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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (25 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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—Si fueras mi madre —murmuró Thomas—, la vida sería estupenda.

«Mi madre», pensó. El mundo pareció oscurecerse por un instante. No podía acordarse ni de su propia madre. Apartó aquel pensamiento de su mente antes de que le consumiera.

Llegaron a la cocina, cogieron algo rápido para desayunar y se sentaron en dos sillas vacías de una mesa grande en el interior. Cada vez que entraba o salía un clariano por la puerta, se quedaba mirando a Thomas; algunos se acercaron para felicitarle. Salvo alguna que otra mirada sucia, la mayoría de la gente parecía estar de su lado. Entonces se acordó de Gally.

—Oye, Chuck —dijo después de darle un bocado a los huevos, intentando sonar despreocupado—, ¿encontraron a Gally?

—No. Te lo iba a contar. Alguien dijo que lo vio salir corriendo hacia el Laberinto después de marcharse de la Reunión y no le han visto desde entonces.

Thomas dejó caer el tenedor, sin saber lo que se había esperado. De todos modos, aquella noticia le dejó atónito.

—¿Qué? ¿Lo dices en serio? ¿Entró en el Laberinto?

—Sí. Todo el mundo sabe que se volvió loco. Un pingajo incluso te ha acusado de matarle ayer cuando saliste.

—No me lo puedo creer…

Thomas se quedó con la vista fija en su plato, tratando de comprender por qué Gally había hecho eso.

—No te preocupes, tío. A nadie le caía bien, sólo a sus fucos amigotes. Son los que te acusan de esas cosas.

Thomas no se podía creer que Chuck hablara de aquello como si nada.

—¿Sabes?, el chaval seguramente esté muerto y tú hablas de él como si se hubiese ido de vacaciones.

Chuck le miró, pensativo.

—No creo que esté muerto.

—¿Eh? Entonces, ¿dónde está? ¿No somos Minho y yo los únicos que hemos sobrevivido ahí fuera durante la noche?

—Eso es lo que te digo. Creo que sus colegas le han escondido en el interior del Claro, en algún sitio. Gally era un idiota, pero no creo que fuera tan tonto como para pasar la noche en el Laberinto. Como tú.

Thomas negó con la cabeza.

—A lo mejor ese es el motivo por el que lo ha hecho. Quizá quería demostrar que podía hacer lo mismo que yo. Ese tío me odia —hizo una pausa—. Me odia.

—Bueno, da igual —Chuck se encogió de hombros como si estuvieran discutiendo sobre lo que iban a tomar para desayunar—. Si está muerto, al final seguro que lo encontráis. Si no, le acabará entrando hambre y tendrá que salir para comer. No me importa.

Thomas cogió su plato y lo llevó a la encimera.

—Lo único que quiero es un día normal, un día para relajarme.

—Entonces, se ha cumplido tu maldito deseo —contestó una voz desde la puerta de la cocina, detrás de él.

Thomas se dio la vuelta para ver a Newt allí de pie, sonriendo. Aquella amplia sonrisa reconfortó a Thomas, como si hubiese descubierto que todo iba bien otra vez.

—Vamos, puñetero delincuente —dijo Newt—. Te podrás relajar mientras estés encerrado en el Trullo. Vamos. Chuck te llevará algo de comer a mediodía.

Thomas asintió y salió por la puerta, detrás de Newt. De repente, un día en la cárcel le parecía una idea excelente. Un día para estar sentado y relajarse. Aunque algo le decía que había más posibilidades de que Gally le llevara flores que de pasar un día en el Claro sin que sucediera nada extraño.

Capítulo 30

El Trullo estaba situado en un lugar recóndito entre la Hacienda y la pared norte del Claro, oculto detrás de unos matorrales espinosos y descuidados que, al parecer, no habían podado en siglos. Era un gran bloque de cemento mal cortado, con una diminuta ventana con barras y una puerta de madera, cerrada con un amenazador pestillo de metal oxidado que parecía sacado de la Edad Media. Newt cogió una llave de su bolsillo, la abrió y luego le hizo un gesto a Thomas para que entrara.

—Sólo hay una silla ahí dentro y nada que puedas hacer. Que te diviertas.

Thomas refunfuñó en su interior al entrar y ver el único mueble, una silla fea y destartalada con una pata obviamente más corta que las demás, puede que a propósito. Ni siquiera tenía un cojín.

—Pásatelo bien —añadió Newt antes de cerrar la puerta.

Thomas se volvió hacia su nuevo hogar y oyó el pestillo y la cerradura que se cerraban detrás de él. La cabeza de Newt asomó por la ventanita sin cristal y miró por entre las barras, con una sonrisita en el rostro.

—Menuda recompensa por romper las reglas. Has salvado algunas vidas, Tommy, pero aún tienes que aprender a mantener el…

—Sí, ya lo sé. El orden.

