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Authors: Michael Williams

Tags: #Fantástico

El Código y la Medida (18 page)

BOOK: El Código y la Medida
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Jack Derry tenía un aspecto anormalmente juvenil, su faz tersa y limpia de barba, como la de un chiquillo. Fijándose con más detenimiento, no obstante, los dulces ojos castaños aparecían agotados por un duro viaje, el negro cabello enredado y sucio, y su coraza de cuero, rota y deteriorada, con sus rosas ornamentales desvaídas, pero todavía reconocibles. Era Jack Derry, no cabía duda. Pero había algo diferente en él…, algo que nada tenía que ver con el atuendo.

—Pero ¿cómo…, cómo estás…? ¿Por qué? —balbució Sturm, sin hallar las palabras.

—Las preguntas se hacen mejor en un lugar seco, algún sitio resguardado de la lluvia —contestó suavemente Jack—. Cuando estemos allí, podrás preguntar y yo responder.

Sturm estrechó los ojos. El agua le resbalaba por el embarrado rostro.

—¿Y cómo sé que esto no es una trampa? —preguntó.

—¡Por los Siete! —juró Jack Derry, que agarró al otro muchacho por el brazo—. ¿Para qué iba a necesitar tender una trampa cuando hace un momento el filo de mi acero descansaba sobre tu garganta?

Era un argumento convincente. Convincente, claro está, a menos que Jack planeara un crimen mayor, y necesitara un guía que lo condujera a la doncella elfa, que de repente le pareció a Sturm más débil, más vulnerable que antes.

—No —dijo Jack con voz queda, acercando su rostro al de Sturm, de modo que éste sólo veía sus oscuros y penetrante ojos, y olía sólo los aromas profundos de raíces y tierra húmeda—. No quiero haceros daño a
ninguno
de vosotros. Vamos, Sturm Brightblade. Será mejor que nos resguardemos de este frío.

Dominado por el pánico, Cyren se había envuelto en su tela, y colgaba de un único hilo en la parte trasera de la cueva, como un patético capullo de seda gris. Mara se afanaba en desenredar a Cyren, cortando los filamentos con un cuchillo, cuando Sturm y Jack entraron en la cueva, seguidos por la achaparrada y pequeña yegua de Jack, que los jóvenes habían recogido en su camino al refugio.

—Necesito tu ayuda —urgió Mara, mirando por encima del hombro.

Sturm dejó en el suelo su espada rota y se encaminó hacia la muchacha, pero Jack se le adelantó, se agachó junto a Mara, y liberó a la araña con un rápido golpe de su espada. Cyren trepó a los hilos más altos de la tela, donde se quedó encogido y tembloroso.

—Es la naturaleza de araña que hay en él lo que…, lo que lo hace ser tan asustadizo —fue la poco convincente explicación de Mara.

—Me preguntaba por qué ninguno de los dos veníais en mi ayuda —replicó Sturm.

Mara lo miró, después a Jack, y se encogió de hombros.

—Dije que había algo más que viento y lluvia ahí fuera —dijo con tono impaciente—. No recuerdo haberte dicho que lo atacaras.

—Pero… —empezó Sturm, mirando de manera alternativa a la elfa, la araña y el jardinero mientras se sentaba con pesadez en el piso de la cueva.

—Eso ya no tiene importancia, maese Sturm —intervino Jack, acuclillado frente al fuego, extendiendo las manos manchadas de barro para calentarlas—. Tienes unas preguntas que plantear, con toda la razón, y haré todo lo posible por responderlas.

* * *

Al parecer, Jack había ido tras el perseguidor de Sturm, y, al hacerlo, había descubierto una especie de conspiración. Era de la única manera que Sturm podía explicar el extraño informe de lo ocurrido en la Torre del Sumo Sacerdote. Por lo visto, Jack había seguido al caballero y su escudero, Derek, llevando la carretilla de estiércol, y lo que el jardinero había escuchado era una serie de trampas y enredos para Sturm, que se iniciaban en las mismas Alas de Habbakuk y llegaban hasta la frontera del Bosque Sombrío.

