El Desfiladero de la Absolucion (56 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
6.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

La procesión de barquichuelas había comenzado poco después. Ahora había una guirnalda de luces en la misma base de la nave y continuamente partían más barcas de la orilla. Oficiales de la División de Seguridad hacían lo que podían para evitar que las barcas abandonasen la colonia, pero era una batalla que no podían ganar. La División no estaba diseñada para lidiar con manifestaciones masivas de desobediencia civil, y lo único que los colegas de Vasko podían hacer era dificultar el éxodo. De todas partes llegaban informes de disturbios, incendios y saqueos por los que los agentes de la División tuvieron que efectuar varios arrestos. La actividad malabarista, o lo que aquello significase, no decaía.

Vasko se sentía agradecido por haber sido eximido de sus obligaciones programadas. Deambulando entre la gente, sin que nadie supiera de su papel en los eventos del día, escuchaba los rumores que ya estaban en circulación. La única noticia confirmada, que Clavain había resultado muerto durante una misión finalmente exitosa para salvaguardar recursos de vital importancia para la colonia, se había rodeado de muchas capas de especulaciones y mentiras. Algunos de los rumores eran extraordinarios por su ingenuidad y por los detalles que añadían a la muerte del anciano.

Pretendiendo ignorarlo, Vasko paraba a pequeños grupos de gente aleatoriamente y les preguntaba qué pasaba. Se aseguró de que nadie viese su uniforme y de que en ninguno de los grupos hubiese nadie que lo reconociese del trabajo o sus círculos sociales. Lo que oyó le indignó. Escuchó con seriedad las gráficas descripciones de fuego cruzado y complots con bombas, subterfugios y sabotajes. Le sorprendió y horrorizó descubrir lo rápidamente que estas historias habían surgido a partir del único hecho de la muerte de Clavain. Era como si la multitud manifestara una imaginación colectiva taimada y morbosa.

Igualmente preocupante era el afán que demostraban los que oían esas historias por creérselas, reforzando el relato con sus propias sugerencias acerca de cómo se habrían desarrollado probablemente los hechos. Un poco más tarde, escuchando a hurtadillas en otro lugar, Vasko observó que estos adornos se habían entretejido imperceptiblemente en el relato principal. A nadie parecía importarle que muchas de las historias fuesen contradictorias, o al menos complicadas de conciliar con los mismos hechos. En más de una ocasión, con incredulidad, oyó que Escorpio u otro notable de la colonia había muerto junto a Clavain. El hecho de que alguna de esas personas hubiese comparecido en público para realizar breves discursos tranquilizadores no parecía servir de nada. Con una sensación de desazón, con una profunda resignación, Vasko admitió que aunque empezara a contar los hechos exactamente como pasaron, su propia versión no tendría mayor validez que cualquiera de las mentiras que circulaban por las calles. Él no había presenciado la muerte de Clavain en persona, de modo que incluso si contaba la verdad, seguiría siendo su versión y su historia tendría necesariamente la inevitable desventaja de ser un informe de segunda mano. Sería descartado por ser difícil de aceptar, sin detalles precisos. Esa noche, la gente quería un héroe indiscutible y mediante un misterioso proceso autoorganizado de creación de historias, eso era precisamente lo que iban a tener.

Vasko se abría paso entre la multitud que portaba faroles cuando oyó que alguien gritaba su nombre.

—¡Malinin!

Tardó un momento en localizar el origen de la voz entre la gente. Una mujer estaba de pie en un pequeño círculo de tranquilidad. La muchedumbre fluía a su alrededor, sin violar el espacio privado que había definido. Vestía un largo abrigo negro, con una explosión de pelo largo y negro alrededor del cuello. La visera de una gorra lisa ocultaba la parte superior de su cara.

—¿Urton? —preguntó dubitativo.

—Sí, soy yo —dijo ella, acercándose a él—. Imagino que te han dado la noche libre a ti también. ¿Por qué no estás en casa descansando?

