Read El complot de la media luna Online
Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler
Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción
—Desde luego consigue que ese Manifiesto parezca algo muy profundo —dijo Julie—. Y ahora entra en escena el obispo Lowery. Su críptica carta a Davidson en junio ahora resulta mucho más interesante.
—Kitchener no da muchos detalles, pero su desencanto con la Iglesia va en aumento —señaló Summer—. En abril escribe: «Los planes para la ofensiva de verano en Francia están casi a punto. El constante acoso por parte de los servidores del arzobispo empieza a ser abrumador. El primer ministro ha aprobado mi petición de contar con un guardia de seguridad. Por fortuna, no tuve que especificar el motivo».
—Y aquí aparecen nuestros amigos Wingate y Stearns —dijo Julie.
Summer pasó las páginas más rápido a medida que llegaban a las afueras de Canterbury.
—En los pasajes de abril y mayo solo habla de los planes de guerra y de algún fin de semana con sus parientes en Broome Park. Espera, escucha esto: «15 de mayo. Recibí otra llamada amenazadora del obispo Lowery. Con sus viles maneras, creo que el país estaría mejor servido si dirigiese el Directorio de Inteligencia Militar en lugar de la diócesis de Portsmouth». Un día más tarde escribe: «Envuelto en una confrontación callejera con un miembro anónimo de la Iglesia de Inglaterra que reclamaba el Manifiesto. El cabo Stearns echó al rebelde sin mayores incidencias. Comienzo a lamentar haber descubierto esta maldita cosa en 1877... o dejado que el doctor Worthington la descifrase el año pasado. ¿Quién podía imaginar que un viejo trozo de papiro vendido por un mendigo durante nuestras exploraciones en Palestina podría tener semejantes consecuencias?». —Summer pasó a la página siguiente—. ¿La fecha te dice algo?
Julie pensó en sus primeros escritos sobre el militar.
—Es anterior a su famosa actuación en Jartum. Creo que en 1877 estaba destinado en Oriente Próximo. Más o menos por esa época llevó un grupo de cartógrafos del ejército al norte de Palestina, como parte del Fondo de Exploración de Palestina establecido por la reina Victoria.
—¿Trabajó como cartógrafo?
—Sí, y asumió el mando del equipo cuando el comandante cayó enfermo. Hicieron un trabajo de primera, a pesar de verse amenazados por los árabes en varias ocasiones. La mayoría de sus mapas de Palestina continuaron utilizándose hasta los sesenta. Pero en cuanto a ese papiro..., como Kitchener por entonces estaba viajando por Oriente Próximo, no se puede saber a ciencia cierta dónde lo compró. Por desgracia, no comenzó a escribir un diario hasta muchos años después.
—Si es un papiro, tiene que ser muy antiguo. —Summer llegó casi al final del diario y se detuvo en una entrada de finales de mayo—. Julie, ¡aquí está! —exclamó—. Escribe: «Otra clara advertencia recibida por parte del arzobispo. Me atrevería a decir que no están dispuestos a parar mientes para obtener lo que desean. Tengo la certeza de que ya han entrado en Broome Park para echar una ojeada. Espero que mi respuesta los mantenga a raya. Les dije que me llevo el Manifiesto a Rusia y que lo dejaré en préstamo a la Iglesia ortodoxa de Petrogrado para que lo guarden hasta el final de la guerra. No quiero imaginar su furia si supiesen que en realidad lo he dejado a salvo con Sally, ante el ojo vigilante de Emily, hasta mi regreso».
—Así que no se lo llevó a Rusia —dijo Julie con la voz ahogada por la emoción.
—Eso parece. Escucha esto. El 1 de junio escribe: «Mi última entrada por ahora. Los espías parecen estar por todas partes. Siento una profunda inquietud por el viaje que voy a realizar, pero es vital que los rusos permanezcan con nosotros y no negocien un armisticio unilateral con Alemania. Dejaré este diario con el cabo Wingate para que lo guarde. H H K».
—Leí en otros relatos que se sentía inquieto cuando partió; parecía temer el viaje —dijo Julie—. Debió de tener una premonición.
—Es lo más probable, de lo contrario no hubiese dejado el diario en Inglaterra. Pero la gran pregunta es: ¿quién era Sally?
—Tuvo que ser alguien de mucha confianza, pero no recuerdo haber encontrado a nadie llamado Sally en mis investigaciones sobre Kitchener.
—¿No podría ser una vieja secretaria, o quizá la esposa de un colega oficial? —preguntó Summer.
Julie negó con la cabeza.
—Tal vez era el apodo de uno de sus ayudantes...
—No, supongo que tiene que haber alguna referencia en su correspondencia, pero no recuerdo haberla visto.
—No parece lógico que confiase el documento a un simple conocido. ¿Qué me dices del otro nombre, Emily?
Julie reflexionó un momento mientras esperaba para entrar en la rotonda que llevaba hacia el centro de Canterbury.