—Lord Boniface ha planeado toda clase de argucias —dijo Jack, con una mirada alerta e intensa—. Desde emboscadas hasta trampas abiertas en el suelo para provocar caídas, y algo en el vado que no alcancé a escuchar por la distancia.

—Quizá no oíste bien por ese mismo motivo, Jack —sugirió Sturm. Parecía imposible. Lord Boniface, el amigo de su padre, conspirando con Derek para derribarlo en el camino al Bosque Sombrío. ¿Por qué rebajarse a cometer semejante traición? Y, si la traición era su estilo, ¿por qué molestarse con un muchacho que todavía no era siquiera escudero?

Sturm se inclinó hacia el fuego. Todo el asunto era demasiado sospechoso. Había algo en este mensajero que sugería algo más que servidumbre y plantas, aunque, lo que quiera que fuera, no acababa de localizarlo. Además, Jack no era el simplón que había simulado ser en la Torre.

Se temía que en todo esto había algún engaño. Y, sin embargo…

—Puede que estuviéramos a mucha distancia —continuó Jack, ni poco ni mucho molesto por la desconfianza de Sturm—. Tan distantes, que un zorro podría no haberlos escuchado. Eso tengo que admitirlo.

Miró a Sturm, y sus ojos oscuros se estrecharon. Durante un instante, a la luz de la hoguera, mientras la tarde lluviosa se convertía en anochecer lluvioso, el jardinero semejó una tosca talla cincelada en roble o aliso por un antiguo pueblo de los bosques.

—Admitiré que había mucha distancia —musitó Jack Derry con tono ominoso—. ¿Pero cómo explicas tu encierro en el castillo? ¿Y la herradura de
Luin?
¿Quién aflojó los clavos? Por último, ¿quién fue el que te dio la espada deteriorada? Porque se ve con claridad dónde había una rotura antes de nuestra lucha… —Señaló una pequeña mella perfectamente recta que se extendía alrededor del perfil, por donde la hoja se había partido.

—Todo son coincidencias —objetó Sturm, con un ribete de duda en su voz.

—"Coincidencia" es sinónimo de "lo ignoro" en Solamnia —dijo Jack a Mara, al tiempo que le hacía un guiño. Luego se apresuró a añadir:

»
Vamos, vamos, maese Sturm. Los retos y peleas a puñetazos están de más, pues puedes creerme o no; no es asunto que me concierna.

—Y, no obstante, hace días que me sigues —apuntó Sturm, mirando enfadado a través del fuego a su inesperado visitante.

—¿Seguirte? ¡En absoluto! —contestó, divertido, Jack—. Iba en tu misma dirección, lo admito, pero a visitar a mi madre. A partir de aquí se separan nuestros caminos, si así lo deseas. O ahora mismo, si lo prefieres.

—¿Quieres decir que no has llegado hasta aquí para advertirme? —preguntó Sturm—. ¿Que nuestro encuentro en medio de las llanuras, bajo un fuerte aguacero, es sólo…?

—¿«Coincidencia»? —sugirió Jack con una media sonrisa curiosa, y él y Mara estallaron en carcajadas.

La rabia tiñó de rojo las mejillas de Sturm.

—Entonces, que así sea, Jack Derry —declaró, haciendo alarde de su mejor comportamiento solámnico—. Si lo que dices sobre Boniface y otros asuntos es cierto, entonces no tenemos más opción que escondernos aquí y esperarlo. Si, por la razón que fuere, planea deshacerse de mí, tendrá que venir aquí para encontrarme.

El jardinero se limitó a sonreír.

—Esa no es una buena solución, maese Sturm, si los rumores que circulan por la Torre son ciertos. Tienes que llegar a una cita en una fecha señalada, según oí comentar… Algo acerca del primer día de primavera. Tal vez advirtieras anoche que las lunas, Solin y Luin, se cruzaron en el cielo.

Sturm no osó mirar a Mara.

—Si conoces algo de astronomía —continuó Jack—, sabrás que tal convergencia es una singularidad que tiene lugar cada media década, más o menos, y este año caía una semana antes de la primera noche de primavera.