Hubo algo en su tono que le hizo ponerse a la defensiva. En su presencia notaba todavía que estaba siendo constantemente evaluado y que nunca daría la talla.

—Podría hacerte la misma pregunta.

—Porque no tendría ningún sentido. No después de lo que pasó allí fuera.

Por el momento decidió seguirle el juego en este simulacro de urbanidad. Se preguntaba a dónde le conduciría.

—Intenté dormir algo esta tarde —dijo—, pero lo único que podía oír eran gritos. Lo único que veía era sangre y hielo.

—Ni siquiera estabas allí cuando pasó.

—Ya lo sé. Imagínate cómo debe de estar Escorpio.

Ahora que Urton estaba junto a él, compartían el mismo espacio de quietud que ella había definido. Se preguntaba cómo lo hacía. No era muy probable que la gente que pasaba a su alrededor tuviera ni idea de quién era Urton. Quizás sintieran algo a su alrededor, un premonitorio calambre eléctrico.

—Lamento mucho lo que ha tenido que hacer —dijo Urton.

—No estoy seguro de cómo va a reaccionar a largo plazo. Eran íntimos amigos.

—Ya lo sé.

—No era simplemente una vieja amistad —replicó Vasko—. Clavain le salvó la vida a Escorpio en una ocasión, cuando tenía que ser ejecutado. Había un vínculo entre ellos que se remonta a Ciudad Abismo. No creo que hubiese nadie en este planeta al que Clavain respetase tanto como a Escorpio, y él lo sabía. Yo fui con él a la isla en la que Clavain estaba retirado. Los vi hablando juntos. No fue como imaginaba que sería. Eran más como dos viejos aventureros que habían visto muchas cosas juntos y sabían que nadie más podría entenderlos tan bien.

—Escorpio no es tan viejo.

—Sí lo es —dijo Vasko—, al menos para un cerdo.

Urton lo condujo entre la multitud, hacia la orilla. La muchedumbre comenzaba a dispersarse y una cálida brisa nocturna salada hizo que se le irritasen los ojos. Por encima de sus cabezas, las extrañas luces grababan motivos arcanos de un horizonte al otro. No parecían tanto fuegos artificiales o auroras boreales como una concienzuda y amplia clase de geometría.

—¿Te preocupa que le afecte para siempre? —preguntó Urton.

—¿Cómo te sentirías si tuvieses que asesinar a tu mejor amigo a sangre fría, lentamente y con público?

—Creo que no me lo tomaría muy bien, pero yo no soy Escorpio.

—¿Qué quieres decir con eso?

—El ha tomado el liderazgo con gran competencia mientras Clavain estaba fuera, Vasko, y sé que tienes buena opinión de él, pero eso no lo convierte en un santo. Acabas de decirme que el cerdo y Clavain venían de Ciudad Abismo.

Vasko observó las luces cruzar el cénit, dejando una estela de anillos como las formas que veía cuando presionaba los dedos contra los ojos cerrados.

—Sí —dijo entre dientes.

—Bueno, ¿qué crees que hacía Escorpio en Ciudad Abismo? No estaba ayudando a los necesitados y los pobres. Era un criminal y un asesino.

—Quebrantó la ley en una época en la que la ley era brutal e inhumana —dijo Vasko—. No es exactamente lo mismo, ¿no crees?

—Sí, había una guerra. He estudiado los mismos libros de historia que tú. Sí, el estado de excepción rayaba lo draconiano, pero ¿es eso excusa para asesinar a alguien? No estamos hablando de defensa propia o de interés personal. Escorpio mataba por deporte.

—Fue esclavizado y torturado por los humanos —dijo Vasko—, y los humanos lo convirtieron en lo que es: un callejón genético sin salida.

—¿Entonces con eso se libra de todo?

—No veo a dónde quieres ir a parar con esto, Urton.

