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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (21 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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El siguiente era Winston, el chico lleno de acné, el guardián de la Casa de la Sangre.

—Creo que deberíamos castigarlo. No te ofendas, verducho, pero Newt, tú siempre estás insistiendo en que tiene que haber orden. Si no le castigamos, daremos mal ejemplo. Ha roto la Norma Número Uno.

—Vale —dijo Newt, escribiendo en su bloc—. Entonces, tu sugerencia es el castigo. ¿De qué tipo?

—Creo que deberíamos meterlo en el Trullo durante una semana a pan y agua, y nos tenemos que asegurar de que todo el mundo se entere para que no se le ocurran ideas.

Gally aplaudió y recibió una mirada asesina de Newt. A Thomas se le cayó el alma a los pies. Dos guardianes más hablaron, uno a favor de Fritanga y el otro a favor de Winston. Ahora le tocaba a Newt.

—Estoy de acuerdo con todos vosotros. Deberíamos castigarlo, pero también tenemos que encontrar un modo de utilizarlo. Me reservo mi sugerencia hasta oír la de todos vosotros. Siguiente.

Thomas soportaba toda aquella charla sobre un castigo menos aún que mantener la boca cerrada. Pero, en el fondo, no podía llevarles la contraria. Por raro que pareciese después de lo que había conseguido, era cierto que había roto la regla más importante.

Siguieron recorriendo la fila. Algunos pensaban que debían elogiarlo y otros que tenían que castigarlo. O las dos cosas. Thomas apenas podía seguir escuchando mientras esperaba los comentarios de los dos últimos guardianes, Gally y Minho. El último no había dicho ni una palabra desde que Thomas había entrado en la sala; estaba allí sentado, tirado en la silla, como si llevara una semana sin dormir.

Gally habló primero:

—Creo que ya he dejado bien clara mi opinión.

«Genial —pensó Thomas—. Pues sigue con el pico cerrado».

—Bien —dijo Newt, y volvió a poner los ojos en blanco—. Entonces, sigue tú, Minho.

—¡No! —chilló Gally, haciendo saltar en sus asientos a un par de guardianes—. Quiero decir algo.

—Pues dilo de una puñetera vez —respondió Newt.

Thomas se sintió un poco mejor al ver que el presidente del Consejo despreciaba a Gally casi tanto como él mismo. Aunque Thomas ya no le tenía miedo, todavía odiaba a aquel tío hasta la médula.

—Pensadlo —empezó Gally—. Este gilipullo aparece en la Caja, haciéndose el confundido y el asustado. Unos días más tarde, está corriendo por el Laberinto con los laceradores, como si fuera el dueño de este sitio.

Thomas se hundió en la silla y esperó que los demás no hubieran pensado nada de eso. Gally continuó despotricando:

—Creo que todo ha sido un numerito. ¿Cómo ha podido hacer todo lo que ha hecho ahí fuera después de tan pocos días? No me lo trago.

—¿Qué intentas decir, Gally? —preguntó Newt—. ¿Por qué no lo dices claro de una maldita vez?

—Creo que es un espía de la gente que nos puso aquí.

Otro tumulto explotó en la sala y Thomas no pudo hacer nada más que sacudir la cabeza; no se le ocurría de dónde sacaba Gally esas ideas. Por fin, Newt calmó a todos de nuevo, pero Gally no había acabado:

—No podemos confiar en este pingajo —continuó—. Al día siguiente de que apareciera, viene una chica psicópata y suelta que las cosas van a cambiar, con esa nota tan rara agarrada en la mano. Encontramos un lacerador muerto. Thomas, convenientemente, pasa una noche en el Laberinto y luego trata de convencer a todo el mundo de que es un héroe. Pero ni Minho ni nadie le vio hacer lo de las enredaderas. ¿Cómo sabemos que fue el verducho el que ató a Alby allí arriba?

