El cuerpo del delito (41 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: El cuerpo del delito
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—Dejé el ejercicio de la abogacía cuando murió Janet. Aún no sé muy bien por qué, Kay, pero no importa. Trabajé como agente de calle en Detroit durante algún tiempo y después me convertí en agente secreto. Lo de Orndorff & Berger fue una estratagema.

—No me irás a decir que Sparacino también trabaja para los federales —dije sin dejar de temblar.

—No, por Dios —contestó Mark, apartando la mirada.

—¿Qué se proponía, Mark?

—Entre sus delitos de carácter leve se incluían estafas a Beryl Madison y alteración de las declaraciones de derechos de autor como tantas veces ha hecho con otros muchos clientes suyos. Ya te conté que la estaba manipulando en un intento de enemistarla con Cary Harper para poder organizar un escándalo publicitario... tal como ha hecho muchas otras veces.

—Entonces, lo que me dijiste en Nueva York es cierto.

—Sí, pero no todo. No te lo podía decir todo.

—¿Sabía Sparacino que yo viajaría a Nueva York?

Era una pregunta que me atormentaba desde hacía varias semanas.

—Sí. Yo lo organicé todo, diciéndole que, de esta manera, podría arrancarte más información y conseguir que hablaras con él. Sparacino estaba seguro de que tú jamás accederías a tratar con él. Por eso yo me ofrecí a conducirte hasta él.

—Jesús —musité por lo bajo.

—Pensé que lo tenía todo controlado. Pensé que él no sospechaba de mí hasta que llegamos al restaurante. Entonces comprendí que todo se había estropeado.

—¿Por qué?

—Porque él me tenía vigilado. Sé desde hace tiempo que el hijo de Partin es uno de sus confidentes. Así se gana la vida mientras espera que le den algún papel en los seriales, los anuncios de la televisión y la publicidad de calzoncillos. Está claro que Sparacino no se fiaba de mí.

—¿Por qué envió a Partin? ¿No comprendió que tú le reconocerías?

—Sparacino no sabe que conozco a Partin —contestó Mark—. Cuando vi a Partin en el restaurante, comprendí que Sparacino lo había enviado para cerciorarse de que yo me reunía efectivamente contigo y ver qué me llevaba entre manos, de la misma manera que envió al llamado Jeb Price a revolver tu despacho.

—¿Me vas a decir que Jeb Price también es un actor muerto de hambre?

—No. Lo detuvimos en Nueva Jersey la semana pasada. Se pasará una buena temporada sin molestar a nadie.

—Supongo que lo de que conocías a Diesner en Chicago también fue una trola —dije.

—Es un personaje de leyenda. Pero yo jamás le he conocido.

—Y tu visita a Richmond para verme también fue un montaje, ¿verdad? —pregunté, tratando de reprimir las lágrimas.

—No venía por carretera desde el distrito de Columbia —contestó Mark mientras volvía a llenar los vasos de vino—. Acababa de llegar en avión desde Nueva York. Sparacino me había enviado para sonsacarte y tratar de averiguar todo lo que pudiera sobre el asesinato de Beryl Madison.

Tomé un sorbo de vino y permanecí en silencio un instante, tratando de recuperar la compostura.

Después pregunté:

—¿Ha tenido él algo que ver con su asesinato, Mark?

—Pues, al principio, me preocupaba esta posibilidad —contestó—. Temí que los juegos de Sparacino con Harper hubieran llegado demasiado lejos y que éste hubiera perdido la cabeza y hubiera asesinado a Beryl. Pero, cuando mataron a Harper, no conseguí encontrar nada que me indujera a pensar que Sparacino estaba relacionado con las muertes. Creo que Sparacino quería que yo averiguara todo lo que pudiera sobre el asesinato de Beryl porque estaba un poco paranoico.

—¿Temía que la policía registrara el despacho de Beryl y descubriera que las declaraciones de derechos de autor que él le había hecho eran fraudulentas? —pregunté.

—Tal vez. Sé que anda tras el manuscrito porque le consta su valor. Pero, aparte eso, no sé nada más.

—¿Y qué me dices de su querella, de su venganza contra el fiscal general?

—Se ha armado un gran escándalo —contestó Mark—. Sparacino desprecia a Ethridge y le encantaría poder humillarle e incluso obligarle a abandonar el cargo que ocupa.

—Scott Partin ha estado aquí —le dije—. Estuvo aquí no hace mucho, haciendo preguntas sobre Beryl.

—Interesante —se limitó a decir Mark mientras tomaba otro trozo de bistec.

—¿Cuánto tiempo llevas con Sparacino?

—Más de dos años.

—¡Dios mío! —dije.

—El FBI lo organizó todo con mucho cuidado. Me enviaron bajo el disfraz de un abogado llamado Paul Baker que buscaba trabajo y quería hacerse rico rápidamente. Hice todo lo necesario para que se tragara el anzuelo. Como es lógico, me mandó investigar y, al descubrir algunos detalles que no concordaban, me exigió explicaciones. Le confesé que utilizaba una identidad falsa y que formaba parte del Programa de Protección de Testigos. Es muy complicado y difícil de explicar, pero Sparacino creía que yo me había dedicado a actividades ilegales en Tallahassee, que me habían detenido y que los federales me habían recompensado la colaboración dándome una identidad y un pasado falsos.

