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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (20 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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Pero aquellos pensamientos sólo le llevaban a la desesperanza que le había inundado ya tantas veces. Si Newt y los demás no habían sido capaces de resolver el Laberinto en dos años de búsqueda, le parecía imposible que hubiese una solución. El hecho de que los clarianos no se hubieran rendido decía más de aquellas personas que cualquier otra cosa. Y ahora él era uno de ellos.

«Esta es mi vida —pensó—. Vivo en un laberinto gigante, rodeado de unas bestias horribles».

La tristeza le invadió como un fuerte veneno. Los gritos de Alby, ahora distantes pero aún audibles, sólo lo empeoraban. Tenía que taparse los oídos con las manos cada vez que los escuchaba.

Al final, el día se terminó y la puesta de sol trajo el familiar chirrido de las cuatro puertas al cerrarse durante la noche. Thomas no tenía recuerdos sobre su vida antes de la Caja, pero sabía que habían acabado las peores veinticuatro horas de su existencia.

Justo después de que oscureciera, Chuck le llevó algo de cena y un gran vaso de agua fría.

—Gracias —dijo Thomas, y sintió una oleada de cariño por el muchacho. Sacó del plato con la cuchara la ternera y los fideos tan deprisa que los brazos le dolieron al moverse—. Lo necesitaba de verdad —masculló mientras daba un buen bocado. Bebió un gran sorbo de agua y luego volvió a atacar la comida. No se había dado cuenta de lo hambriento que estaba hasta que empezó a comer.

—Eres asqueroso cuando comes —contestó Chuck, sentado en el banco a su lado—. Es como ver un cerdo muerto de hambre comiéndose su propia clonc.

—Qué gracioso —replicó Thomas con un tono de voz sarcástico—. Deberías ir a entretener a los laceradores, a ver si les haces reír.

Thomas se sintió mal al ver por un instante en el rostro de Chuck que le había herido, pero aquel sentimiento desapareció tan rápido como había aparecido.

—Eso me recuerda que eres la comidilla del pueblo.

Thomas se enderezó, sin estar muy seguro de cómo le sentaba aquella noticia.

—¿Y qué se supone que significa eso?

—Vaya, déjame pensar. Primero, sales al Laberinto cuando se supone que no tienes que hacerlo por la noche. Luego, te conviertes en una especie de tío raro de la jungla que trepa por enredaderas y ata a gente por las paredes. Después, eres una de las primeras personas en sobrevivir una noche entera fuera del Claro, y para colmo matas cuatro laceradores. ¿No puedes imaginarte de qué están hablando esos pingajos?

Una oleada de orgullo invadió el cuerpo de Thomas y luego se esfumó. Se puso enfermo por la felicidad que acababa de sentir. Alby todavía estaba en cama, gritando con todas sus fuerzas, posiblemente deseando la muerte.

—Fue idea de Minho engañarles para que fuesen hacia el Precipicio, no mía.

—No, según él. Te vio hacer eso de esperar y moverte rápido, y entonces fue cuando se le ocurrió repetir lo mismo en el Precipicio.

—¿Esperar y moverme rápido? —preguntó Thomas, poniendo los ojos en blanco—. Cualquier idiota del mundo lo hubiera hecho.

—No te hagas el modesto con nosotros, lo que hiciste es una pasada. Lo que hicisteis los dos, tú y Minho.

Thomas tiró el plato vacío al suelo, enfadado de repente.

—Entonces, ¿por qué me siento como una mierda, Chuck? ¿Me quieres responder a eso?

Thomas buscó en la cara de Chuck una respuesta, pero, por la pinta que tenía, no se la podía dar. El niño se quedó allí sentado con las manos juntas mientras se echaba hacia delante sobre sus rodillas, con la cabeza inclinada. Al final, murmuró bajito:

—Por la misma razón por la que todos nos sentimos como una mierda.

