—No tengo mucho apetito —dijo Vasko. En realidad había empezado a sentir hambre de nuevo hasta que vio cómo caía una persona al mar—. Pero una copa no me vendría mal. ¿Estás segura de que habrá algún sitio abierto todavía?
—Conozco unos cuantos lugares en los que podemos probar —dijo Urton.
—En cualquier caso conoces el barrio mejor que yo.
—Tu problema es que no sales lo suficiente —dijo ella, subiéndose el cuello del abrigo y ajustándose la gorra—. Venga, vayámonos de aquí antes de que las cosas se pongan feas.
Resultó tener razón con respecto a la zona del asentamiento al este de la Concha. Muchos miembros de la División vivían allí, así que la zona siempre había tenido fama de lealtad a la administración. Ahora había una plomiza calma cargada de reproches en el barrio. Las calles no estaban más llenas de lo normal a esta hora de la noche y aunque muchos locales estaban cerrados, el bar que Urton tenía en mente seguía abierto.
Urton lo condujo a través de la sala principal hasta un rincón con dos sillas y una mesa sustraídas a los Servicios Centrales. Sobre ellas había una pantalla que sintonizaba con el servicio de noticias de la administración, pero por el momento lo único que mostraba era una foto de Clavain. La foto había sido tomada tan solo hacía unos años, pero bien podría haberse hecho hacía siglos. El hombre que Vasko había conocido en los últimos dos días parecía el doble de mayor, el doble de desgastado por el tiempo y las circunstancias. Bajo el retrato de Clavain había un par de fechas con un intervalo de quinientos años.
—Traeré un par de cervezas —dijo Urton, sin darle la oportunidad de discutir. Se había quitado el abrigo y la gorra, y los había apilado en la silla frente a él. Vasko la vio adentrarse en la penumbra del bar. Se imaginó que era una dienta habitual. Cuando entraron le pareció reconocer varias caras de su entrenamiento en la DS. Algunos estaban fumando una variedad de alga que cuando se secaba y se preparaba de cierta forma, producía suaves efectos narcóticos. Vasko la recordaba de su entrenamiento. Era ilegal, pero más fácil de conseguir en el mercado negro que los cigarrillos, que según decían provenían de un alijo cada vez más escaso en la bodega de la
Nostalgia por el Infinito
.
Cuando Urton regresó, Vasko ya se había quitado también el abrigo. Puso la cerveza delante de él y Vasko la probó, con ciertas reservas. El liquido de su vaso tenía el desagradable color de la orina. Producida a partir de otro tipo de alga, aquello era cerveza en el más pobre sentido de la palabra.
—He hablado con Draygo —dijo Urton—, el dueño del bar. Dice que los oficiales de la División que estaban de servicio han agujereado todas las barcas que estaban en la orilla. No dejan que nadie más se vaya, y en cuanto una barca regresa, la incautan y arrestan a cualquiera que esté a bordo.
Vasko dio un sorbo a su cerveza.
—Me alegra saber que no han recurrido a tácticas de mano dura.
—No puedes culparlos a ellos. Dicen que tres personas se han ahogado ya cruzando la bahía. Otras dos se han caído de la nave cuando la escalaban.
—Supongo que tienes razón, pero me parece que esa gente tiene derecho a hacer lo que quiera, incluso si se matan haciéndolo.
—Están preocupados por una reacción de pánico en masa. Tarde o temprano alguien intentará llegar a nado y luego cientos de personas lo seguirán. ¿Cuántos crees que lo lograrían?
—Déjalos —dijo Vasko—. ¿Qué pasa si se ahogan? ¿Qué más da si contaminan a los malabaristas? ¿De verdad alguien piensa que a estas alturas importa un comino?
—Hemos mantenido el orden social en Ararat durante más de veinte años —dijo Urton—. No podemos dejar que todo se vaya al infierno en una sola noche. Esa gente de las barcas esta llevándose una propiedad irreemplazable de la colonia sin autorización. Es injusto para los ciudadanos que no quieren huir hacia la nave.
—Pero no les estamos ofreciendo otra alternativa. Les han dicho que Clavain ha muerto, pero nadie les ha contado qué son esas luces en el cielo. ¿A quién le extraña que estén asustados?
—¿Crees que contarles lo de la guerra mejorará las cosas?
Vasko se limpió la espuma blanca de la cerveza de los labios con el dorso de la mano.
—No lo sé, pero estoy harto de que se le mienta a todo el mundo porque la administración piensa que por el bien común es mejor que no sepamos toda la verdad. Pasó lo mismo cuando Clavain desapareció. Escorpio y los demás decidieron que no podíamos soportar la idea de que Clavain tenía pensamientos suicidas, así que inventaron la historia de que estaba dando la vuelta al mundo. Ahora no creen que la gente pueda asumir cómo murió, o por qué ha sido todo, así que no le dicen nada a nadie.
—¿Crees que Escorpio debería ejercer un liderazgo más firme?
