El circo de los extraños (41 page)

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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

BOOK: El circo de los extraños
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—¿Un
príncipe
? —inquirí, escéptico. Me resultaba difícil imaginarme a Mr. Crepsley con una corona y una capa real.

—Así llamamos a nuestros líderes —dijo Gavner—. Hay muy pocos. Sólo son elegidos los vampiros más nobles y respetados.

—¿Y Mr. Crepsley casi se convierte en uno? —dije. Gavner asintió— ¿Qué ocurrió? —pregunté—. ¿Cómo terminó viajando con el Cirque Du Freak?

—Tiró la toalla —dijo Gavner—. Estuvo un par de años temiendo ser ordenado (así llamamos al proceso de nombramiento de un Príncipe, ordenación), cuando una noche declaró que el asunto le ponía enfermo y no quería tener nada más que ver con los Generales.

—¿Por qué? —pregunté.

Gavner se encogió de hombros.

—Nadie lo sabe. Larten nunca da muchas explicaciones. Quizá es que ya estaba cansado de luchar y matar.

Yo quería preguntar con quién tenían que luchar los Generales Vampiros, pero en ese momento pasamos la última casa del pueblo y Gavner Purl sonrió y estiró los brazos.

—Un paseo esclarecedor —gruñó satisfecho.

—¿Se va? —pregunté.

—Debo hacerlo —dijo—. La agenda de un General es muy apretada. Me dejé caer por aquí sólo porque me cogía de paso. Me gustaría quedarme y charlar de los viejos tiempos con Larten, pero no puedo. De todos modos, pienso que Larten se pondrá pronto en marcha.

Mis oídos se aguzaron.

—¿A dónde va a ir? —pregunté.

Gavner sacudió la cabeza y sonrió ampliamente.

—Lo siento. Me arrancaría la cabellera en vivo si te lo digo. Y ya he dicho más de lo que debería. No le digas que te conté que fue un General, ¿vale?

—No, si usted no quiere que lo haga —dije.

—Gracias. —Gavner se inclinó y me miró—. Larten es a veces como un grano en el culo. Juega sus cartas con demasiada reserva, y sacarle información puede ser como fisgonear entre los dientes de un tiburón. Pero es un buen vampiro, uno de los mejores. No podrías desear un maestro mejor. Confía en él, Darren, y no te equivocarás.

—Lo intentaré —sonreí.

—Éste puede ser un mundo peligroso para los vampiros —dijo Gavner quedamente—. Más peligroso de lo que crees. Pégate a Larten y tendrás más oportunidades de sobrevivir que muchos otros de nuestra especie. No vivirás tanto como él si no aprendes más que tu pequeña parte de trucos.

—¿Cuántos años
tiene
él? —pregunté.

—No estoy seguro —dijo Gavner—. Creo que unos ciento ochenta o doscientos años.

—¿Y cuántos años tiene
usted
?

—Yo soy un mozalbete —dijo—. Apenas paso del siglo.

—¡Cien años! —silbé suavemente.

—Eso no es nada para un vampiro —dijo Gavner—. Yo apenas tenía diecinueve años cuando recibí la primera sangre, y sólo veintidós cuando me convertí en un vampiro completo. Podría vivir mis buenos cinco siglos, si los dioses de los vampiros lo permiten.

—¡Cinco siglos! —No podía imaginar llegar a ser tan viejo.

—¡Imagínate intentar apagar las velas de
este
pastel! —rió Gavner entre dientes. Entonces se alzó—. Debo irme. Tengo cincuenta millas que recorrer antes de que amanezca. Tendré que escabullirme y ponerme las pilas. —Hizo una mueca—. Odio cometear. Luego siempre me siento enfermo.

—¿Volveré a verle? —pregunté.

—Probablemente —respondió—. El mundo es un lugar pequeño. Estoy seguro de que nuestros caminos volverán a cruzarse de nuevo una hermosa y sombría noche. —Me estrechó la mano—. Hasta otra, Darren Shan.

—Hasta la próxima, Gavner Purl —dije.

