Rashmika estimó que el puente estaría a unos cincuenta o sesenta kilómetros de distancia en línea recta (más de dos centésimas partes de la circunferencia de Hela), pero la carretera al borde de la cornisa tenía muchas curvas y giros para llegar hasta allí, así que fácilmente podían quedarles otros cien kilómetros de viaje antes de llegar al lado oriental del puente.
Aun así, al menos podía verlo y sin duda cumplía todas sus expectativas. Todo el mundo decía que las fotografías no podían ni remotamente transmitir la verdadera esencia de la estructura. Rashmika siempre lo había dudado, pero ahora podía comprobar que la opinión general era acertada: para apreciar el puente, era necesario verlo.
Rashmika sabía que lo que más abrumaba a la gente del puente era precisamente que no parecía nada extraño. Si no se tenían en cuenta su escala y el material que había sido utilizado para construirlo, parecía algo transplantado de las páginas de la historia de la humanidad, algo construido en la Tierra en la edad del hierro y la del vapor. Le recordaba a faroles y caballos, a duelos y cortejos, a palacios de invierno y fuentes musicales, excepto porque era enorme y parecía estar hecho de cristal soplado o esculpido en azúcar.
La parte alta del puente describía un delicado arco de un lado al otro de la falla y alcanzaba su mayor altura justo en el medio. Aparte de eso era completamente plano, sin estorbos de ningún otro tipo de superestructura. No había ningún tipo de barandilla a los dos lados de la calzada, que era impresionantemente delgada. Desde su punto de vista actual parecía un rayo de luz fino como una espada. Parecía estar roto en algunos lugares, hasta que uno movía ligeramente la cabeza y cambiaba el ángulo de iluminación. ¡Estaba a cincuenta kilómetros de distancia y un simple movimiento de su cabeza era suficiente para afectar su visión de la delicada estructura! El arco del puente no contaba con apoyos en su parte central, pero a ambos extremos, a una distancia de cinco o seis kilómetros de las paredes, había una delicada tracería de pilares como de filigrana que se curvaban formando absurdas espirales y caracoles, fiorituras como pergaminos y exquisitas volutas orgánicas que captaban la luz y la devolvían hacia los ojos del espectador, no en tonos blancos y plateados, sino en un resplandor prismático con todos los colores del arco iris. Cada inclinación de su cabeza hacía variar los colores hacia toda una nueva configuración gloriosa. El puente parecía evanescente, como si un mal soplo de aire fuese suficiente para hacerlo salir volando. Y ellos pretendían cruzarlo.
Ararat, 2675
Tan pronto como se hubo aseado y desayunado, Vasko salió para presentarse en el centro más cercano de la División Armada. Había dormido poco más de cuatro horas, pero el estado de alerta en el que había entrado la noche anterior seguía vigente, aunque algo menos agudo y profundo. Primer Campamento estaba aparentemente tranquilo: las calles estaban llenas de escombros, algunas casas y locales habían resultado dañados y los rescoldos de incendios asomaban aquí y allá, pero la gran cantidad de gente que había visto la noche anterior había desaparecido. Quizás habían respondido al comunicado de Escorpio, después de todo, y habían regresado a sus casas tras conocer lo desagradable que sería la situación en la
Nostalgia por el Infinito
.
Vasko se dio cuenta de su error en cuanto giró la esquina próxima al recinto de la División de Seguridad. Una enorme muchedumbre gris se apretujaba frente al edificio; cientos de personas se apiñaban con sus pertenencias amontonadas a sus pies. Una docena de guardas de la División mantenían el orden, subidos a pedestales con barandillas, portando armas pequeñas, aunque sin apuntar directamente a la multitud. Más personal de la División, además de los oficiales de administración desarmados, se encargaba de las mesas instaladas fuera de la estructura de conchas de dos plantas. Allí procesaban y sellaban el papeleo y pesaban y etiquetaban los efectos personales. La mayoría de la gente había, obviamente, decidido no esperar a las ordenanzas oficiales. Se habían presentado aquí directamente listos para embarcar, y muy pocos parecían dispuestos a cambiar de opinión.
Vasko se abrió paso entre la multitud, intentando no empujar ni avasallar a nadie. No había rastro de Urton, pero este no era el centro de la División que tenía asignado. Se detuvo frente a una de las mesas y esperó a que el oficial a cargo acabase de procesar a uno de los refugiados.
—¿Siguen planeados los vuelos para el medio día? —preguntó Vasko en voz baja.
—No, antes —respondió el hombre con voz grave—. Se va a aumentar la frecuencia. Dicen que vamos a tener problemas con la organización.
—Es imposible que la nave albergue a todo el mundo —dijo Vasko—. Al menos, no ahora. Se tardarán meses en acomodar a todos en las arquetas de sueño.
—Díselo al cerdo —dijo el hombre volviendo a su trabajo, sellando una hoja de papel casi sin mirarla.