—Respeto a Escorpio —dijo Vasko—, pero ¿dónde está ahora que lo necesitamos?
—No eres el único que se pregunta lo mismo —dijo Urton. Algo atrajo la atención de Vasko. La imagen de la pantalla había cambiado. La cara de Clavain había desaparecido y había sido reemplazada durante un momento por el logotipo de la administración. Urton se giró en su asiento, aún bebiendo su cerveza.
—Está pasando algo —dijo.
El logotipo giró y desapareció. Ahora estaban viendo a Escorpio con el interior curvo y rosado de la Gran Concha de fondo. El cerdo vestía su habitual uniforme no oficial de piel negra acolchada; la rechoncha cúpula de su cabeza parecía una continuación sin cuello de su robusto y redondo torso.
—Tú sabías que esto iba a pasar, ¿no? —preguntó Vasko.
—Draygo me dijo que había oído que habría un comunicado a esta hora. Pero no sé de qué hablarán y no sabía que Escorpio iba a dar la cara.
El cerdo estaba hablando. Vasko estaba a punto de encontrar la forma de subir el volumen de la pantalla cuando la voz de Escorpio retumbó con fuerza en todas las mesas gracias a algún sistema de cableado.
—Quisiera que me prestasen atención, por favor —dijo—. Todos sabéis quién soy. Les hablo ahora como el líder en funciones de la colonia. Lamento tener que informar de nuevo de que Nevil Clavain ha muerto hoy en el transcurso de una misión de vital importancia para la seguridad estratégica de Ararat. Habiendo participado en esa misma misión, puedo asegurarles que sin el valor de Clavain y su sacrificio, la situación actual sería mucho más grave de lo que es. En esas circunstancias, y a pesar de la muerte de Clavain, la misión terminó con éxito. Es mi intención informarles de lo que se logró en dicha misión a su debido momento. Pero primero debo hablar de los disturbios en todos los sectores de Primer Campamento y de las acciones que la División de Seguridad está llevando a cabo para restaurar el orden social. Por favor, escuchen atentamente porque nuestras vidas dependen de ello. No habrá más viajes sin autorizar hasta la
Nostalgia por el Infinito
. Los recursos finitos de la colonia no pueden arriesgarse de esta forma. Todos los intentos por llegar hasta la nave que no estén autorizados serán castigados con la ejecución inmediata.
Vasko miró a Urton, pero no pudo decir si su expresión era de indignación o de silenciosa aprobación. El cerdo hizo una pausa para respirar y continuó. Algo fallaba en la transmisión, ya que la anterior imagen de Clavain había comenzado a reaparecer, superponiéndose a la cara de Escorpio como un velo.
—Habrá, sin embargo, una alternativa. La administración recomienda que todos los ciudadanos sigan con su vida normal y que no intenten abandonar la isla. No obstante, reconoce que una minoría desea trasladarse a la
Nostalgia por el Infinito
. Por lo tanto, a partir de mañana a mediodía y durante tanto tiempo como sea necesario, la administración proporcionará transporte autorizado y seguro hasta la nave. Aviones designados llevaran a grupos de cien personas en cada viaje a la nave. A partir de las seis de la mañana la regulación de este transporte, incluyendo la asignación de efectos personales, estará disponible en la Gran Concha y en todos los demás centros administrativos, o por parte del personal uniformado de la División de Seguridad. No se dejen llevar por el pánico para estar en el primer vuelo, ya que, repito, los vuelos continuarán hasta que se satisfaga la demanda.
—No tienen otra opción —dijo Vasko en voz baja—. Escorp está haciendo lo correcto.
Pero el cerdo seguía hablando.
—Aquellos que deseen subir a bordo de la
Infinito
deben entender lo siguiente: las condiciones a bordo de la nave serán atroces. Durante los últimos veintitrés años apenas han estado doce personas a bordo en todo momento. La mayoría de la nave es ahora inhabitable o simplemente no está trazada en los planos. Para acomodar el influjo de cientos o posiblemente miles de refugiados, los agentes de la División tendrán que aplicar estrictas leyes de emergencia. Si piensan que las medidas de crisis en Primer Campamento son draconianas, no tienen ni idea de lo mal que estarán las cosas en la nave. El único derecho será el de supervivencia y dictaminaremos cómo se interpreta ni siquiera ese derecho.
—¿Qué quiere decir con todo eso? —preguntó Vasko, mientras Escorpio continuaba con sus reglas para el transporte.
—Quiere decir que tendrán que congelar a la gente —dijo Urton—. Apretujarlos en esas arquetas de sueño, como hicieron cuando llegó la nave aquí por primera vez.
—En ese caso debería decirlo.
—Obviamente no quiere.
—Esas arquetas frigoríficas no son seguras —dijo Vasko—. Ya sé lo que pasó la última vez que las usaron. Mucha gente no salió de ellas con vida.
—¿A quién le importa? —dijo Urton—. Aun así les está ofreciendo más oportunidades que si intentan hacer el viaje por su cuenta, incluso sin esa orden de ejecución.