—Lo único que digo es que Escorpio no es la persona sensible que tú quieres ver. Sí, estoy segura de que está afectado por lo que le ha hecho a Clavain…

—Lo que le obligaron a hacerle —la corrigió Vasko.

—Sí, bueno, pero al final es lo mismo: lo superará, igual que superó las demás atrocidades que perpetró. —Se levantó la visera de la gorra, mirándolo fijamente con los ojos recorriendo toda su cara, atenta a cualquier tic facial que lo delatase—.

¿Me crees o no?

—Bueno, ahora ya no estoy tan seguro.

—Tienes que creerlo, Vasko. —Advirtió que Urton había dejado de llamarlo Malinin—. Porque la alternativa es dudar de su capacidad como líder. No llegarías tan lejos, ¿verdad?

—No, claro que no. Tengo absoluta fe en su liderazgo. Pregúntale a cualquiera de los que está aquí esta noche y te dirá lo mismo. Y ¿sabes qué? Todos estamos de acuerdo.

—Claro que sí.

—¿Y tú que, Urton? ¿Dudas de él?

—En absoluto —dijo—. Sinceramente, no creo que le quite el sueño ni lo más mínimo lo que ha pasado hoy.

—Eso suena terriblemente cruel.

—Esa era mi intención. Quiero que Escorpio sea cruel. De eso se trata. Es exactamente lo que queremos, como necesitamos que sea nuestro líder ahora, ¿no crees?

—No lo sé —dijo, sintiendo un enorme desánimo sobre él—. Lo único que sé es que no he venido aquí esta noche para hablar de lo que ha pasado hoy. He salido para despejarme la cabeza e intentar olvidar lo peor.

—Yo también —dijo Urton. Su voz sonaba más dulce—. Lo siento, no quería insistir en lo de hoy. Supongo que hablar de ello es mi manera de superarlo. Ha sido horrible para todos.

—Sí, lo ha sido. ¿Has terminado ya? —Sintió que se le subía la sangre a la cabeza, notó cómo una oleada color escarlata golpeaba las barreras de su urbanidad—. Durante casi todo el día de ayer y de hoy parecía que no soportases estar en el mismo hemisferio que yo, y mucho menos en la misma habitación, ¿a qué viene este repentino cambio?

—Porque me arrepiento de mi comportamiento —contestó ella.

—Si no te importa que lo mencione, ya es un poco tarde para pensártelo mejor.

—Así es como me enfrento a las cosas, Vasko. Dame un poco de cuerda, ¿no? No era nada personal.

—Gracias, ahora me siento mucho mejor.

—íbamos a una misión peligrosa para la que todos estábamos entrenados. Todos nos conocíamos y sabíamos que podíamos confiar los unos en los otros. Y entonces apareces tú, en el último minuto, alguien a quien no conozco y a quien sin embargo de pronto se supone que tengo que confiarle mi vida. Podría nombrar a una docena de oficiales de la DS que podrían haber ocupado tu lugar en esa barca, y hubiera estado más tranquila con cualquiera de ellos cubriéndome las espaldas.

Vasko advirtió que le conducía hasta la orilla, donde había menos gente. Las oscuras siluetas de los barcos obstruían la penumbra entre la tierra y el agua. Algunos estaban listos para partir y otros estaban aún varados.

—Escorpio decidió incluirme en la misión —dijo Vasko—. Una vez tomada esa decisión debiste tener las agallas para aceptarlo, ¿o es que no confiabas en su juicio?

—Algún día estarás en mi lugar, Vasko, y no te gustará más que a mí. Ven entonces a darme una lección de confianza en las decisiones de los demás y verás lo convincente que suenas. —Urton hizo una pausa y miró al cielo mientras una fina línea escarlata cruzaba de un horizonte al otro. Había eludido su pregunta—. Todo esto está saliendo al revés. No te he sacado de la multitud para tener otra pelea. Quería pedirte perdón. También quería que comprendieses por qué había actuado así.