—Recuerdo a dos Emily. La abuela materna de Kitchener se llamaba Emily, pero en 1916 ya había muerto. Después está el hermano mayor de Kitchener, que tenía una nieta llamada Emily. Tendré que buscar en la genealogía cuando lleguemos al hotel para ver cuándo nació. El padre de esa Emily, el sobrino de Kitchener, se llamaba Hal. Visitaba Broome Park con frecuencia.
—Entonces, ¿la joven Emily sería prima de Aldrich? —preguntó Summer.
—Sí, exacto. Quizá podamos preguntarle a Aldrich mañana por la mañana.
Habían llegado al centro; Julie pasó lentamente por delante de la famosa catedral de Canterbury para que Summer la viera. Unas pocas calles más allá, aparcó en el hotel Chaucer, una de las antiguas posadas de la ciudad. Después de alojarse en habitaciones contiguas, las dos mujeres se reunieron para cenar en el restaurante del hotel. Summer comió un abundante plato de pescado y patatas fritas; no se había dado cuenta del hambre que tenía después de la excursión. Julie casi igualó su apetito y dio buena cuenta de un copioso plato de pasta.
—Si quieres bajar la comida, podemos dar un paseo hasta la catedral —propuso Julie.
—Agradezco la oferta turística —respondió Summer—, pero la verdad es que prefiero dedicar más tiempo a analizar el diario de Kitchener.
Julie sonrió.
—Deseaba que dijeras eso. No he pensado en otra cosa desde que nos registramos en el hotel.
—Hay una sala tranquila junto al vestíbulo. ¿Qué tal si pedimos un té y volvemos a repasar el diario? Esta vez yo tomaré notas mientras tú lees —añadió con una sonrisa.
—Sería perfecto —dijo Julie—. Voy a buscar el diario y una libreta a mi habitación y nos reunimos en esa sala.
Subió la escalera hasta el segundo piso, entró en su habitación y se detuvo: sus papeles de trabajo estaban dispersos sobre la cama. De pronto la puerta se cerró tras ella y se apagaron las luces. Estaba a punto de gritar cuando una sombra se acercó y una mano enguantada le tapó la boca. Otro brazo le rodeó la cintura y la apretó contra el cuerpo del asaltante; parecía vestir prendas acolchadas. Luego una voz profunda susurró en su oído:
—No haga ningún ruido o no vivirá para ver el amanecer.
Summer esperó en el vestíbulo durante veinte minutos y luego llamó por teléfono a la habitación de Julie. Al no obtener respuesta, esperó otros cinco minutos, y después subió la escalera y llamó a la puerta. Su preocupación aumentó cuando vio el cartel de
NO MOLESTAR
colgado del pomo. Vio que una empleada del hotel, ocupada en abrir las camas para la noche, se acercaba por el pasillo y la convenció para que comprobase la habitación de Julie. Al abrir la puerta y encender la luz, la mujer soltó un grito ahogado.
Julie estaba sentada en el suelo con los brazos a la espalda y atados a la pata de la cama con una sábana. Otra sábana le envolvía los tobillos, y una funda de almohada le tapaba la cabeza. Los desesperados movimientos de los brazos y las piernas mostraban que estaba muy viva.
Summer le quitó la funda de la almohada de la cabeza. Los ojos de Julie, muy abiertos, miraron con alivio a Summer mientras le desataba la media utilizada como mordaza.
—¿Estás herida? —preguntó Summer, que comenzó a desatar la sábana que le ataba los brazos.
—No... estoy bien —tartamudeó, al tiempo que luchaba por contener las lágrimas de miedo—. Solo un poco asustada.
Recuperó muy pronto la compostura y una voz firme.
—En realidad fue muy amable. No creo que pretendiese hacerme daño.
—¿Era un hombre solo?
Julie asintió.
—¿Viste qué aspecto tenía?
—No, me temo que no. Creo que estaba oculto en el baño, y yo pasé por delante. Apagó las luces y después me puso la funda de la almohada en la cabeza. No tengo ni idea de qué aspecto tenía. Solo recuerdo que la ropa que llevaba parecía acolchada.
No tardó en aparecer el director, acompañado por un par de policías de Canterbury. Inspeccionaron a fondo la habitación, y luego tomaron declaración a Julie, a Summer y a la asistenta. La historiadora había dejado su bolso en la habitación, pero el ladrón no se lo había llevado. Julie miró a Summer con miedo al darse cuenta de que el único objeto que faltaba era el diario de Kitchener.
—El típico intento de robo en un hotel —oyó Summer que decía uno de los agentes al director, en el pasillo—. Ella le sorprendió en la habitación, y él decidió maniatarla antes de huir. No hace falta que le diga que las probabilidades de que lo encontremos son escasas.
—Sí, por desgracia ya he vivido esto antes —dijo el director—. Gracias, detective.
El director volvió a la habitación y se disculpó con Julie; prometió que aumentaría la seguridad en el piso toda la noche. En cuanto se marchó, Summer ofreció a Julie que durmiera en su habitación.
—Si a ti no te importa, sí, creo que me sentiré mucho más cómoda —dijo—. Espera, voy a coger el cepillo de dientes.
Julie entró en el baño y de pronto llamó a Summer.
—¿Qué pasa, Julie? —respondió Summer, que se apresuró a entrar.