Newt sonrió.

—No eres tan malo, pingajo. Pero, seamos amigos o no, tengo que hacer las cosas como es debido para mantenernos con vida. Piensa en ello mientras estés aquí sentado mirando las malditas paredes.

Y luego se marchó.

• • •

Pasó la primera hora; Thomas sentía cómo el aburrimiento se arrastraba hasta allí como ratas por debajo de la puerta. En la segunda hora, quiso darse de cabezazos contra la pared. Dos horas más tarde, empezó a pensar que cenar con Gally y los laceradores sería mejor que estar dentro del estúpido Trullo. Se quedó allí sentado, intentando traer a la mente recuerdos, pero los esfuerzos se evaporaban en la olvidadiza niebla antes de que llegaran a formarse.

Por suerte, a mediodía llegó Chuck con la comida y liberó a Thomas de sus pensamientos. Después de pasarle unos trozos de pollo y un vaso de agua por la ventana, adoptó su habitual papel de comerle la oreja a Thomas:

—Todo está volviendo a la normalidad —anunció el niño—. Los corredores están en el Laberinto, todos están trabajando; a lo mejor sobrevivimos, después de todo. Todavía no se sabe nada de Gally. Newt les dijo a los corredores que volvieran en un pispás si encontraban el cuerpo. Ah, sí, y Alby se ha levantado y anda por ahí. Parece que está bien. Newt está contento porque ya no tiene que hacer más de jefazo.

La mención de Alby hizo que Thomas dejara de prestarle atención a la comida. Se imaginó al chico retorciéndose y estrangulándose el día anterior. Entonces recordó que nadie más sabía lo que Alby había dicho después de que Newt saliera de la habitación, antes del ataque. Pero eso no significaba que Alby lo guardara para ellos dos ahora que se había levantado y estaba paseándose por allí.

Chuck continuó hablando y dio un giro totalmente inesperado:

—Thomas, estoy hecho un lío, macho. Es raro estar triste y echar de menos tu casa, pero no tener ni idea de adonde quieres regresar, ¿sabes? Lo único que sé es que no quiero estar aquí. Quiero volver con mi familia. Sea lo que sea lo que me espere, lo que me hayan quitado. Quiero recordar.

Thomas se sintió un poco sorprendido. No había oído nunca a Chuck decir algo tan profundo y tan auténtico.

—Sé a lo que te refieres —murmuró.

Chuck era demasiado bajito para que Thomas le viera mientras hablaban, pero, por su siguiente frase, se imaginó que tenía los ojos llenos de una deprimente tristeza y, tal vez, incluso de lágrimas:

—Antes lloraba. Todas las noches.

Aquello hizo que Thomas dejara de pensar en Alby.

—¿Sí?

—Como un bebé que moja la cama. Casi hasta el día en que llegaste aquí. Luego supongo que me acostumbré. Esto se convirtió en mi casa, aunque tengamos la esperanza de salir algún día.

—Yo sólo he llorado una vez desde que aparecí aquí, pero eso fue después de que casi se me comieran vivo. Seguramente sea un cara fuco superficial.

Thomas quizá no lo hubiese admitido si Chuck no se hubiera sincerado.

—¿Lloraste? —oyó que Chuck decía por la ventana—. ¿Allí fuera?

—Sí. Cuando el último por fin cayó por el Precipicio, me vine abajo y sollocé hasta que me dolieron el pecho y la garganta —Thomas lo recordaba demasiado bien—. Todo se me echó encima a la vez. Estoy seguro de que me hizo sentir mejor. No te sientas mal por llorar. Nunca.

—Te hizo sentir mejor, ¿eh? Es raro cómo funciona.

Pasaron unos minutos en silencio; Thomas esperó que Chuck no se hubiese marchado.

—Eh, ¿Thomas? —le llamó Chuck.

—Sigo aquí.

—¿Crees que tengo padres? ¿Padres de verdad?

Thomas se rió, sobre todo para apartar la repentina oleada de tristeza que le provocó aquella pregunta.

—Pues claro que los tienes, pingajo. ¿Necesitas que te explique lo de los pájaros y las abejas? —le dolió en el alma. Recordaba aquella charla, pero no quién se la había dado.

—No me refiero a eso —dijo Chuck con la voz totalmente falta de alegría. Era grave y sombría, casi como si hablara entre dientes—. La mayoría de chicos que ha pasado por el Cambio recuerda cosas terribles de las que ni siquiera quiere hablar, lo que me hace dudar de si tengo algo bueno que me espere en casa. Bueno, lo que quiero decir es si crees que es posible que yo tenga una madre y un padre en algún lugar, que me echen de menos. ¿Crees que ellos llorarán por la noche?