Vasko controló su rabia.

—Está bien.

—Y admito que estaba equivocada.

—No podías saber lo que iba a pasar —dijo él. Urton se encogió de hombros y suspiró.

—No, supongo que no. No importa lo que digan, predicó con el ejemplo, ¿verdad que sí? Cuando tuvo que poner su vida en juego, lo hizo sin dudar.

Habían llegado a la fila de barcas. La mayoría de las que quedaban en tierra eran una ruina: sus cascos tenían agujeros enormes cerca de la línea de flotación en aquellas zonas en las que habían sido devorados por los organismos marinos. Tarde o temprano serían transportadas a la planta de fundición para ser reconvertidas en nuevas embarcaciones. Los trabajadores del metal eran muy insistentes con reutilizar todo pedazo de metal reciclable disponible pero la cantidad recuperada nunca igualaría a la de la barca originaria.

—Mira —dijo Urton, señalando al otro lado de la bahía. Vasko asintió.

—Ya lo sé. Ya han rodeado toda la base de la nave.

—No me refiero a eso. Mira un poco más arriba, Ojo de Halcón. ¿Los ves?

—Sí —dijo al cabo de un momento—. Sí, ¡Dios mío! No lo van a conseguir.

Había pequeñas luces alrededor de la base de la nave, ligeramente por encima de las oscilantes barcas que Vasko había visto antes. Calculaba que no habrían escalado más de una docena de metros sobre el mar. Quedaban cientos de metros de nave sobre ellos.

—¿Cómo están escalando? —dijo Vasko.

—Palmo a palmo, supongo. ¿Has visto cómo es la nave de cerca? Es como la pared medio desmoronada de un acantilado, llena de agarres y cornisas. Probablemente no sea tan difícil.

—Pero la entrada más próxima debe de estar a cientos de metros por encima del nivel del mar, quizás más. Cuando los aviones entran y salen siempre lo hacen cerca de la cúspide. No lo va a conseguir —repitió—. Están locos.

—No están locos —dijo Urton—. Simplemente tienen miedo, mucho, mucho miedo. La cuestión es, ¿deberíamos unirnos a ellos?

Vasko permaneció en silencio. Observó cómo una de las diminutas lucecitas caía al mar. Se quedaron allí de pie contemplando el espectáculo durante muchos minutos. Nade más pareció caer, pero el resto de escaladores continuaban su incansable y lento ascenso, sin dejarse intimidar por el fracaso que sin duda muchos de ellos habían presenciado. Alrededor de la base de la nave, donde las barcas debían de estar balanceándose y chocando contra el casco, nuevos escaladores comenzaban su ascenso.

Algunas barcas regresaban de la nave, avanzando lentamente por la bahía, pero lo hacían muy despacio y la tensión iba en aumento entre los que esperaban en la orilla. Los oficiales de la División de Seguridad se encontraban cada vez en mayor desventaja numérica frente a la asustada y enfadada multitud que esperaba su pasaje hacia la nave. Vasko vio a uno de lo oficiales hablar nerviosamente por su comunicador de muñeca, obviamente pidiendo refuerzos. Cuando casi había terminado de hablar, alguien lo tiró al suelo de un empujón.

—Deberíamos hacer algo —dijo Vasko.

—No estamos de servicio y dos más tampoco vamos a ayudar mucho. Tendrán que pensar en otra cosa. No creo que puedan contener la situación mucho tiempo. Creo que ya no quiero estar aquí más tiempo. —Se refería a la orilla—. He comprobado los informes antes de salir. Las cosas no están tan mal al este de la Gran Concha. Tengo hambre y me tomaría una copa, ¿me acompañas?

Other books

New America 02 - Resistance by Richard Stephenson
Loose Connections by Rosemary Hayes
Iron Jaw and Hummingbird by Chris Roberson
The Uninvited Guests by Sadie Jones
El deseo by Hermann Sudermann
Robert W. Walker by Zombie Eyes