Julie, muy seria, señalaba un pequeño espejo junto al lavabo. El ladrón le había dejado una advertencia escrita en el espejo con el lápiz de labios rosa de Julie. Clara y sucinta: «Deje estar a K».
Julie se despertó a la mañana siguiente, después de una noche de sueño intranquilo. El miedo y la ansiedad habían dejado paso poco a poco a un sentimiento de rabia por la intrusión. Se levantó y se dio cuenta de que estaba enfadadísima.
—¿Quién podía saber que habíamos descubierto el diario? —preguntó mientras se paseaba por la habitación—. Acabábamos de encontrarlo.
Summer estaba peinándose en el baño.
—Quizá no sabía nada del diario —respondió—. Quizá intentaba averiguar qué sabías y tuvo suerte.
—Supongo que es posible. Pero ¿por qué esa advertencia? ¿Qué pasa con la muerte de Kitchener para que casi un siglo después alguien todavía tenga miedo?
Summer se puso un poco de perfume, y luego se reunió con Julie en el dormitorio.
—Una cosa está clara. Tiene que ser alguien que sabe más de lo que sabemos nosotras sobre el Manifiesto o el hundimiento del
Hamsphire
.
—O las dos cosas —dijo Julie; olió el perfume de Summer—. Es una fragancia deliciosa.
—Gracias. Me lo regaló un amigo en la Columbia Británica.
—¡La colonia! —exclamó de pronto Julie—. Casi me olvidaba. El intruso que me ató anoche olía a colonia de hombre. Estoy segura de que era el mismo perfume que llevaba aquel tipo que encontramos en la biblioteca Lambeth.
—¿Te refieres al señor Baker? ¿Crees que era él? —Ahora mismo no estoy segura de nada, pero creo que podría ser él. ¿No le recuerdas? Nos preguntó por el diario. En aquel momento eso me pareció un poco extraño.
—Tienes razón. Iremos a la biblioteca en cuanto regresemos a Londres —dijo Summer—. Estoy segura de que el bibliotecario podrá identificarlo.
Julie se tranquilizó un poco, pero la revelación aumentó su curiosidad.
—Mientras tanto, propongo que vayamos a Broome Park y veamos qué sabe Aldrich acerca de su prima Emily.
Tomaron un desayuno rápido en el hotel, subieron al coche y fueron a Broome Park. Unos tres kilómetros después de Canterbury, el coche se metió en un profundo bache en la carretera.
—Algo va mal —dijo Julie; notaba una fuerte vibración en el volante.
El coche cogió otro bache, y las pasajeras sintieron una súbita sacudida seguida por un metal que chirriaba. Summer miró por la ventanilla y vio, atónita, que la rueda delantera derecha se había desprendido del coche y rodaba hasta el arcén. El coche se desvió bruscamente a la derecha, al carril contrario. Julie movió con fuerza el volante a la izquierda, para compensar, pero no hubo ninguna reacción.
El lado derecho rozó el asfalto en medio de una lluvia de chispas mientras el coche hacía un trompo. Los tres neumáticos del vehículo echaban humo y chirriaban, y el coche daba vueltas y vueltas y se deslizaba fuera de la carretera marcha atrás. Se saltó el arcén, resbaló por la hierba y chocó contra un terraplén. En cuanto el polvo se disipó, Julie apagó el motor y se volvió hacia Summer.
—¿Estás bien? —preguntó sin aliento.
—Sí. —Summer respiró hondo—. Menuda sacudida... Me atrevería a decir que hemos tenido suerte.
Vio que Julie estaba pálida y seguía con las manos aferradas al volante.
—Fue él —dijo en voz baja.
—Bueno, si es así, tendrá que mejorar mucho para acabar con nosotras —afirmó Summer, desafiante, en un intento de animar a Julie—. Veamos si podemos llevarlo de vuelta a la carretera.
Al abrir la puerta, una motocicleta negra apareció a gran velocidad por la carretera. El conductor aminoró la velocidad y observó el maltrecho coche. Después aceleró.
—No se ha molestado en ayudarnos —exclamó Summer mientras la silueta negra desaparecía detrás de una curva.
Caminó hasta la carretera y encontró la rueda suelta en el arcén. La puso vertical y la llevó rodando hasta el coche. Julie estaba sentada en un peñasco; todavía le temblaban las manos. Summer abrió el maletero, sacó el gato y lo colocó debajo del parachoques delantero. El suelo era duro y casi nivelado y le permitió levantar el chasis del suelo. A pesar de los daños, montó el neumático y lo atornilló con tres pernos que sacó de las otras ruedas. Comprobó que los pernos estaban bien ajustados y guardó el gato en el maletero.
—Summer, eres un hacha —la felicitó Julie. Tenía mejor aspecto y ya no temblaba—. Creí que no nos quedaría otra que llamar al servicio de ayuda en carretera.
—Mi padre me enseñó a hacer estas cosas en los coches antiguos —explicó con una sonrisa de orgullo—. Siempre dice que cualquier chica debe saber cambiar un neumático.
Julie observó la abolladura del guardabarros trasero y después le pasó las llaves a Summer.