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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (54 page)

BOOK: El circo de los extraños
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—¿Asustado? —inquirí suavemente.

—¡El joven Murlough no le tiene miedo a nada! —masculló de inmediato.

—Entonces, ¿a qué espera?

—Pareces muy ansioso de llevarme hasta tu novia —objetó con suspicacia.

Me encogí de hombros tanto como me lo permitieron las cuerdas.

—Cuanto más espere, peor voy a sentirme —dije—. Sé lo que estoy haciendo. No me gusta, y me sentiré fatal después, pero todo lo que quiero ahora es acabar de una vez, para ir en busca de Evra y encontrar algún lugar cálido donde tumbarme y descansar. Tengo los pies como bloques de hielo.

—Pobre semi-vampirito —dijo Murlough, riendo tontamente, y luego se sirvió de una de sus afiladas uñas de vampanez para trazar un círculo en el cristal de la ventana de la puerta trasera. Metió la mano, abrió la puerta y me hizo pasar de un empujón.

Escuchó en silencio los sonidos de la casa.

—¿Cuántas personas viven aquí? —preguntó.

—Tres —dijo—. Debbie y sus padres.

—¿Ni hermanos ni hermanas? —negué con la cabeza—. ¿Ningún invitado?

—Sólo ellos tres —repetí.

—Podría morder a alguno de los padres cuando haya acabado con la chica —murmuró.

—¡Eso no forma parte del trato! —siseé.

—¿Y qué? Nunca dije que no los tocaría. Dudo que tenga hambre más tarde, pero quizá podría volver otra noche, y cogerlos de uno en uno. Pensarán que su familia está maldita. —Otra risita tonta.

—Es usted repugnante —gruñí.

—Dices eso sólo porque te gusto —rió entre dientes—. Vamos —dijo, concentrándose en asuntos más serios —. Por las escaleras. Primero, a la habitación de los padres. Quiero asegurarme de que están dormidos.

—Pues claro que lo están —dije—. Estamos en plena noche. Los habría oído si estuvieran despiertos.

—No los quiero paseándose a mis espaldas —respondió.

—Mire —suspiré—, si quiere comprobar que Jesse y Donna están dormidos, de acuerdo, le llevaré hasta ellos. Pero es perder el tiempo. ¿No sería mejor entrar y salir tan pronto como sea posible?

El vampanez se lo pensó.

—Muy bien —dijo—. Pero si se despiertan de repente, el joven Murlough los matará, sí, lo hará, y será por
tu
culpa.

—Me parece razonable —dije, y empecé a subir las escaleras.

El recorrido se hizo largo y tenso. Estando atado, no podía moverme tan silenciosamente como de costumbre. Cada vez que un paso hacía crujir el suelo, hacía una mueca y me detenía. Murlough también estaba tenso: movía nerviosamente las manos y contenía la respiración cada vez que yo hacía un ruido y me detenía.

Cuando llegué a la puerta de Debbie, apoyé la cabeza en ella y suspiré tristemente.

—Es ésta.

—Apártate —dijo Murlough con brusquedad, y me empujó a un lado. Se quedó allí, olfateando, y luego sonrió—. Sí —dijo—. Puedo oler su sangre. Apuesto a que tú también, ¿hmmm?

—Sí —dije.

Giró el picaporte y abrió la puerta con cuidado. Dentro estaba oscuro, pero nuestros ojos estaban acostumbrados a la oscuridad aún mayor de los túneles, así que se adaptaron rápidamente.

Murlough miró alrededor, fijándose en armarios y cómodas, en los escasos pósters y muebles, en el desnudo árbol de Navidad cerca de la ventana.

La figura de Debbie se perfilaba bajo la colcha, moviéndose ligeramente, como si tuviera un mal sueño. El olor de su sangre llenaba el aire.

Murlough avanzó, y entonces se acordó de mí. Me ató al picaporte de la puerta, tiró con fuerza para asegurarse de que había hecho un buen nudo, y luego acercó su rostro al mío y sonrió con sarcasmo.