Gally hizo una pausa. Nadie dijo ni una palabra durante varios segundos y el pánico creció en el pecho de Thomas. ¿En serio creían lo que Gally acababa de decir? Estaba ansioso por defenderse y casi rompió el silencio por primera vez, pero, antes de que pudiera hablar, Gally siguió con su discurso:

—Están pasando demasiadas cosas extrañas y todo empezó cuando este verducho cara fuco apareció. Y da la casualidad de que ha sido la primera persona en sobrevivir una noche en el Laberinto. Algo no va bien y, hasta que lo averigüemos, recomiendo oficialmente que lo encerremos en el Trullo durante un mes y luego volvamos a revisar su caso.

Se alzó otro alboroto y Newt escribió algo en su libreta, negando con la cabeza todo el tiempo, lo que infundió a Thomas un poco de esperanza.

—¿Has terminado, capitán Gally? —preguntó Newt.

—Deja de ser tan sabihondo, Newt —soltó con la cara roja—. Lo digo muy en serio. ¿Cómo podemos confiar en este pingajo en menos de una semana? No rechaces mi propuesta sin ni siquiera pensar en lo que estoy diciendo.

Por primera vez, Thomas sintió un poco de empatía por Gally. Tenía razón sobre cómo le estaba tratando Newt. Al fin y al cabo, Gally era un guardián. «Pero aún le odio», pensó.

—Muy bien, Gally —dijo Newt—. Lo siento. Te he escuchado y todos tendremos en consideración tu maldita sugerencia. ¿Has acabado?

—Sí, he acabado. Y tengo razón.

Sin más palabras por parte de Gally, Newt señaló a Minho.

—Adelante. Eres el último, pero no el menos importante.

Thomas estaba eufórico de que por fin le tocara a Minho, seguro de que este le defendería hasta el final. Minho se levantó enseguida y cogió a todo el mundo desprevenido.

—Yo estuve allí fuera y vi lo que este tío hizo. Él se mantuvo fuerte mientras yo actuaba como un gallina con medias. No hablaré como una cotorra como ha hecho Gally. Quiero decir mi sugerencia y acabar con esto de una vez.

Thomas aguantó la respiración, preguntándose qué diría.

—Bien —convino Newt—. Dínosla, entonces. Minho miró a Thomas.

—Propongo que este pingajo me sustituya como guardián de los corredores.

Capítulo 25

Un silencio total invadió la habitación, como si el mundo se hubiera paralizado, y todos los miembros del Consejo se quedaron mirando a Minho. Thomas se quedó sentado, atónito, esperando que el corredor dijera que era una broma.

Finalmente, Gally rompió el hechizo al levantarse.

—¡Eso es absurdo! —miró a Newt y señaló a Minho, que se había sentado de nuevo—. Deberíamos echarle del Consejo por decir semejante tontería.

La pena que podía haber sentido Thomas por Gally, aunque remota, desapareció del todo al oír aquella frase.

Algunos guardianes parecieron estar de acuerdo con la sugerencia de Minho, como Fritanga, que se puso aplaudir para ahogar la voz de Gally y gritó que empezara la votación. Otros, no. Winston negó rotundamente con la cabeza y dijo algo que Thomas no alcanzó a oír. Cuando todo el mundo comenzó a hablar a la vez, Thomas apoyó la cabeza en las manos y esperó a que terminaran, aterrorizado e intimidado al mismo tiempo. ¿Por qué Minho había dicho eso?

«Tiene que ser una broma —pensó—. Newt dijo que se tarda una eternidad sólo en llegar a ser corredor, y no digamos ya en convertirse en guardián». Volvió a levantar la vista, deseando que estuvieran a mil kilómetros de distancia.

Por fin, Newt bajó su bloc y salió del semicírculo, gritando para que la gente se callara. Thomas contempló cómo, al principio, nadie parecía oír a Newt ni advertir su presencia. Sin embargo, poco a poco, el orden se fue restableciendo y todos se sentaron.