—¿Y es cierto que habías desarrollado actividades ilegales? —pregunté.

—No.

—Ethridge cree que sí —dije—. Y cree que estuviste en la cárcel.

—No me sorprende, Kay. Los directores de prisiones suelen colaborar estrechadamente con el FBI. Sobre el papel, el Mark James que conociste en otros tiempos tiene muy mala pinta. Un abogado que delinquió y se pasó dos años en chirona tras habérsele retirado la licencia.

—¿Debo suponer que la relación entre Sparacino y Orndorff & Berger es una tapadera? —pregunté.

—Sí.

—¿Tapadera de qué, Mark? Aquí tiene que haber algo más que los escándalos publicitarios.

—Tenemos el convencimiento de que Sparacino ha estado blanqueando dinero procedente del mundo del hampa, Kay. Dinero procedente del tráfico de droga. También creemos que está relacionado con el crimen organizado en los casinos. Hay políticos, jueces y otros abogados implicados. La red es increíble. Lo sabemos desde hace tiempo, pero es muy peligroso que una parte del sistema judicial ataque a otra. Tiene que haber pruebas admisibles de culpabilidad Por eso me enviaron a mí Cuantas más cosas descubría, tantas más quedaban por descubrir. Los tres meses se convirtieron en seis y después en años.

—No lo entiendo. Su bufete es legal, Mark.

—Nueva York es el coto privado de Sparacino. Tiene poder. En Orndorff & Berger apenas tienen idea de lo que nace. Yo jamás trabajé en ese bufete. Ni siquiera saben cómo me llamo.

—Pero Sparacino sí —dije yo—. Le oí referirse a ti como a Mark.

—Sí, él conoce mi verdadero nombre. Tal como ya te he dicho, el FBI tiene mucho cuidado. Hicieron un buen trabajo al inventarse de nuevo mi vida y crear un reguero de documentos que convierten al Mark James que antaño conociste en alguien que no reconocerías y que te gustaría muy poco. —Mark hizo una pausa con el rostro muy serio.— Sparacino y yo acordamos que él se referiría a mí llamándome Mark en tu presencia. Aparte eso, yo era siempre Paul y trabajaba para él. Durante algún tiempo, viví con su familia. Era su fiel hijo o, por lo menos, eso era lo que él pensaba.

—Sé que en Orndorff & Berger jamás han oído hablar de ti —confesé—. Intenté llamarte a Nueva York y Chicago y no sabían de quién les hablaba. Llamé a Diesner y tampoco sabía quién eras. Puede que no sea una buena fugitiva, pero tú tampoco eres muy buen espía que digamos.

Mark guardó silencio un instante y después dijo:

—El FBI no tuvo más remedio que introducirme en el caso, Kay. Apareciste en escena y yo corrí muchos riesgos. Me sentía emocionalmente implicado porque tú estabas implicada. Fui un estúpido.

—No sé qué contestar a eso.

—Bébete el vino y contempla cómo sale la luna sobre Key West. Es la mejor manera de contestar.

—Pero, Mark —dije, inevitablemente atrapada en sus redes—, hay un punto muy importante que no comprendo.

—Estoy seguro de que hay muchos puntos importantes que no comprendes y que tal vez jamás comprenderás, Kay. Nos separa una brecha muy grande; no se puede cerrar en una noche.

—Dices que Sparacino te envió para que me sonsacaras. ¿Cómo sabía que me conocías? ¿Acaso tú se lo habías dicho?

—Hizo una referencia a ti poco después de enterarnos del asesinato de Beryl. Dijo que eras la jefa del departamento de Medicina Legal de Virginia. Me asusté. No quería que tratara directamente contigo. Decidí hacerlo yo en su lugar.

—Te agradezco el detalle —dije con ironía.

—Bien me lo puedes agradecer. —Mark clavó los ojos en los míos.— Le dije que habíamos salido juntos en otros tiempos. Quería que me encomendara la misión a mí. Y así lo hizo.

—¿Y eso es todo? —pregunté.

—Ojalá, aunque me temo que mis motivos son un tanto confusos.

—¿Confusos?

—Creo que me atraía la posibilidad de volver a verte.

—Eso me dijiste.

—Y no mentí.

—¿Me estás mintiendo ahora?

—Te juro por Dios que no —contestó.

De pronto me di cuenta de que todavía iba vestida con un polo y unos calzones cortos y tenía la piel pegajosa y el cabello hecho un desastre. Me excusé levantándome de la mesa y me fui al cuarto de baño. Media hora más tarde, salí envuelta en mi albornoz de rizo preferido y Mark se había quedado profundamente dormido en mi cama.

Gruñó y abrió los ojos cuando me senté a su lado.

—Sparacino es un hombre peligroso —dije, pasándole lentamente los dedos por el cabello.

—De eso no cabe la menor duda —me contestó con voz adormilada.

—Envió a Partin. No entiendo muy bien cómo sabía que Beryl estaba aquí abajo.