Una repentina brisa cálida rozó la nuca de Vasko. Miró hacia arriba y entornó los ojos frente al brillo cegador de la panza de una máquina, un avión o lanzadera que se deslizaba sobre la plaza. Esperaba que se detuviese y descendiese, pero en lugar de eso la nave giró sobrevolando la orilla hacia la espiral. Se deslizó bajo las nubes como un irregular copo de luz solar.
—¿Lo ves?, ya han empezado a sacarlos de aquí —dijo el hombre—. Como si eso tranquilizase al resto…
—Estoy seguro de que Escorpio sabe lo que hace —dijo Vasko, marchándose de allí antes de que el hombre contestase.
Dejó atrás las mesas y el resto de la multitud y se adentró en la estructura de conchas. Dentro sucedía lo mismo: había gente apretujada por todas partes, blandiendo sus papeles y sus pertenencias en alto mientras los niños lloraban. Podía notar cómo el pánico aumentaba por minutos.
Pasó de largo hacia las dependencias del edificio reservadas para el personal. En la pequeña sala curva donde normalmente recibía sus órdenes, encontró a tres personas sentadas alrededor de una mesa baja bebiendo té de algas. Los conocía a todos.
—¡Malinin! —dijo Gunderson, una joven con el pelo corto rojo—. ¿A qué debemos tanto honor?
Vasko no prestó atención a su tono.
—He venido a por mis órdenes —contestó.
—Creía que ya no te mezclabas con los de nuestra clase, últimamente —dijo con desprecio.
Vasko se acercó a los bebedores de té para arrancar la hoja de tareas de la pared.
—Me mezclo con quien me parece —dijo.
—Hemos oído que prefieres andar con los estirados de la administración —dijo el segundo miembro del trío, un cerdo llamado Flenser.
Vasko miró la hoja sin encontrar su nombre junto a ninguna de sus tareas habituales.
—¿Te refieres a Escorpio?
—Apuesto a que sabes mucho más que nosotros sobre lo que está pasando —dijo Gunderson—. ¿A que sí?
—Si fuera así, no estaría en disposición de hablar de ello.
—Vasko volvió a pinchar la hoja en la pared. —En realidad no es que sepa mucho más.
—Estás mintiendo —dijo el tercero, un hombre llamado Cory—. Si lo que quieres es trepar, Malinin, vas a tener que aprender a mentir mejor.
—Gracias —dijo con una sonrisa—, pero me conformo con aprender a servir a la colonia.
—¿Quieres saber a dónde tienes que ir? —dijo Gunderson.
—Me ayudaría.
—Nos pidieron que te diésemos un mensaje —dijo—. Te esperan en la Gran Concha a las ocho.
—Gracias —dijo—. Eres muy amable. —Se dio la vuelta para irse.
—Que te jodan, Malinin —la oyó decir a sus espaldas—. ¿Te crees mejor que nosotros?
—En absoluto —respondió, sorprendido por su tranquilidad. Se volvió para mirarla de frente—. Creo que mis habilidades están en la media. Pero resulta que yo tengo sentido de la responsabilidad, siento la obligación de servir a Ararat lo mejor que pueda. Me sorprendería que tú no sintieses lo mismo.
—¿Crees que ahora que Clavain no está, podrás arrastrarte hasta la cima?
Miró a Gunderson con auténtica sorpresa.
—Eso no se me había pasado jamás por la cabeza.
—Bueno, me alegro, porque si lo hubiese hecho, estarías cometiendo un grave error. No tienes lo que hay que tener, Malinin. Ninguno de nosotros lo tiene, pero tú menos que nadie.
—¿No? ¿Y qué es exactamente lo que no tengo?
—Los cojones para enfrentarte al cerdo —dijo ella, como si fuera algo obvio para todos los allí presentes.
En la Gran Concha, Antoinette Bax ya estaba sentada en la mesa con un compad abierto frente a ella. Cruz, Pellerin, y varios notables más de la colonia se unieron a ella y ahora llegaba también Blood, pavoneándose como un luchador.
—Espero que haya una buena excusa para esto —dijo—. Como si no tuviese un montón de cosas verdaderamente importantes de las que ocuparme.
—¿Dónde está Escorpio? —preguntó Antoinette.
—En la enfermería, viendo a la madre y su hija. Vendrá en cuanto pueda —respondió Blood.
—¿Y Malinin?
—He mandado a alguien para que le diese el mensaje. Llegará en cualquier momento. —Blood se tiró en la silla. Pensativamente, sacó su cuchillo y comenzó a rasparse la barbilla con la hoja, produciendo un ligero ruido insectil.
—Bueno, tenemos un problema —dijo Antoinette—. En las últimas seis horas el flujo de neutrinos de la nave se ha triplicado. Si el flujo aumenta otro diez o quince por ciento, esa nave va a salir disparada.
—¿No hay gases de escape todavía? —preguntó Cruz.
—No —dijo Antoinette—, y me preocupa lo que pasará cuando los motores empiecen a funcionar. No vivía nadie en la bahía cuando aterrizó. Tenemos que pensar seriamente en una evacuación hacia el interior. Recomendaría trasladar a todo el mundo hacia las islas periféricas, pero sé que eso no es posible teniendo en cuenta la presente carga de trabajo de los aviones y lanzaderas.