—¡Foder! —exclamó Newt—. Nunca había visto tantos pingajos actuando como bebés de teta. Puede que no lo parezcamos, pero por aquí somos adultos. Actuad como tales o disolveremos este maldito Consejo y empezaremos de cero —caminó de un extremo a otro de la fila curvada de guardianes sentados y miró a cada uno de ellos a los ojos mientras hablaba—. ¿Está claro?

El silencio se extendió por el grupo. Thomas esperaba más arrebatos, pero se sorprendió al ver que todos asentían con la cabeza, incluso Gally.

—Bien —Newt caminó de vuelta a su silla, se sentó y puso el bloc en su regazo. Escribió unas líneas en el papel y luego miró a Minho—. Eso es una clonc muy seria, hermano. Lo siento, pero tendrás que elaborarlo un poco más si quieres que siga adelante.

Thomas no pudo evitar tener ganas de oír su contestación. Minho parecía agotado, pero empezó a defender su propuesta:

—Seguro que es muy fácil para vosotros, pingajos, sentaros aquí para hablar de algo de lo que no tenéis ni idea. Soy el único corredor de este grupo y Newt es la otra única persona que hay aquí que ha estado fuera en el Laberinto.

—No, si tienes en cuenta que yo… —terció Gally.

—¡No! —gritó Minho—. Y créeme, ni tú ni nadie tiene la más remota idea de lo que es estar ahí fuera. A ti sólo te picaron porque rompiste la misma norma de la que estás culpando a Thomas. Eso se llama hipocresía, cara fuco, pedazo de…

—Basta —interrumpió Newt—. Defiende tu propuesta y acaba ya.

La tensión era palpable; Thomas notaba cómo el aire en la sala se había convertido en cristal que podía hacerse añicos en cualquier momento. Tanto Gally como Minho tenían las caras tan tensas y rojas que parecía que iban a explotar, pero por fin dejaron de mirarse.

—Bueno, escuchadme —continuó Minho mientras volvía a sentarse—. Nunca había visto nada parecido. No le entró el pánico. No se quejó ni lloró, tampoco parecía asustado. Tíos, sólo lleva aquí unos días. Pensad en cómo estábamos nosotros al principio. Acurrucados en un rincón, desorientados, llorando a todas horas, sin confiar en nadie y negándonos a hacer todo. Todos actuamos igual durante semanas o meses, hasta que no tuvimos más remedio que fucarnos y vivir —Minho se volvió a levantar y señaló a Thomas—. Justo unos días después de que este tío apareciera, sale al Laberinto para salvar a dos pingajos que apenas conoce. Toda esa clonc de que ha roto una norma es una estupidez. Ni siquiera sabe cuáles son las normas todavía. Pero mucha gente le había dicho cómo era el Laberinto, sobre todo por la noche, y aun así salió ahí fuera, justo cuando la puerta se estaba cerrando, porque había dos personas que necesitaban ayuda —respiró hondo como si ganara fuerzas con sus palabras—. Pero eso fue sólo el principio. Después, me vio a abandonar a Alby, dejarlo allí para que se muriera. Y yo era el veterano, el que tenía toda la experiencia y el conocimiento. Así que, cuando Thomas vio que me marchaba, no debería habérselo cuestionado. Pero sí lo hizo. Pensad en la fuerza de voluntad y el esfuerzo que le debió de suponer subir a Alby a la pared, centímetro a centímetro. Ni de coña. Sería una locura total.

»Pero no fue así. Entonces llegaron los laceradores. Le dije a Thomas que nos teníamos que separar y empezar a poner en práctica las maniobras de evasión, según el procedimiento habitual. Thomas, cuando debería haberse mojado los pantalones, tomó el control, desafió todas las leyes de la física y la gravedad para subir a Alby al muro, esquivó a los laceradores, derrotó a uno, encontró…

—Ya lo pillamos —soltó Gally bruscamente—. Tommy es un pingajo con suerte.

Minho se volvió hacia él.