—Hasta la próxima —convino, y entonces se marchó. Inspiró profundamente varias veces y empezó a trotar. Tras un momento se convirtió en un sprint. Me quedé donde estaba, viéndole correr, hasta que alcanzó la velocidad del cometeo y desapareció en un parpadeo, tras lo cual me di la vuelta y volví al campamento.

Encontré a Mr. Crepsley en su caravana. Estaba sentado en la ventana (completamente cubierto de tiras de oscura cinta adhesiva, para bloquear la luz del Sol durante el día), mirando al vacío con expresión malhumorada.

—Gavner se ha ido —dije.

—Sí —suspiró.

—No se ha quedado mucho —comenté.

—Es un General Vampiro —dijo Mr. Crepsley—. Su tiempo no le pertenece.

—Me gusta.

—Es un buen vampiro y un buen amigo —convino Mr. Crepsley.

Me aclaré la garganta.

—Dijo que
usted
también podría irse.

Mr. Crepsley me miró con suspicacia.

—¿Qué más dijo?

—Nada —mentí enseguida—. Le pregunté por qué no podía quedarse más tiempo, y dijo que no tenía sentido, ya que usted probablemente se pondría pronto en marcha.

Mr. Crepsley asintió.

—Gavner me trajo noticias desagradables —dijo con cautela—. Tendré que dejar el Cirque por un tiempo.

—¿A dónde irá? —pregunté.

—A la ciudad —respondió, vagamente.

—¿Y qué hay de mí? —inquirí.

Mr. Crepsley se rascó la cicatriz pensativamente.

—Eso es lo que me he estado planteando —dijo—. Preferiría no llevarte conmigo, pero creo que debo hacerlo. Podría necesitarte.

—Pero me gusta estar aquí —gimoteé—. No quiero dejar esto.

—Ni yo —masculló Mr. Crepsley—. Pero debo hacerlo. Y tú tienes que venir conmigo. Recuérdalo: somos vampiros, no artistas de circo. El Cirque Du Freak es nuestra tapadera, no nuestro hogar.

—¿Cuánto tiempo estaremos fuera? —pregunté tristemente.

—Días. Semanas. Meses. No puedo decirlo con certeza.

—¿Y si me niego a ir?

Me estudió de forma inquietante.

—Un asistente que no obedece las órdenes no tiene utilidad —dijo tranquilamente—. Si no puedo contar con tu cooperación, tendré que tomar medidas para deshacerme de ti.

—¿Quiere decir que me despedirá? —sonreí mordazmente.

—Sólo hay un modo de tratar a un semi-vampiro rebelde —respondió, y supe cuál era ese modo—. ¡Una estaca en el corazón!

—No es justo —rezongué—. ¿Qué voy a hacer yo solo todo el día en una ciudad extraña, mientras usted duerme?

—¿Qué era lo que hacías cuando eras humano? —preguntó.

—Las cosas eran diferentes —dije—. Tenía amigos y una familia. Volveré a estar solo si nos vamos, como al principio, cuando me junté con usted.

—Será duro —dijo Mr. Crepsley compasivamente—, pero no tenemos elección. Debo estar lejos cuando caiga la noche (debería irme ahora, mientras aún no ha amanecido), y tú tienes que venir conmigo. No hay otra...

Se detuvo como si se le hubiera ocurrido algo.

—Pues claro —dijo, lentamente—. Podríamos llevar a otro también.

—¿Qué quiere decir? —pregunté.

—Podríamos llevar a Evra con nosotros.

Fruncí el ceño, considerándolo.

—Los dos sois buenos amigos, ¿verdad? —preguntó Mr. Crepsley.

—Sí —dije—, pero no sé cómo le sentaría marcharse. Y aquí está su serpiente. ¿Qué haríamos con eso?

—Estoy seguro de que alguien podrá cuidar de la serpiente —dijo Mr. Crepsley, animado por su idea—. Evra sería una buena compañía para ti. Y es más prudente: podría encargarse de que no hicieras diabluras cuando yo no esté cerca.