«¡Una semana! ¡Gracias les sean dadas a Paladine y a todos los dioses del Bien por quedarme todavía una semana!» Sturm se puso de pie y dio la espalda al fuego.

—Boniface podría tardar un mes en llegar… o un año —continuó Jack Derry—. A él le podría convenir esperar, para que tú faltaras a tu… cita con el Hombre Verde.

—No eres jardinero, ¿verdad?

La mano de Sturm se acercó despacio hacia su espada rota. «Eres un señuelo, Jack Derry —añadió para sus adentros—. Eres obra de lord Silvestre… o una aparición… o…»

—¿Cómo puedes decir eso, Sturm Brightblade? ¿Es que no viste lo bien que cuidaba los jardines de la Torre?

Un dolor sordo recorrió el hombro de Sturm; no tan agudo como el que había sentido al ser herido, o en el castillo Di Caela, o en la arboleda de las llanuras, sino un dolor persistente, amortiguado, que se propagó hasta la punta de sus dedos.

No pudo agarrar la espada.

—No, no, maese Sturm —continuó Jack—. Soy jardinero más que cualquier otra cosa, y poco me importa esta enredada intriga solámnica. —Sus ojos fueron veloces hacia la empuñadura de la espada de Sturm y después se volvieron hacia el rostro del muchacho con una franqueza que desarmaba—. Aunque eres cortés, y perteneces a un orgulloso linaje, o eso es lo que me han dicho, no viajé todos estos kilómetros sólo para ponerte sobre aviso o para encontrarme ante tu augusta presencia. Me dirijo a un lugar situado en el linde del mismísimo Bosque Sombrío, a una pequeña aldea llamada Rolde de Cerros Pardos, donde mi anciana madre me aguarda con la ansiedad de una anciana madre que echa de menos a un muchacho largo tiempo ausente, que partió hacia el norte para prosperar en la corte de los caballeros.

—¿Rolde de Cerros Pardos? —preguntó Sturm.

—A dos días de cabalgada de aquí —dijo Jack—. A pie, una caminata de cuatro o cinco días, a través de llanuras y lechos de río a lo largo de la frontera de Throt, donde habitan los goblins. Y en Lemish, donde está la aldea, tampoco encontrarás amigos de los caballeros.

Jack se levantó y fue hacia su pequeña yegua. Le acarició con suavidad el hocico y susurró algo a su oído, algo que se perdió en el ruido del aguacero y el crepitar de la cercana lumbre. La yegua levantó la cabeza, resopló y se giró hacia la boca de la cueva.

—Bien, creo que he de ponerme en camino —anunció Jack mientras conducía a su montura hacia el exterior y la ruidosa lluvia. Hizo un alto en la boca de la cueva, ya con el pie en el estribo, disponiéndose a montar y cabalgar bajo el aguacero.

Mara dio un codazo a Sturm, quien, a despecho de su orgullo y cólera, llamó:

—Jack Derry…

El joven se quedó parado en la entrada, expectante.

—Jack…, ¿conoces algún herrero en… Rolde de Cerros Pardos?

—Desde luego, maese Sturm —respondió el jardinero, sin volver todavía la cara—. Mi primo Weyland lo es. Y también un buen forjador.

—Tendrá que serlo —contestó Sturm, con la mirada prendida en las llamas de la hoguera—, pues herrar a
Luin
es trabajo de aprendiz, pero volver a forjar la espada…

Jack se volvió y dirigió una mirada intensa y penetrante al joven sentado frente al fuego.

—Weyland Derry puede forjar una espada a tu gusto, maese Sturm Brightblade —dijo con voz queda—. Y tu visita a Rolde de Cerros Pardos tendrá el recibimiento que merece la Orden. Todo será de acuerdo con la Medida, y como podrías esperar de mi gente.

* * *

Boniface se acurrucaba bajo el aguacero, observando la temblorosa luz en la distante cueva.

