cerca que se atrevían, me levanté de un salto y grité “¡Bu!”, y salieron disparados como centellas. Uno cayó de cabeza y rodó hasta la entrada de la madriguera.

Aquello me levantó mucho el ánimo.

Por la tarde encontré una tienda y compré carne y verduras. Al volver hice una fogata detrás de la iglesia, y cogí la bolsa de las cazuelas y las sartenes de debajo del banco de Mr. Crepsley. Rebusqué entre los cacharros hasta encontrar lo que necesitaba, una cazuela pequeñita. La coloqué al revés con cuidado en el suelo, y presioné el bultito de metal que tenía encima.

La cazuelita se expandió de golpe, al desplegarse las fracciones en las que estaba doblada. En cinco segundos se había convertido en una cazuela de tamaño normal, que llené de agua y puse al fuego.

Todas las cazuelas y sartenes que había en la bolsa eran así. Mr. Crepsley las había obtenido de una mujer llamada Evanna hacía mucho tiempo. Pesaban lo mismo que cualquier utensilio de cocina ordinario, pero podían plegarse para disminuir de tamaño, y así era más sencillo transportarlas.

Preparé un estofado como Mr. Crepsley me había enseñado. Él pensaba que todo el mundo debería saber cocinar.

Cogí los trocitos sobrantes de las zanahorias y la col y los eché a la madriguera de los conejos.

Mr. Crepsley al encontrarse con la cena (o más bien el desayuno, para él) esperándole cuando despertó. Olisqueó el humo que subía de la burbujeante cazuela y se relamió.

—Podría acostumbrarme a esto —sonrió, y luego bostezó, desperezándose, y se pasó una mano por el corto mechón naranja de su cabeza. Se rascó la larga cicatriz que recorría el lado izquierdo de su rostro. Tenía esa costumbre.

Siempre había querido preguntarle cómo se hizo aquella cicatriz, pero nunca lo hice. Una noche, cuando tuviera valor, lo haría.

No había mesas, así que comimos sobre el regazo. Saqué dos platos plegables de la bolsa, los extendí, y cogí cuchillos y tenedores. Serví la comida y empezamos a comer.

Cerca del final, Mr. Crepsley se limpió la boca con una servilleta blanca y carraspeó torpemente.

—El estofado estaba delicioso —me felicitó.

—Gracias —respondí.

—Yo... hum... verás... —Suspiró—. Nunca se me han dado bien las sutilezas —dijo—, así que iré al grano y te lo preguntaré: ¿qué ocurrió ayer? ¿Por qué estabas tan nervioso?

Clavé los ojos en mi plato casi vacío, sin estar seguro de querer responderle. Entonces, de repente, le solté de golpe toda la historia. Apenas tomé aliento desde el principio hasta el final.

Mr. Crepsley me escuchó atentamente. Cuando acabé, meditó en ello durante un minuto o dos antes de hablar.

—Es algo a lo que deberás acostumbrarte —dijo—. Es un hecho natural que seamos más fuertes, más rápidos y más resistentes que los humanos. Si juegas con ellos, saldrán heridos.

—Yo no pretendía hacerle daño —dije—. Fue un accidente.

Mr. Crepsley se encogió de hombros.

—Escucha, Darren, no hay manera de que puedas evitar que vuelva a ocurrir algo así, si te relacionas con los humanos. No importa cuánto desees ser normal, porque no lo eres. Siempre habrá accidentes esperando producirse.

—Me está diciendo que ya no puedo tener amigos, ¿verdad? —afirmé tristemente—. Ya me lo imaginaba. Por eso estaba tan triste. Me estaba acostumbrando a la idea de que nunca regresaré a mi hogar ni veré a mis viejos amigos, pero fue ayer cuando comprendí que tampoco podría tener otros nuevos. Estoy ligado a
usted
. No puedo tener ningún otro amigo, ¿verdad?

Él se frotó la cicatriz y frunció los labios.

—Eso no es cierto —dijo—. Claro que puedes tener amigos. Sólo debes tener cuidado. Tú...

—¡Eso no es suficiente! —grité—. Usted mismo lo ha dicho; siempre habrá accidentes esperando producirse. Incluso estrechar manos resulta peligroso. ¡Podría cortarles las muñecas con mis uñas!

Meneé la cabeza lentamente.

—No —dije con firmeza—. No quiero poner en peligro la vida de nadie. Soy demasiado peligroso tener amigos. Además, no conseguiría tener un verdadero amigo.

—¿Por qué no? —preguntó él.

—Porque entre amigos verdaderos no hay secretos. Nunca podría confesarle a un humano que soy un vampiro. Siempre tendré que mentir y fingir que soy alguien que no soy. Siempre tendría miedo de que descubriera lo que soy y me odiara.