—Porque ella le llamó desde aquí, Kay. Él lo sabía desde el principio.

Asentí con la cabeza sin sorprenderme demasiado. Aunque Beryl hubiera dependido de Sparacino hasta su amargo final, debió de empezar a desconfiar de él en determinado momento. De otro modo, le hubiera confiado el manuscrito a él y no a un barman llamado PJ.

—¿Qué haría si supiera que estás aquí? —preguntó en un susurro—. ¿Qué haría Sparacino si supiera que tú y yo estamos conversando en esta habitación?

—Le daría, un ataque de celos.

—Hablo en serio.

—Probablemente nos mataría si pensara que podía hacerlo impunemente.

—¿Y podría hacerlo impunemente, Mark? Atrayéndome hacia sí, Mark contestó contra mi cuello: —Mierda, no.

El sol nos despertó a la mañana siguiente. Tras hacer nuevamente el amor, nos dormimos abrazados el uno al otro hasta las diez.

Mientras Mark se duchaba y se afeitaba, contemplé el día y me pareció que jamás había visto unos colores más brillantes ni un sol tan resplandeciente en la pequeña isla costera de Key West. Compraría una casa en una urbanización donde Mark y yo pudiéramos hacer el amor el resto de nuestras vidas. Montaría en bicicleta por primera vez desde mi infancia, volvería a jugar al tenis y dejaría de fumar. Pondría más empeño en llevarme bien con mi familia y Lucy nos visitaría a menudo. Acudiría al Louie's con frecuencia y adoptaríamos a PJ como amigo. Contemplaría la luz del sol danzando sobre el mar y rezará por una mujer llamada Beryl Madison cuya terrible muerte había conferido un nuevo significado a mi vida y me había enseñado a volver a amar. Después de un buen desayuno que tomamos en la habitación, saqué el manuscrito de Beryl del macuto mientras Mark me miraba con incredulidad.

—¿Es eso lo que yo creo que es? —preguntó.

—Sí, es exactamente lo que crees que es —contesté.

Mark se levantó de la mesa.

—Pero, ¿dónde demonios lo has encontrado, Kay?

—Se lo dejó a un amigo.

Nos colocamos unos almohadones detrás de la espalda y dejamos el manuscrito entre nuestros cuerpos en la cama mientras yo le contaba a Mark todos los pormenores de mis conversaciones con PJ.

La mañana se convirtió en tarde, pero no salimos de la habitación más que para dejar los platos sucios en el pasillo y sustituirlos por los bocadillos y tentempiés que fuimos pidiendo cada vez que nos apetecía tomar algo. Transcurrieron varias horas sin que apenas nos habláramos mientras pasábamos las páginas de la vida de Beryl Madison. El libro era increíble y más de una vez me hizo asomar lágrimas a los ojos.

Beryl era un pájaro cantor nacido en una tormenta, un minúsculo ser de bellos colores aferrado a las ramas de una vida espantosa. Su madre había muerto y su padre la había sustituido por una mujer que la trataba con desprecio. Incapaz de soportar el mundo en el que vivía, aprendió el arte de crearse otro más de su gusto. La escritura era su manera de resistir y se había convertido en ella en un refinado talento, como ocurre con la habilidad artística en el caso de los sordos y la música en el de los ciegos. Era capaz de crear con las palabras un mundo que yo podía saborear, oler y sentir.

Su relación con los Harper había sido tan intensa como desquiciada. Eran tres elementos explosivos que se transformaron en una tormenta de increíble potencia destructora cuando finalmente vivieron juntos en aquella mansión de cuento de hadas a la orilla de un río de sueños infinitos. Cary Harper compró y restauró la casa por Beryl, y una noche, en aquella habitación del piso de arriba donde yo había dormido, le había robado su virginidad cuando ella tenía apenas dieciséis años.

Sorprendida de que Beryl no bajara a la mañana siguiente a la hora del desayuno, Sterling Harper subió a ver qué ocurría y la encontró llorando en posición fetal. Sin poder enfrentarse con el hecho de que su famoso hermano hubiera violado a la que hacía las veces de su hija, la señorita Harper decidió luchar contra los demonios de su casa con un ejército de negativas. Jamás le dijo ni una sola palabra a Beryl ni intentó intervenir. Se limitó a cerrar suavemente la puerta de su dormitorio por las noches para entregarse a sus agitados sueños.

Los acosos contra Beryl se sucedieron semana tras semana, cada vez menos frecuentes a medida que ella crecía hasta que, al final, cesaron por completo, coincidiendo con la obtención del premio Pulitzer... La impotencia del ganador había sido provocada por las largas veladas de borrachera y otros excesos, incluidas las drogas. Cuando los intereses acumulados de las ganancias del libro y la herencia familiar ya no pudieron costear sus vicios, el escritor recurrió a su amigo Joseph McTigue, el cual se encargó amablemente de rentabilizar su precaria economía, logrando que el autor «no sólo recuperara su solvencia, sino también que se hiciera lo bastante rico como para comprarse cajas enteras del mejor whisky y pudiera entregarse al vicio de la cocaína siempre que le apetecía».

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