Había muchos con el chico. Primero la doncella elfa y su araña, ambas imprevisibles, como mínimo, y por lo tanto peligrosos. Después el jardinero simplón, si es que era simplón, o siquiera jardinero, que había viajado a esta zona por los dioses sabrían qué razón. Tender celadas ahora a Sturm Brightblade sería involucrar demasiadas vidas inocentes. Demasiadas espadas. Demasiados riesgos de que al menos uno de ellos escapara y advirtiera a los otros.

Los otros que no lo comprenderían.

Ya en otra ocasión, lord Boniface Crownguard había tenido que ocuparse de testigos. Aquella vez fue un zafio caballero, oriundo de Lemish, nuevo en la Orden y la Medida.

Tampoco él había entendido, y lo que aconteció entonces fue engorroso, embrollado, casi desastroso.

Por consiguiente, no debía haber testigos, pensó Boniface, y sonrió. Ya se presentarían otras oportunidades más adelante. En el vado, y en la aldea…

Se incorporó, montó en su caballo y cabalgó hacia el este; el trapaleo de los cascos de su semental negro quedó amortiguado con el estruendo de la violenta lluvia.

* * *

Partieron a la mañana siguiente, cuando la lluvia amainó. Sturm y Jack iban delante, conduciendo sus monturas por las riendas. Mara iba subida a lomos de
Bellota,
la robusta yegua castaña de Jack, que también cargaba el bulto de las pertenencias de la elfa con facilidad, ya que no con alegría. Detrás del grupo, escabulléndose de entre la alta hierba a rocas y de nuevo a la hierba alta, evitando el sol y los espacios abiertos, Cyren, la araña, conseguía mantener su paso aunque de manera irregular.

Por consejo de Jack, Sturm no siguió viajando hacia el famoso vado del alcázar de Vingaard. Si, como había empezado a sospechar, tenía fundamento la advertencia de Jack sobre las celadas tendidas por lord Boniface, entonces todos los vados importantes resultarían peligrosos.

En lugar de ello, el grupo viró al este, directamente hacia un angosto paso del río por donde Jack afirmaba que pasarlo a nado era tan sencillo como cruzarlo por los vados. Muy alto, sobre sus cabezas, los maitines pescadores se lanzaban en picado y se zambullían, y, si hubiese buscado augurios, Sturm habría cobrado ánimos con aquellos alados y antiguos símbolos solámnicos.

Abatido, caminaba penosamente al lado del joven jardinero. Al parecer, no bastaba con que estuviera condenado a sufrir un seguro fracaso contra alguien tan diestro e ingenioso como Vertumnus, sino que ahora, además, el mejor espadachín de Solamnia lo acechaba por si, por algún milagro, sobrevivía al combate con el Hombre Verde.

Es decir, si es que daba crédito a lo dicho por Jack Derry. Parecía absurdo, como algo sacado de un cuento antiguo de sangre, oscuros juramentos y venganza. Boniface había sido amigo de su padre. Angriff lo había salvado de lord Torvo. Habían crecido juntos, habían luchado juntos, habían estudiado, sufrido y medrado en sabiduría… y…

Por último, estaban el Código y la Medida.

No podía ser cierto. Boniface no podía ser un traidor.

Sturm pasó con suavidad su enguantada mano por el cuello de
Luin.
Despacio de manera gradual, volvió a sentir los dedos, y su mente se dirigió a otros asuntos: a los pocos días que faltaban y el largo camino que tenía ante sí.

* * *

La nueva ruta llevó al grupo a través de una rica tierra de pastos, al norte de la antigua plaza fuerte de Solanthus. En algunos puntos, el terreno empezaba a verdear, expectante, y las primeras aves migratorias habían regresado de su estancia invernal en el soleado norte. Rodeado por estos signos que anunciaban la primavera, Sturm dirigía la mirada hacia el sur, a través de los kilómetros llanos, y podía distinguir la legendaria fortaleza, gris y brumosa, en el límite del alcance de la vista. Era pródiga en historia y tradición, la clase de lugar que soñaba con visitar. Con todo, no osaría acercarse a ella después de lo que Jack Derry le había dicho. Boniface podía encontrarse en cualquier punto de las llanuras, y sin duda sus aliados estarían por todas partes.

BOOK: El Código y la Medida
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