—Ése es un problema que compartimos todos los vampiros —dijo Mr. Crepsley.

—¡Pero todos los vampiros no son niños! —grité—. ¿Qué edad tenía usted cuando fue transformado? ¿Era un hombre? —Él asintió—. Los amigos no son tan importantes para los adultos. Mi padre me dijo que cuando uno crece se acostumbra a no tener tantos amigos. Los adultos tienen su trabajo y sus aficiones y otras cosas que les mantienen ocupados. Pero mis amigos eran lo más importante para mí, aparte de mi familia. Bien, usted me apartó de mi familia cuando me dio su asquerosa sangre. Y ahora me ha arruinado cualquier oportunidad de volver a tener un verdadero amigo. Muchas gracias —dije, lleno de furia—. Muchas gracias por convertirme en un monstruo y destrozarme la vida.

Me sentía al borde de las lágrimas, pero no quería llorar, no delante de él. Ensarté el último trozo de carne de mi plato con el tenedor y me lo metí en la boca, masticándolo ferozmente.

Mr. Crepsley se había quedado callado después de mi explosión. No sabría decir si se sentía furioso o apenado. Por un momento pensé que había ido demasiado lejos. ¿Y si se daba media vuelta y decía “Si eso es lo que sientes, sigue tu camino”? ¿Qué haría yo entonces?

Empecé a pensar en disculparme cuando habló con voz suave y sus palabras me sorprendieron.

—Lo lamento —dijo—. No debería haberte dado mi sangre. Fue un estúpido capricho. Eres demasiado joven. Hace mucho que dejé de ser un niño, y he olvidado lo que eso significa. Nunca pensé en tus amigos, ni en lo mucho que los extrañarías. Fue un error darte mi sangre. Un terrible error. Yo...

Se sumió en el silencio. Parecía tan miserable, que casi sentí pena por él. Entonces recordé lo que me había hecho, y volví a odiarle. Y luego vi un brillo húmedo en el rabillo de sus ojos que podría haber sido de lágrimas, y otra vez sentí pena.

Me sentía realmente confuso.

—Bien, ya no sirve de nada lamentarse por ello —dijo finalmente—. No podemos dar marcha atrás. Lo hecho, hecho está, ¿verdad?

—Sí —suspiré—. Si pudiera, le devolvería este horrible regalo. Pero no es posible. Ser vampiro es para siempre. Una vez que te transformas, ya no lo puedes cambiar.

—Aún así —dijo él, reflexionando—, no es tan malo como piensas. Tal vez... —Sus ojos se estrecharon, pensativos.

—¿Tal vez, qué? —pregunté.


Podemos
encontrar amigos para ti —dijo—. No tienes que estar pegado a mí todo el tiempo.

—No comprendo —dije, frunciendo el ceño—. ¿No estábamos de acuerdo en que no es seguro que me relacione con humanos?

—No estoy hablando de humanos —dijo, comenzando a sonreír—. Te hablo de gente con poderes especiales. Gente como nosotros. Gente a la que podrás confiarle tus secretos...

Se inclinó hacia mí, tomando mis manos.

—Darren —dijo—, ¿qué te parecería regresar y convertirte en miembro del Cirque Du Freak?

CAPÍTULO 7

Cuanto más discutíamos la idea, más me gustaba. Mr. Crepsley decía que los artistas del Cirque sabrían lo que yo era y me aceptarían como uno de los suyos. El elenco del espectáculo cambiaba constantemente y casi siempre había alguien que rondaba mi edad. Podría pasar mi tiempo con ellos.

—¿Y si no me gusta estar allí? —pregunté.

—Entonces nos iremos —dijo—. Me lo pasé bien viajando con el Cirque, pero no es que me volviera loco. Si te gusta, nos quedaremos. Si no, volveremos a la carretera.

—¿No les importará que vaya con ellos? —pregunté.

—Tendrás que trabajar —respondió—. Mr. Tall (N. de la T: Tall significa “Alto”, aludiendo a la estatura del personaje) insiste en que todo el mundo debe hacer algo. Tendrás que ayudar a colocar las sillas y las luces, vender recuerdos, limpiar después del espectáculo, o cocinar. Estarás bastante ocupado, pero no te explotarán. Tendremos tiempo de sobra para nuestras lecciones.

Decidimos intentarlo. Al menos dormiríamos en una verdadera cama cada noche. Tenía la espalda entumecida de dormir en el suelo.