Se quedaron en silencio hasta que, unos minutos más tarde, Newt se acercó con aspecto de ser la muerte andante. Se sentó en el suelo delante de ellos, tan triste y preocupado como cualquiera pudiera estar. Aun así, Thomas se alegró de tenerle allí.

—Creo que la peor parte ha pasado —dijo Newt—. El hijo de puta estará durmiendo un par de días y luego se despertará bien. Quizá dé algún grito de vez en cuando.

Thomas no podía imaginarse lo terrible que era aquella experiencia, pero todo el proceso del Cambio todavía era un misterio para él. Se volvió hacia el chico mayor, intentando hacer todo lo posible para parecer despreocupado.

—Newt, ¿qué es lo que pasa ahí arriba? En serio, no entiendo de qué va eso del Cambio.

La reacción de Newt sobresaltó a Thomas:

—¿Y crees que nosotros sí? —le soltó, con los brazos alzados, y luego, al bajarlos, se golpeó las rodillas—. Lo único que sabemos es que los malditos laceradores te pican con sus asquerosas agujas y, si no te inyectan el Suero de la Laceración, te mueres. Si te ponen el Suero, tu cuerpo se vuelve loco y se sacude, tu piel bulle, se pone de un color verde muy raro, y te vomitas encima. ¿Esa explicación te basta, Tommy?

Thomas frunció el entrecejo. No quería alterar a Newt más de lo que ya estaba, pero necesitaba respuestas.

—Oye, sé que es una mierda ver a tu amigo pasar por eso, pero quiero saber lo que de verdad está pasando ahí arriba. ¿Por qué lo llamáis el Cambio?

Newt se relajó, hasta pareció encoger, y suspiró.

—Te trae recuerdos. Sólo fragmentos aislados, pero seguro que son recuerdos de antes de venir a este horrible lugar. Todos los que pasan por eso se vuelven unos malditos psicóticos cuando acaba, aunque no suelen ponerse tan mal como el pobre Ben. De todos modos, es como si te devolviesen tu antigua vida sólo para arrebatártela de nuevo.

La mente de Thomas daba vueltas a toda velocidad.

—¿Estás seguro? —preguntó.

Newt parecía confundido.

—¿Qué quieres decir? ¿Si estoy seguro sobre qué?

—¿Cambian porque quieren volver a su antigua vida o es porque están abatidos al darse cuenta de que su otra vida no era mejor que la que tenemos ahora?

Newt se le quedó mirando un segundo y luego apartó la vista, por lo visto reflexionando.

—Los pingajos que lo han experimentado luego nunca hablan de eso. Se vuelven… diferentes. Desagradables. Hay un puñado por el Claro, pero no soporto estar con ellos —su voz era distante y sus ojos se habían desviado hacia cierto punto perdido en el bosque. Thomas sabía que estaba pensando en que Alby ya nunca volvería a ser el mismo.

—Dímelo a mí —metió baza Chuck—. Gally es el peor de todos.

—¿Se sabe algo nuevo de la chica? —preguntó Thomas, cambiando de tema. No estaba de humor para hablar de Gally. Además, seguía pensando en ella—. He visto a los mediqueros dándole de comer arriba.

—No —contestó Newt—. Sigue en el puñetero coma o lo que sea eso. De vez en cuando, farfulla algo, cosas sin sentido, como si estuviese soñando. Come, parece seguir bien. Es todo muy raro.

A continuación hubo una larga pausa, como si los tres trataran de encontrar una explicación a lo de la chica. Thomas se preguntó otra vez por qué sentía aquella inexplicable conexión con ella. Se había debilitado un poco, pero eso podría deberse a todo lo demás que ocupaba su cabeza.

Finalmente, Newt rompió el silencio:

—Bueno, lo siguiente es ver qué hacemos con Tommy.

Thomas se espabiló al oír aquello, confundido por la afirmación.

—¿Hacer conmigo? ¿De qué estás hablando?