—¿Habías visto antes la muerte, Darren Shan? —preguntó.

—Sí —dije.

—Es maravillosa, ¿verdad?

—No —respondí con franqueza—. Es horrible.

El vampanez suspiró.

—Tú no eres capaz de apreciar su belleza. No importa. Eres joven. Ya aprenderás cuando crezcas. —Atrapó mi barbilla entre un par de dedos púrpura y el pulgar—. Quiero que lo veas —dijo—. Que veas cómo le abro la garganta, y cómo bebo su sangre, y cómo robo su alma y la hago mía.

Intenté apartar la mirada, pero me apretó más fuerte y me obligó a mantenerla.

—Si no miras —dijo—, luego iré derechito a la habitación de sus padres y los mataré a ellos también, ¿entendido?

—Es usted un monstruo —dije ahogadamente.

—¿
Entendido
? —repitió, amenazante.

—Sí —respondí, liberando mi mentón con una sacudida—. Miraré.

—Buen chico —rió entre dientes—. Un chico inteligente. Nunca se sabe... Hasta podría gustarte. Ésta podría ser tu iniciación. Quizá quieras venir conmigo cuando me vaya. ¿Qué te parece, Darren Shan? Imagínate, abandonar a ese viejo vampiro aburrido y convertirte en el asistente del joven Murlough, ¿hmmm?

—Acabe de una vez —dije, sin molestarme en ocultar mi repugnancia.

Murlough cruzó lentamente la habitación, sin hacer ruido. Sacó los dos cuchillos mientras andaba, y los hizo girar como un par de bastones. Empezó a silbar, pero muy bajito, tanto, que sólo un oído extremadamente desarrollado habría podido escucharlo.

Bajo la colcha continuaban aquellos ligeros movimientos.

Observé, con el estómago revuelto, cómo se acercaba a su presa. Y aunque no me hubiera ordenado mirar, no habría podido apartar los ojos. Era una visión atroz, pero fascinante, como contemplar a una araña acercarse a una mosca. Sólo que
esta
araña llevaba cuchillos, devoraba humanos y tenía por tela toda una ciudad.

Se aproximó a la cama desde el lado más cercano a la puerta, deteniéndose a medio paso. Entonces sacó algo de uno de sus bolsillos. Me esforcé en ver qué era, y me di cuenta de que se trataba de una bolsa. La abrió, sacó alguna clase de sustancia salina y espolvoreó el suelo con ella. Tuve ganas de preguntarle qué era, pero no me atrevía a hablar. Imaginé que sería algún tipo de ritual que el vampanez ejecutaba cuando se disponía a matar a alguien en su casa. Mr. Crepsley me había contado que eran muy aficionados a los rituales.

Murlough rodeo la cama, esparciendo la ‘sal’, murmurando palabras que no tenían sentido para mí. Cuando acabó, fue hacia los pies de la cama, miró hacia atrás para asegurarse de que yo estaba mirando, y entonces, con un veloz movimiento (tanto que casi no pude seguirlo), saltó sobre la cama, aterrizando con un pie a cada lado de la figura durmiente que se agitaba bajo la colcha, y con ambos cuchillos asestó unos tajos asesinos que abrirían la garganta de Debbie y acabarían con su vida en un instante.

CAPÍTULO 25

Los cuchillos de Murlough cortaron el aire silbando, atravesando el espacio donde debería haber estado el cuello de Debbie, y hundiéndose en el suave tejido de la almohada y el colchón.

Pero no en Debbie.

Porque ella no estaba allí.

Murlough se quedó mirando a la criatura que yacía en la cama, con las pezuñas y el hocico atados tan prietamente como yo.

—Esto es... una... —su mandíbula tembló, sin conseguir articular la palabra.

—Es una
cabra
—concluí por él, sonriendo lúgubremente.