—¡No necesito una niñera! —resoplé.

—No —admitió Mr. Crepsley—, pero un guardián no vendría mal. Tienes la costumbre de meterte en problemas cuando se te deja apañártelas solo. ¿Recuerdas cuando robaste a Madam Octa? ¿Y el lío que tuvimos con aquel niño humano, Sam nosequé?

—¡Eso no fue culpa mía! —grité.

—En efecto, no lo fue —dijo Mr. Crepsley—. Pero ocurrió cuando estabas actuando por tu cuenta.

Hice una mueca, pero no dije nada.

—¿Se lo pido o no? —dijo Mr. Crepsley insistiendo en la cuestión.


Yo
se lo pediré —dije—. Usted posiblemente lo intimidaría para que viniera.

—Hazlo a tu modo. —Mr. Crepsley se levantó—. Iré a explicárselo a Hibernius. —Ése era el primer nombre de Mr. Tall—. Volveré antes de que amanezca, así podré darte instrucciones. Quiero asegurarme de que estamos preparados para viajar tan pronto caiga la noche.

A Evra le costó decidirse. No le gustaba la idea de dejar a sus amigos del Cirque Du Freak, ni a su serpiente.

—No será para siempre —le dije.

—Ya lo sé —repuso, no muy convencido.

—Míralo como unas vacaciones —sugerí.

—Me gusta la idea de unas vacaciones —admitió—. Pero me gustaría más saber a dónde voy.

—A veces, la sorpresa es más divertida —dije.

—Y a veces no —murmuró Evra.

—Mr. Crepsley estará dormido todo el día —le recordé—. Tendremos libertad para hacer lo que queramos. Podemos ir de turismo, al cine, a nadar, lo que queramos.

—Yo nunca he ido a nadar —dijo Evra, y por el modo en que sonrió, me pareció que había decidido venir.

—¿Le digo a Mr. Tall que vienes? —pregunté—. ¿Y que busque a alguien que cuide de tu serpiente?

Evra asintió.

—A ella no le gusta el clima frío en cualquier caso —dijo—. Estará dormida la mayor parte del invierno.

—¡Genial! —sonreí—. Lo pasaremos bárbaro.

—Más vale —dijo—, o será la última vez que vaya de ‘vacaciones’ contigo.

Pasé el resto del día empaquetando y desempaquetando. Sólo tenía que llevar dos pequeñas bolsas, una para mí y otra para Mr. Crepsley, pero (aparte de mi diario, que llevaba conmigo a todas partes) no dejaba de pensar en lo que podía llevar.

Entonces recordé a Madam Octa (no iba a llevarla
a ella
también) y me apresuré a buscar a alguien que la cuidara. Hans
el Manos
aceptó vigilarla, aunque dijo que de ningún modo la sacaría de la jaula.

Finalmente, tras horas de ir de acá para allá (Mr. Crepsley lo tenía fácil, ¡el astuto y viejo cabrón!), llegó la noche y la hora de partir.

Mr. Crepsley revisó las bolsas y asintió rígidamente. Le dije que había dejado a Madam Octa con Hans
el Manos
y asintió de nuevo. Recogimos a Evra, dijimos adiós a Mr. Tall y los demás, y entonces nos despedimos del campamento y comenzamos a andar.

—¿Será capaz de cargar con nosotros dos cometeando? —le pregunté a Mr. Crepsley.

—No tengo intención de cometear —dijo.

—¿Entonces cómo vamos a viajar? —pregunté.

—En autobuses y trenes —replicó. Rió al ver mi sorpresa—. Los vampiros podemos usar los transportes públicos igual que los humanos. No hay ninguna ley contra eso.

—Supongo que no —dije, sonriendo, preguntándome qué pensarían los otros pasajeros si supieran que viajaban con un vampiro, un semi-vampiro y un niño-serpiente—. ¿Nos vamos, entonces? —pregunté.

—Sí —respondió sencillamente Mr. Crepsley, y los tres nos encaminamos al pueblo para tomar el primer tren.