A Thomas le impactó darse cuenta de que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Había habido tanto alboroto desde su llegada que nunca había pensado en los clarianos como personas de verdad, con familias de verdad que les echaran de menos. Era raro, pero ni siquiera había pensado en él en ese sentido. Sólo en lo que aquello significaba, en quién les había enviado allí y en cómo podrían salir.

Por primera vez, sintió algo por Chuck que le hizo enfadarse tanto como para querer matar a alguien. Aquel niño debería estar en el colegio, en un hogar, jugando con los hijos de los vecinos. Se merecía volver a casa por la noche, con una familia que le quisiera, que se preocupara por él. Una madre que le hiciera ducharse todos los días y un padre que le ayudara a hacer los deberes.

Thomas odiaba a la gente que había cogido a aquel pobre niño inocente y lo había apartado de su familia. Los odiaba con una intensidad que no sabía que alguien pudiera sentir. Quería matarlos, incluso torturarlos. Quería que Chuck fuera feliz. Pero les habían arrebatado la felicidad de sus vidas. Al igual que el amor.

—Escúchame, Chuck —Thomas hizo una pausa para calmarse todo lo que pudo y asegurarse de que la voz no se le quebraba—. Estoy convencido de que tienes padres. Lo sé. Suena fatal, pero me apostaría lo que fuera a que tu madre está sentada en tu habitación ahora mismo, sujetando tu almohada, contemplando el mundo que te apartó de ella. Y sí, seguro que está llorando. Mucho. Con los ojos hinchados y la nariz moqueante.

Chuck no dijo nada, pero Thomas creyó oír que se sorbía la nariz.

—No te rindas, Chuck. Vamos a solucionarlo, vamos a salir de aquí. Ahora soy corredor y te prometo por mi vida que te devolveré a tu habitación. Haré que tu madre deje de llorar —lo decía de verdad. Lo sentía con todo su corazón.

—Espero que tengas razón —dijo Chuck con voz temblorosa. Asomó un pulgar alzado por la ventana y se marchó.

Thomas se levantó para caminar un poco por la pequeña habitación, echando chispas por el intenso deseo de mantener su promesa.

—Te lo juro, Chuck —susurró para sí mismo—. Juro que te llevaré de vuelta a casa.

Capítulo 31

Justo después de oír el chirrido y el estruendo de la piedra rozando la piedra, anunciando que se cerraban las puertas por aquel día, Alby apareció para liberarle, lo que fue una gran sorpresa. Sonó la llave de metal en la cerradura y, luego, se abrió la celda.

—No estás muerto, ¿no, pingajo? —preguntó Alby.

Tenía muchísimo mejor aspecto que el día anterior y Thomas no pudo evitar mirarlo fijamente. Su piel había recuperado el color y los ojos ya no estaban llenos de venas rojas. Parecía haber engordado siete kilos en veinticuatro horas.

Alby advirtió que tenía los ojos abiertos como platos.

—Foder, chaval, ¿qué estás mirando?

Thomas sacudió un poco la cabeza, como si hubiera vuelto de un trance. Su mente daba vueltas y se preguntaba qué recordaría Alby, qué sabría, qué habría dicho de él.

—¿Qué…? Nada. Es impresionante que te hayas curado tan rápido. ¿Estás bien ya?

Alby sacó músculo con su bíceps derecho.

—Nunca he estado mejor. Sal.

Thomas salió y esperó que sus ojos no parpadearan e hicieran visible su preocupación. Alby cerró la puerta del Trullo y se volvió para mirarle.

—La verdad es que es mentira. Me siento como un trozo de clonc cagada dos veces por un lacerador.

—Sí, así estabas ayer —cuando Alby le fulminó con la mirada, Thomas esperó que fuese en broma y enseguida se aclaró—: Pero hoy pareces como nuevo, te lo juro.

Alby se guardó las llaves en el bolsillo y apoyó la espalda en la puerta del Trullo.

—Menuda charla que tuvimos ayer, ¿eh?

El corazón de Thomas latió con fuerza.

—Eeeh…, sí, me acuerdo.

—Yo vi lo que vi, verducho. Está algo borroso, pero nunca lo olvidaré. Fue horrible. Cuando intenté contarlo, algo empezó a estrangularme. Las imágenes vienen y se van, como si la misma cosa no quisiera que recordara.

Thomas vio en su mente por un instante la escena del día anterior. Alby se retorcía, intentaba estrangularse. Thomas no se habría creído que había pasado si no lo hubiese visto con sus propios ojos. A pesar de temer la respuesta, sabía que tenía que hacer la siguiente pregunta:

—¿Y qué viste sobre mí? No dejabas de decir mi nombre. ¿Qué estaba haciendo?

Alby se quedó mirando al vacío durante un rato antes de contestar:

—Estabas con los… creadores. Les ayudabas. Pero eso no fue lo que más me afectó.

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