Newt se levantó y estiró los brazos.

—Has puesto este sitio patas arriba, maldito pingajo. La mitad de los clarianos cree que eres Dios y la otra mitad quiere tirar tu culo por el agujero de la Caja. Hay mucho de que hablar.

—¿Como qué? —Thomas no sabía qué era más inquietante, que la gente pensara que era una especie de héroe o que algunos desearan que no existiera.

—Paciencia —respondió Newt—. Lo averiguarás cuando te despiertes.

—¿Mañana? ¿Por qué? —a Thomas no le gustaba cómo sonaba aquello.

—He convocado una Reunión. Y tú estarás allí. Eres la única puñetera cosa en el orden del día.

Y, al decir aquello, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Thomas con la pregunta de por qué hacía falta una Reunión para hablar sólo de él.

Capítulo 24

A la mañana siguiente, Thomas se encontró sentado en una silla, ansioso y preocupado, sudando, enfrente de once chicos que descansaban en unos asientos colocados en semicírculo a su alrededor. En cuanto se calmó, se dio cuenta de que eran los guardianes y, para su disgusto, aquello significaba que Gally era uno de ellos. Había una silla justo enfrente de Thomas que estaba vacía; no hacía falta que le dijeran que se trataba de la de Alby.

Estaban sentados en una gran sala de la Hacienda en la que Thomas no había estado antes. Aparte de las sillas, no había más muebles, salvo una mesita en un rincón. Las paredes eran de madera, igual que el suelo, y por lo visto nadie se había molestado en hacer que aquel sitio fuera más acogedor. No había ventanas; la habitación olía a moho y a libros viejos. Thomas no tenía frío, pero tembló de todos modos. Al menos se sentía aliviado porque Newt estaba allí, sentado a la derecha del asiento vacío de Alby.

—En representación de nuestro líder, que está enfermo en la cama, declaro comenzada esta Reunión —anunció poniendo los ojos en blanco sutilmente, como si odiara cualquier cosa que se acercara a las formalidades—. Como todos sabéis, los últimos días han sido una maldita locura, y la mayor parte se ha centrado en nuestro judía verde, Tommy, sentado ante nosotros.

Thomas se sonrojó de vergüenza.

—Ya no es un judía verde —repuso Gally con su voz ronca, tan grave y cruel que casi resultaba cómica—. Ahora tan sólo es alguien que ha roto las normas.

Aquello dio pie a un alboroto de murmullos y susurros, pero Newt les hizo callar. De pronto, Thomas quiso estar lo más lejos posible de aquella sala.

—Gally —dijo Newt—, intenta guardar el puñetero orden. Si vas a abrir tu fuca boca cada vez que diga algo, más vale que te pires, porque no estoy de muy buen humor.

A Thomas le entraron ganas de aplaudir al oír aquello. Gally se cruzó de brazos y se recostó en la silla, con el entrecejo fruncido de forma tan forzada que Thomas casi soltó una carcajada. Cada vez le costaba más creer que aquel tipo le hubiera aterrorizado hacía tan sólo un día; ahora le parecía tonto, hasta patético.

Newt le lanzó una mirada asesina a Gally y, después, continuó hablando:

—Me alegro de que lo hayamos aclarado —volvió a poner los ojos en blanco—. El motivo por el que estamos aquí es porque casi todos los chicos del Claro han venido a mí los últimos días tanto para quejarse de Thomas como para pedirme su puñetera mano en matrimonio. Tenemos que decidir qué vamos a hacer con él.

Gally se inclinó hacia delante, pero Newt le interrumpió antes de que pudiese decir nada:

—Ya te llegará el turno, Gally. Cada cosa a su tiempo. Y Tommy, no puedes decir nada hasta que no se te pregunte. ¿Te parece bien? —esperó a que Thomas asintiera para dar su consentimiento, que fue a regañadientes, y señaló al chico sentado en el extremo derecho—. Zart, al azar, puedes empezar.