CAPÍTULO 4

Era extraño estar en una ciudad. Los sonidos y los olores casi me volvieron loco el primer par de días: con mis afinados sentidos era como estar en medio de una cacofonía zumbante. Me quedaba tumbado en la cama durante el día, cubriéndome la cabeza con la almohada más gruesa que pude encontrar. Pero hacia el fin de semana ya me había acostumbrado a los súper agudos sonidos y a los aromas y aprendí a ignorarlos.

Nos quedamos en un hotel situado en la esquina de una tranquila plaza de la ciudad. Por las tardes, cuando el tráfico se hacía más lento, los chicos del vecindario se reunían fuera para jugar al fútbol. Me habría encantado unirme a ellos, pero no me atrevía; con mi fuerza extra, podría acabar rompiéndole a alguien los huesos por accidente, o algo peor.

Al comienzo de nuestra segunda semana, caímos en una cómoda rutina. Evra y yo nos despertábamos cada mañana (Mr. Crepsley se iba por las noches por su cuenta, sin decirnos a dónde) y nos tomábamos un abundante desayuno. Después salíamos a explorar la ciudad, que era grande y antigua y llena de cosas interesantes. Volvíamos al hotel al anochecer, por si Mr. Crepsley nos necesitaba, y veíamos la tele o jugábamos con los videojuegos. Generalmente, nos íbamos a la cama entre las once y las doce.

Tras un año en el Cirque Du Freak, era emocionante volver a vivir como un humano normal. Me encantaba poder dormir hasta tarde por las mañanas, sin tener que preocuparme de buscar comida para la Gente Pequeña; era genial no estar corriendo de acá para allá, haciendo recados a los artistas; y estar sentado de noche, con la boca llena de caramelos y cebollas en vinagre, viendo la tele... ¡eso era lo mejor!

Evra, por su parte, también estaba disfrutando.
Nunca
conoció una vida como ésta. Había formado parte del mundo del circo desde que podía recordar, primero con un cruel propietario de atracciones, y luego con Mr. Tall. Le gustaba el Cirque (a mí también) y estaba deseando volver, pero tenía que admitir que era agradable tener un respiro.

—Nunca entendí que la televisión pudiera ser tan adictiva —dijo una noche, después de haber visto cinco programas seguidos.

—Mamá y papá nunca me dejaban que la viera demasiado —le dije— pero yo conocía a chicos del colegio que la veían durante cinco o seis horas, ¡todas las noches de la semana!

—Yo no llegaría hasta ese extremo —meditó Evra—, pero es entretenida en pequeñas dosis. Quizá me compre una televisión portátil cuando volvamos al Cirque Du Freak.

—Nunca pensé en conseguir una televisión desde que me uní —dije—. Hay tanto que hacer, que era en lo último que habría pensado. Pero tienes razón. —Estaría bien tener una tele, aunque sólo pudiéramos ver las reposiciones de Los Simpsons. Ése era nuestro programa favorito.

A veces me preguntaba qué hacía Mr. Crepsley (siempre había sido misterioso, pero nunca
tan
secretista), pero en realidad no me preocupaba demasiado: era agradable no tenerlo cerca.

Evra se envolvía en un montón de ropa cada vez que salíamos. No por el frío (aunque lo
hacía
: la primera nevada cayó un par de días después de nuestra llegada) sino por su apariencia. Aunque no le importaba que la gente se quedara mirándolo (estaba acostumbrado a eso), era más fácil andar por ahí si podía pasar por un humano normal. De esa forma no tendría que pararse cada cinco o diez minutos a explicarles a extraños curiosos quién y qué era.

Cubrir su cuerpo, piernas y brazos era fácil (pantalones, un jersey, y guantes), pero con su rostro era más complicado: en él no había tantas escamas como en el resto de su cuerpo, pero no era el rostro de un ser humano corriente. Una gran gorra de béisbol se encargaba de su largo cabello verdiamarillo, y unas gafas oscuras cubrían buena parte de la mitad superior de su cara. Pero la mitad inferior...

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