—¡No, fuco inútil, no lo has pillado! Llevo dos años aquí y nunca había visto nada igual. Para que tú ahora me vengas…

Minho se calló, se frotó los ojos y gruñó, lleno de frustración. Thomas se dio cuenta de que tenía la boca abierta. Sentía diversas emociones: apreciaba a Minho por haberle defendido delante de todos, no se podía creer la agresividad continua de Gally y le daba miedo cuál sería la decisión final.

—Gally —dijo Minho con la voz más calmada—, no eres más que un mariquita que ni una sola vez ha pedido ser corredor o se ha presentado a la prueba. No tienes derecho a hablar sobre cosas que no entiendes. Así que cállate la boca.

Gally se puso de pie otra vez, echando chispas.

—Como vuelvas a decir algo así, te romperé el cuello aquí mismo, delante de todos —le salía saliva de la boca mientras hablaba.

Minho se rió; después, levantó la palma de la mano y empujó a Gally en la cara. Thomas se medio levantó al ver al clariano caer hacia atrás y estrellarse contra la silla, que se rompió en dos. Gally se quedó despatarrado en el suelo, luego trató de ponerse de pie e incorporarse. Minho se acercó y pisó la espalda de Gally para aplastar su cuerpo contra el suelo.

Thomas se dejó caer en la silla, atónito.

—Te lo juro, Gally —dijo Minho con sorna—, ni se te ocurra amenazarme otra vez. Ni siquiera me vuelvas a dirigir la palabra. Jamás. Si lo haces, te romperé tu fuco cuello, después de hacer lo mismo con tus brazos y tus piernas.

Newt y Winston se habían levantado y, antes de que Thomas se diera cuenta de lo que sucedía, estaban agarrando a Minho. Le apartaron de Gally, que se levantó de un salto, con la cara roja por la rabia. Pero no se movió hacia Minho; se quedó allí sacando pecho, agitándose por su respiración entrecortada.

Al final, Gally se retiró medio a trompicones hacia la salida que había detrás de él. Sus ojos recorrieron a toda prisa la sala, encendidos por el intenso odio. Thomas tenía la escalofriante sensación de que Gally parecía alguien a punto de cometer un asesinato. Retrocedió hasta la puerta y alargó la mano para agarrar el picaporte.

—Las cosas ahora son diferentes —dijo, y escupió al suelo—. No deberías haber hecho eso, Minho. No deberías haberlo hecho —ahora su mirada de maniaco estaba fija en Newt—. Sé que me odias, que siempre me has odiado. Deberían desterrarte por tu vergonzosa incapacidad para dirigir este grupo. Eres una vergüenza, y todo el que se quede aquí no es mejor que tú. Las cosas van a cambiar. Lo prometo.

A Thomas se le cayó el alma a los pies. ¡Como si las cosas no fueran ya lo bastante violentas!

Gally abrió la puerta de un tirón y salió al vestíbulo, pero, antes de que nadie pudiese reaccionar, volvió a asomar la cabeza en la sala.

—Y tú —espetó, fulminando a Thomas con la mirada—, el judía verde que se cree que es un puto dios, no te olvides de que te he visto antes, yo he pasado por el Cambio. Lo que estos tíos decidan no va a misa —se calló para mirar a todos los presentes en la sala y, cuando su maliciosa mirada se volvió a clavar en Thomas, dijo una última cosa—: Para lo que sea que hayas venido, te juro por mi vida que voy a impedírtelo. Te mataré si hace falta.

Luego se dio la vuelta y abandonó la sala, cerrando de golpe la puerta a sus espaldas.

Capítulo 26

Thomas se quedó paralizado en la silla mientras las náuseas aumentaban en su estómago como una plaga. Desde que había llegado al Claro, había pasado por todo tipo de emociones en un periodo de tiempo muy corto. Miedo, soledad, desesperación, tristeza, incluso una pizca de alegría. Pero era algo nuevo oír decir a alguien que te odiaba lo suficiente como para querer matarte.

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