Se oyeron unas risitas cuando Zart, el grandullón callado que vigilaba los Huertos, cambió de postura en su asiento. Miró a Thomas como si fuera más raro que una zanahoria en una tomatera.

—Bueno —empezó a decir Zart, mirando a su alrededor como si esperara que alguien le dijera lo que tenía que decir—, no sé. Ha roto una de nuestras normas más importantes. No podemos dejar que la gente piense que eso está bien —hizo una pausa, bajó la vista hacia sus manos y se frotó los ojos—. Pero él… está cambiando cosas. Ahora sabemos que podemos sobrevivir ahí fuera y vencer a los laceradores.

El alivio inundó a Thomas. Tenía a alguien más de su lado. Se hizo la promesa de ser muy simpático con Zart.

—¡Ah, no me fastidies! —soltó Gally—. Me apuesto lo que sea a que fue Minho el que se deshizo de esas estúpidas cosas.

—¡Gally, cierra el pico! —gritó Newt, que se puso de pie esta vez para darle más efecto; Thomas volvió a tener ganas de aplaudir—. Ahora mismo yo soy el maldito presidente y, como oiga otra puñetera palabra salir de tu boca cuando no te toca hablar, prepararé otro destierro para ti, infeliz.

—Por favor —susurró Gally con sarcasmo y volvió a fruncir el ceño de forma ridícula mientras se repantigaba de nuevo en su silla.

Newt se sentó y le hizo un gesto a Zart.

—¿Eso es todo? ¿Alguna recomendación oficial?

Zart negó con la cabeza.

—Vale. El siguiente, Fritanga.

El cocinero sonrió a través de su barba y se sentó más recto.

—El pingajo tiene más huevos de los que he frito en el último año —hizo una pausa como si esperara que los demás se rieran, pero nadie lo hizo—. ¡Esto es una tontería! Le salva la vida a Alby, mata un par de laceradores y estamos aquí sentados dándole a la lengua para ver qué hacemos con él. Como diría Chuck, esto es un montón de clonc.

Thomas quiso acercarse a Fritanga para estrecharle la mano. Había dicho exactamente lo mismo que él pensaba sobre todo aquello.

—¿Y qué es lo que sugieres? —preguntó Newt.

Fritanga se cruzó de brazos.

—Mételo en el maldito Consejo y haz que nos enseñe todo lo que hizo ahí fuera.

Las voces estallaron en todas las direcciones y Newt tardó medio minuto en calmar a la gente. Thomas hizo un gesto de dolor.

Fritanga había ido demasiado lejos con su sugerencia y casi había invalidado su buena opinión sobre todo aquel lío.

—Muy bien, anotado —dijo Newt mientras la escribía en un bloc—. ¡Que todo el mundo se calle, va en serio! Conocéis las reglas: se aceptan todas las ideas y todos podréis decir lo que pensáis cuando votemos —terminó de escribir y señaló al tercer miembro del Consejo, un muchacho al que Thomas no había conocido todavía, con el pelo negro y la cara pecosa.

—Yo no tengo una opinión —declaró este.

—¿Qué? —preguntó Newt, enfadado—. Pues menuda elección hicimos contigo para el Consejo, entonces.

—Lo siento, de verdad que no la tengo —se encogió de hombros—. Si tengo que decir algo, supongo que estoy de acuerdo con Fritanga. ¿Por qué vamos a castigar a un chico por haberle salvado la vida a alguien?

—Entonces, sí que tienes una opinión, ¿no? —insistió Newt con el lápiz en la mano.

El muchacho asintió y Newt lo apuntó en su libreta. Thomas cada vez estaba más aliviado. Parecía que la mayoría de los guardianes estaba a su favor, no en su contra. Aun así, lo estaba pasando muy mal ahí sentado. Tenía unas ganas terribles de hablar, pero se esforzó por seguir las órdenes de Newt y permaneció callado.

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