—Sí, claro, sigue soñando —dijo Blood.
—De todas formas habrá que hacer algo. Cuando el Capitán decida despegar, va a provocar un maremoto, nubes de vapor muy caliente, ruidos tan fuertes que ensordecerán a todo el mundo en un radio de cientos de kilómetros, escupirá toda clase de radiaciones dañinas… —Antoinette se detuvo, esperando haberlo dejado claro—. Básicamente este no va a ser el ambiente en el que nadie desearía estar, a menos que tenga un traje espacial.
Blood hundió su cara entre las manos, creando una máscara con sus regordetes dedos de cerdo. Antoinette había observado a Escorpio hacer algo similar cuando las crisis le presionaban por todas partes. Sin Clavain y con Escorpio ausente, Blood estaba sufriendo la responsabilidad que siempre había ansiado. Antoinette dudaba que la alegría del mando le hubiese durado más de cinco minutos.
—No puedo evacuar la ciudad —dijo.
—No tienes más remedio —insistió Antoinette. Bajó las manos y señaló hacia la ventana.
—Esa es nuestra jodida nave. No deberíamos estar especulando sobre lo que va a hacer. Nosotros deberíamos darle las órdenes, donde y cuando nos convenga.
—Lo siento, Blood, pero así no es como funciona —dijo Antoinette.
—Cundirá el pánico —dijo Cruz—. Mucho peor de lo que hayamos visto hasta ahora. Todas las estaciones de procesamiento deberán cerrarse y trasladar se. Eso retrasará el éxodo hacia la
Nostalgia
al menos un día. Y ¿dónde va a dormir toda esa gente realojada esta noche? No hay nada en el interior, solo un montón de piedras. Habrá cientos de muertos debido alas condiciones climatológicas por la mañana.
—Yo no tengo todas las respuestas —dijo Antoinette—. Simplemente estoy señalando las dificultades.
—Habrá otra cosa que podamos hacer —dijo Cruz—. Mierda, deberíamos tener planes previstos para esto.
—No sirve de nada lamentarse ahora —dijo Antoinette. Era algo que su padre siempre decía y que le molestaba profundamente, por lo que se sorprendió al oír las mismas palabras de su boca sin poder evitarlo.
—Pellerin —dijo Blood—, ¿qué hay sobre la intervención del cuerpo de nadadores? Ararat parece que está de nuestra parte, o no habría despejado un canal para que las barcas llegasen hasta la nave. ¿Tienes alguna información?
Pellerin negó con la cabeza.
—Lo siento, nada por ahora. Si los malabaristas muestran señales de volver a una actividad normal, quizás enviemos a un nadador para explorar, pero no antes de que eso ocurra. No voy a enviar a un nadador a la muerte, Blood, teniendo en cuenta las pocas probabilidades de obtener un resultado útil.
—Lo entiendo —dijo el cerdo.
—Espera —dijo Cruz—. Démosle la vuelta a esta situación. Si va a ser tan peligroso estar cerca de la nave cuando despegue, quizás deberíamos buscar la forma de acelerar el éxodo.
—Ya los estamos desplazando tan rápido como podemos —dijo Blood.
—Entonces acaba con la burocracia —dijo Antoinette—. Simplemente embárcalos y preocúpate después por los detalles sin perder todo el día en eso. Quizás no nos quede tanto tiempo. Joder, ¡qué no daría ahora por la
Ave de Tormenta
!
—Quizás haya algo que puedas hacer por nosotros —dijo Cruz, mirándola de frente. Antoinette devolvió la mirada a la mujer tuerta.
—¿El qué?
—Vuelve a bordo de la
Nostalgia
. Razona con el Capitán. Dile que necesitamos un poco de tiempo.
No era precisamente lo que deseaba oír. Si cabe, el Capitán le daba aún más miedo desde su conversación. La idea de verse de nuevo con él le produjo renovado temor.
—Quizás no quiera hablar conmigo —dijo—. E incluso si quiere, quizás no quiera oír nada de lo que tengo que decirle.
—Pero podrías ganar algo de tiempo —dijo Cruz—. En mi opinión, eso es mejor que nada.
—Supongo —coincidió Antoinette a regañadientes.
—Entonces deberías intentarlo —dijo Cruz—. No escasea el transporte a la nave. Con los privilegios de la administración podrías estar a bordo en media hora.
Como si eso la animara. Antoinette se miraba los dedos, perdidos entre la intrincada bisutería casera, y esperaba ser redimida de esta misión, cuando Vasko Malinin entró en la habitación. Estaba rojo y tenía el pelo mojado de sudor o lluvia. Antoinette pensó que era demasiado joven para sentarse entre los notables. Le pareció injusto corromperlo con tales asuntos. Los jóvenes tenían derecho a creer que los problemas del mundo siempre tenían soluciones sencillas.
—Siéntate —dijo Blood—. ¿Quieres algo, café, té?