Mr. Crepsley tenía que saber dónde se encontraba el espectáculo antes de unirnos a él. Le pregunté cómo iba a hacer eso. Me explicó que podía entrar en contacto con los pensamientos de Mr. Tall.

—¿Quiere decir que es telépata? —pregunté, recordando cómo llamaba Steve a la gente que podía comunicarse entre sí utilizando sólo la mente.

—Algo así —dijo Mr. Crepsley—. No podemos hablarnos con el pensamiento pero puedo captar su...
aura
, por decirlo de algún modo. Una vez que la haya localizado, no será un problema seguir su rastro.

—¿Yo podría localizar su aura? —quise saber.

—No —dijo Mr. Crepsley—. La mayoría de los vampiros (y algunos humanos especialmente dotados) pueden hacerlo, pero los semi-vampiros no.

Se sentó en medio de la iglesia y cerró los ojos. Se quedó quieto durante un minuto. Entonces sus párpados se abrieron y se levantó.

—Lo encontré —dijo.

—¿Tan pronto? —pregunté—. Pensaba que le llevaría más tiempo.

—He buscado su aura muchas veces —explicó Mr. Crepsley—. Sé lo que buscar. Dar con él es tan fácil como encontrar una aguja en un pajar.

—¿No se supone que eso es difícil?

—No para un vampiro —dijo.

Mientras recogíamos nuestras cosas, me encontré contemplando fijamente la iglesia. Algo me había estado preocupando, pero no estaba seguro de si debería mencionárselo a Mr. Crepsley.

—Venga, suéltalo —dijo, sorprendiéndome—. Pregunta lo que sea que se te esté pasando por la cabeza.

—¿Cómo sabía que quería preguntarle algo? —inquirí, anonadado.

Él se echó a reír.

—No hace falta ser un vampiro para saber que los niños son curiosos. Hace tiempo que te mueres por preguntármelo. ¿Qué es?

Respiré profundamente.

—¿Usted cree en Dios? —pregunté.

Mr. Crepsley me miró de un modo extraño, y entonces asintió con la cabeza lentamente.

—Creo en los dioses de los vampiros.

Fruncí el ceño.

—¿Los vampiros tienen dioses?

—Por supuesto —respondió—. Cada cultura tiene sus dioses: hay dioses egipcios, dioses hindúes, dioses chinos... Los vampiros no somos diferentes.

—¿Y cree en el Cielo? —pregunté.

—Creemos en el Paraíso. Está más allá de las estrellas. Cuando morimos, si hemos llevado una buena vida, nuestros espíritus se elevan libros de la tierra, cruzan estrellas y galaxias, y por último llegan a un lugar maravilloso que se encuentra al otro lado del universo: el Paraíso.

—¿Y los que no han llevado una buena vida?

—Se quedan aquí —dijo—. Permanecen atados a la tierra como fantasmas, condenados a vagar por la superficie de este mundo para siempre.

Pensé en ello.

—¿Qué es una ‘buena vida’ para un vampiro? —pregunté—. ¿Cómo se logra ir al Paraíso?

—Viviendo justamente —dijo—. No matando a menos que sea necesario. No haciendo daño a la gente. No echando a perder el mundo.

—¿Pero beber sangre no es malvado? —pregunté.

—No a menos que mates a la persona de la que estás bebiendo —dijo Mr. Crepsley—. Y a veces, incluso eso puede ser bueno.

—¿Matar a alguien puede ser
bueno
? —exclamé, asombrado.

Mr. Crepsley asintió, muy serio.

—Las personas tienen alma, Darren. Cuando mueren, sus almas van al Cielo o al Paraíso. Pero es posible conservar aquí una parte de ellas. Cuando bebemos sangre en pequeñas cantidades, no nos apoderamos de la esencia de la persona. Pero si bebemos mucha, una parte de ella seguirá viviendo en nosotros.

—¿Cómo? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Al desangrar a una persona, absorbemos parte de sus recuerdos y sus sentimientos —respondió—. Pasan a formar parte de nosotros, y podemos ver el mundo de la manera en que esa persona lo hacía, y recordar cosas que de otro modo habrían quedado en el olvido.

—¿Cómo cuáles?

Meditó un instante.

—Uno de mis más queridos amigos se llama Paris Skyle —dijo—. Es muy viejo. Hace varios siglos, fue amigo de William Shakespeare.

BOOK: El circo de los extraños
8.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Blaze of Glory by Mandy M. Roth, Rory Michaels
Berlin Stories by Robert Walser
Zero Tolerance by Claudia Mills
Alien Blues by Lynn Hightower
Scythe Does Matter by Gina X. Grant
The War with Grandpa by Robert Kimmel Smith
Coffee Scoop by Kathleen Y'Barbo