—Sigo sin entenderlo. ¿Por qué ofrecerles esa opción si la administración piensa que no es lo correcto? Urton se encogió de hombros.
—Porque quizás la administración no está segura de qué debe hacer. Si declaran una evacuación general a la nave, provocarán el pánico. Viéndolo desde su punto de vista, ¿cómo pueden saber qué es mejor para la gente, si quedarse en tierra o evacuar hacia la nave?
—No pueden saberlo —dijo Vasko—. Decidan lo que decidan, siempre corren el riesgo de estar tomando la opción equivocada.
Urton asintió enfáticamente. Casi había terminado su cerveza.
—Al menos así Escorpio reparte los riesgos. Mucha gente acabará en la nave y otros decidirán quedarse en casa. Es la solución perfecta si quieres maximizar las opciones de que al menos alguien sobreviva.
—Eso suena muy cruel.
—Lo es.
—En ese caso, no creo que tengas razones para preocuparte de si Escorpio es el líder despiadado que decías que necesitábamos.
—No, parece ser lo suficientemente despiadado —coincidió Urton—. Por supuesto, podríamos estar malinterpretándolo completamente. Pero asumiendo que acertemos, ¿no te sorprende?
—No, supongo que no. Y creo que tienes razón. Necesitamos a alguien fuerte, alguien preparado para pensar en lo impensable. —Vasko dejó su vaso en la mesa. Estaba solo medio vacío, pero se le había quitado la sed igual que el apetito—. Una pregunta —dijo—. ¿Por qué estás siendo tan amable conmigo de repente?
Urton lo inspeccionó de la misma forma que un entomólogo examinaría a un espécimen de su colección.
—Porque, Vasko, he pensado que quizás seas un aliado útil en el futuro.
Hela, 2727
—Hemos oído las noticias, Quaiche —dijo el sarcófago ornamentado.
La repentina voz lo asustó, como siempre. Estaba solo. Grelier acababa de terminar de revisarle los ojos, limpiándole un absceso infectado bajo uno de los párpados retraídos. Notaba la abrazadera de metal que mantenía el ojo abierto especialmente cruel hoy, como si mientras Quaiche dormía, el inspector general de Sanidad hubiera afilado secretamente sus pequeños ganchos. No es que durmiera en realidad, claro. Dormir era un lujo del que únicamente conservaba vagos recuerdos.
—No sé de qué noticias me habláis —dijo.
—Has hecho tu pequeño comunicado a la congregación ahí abajo. Lo hemos oído. Vas a cruzar el desfiladero de la absolución con la catedral.
—¿Y qué os importa a vosotros si lo hago?
—Es una locura, Quaiche. Y tu salud mental sí que nos importa mucho.
Vio el sarcófago borroso en su visión periférica, al margen de la nítida imagen central de Haldora. El mundo estaba medio cubierto por sombras, bandas color crema y ocre y de un sutil turquesa que se adentraban en la afilada y exterminadora noche.
—Yo no os importo en absoluto —dijo—. Únicamente os preocupa vuestra propia supervivencia. Tenéis miedo de que os destruya cuando destruya la
Lady Morwenna
.
—¿«Cuando», Quaiche? Francamente, eso nos suena bastante inquietante. Esperábamos que al menos tuvieses alguna esperanza de cruzar con éxito.
—Quizás sí la tenga —admitió.
—Pero nadie lo ha logrado antes…
—La
Lady Morwenna
no es cualquier catedral.
—No. Es la más pesada y alta de todo el Camino. ¿No te da eso al menos un poco en qué pensar?
—Así mi triunfo será aún más espectacular.
—O tu desastre, si el puente se viene abajo o si lo derribas por completo. Pero ¿por qué ahora, Quaiche, después de todas estas revoluciones alrededor de Hela?
—Porque creo que es el momento adecuado —dijo—. No se pueden cuestionar estas cosas, ni tampoco la obra de Dios.
—Ciertamente eres un caso perdido —dijo el sarcófago. Luego, la voz procedente del sintetizador barato adquirió una urgencia que no tenía antes.
—Quaiche, escúchanos. Haz lo que te parezca con la
Lady Morwenna
, no vamos a detenerte, pero primero sácanos de esta jaula.
—Tenéis miedo —dijo, forzando los rígidos tejidos de su cara con una sonrisa—. Realmente he logrado asustaros, ¿verdad?
—No tiene por qué ser así. Mira las pruebas, Quaiche. Las desapariciones son cada vez más frecuentes. ¿Sabes lo que eso significa?
—Que la obra de Dios se acerca a su culminación.
—O la otra opción es que el mecanismo de ocultación está fallando. Escoge la que más te convenga, nosotros ya sabemos a favor de qué interpretación estamos.
—Lo sé todo sobre vuestras herejías —dijo Quaiche—. No necesito oírlas de nuevo.
—¿Sigues pensando que somos demonios, Quaiche?
—Os hacéis llamar sombras, ¿no lo dice eso todo?