Murlough se volvió lentamente, con el rostro convertido en una máscara de confusión.

—Pero... pero... pero...

Mientras balbuceaba, intentando imaginar qué había ocurrido, la puerta de uno de los armarios se abrió y Mr. Crepsley brincó fuera.

El vampiro tenía un aspecto aún más siniestro que el vampanez, con su capa y sus ropas rojas, su mechón naranja y su fea cicatriz.

Murlough se quedó helado al ver a Mr. Crepsley. Sus ojos rojos se desorbitaron y en la piel purpúrea de su rostro se arremolinó la sangre formando sombras brillantes.

Esperé que tuviera lugar una larga y excitante confrontación, como en las películas. Pensaba que primero los dos prorrumpirían en insultos, y que luego Mr. Crepsley blandiría un cuchillo o una espada y se lanzarían el uno contra el otro, esquivándose y batiéndose por toda la habitación, recibiendo estocadas en acometidas más y más audaces, hasta causarse heridas cada vez más serias.

Pero no ocurrió así. Fue una lucha entre dos depredadores nocturnos increíblemente rápidos, cuyo único objetivo era matar, no impresionar a un público ávido de acción. La confrontación se resolvió en cuatro movimientos, y sólo duró dos turbios y furiosos segundos.

Mr. Crepsley atacó primero. Su mano derecha se movió con celeridad, lanzando un cuchillo corto que se clavó en el pecho de Murlough, unas pocas pulgadas más arriba de su objetivo (el corazón). El vampanez reculó y pareció tomar aliento para gritar.

Mientras la boca de Murlough se abría, Mr. Crepsley saltó hacia delante. Un gran salto le bastó para situarse junto a la cama, listo para entablar una lucha cuerpo a cuerpo con el vampanez.

Ése fue el segundo movimiento.

El tercero (y único por su parte) lo realizó Murlough. Aterrado, arremetió contra Mr. Crepsley con el cuchillo que sostenía en la mano izquierda. La hoja centelleó en el aire a escalofriante velocidad, y habría sido el fin del vampiro si lo hubiese alcanzado. Pero no lo hizo. Pasó a tres pulgadas sobre su cabeza.

Mientras el brazo izquierdo de Murlough proseguía su trayectoria, dejó un hueco que Mr. Crepsley aprovechó. Devolvió el golpe asesino tan sólo con una mano desnuda. Con la palma abierta, los dedos juntos y extendidos y las poderosas uñas sobresaliendo como cinco afiladas cuchillas, la clavó en el estómago de Murlough.

¡Y cuando digo que la clavó, me refiero
exactamente
a eso!

Murlough boqueó y se quedó mortalmente quieto. El cuchillo escapó de su mano, y miró fijamente su vientre. La mano de Mr. Crepsley había desaparecido en el estómago del vampanez hasta el antebrazo.

La dejó allí un instante, y luego la retiró bruscamente, acompañada de un manojo de tripas y un torrente de sangre oscura.

Murlough gimió y dobló de rodillas, casi aplastando a la cabra al desplomarse, y luego cayó al suelo, donde rodó sobre su espalda, y trató de cerrar el agujero de su estómago con saliva que escupió atropelladamente en las palmas de sus manos.

Pero el agujero era demasiado ancho. La saliva curativa del vampanez resultó inútil. No había modo de que pudiera cerrar la carne y retener el flujo de su preciosa sangre. Estaba acabado.

Mr. Crepsley se apartó del vampanez moribundo, cogió una sábana y se limpió la mano con ella. Su rostro carecía de toda expresión. No parecía ni complacido ni apenado por lo que acababa de hacer.

Tras un par de segundos, Murlough comprendió que su situación era desesperada. Apartó los ojos de su vientre y los clavó en mí, y comenzó a arrastrarse en mi dirección, apretando los dientes de dolor.

—¿Mr. Crepsley? —dije, con voz temblorosa.

