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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (46 page)

BOOK: El día de las hormigas
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—Y por eso yo fui acusada… Por suerte siguieron ustedes con los asesinatos…

—El profesor Miguel Cygneriaz tenía entre sus manos el producto final. Era nuestro objetivo de destrucción prioritaria.

—Y ahora, ¿dónde está el famoso formicida absoluto «Babel»?

—Tras las muertes de Cygneriaz, uno de nuestros comandos hormiga destruyó la probeta que contenía esa infección. Que nosotros sepamos, era la única existente. Esperemos que nuevos investigadores no tengan un día esa idea. Edmond Wells escribió que las ideas están en el aire… ¡Las buenas ideas y las malas!

Y Juliette Ramírez suspiró.

—Bueno, ahora ya lo saben todo. He respondido a todas sus preguntas. No les he ocultado nada.

La señora Ramírez tendió las manos como si esperase que Méliés fuera a sacar unas esposas de su bolsillo.

—Interrógueme. Deténgame. Encarcéleme. Pero, por favor, deje en paz a mi marido. Es un buen hombre, pero no soportaba la idea de un mundo sin hormigas. Ha querido salvar una riqueza planetaria amenazada por un puñado de sabios locos llenos de orgullo. Por favor, deje a Arthur en paz. De todos modos, ya está condenado por el cáncer.

167. Si no hay noticias, son malas noticias

¿Qué noticias hay de la cruzada?

No hay ninguna noticia.

¿Cómo que no hay ninguna noticia? ¿No ha aterrizado ningún moscardón mensajero procedente de Oriente?

Chli-pu-ni recoge sus antenas junto a sus labiales y las lava con insistencia. Presiente que las cosas no son tan sencillas como ella deseaba. ¿Se habrán agotado acaso las hormigas a fuerza de matar Dedos?

La reina Chli-pu-ni pregunta si el problema de las «rebeldes» se ha arreglado por fin.

Una soldado responde que ahora son doscientas o trescientas y que resulta difícil descubrirlas.

168. Enciclopedia

UNDÉCIMO MANDAMIENTO:
Esta noche he tenido un sueño extraño. Imaginaba que París era metido dentro de una vasija transparente por una gran pala. Una vez en la vasija, todo era agitado, hasta el punto de que la torre Eiffel golpeaba la pared de mi cuarto de baño. Todo quedaba patas arriba, yo rodaba por el techo, millares de peatones se aplastaban contra mi ventana cerrada. Los coches chocaban con las chimeneas, las farolas salían del suelo. Los muebles rodaban y yo huía de mi piso. Fuera todo estaba revuelto, el Arco de Triunfo en pedazos, Notre-Dame al revés, con sus torres profundamente clavadas en tierra. Los vagones del Metro brotaban del suelo destripado para escupir su confitura humana. Corría en medio de los escombros y llegaba ante una gigantesca pared de cristal. Detrás había un ojo. Un solo ojo, tan grande como el cielo entero, me observaba. En un momento, el ojo, para ver mi reacción, empezó a golpear, con lo que pienso que era una cuchara gigante, contra la pared. Sonó un ruido de campana ensordecedor. Todos los cristales todavía intactos en los pisos explotaron. El ojo seguía mirándome y era cien veces mayor que un sol. No me gustaría que todo eso se produjese. Desde ese sueño, ya no voy a buscar hormigueros al bosque. Si los míos mueren, no volveré a instalar ninguno más. Ese sueño me ha inspirado un undécimo mandamiento que empezaré aplicando en mí mismo antes de querer imponerlo a mi entorno: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Y por la palabra «demás» entiendo «todos» los demás.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

169. En el país de las cucarachas

Un gato ve pasar un curioso animal volador. Le golpea a través de la verja del balcón. El escarabajo «Gran Cuerno» cae. 103 tiene apenas tiempo para saltar antes de que el escarabajo toque el suelo.

Recibe el choque con las patas. Trece pisos no dejan de ser una gran altura.

En cuanto al escarabajo, ha tenido menos suerte. Su pesado caparazón explota contra el suelo. Es el fin del valeroso «Gran Cuerno», espléndido combatiente aéreo.

La caída de 103 se ha visto amortiguada por un ancho cubo de basura lleno de desperdicios. Sigue sin soltar su capullo.

Camina por la superficie agrietada y multicolor del cubo de basura. ¡Qué lugar tan mirífico! Aquí todo es comestible y lo aprovecha para sustentarse. Huele a una multitud de aromas y de pestilencias que no tiene tiempo de identificar.

Allá arriba, en un libro de cocina roto, ha descubierto una silueta furtiva. Hay varias. Hay millares de siluetas que la vigilan de reojo. Sus largas antenas se multiplican.

¡O sea que hay insectos que viven en el país de los Dedos!

Los reconoce. Son cucarachas.

Las hay por todas partes. Salen de una caja de conserva, de una zapatilla rota, de una rata dormida, de un paquete de detergente de enzimas glotonas, de un tarro de yogur con bífidus activo, de una pila eléctrica partida, de un muelle, de un esparadrapo rojo, de un tubo de tranquilizantes, de un tubo de somníferos, de un tubo de euforizantes, de una caja de congelados de fecha caducada y que por eso ha sido tirada intacta, de una lata de sardinas sin cola ni cabeza. Las cucarachas rodean a 103. La hormiga nunca las ha visto tan gordas. Tienen élitros pardos y larguísimas antenas curvas sin articulaciones. Huelen mal, menos mal que las chinches fétidas, pero tienen un tufo nauseabundo más acre, más matizado en las tonalidades olfativas de la podredumbre.