Mr. Crepsley observó al vampanez que se arrastraba, y meneó la cabeza.

—No te preocupes. Ya no puede hacerte daño.

Pero, por si acaso, se acercó a mí, me soltó y se quedó a mi lado, listo para volver a atacar si fuera necesario.

El avance del vampanez fue lento y agónico. Casi me compadecí de él, pero sólo tenía que pensar en Evra colgando y en lo que planeaba hacerle a Debbie para recordarme a mí mismo que se merecía lo que le había pasado.

Se detuvo varias veces, y pensé que moriría a medio camino, pero él estaba decidido a decir la última palabra. Siguió luchando, a pesar de que debía saber que así sólo estaba acelerando el momento de su muerte.

Su rostro cayó a mis pies y respiró penosamente contra la moqueta. La sangre manaba a raudales de su boca, y supe que el fin casi había llegado para él. Levantó un dedo tembloroso y lo curvó, indicándome que me inclinara hacia él.

Miré interrogativamente a Mr. Crepsley.

El vampiro se encogió de hombros.

—Ahora es inofensivo. Acércate.

Decidí escuchar lo que el vampanez moribundo tenía que decirme. Me agaché a su lado, inclinándome sobre su boca. Sólo le quedaban unos segundos.

Sus ojos rojos giraron sin dirección en sus órbitas. Luego, con un inmenso esfuerzo, se fijaron en mí, y sus labios se curvaron en una última sonrisa maliciosa. Levantó la cabeza tanto como pudo y susurró algo que no pude oír.

—No le he entendido —le dije—. Tendrá que hablar más alto.

Casi metí mi oreja en su boca.

Murlough se lamió los labios, retirando la sangre y dejando espacio para el aire. Y entonces, con su ultimo aliento, pronunció aquellas palabras que parecían tan importantes para él.

—Ch-ch-ch-chico... l-l-l-listo, ¿hmmm? —gorgoteó, sonriendo inexpresivamente, y se desplomó.

Había muerto.

CAPÍTULO 26

Envolvimos el cuerpo de Murlough en una bolsa grande de plástico. Más tarde lo arrojamos a los túneles de sangre que tanto amaba. Una tumba más adecuada que ninguna para él.

También metimos a la cabra en una bolsa, pero después de hacerle algunos agujeros para que pudiera respirar. Habíamos esperado que Murlough matara a la cabra, que habíamos robado el día antes del área infantil del zoo de la ciudad. Mr. Crepsley quería llevársela al Cirque Du Freak (habría sido un estupendo bocado para la serpiente de Evra o las Personitas), pero le persuadí para que la
dejara en libertad
.

Lo siguiente que hicimos fue arreglar todo el desorden. Murlough había derramado muchísima sangre, y había que limpiarla toda. No queríamos que los Hemlocks la descubrieran y empezaran a hacerse preguntas. Trabajamos rápidamente, pero nos llevó un par de horas.

Cuando acabamos de limpiar, subimos al ático y bajamos los cuerpos inconscientes de Jessie, Donna y Debbie, y los acostamos en sus respectivas camas.

Toda aquella noche había sido planificada. El vino que les había traído para la cena lo drogué cuando estaba en la cocina. Le eché un poco de una de las pociones de Mr. Crepsley, un mejunje insípido que los dejó a todos sin conocimiento en diez minutos. Aún dormirían durante unas cuantas horas más, y despertarían con dolor de cabeza, pero sin ningún otro efecto secundario.

Sonreí al preguntarme qué pensarían cuando despertaran en sus camas, completamente vestidos, sin recordar qué había pasado la noche anterior. Sería un misterio que jamás llegarían a resolver.

No había sido un plan perfecto. Muchas cosas podían haber salido mal. Para empezar, no había garantías de que Murlough me encontrara cuando me fui precipitadamente por mi cuenta tras haber ‘discutido’ con Mr. Crepsley, así como tampoco las había de que no me matara inmediatamente si me hallaba.

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