Sus costados son transparentes y a través de la quitina translúcida se distinguen las vísceras palpitantes, los latidos cardíacos, los chorros de sangre proyectados en las finas arterias. 103 está impresionada.

Una vieja cucaracha de emanaciones fétidas —tendencia melazo rancio—, de élitros amarillentos y patas cubiertas de pequeños garfios, se dirige a 103 en lenguaje olfativo.

Le pregunta qué ha ido a hacer allí.

103 responde que trata de encontrar a los Dedos en su nido.

¡Los Dedos! Todas las cucarachas parecen burlarse de ella.

¿Ha dicho eso? ¿Los Dedos?

Sí,
¿por qué resulta tan sorprendente?

Los Dedos están en todas partes. No resulta difícil encontrarlos,
dice la cucaracha vieja.

¿Podéis llevarme a uno de sus nidos?,
pregunta la hormiga.

La cucaracha vieja se acerca.

¿Sabes realmente quiénes son los… Dedos?

103 le hace frente.

Son unos animales gigantes.

103 no comprende lo que la cucaracha quiere emitirle.

La anciana le da por fin su respuesta.

Los Dedos son nuestros esclavos.

A 103 le cuesta creerla. ¿Cómo van a ser los gigantes Dedos esclavos de pequeñas cucarachas repugnantes?

Explícate.

La vieja cucaracha cuenta que las cucarachas han enseñado a los Dedos a entregarles todos los días toneladas de víveres diversos. Los Dedos les proporcionan refugio, alimento e incluso calor. Están a sus órdenes y tienen mil delicadezas con ellas.

Por la mañana, en cuanto las cucarachas han terminado de saborear algún tentempié entre las montañas de ofrendas entregadas por unos Dedos, llegan otros Dedos para retirar los platos. Hasta el punto de que siempre tienen para comer, y en abundancia, alimento muy fresco de primera calidad.

Otras cucarachas cuentan que, antes, también ellas vivían en el bosque, y que luego descubrieron el país de los Dedos y se instalaron en él. Desde entonces ya no tienen necesidad de cazar para alimentarse. Los alimentos ofrecidos por los Dedos contienen azúcares, son ricos en grasas, diversos y, sobre todo…, inmóviles.

Hace ya quince años que nuestra antepasada más lejana dejó de practicar la caza menor. Ahora nos llega cada día completamente fresca y servida por los Dedos,
afirma una gorda cucaracha de espalda negra.

¿Les habláis a los Dedos?,
pregunta 103, sorprendida por lo que percibe, pero también por lo que está obligada a ver: ¡montones de alimento!

La vieja cucaracha le explica que no es necesario hablarles. Ellos mismos obedecen antes de que ninguna cucaracha tenga necesidad de insistir.

¡Y de qué manera! En cierta ocasión, las ofrendas llegaron algo tarde. Las cucarachas habían manifestado su contrariedad golpeando el abdomen contra la pared y, al día siguiente, el alimento llegó a su hora. Por regla general, las basuras llegan todos los días.

¿Podéis llevarme a su nido?,
dice la hormiga.

Conciliábulo. No todas parecen estar de acuerdo. La vieja cucaracha emite el resultado de la concertación.

Sólo te guiaremos hasta su nido si eres capaz de afrontar la «prueba sublime».

¿La prueba sublime?

Las cucarachas guían a la soldado hacia la sala de vaciado de basuras, en el primer sótano del inmueble. Allí hay un trastero atestado de muebles viejos, de aparatos de cocina, de cartones.

Las cucarachas guían a 103 hacia un lugar preciso.

¿En qué consiste esa «prueba sublime»?

Una cucaracha le responde que, sencillamente, la operación consiste en encontrar a alguien.

¿A qué alguien? ¿A un adversario?

Sí, a un adversario más zafio que tú,
responde, sibilina, una cucaracha.

Caminan en fila india.

Llevan a la hormiga a ese lugar preciso. Allí 103 ve a otra hormiga con los pelos de la cabeza desgreñados. Es una soldado de aspecto feroz. También está rodeada de cucarachas.

103 lanza sus antenas hacia delante y percibe una primera anomalía: ¡la hormiga no posee absolutamente ningún olor pasaporte! Es probablemente una mercenaria habituada al combate cuerpo a cuerpo porque sus patas y su tórax están arañados por una multitud de golpes de mandíbula.

No sabe por qué, pero esa hormiga que le presentan en circunstancias tan extrañas le cae mal inmediatamente. No tiene olor, su aspecto es de vagabunda hambrienta, la forma de andar resulta bastante pretenciosa, y no debe haberse lamido desde hace dos días los pelos de patas, ¡vaya una hormiga más desagradable!

¿Quién es ese individuo?,
pregunta 103 a las cucarachas que acechan interesadas sus reacciones.

Alguien que ha insistido en verse contigo precisamente,
le responden.

103 se hace preguntas. ¿Por qué quiere entrevistarse con ella aquella hormiga y por qué ahora no le habla? 103 observa algo: finge dar cabezadas y luego, de pronto, abre mucho sus mandíbulas en posición de intimidación. ¿Va a someterse la otra, o aceptará el desafío? Y se sitúa en posición de combate frente a la mandíbula que la otra ha desenvainado lo mismo que sus dos sables labiales.

¿Quién eres?

No hay respuesta. La otra acaba de levantar sus antenas.

¿Que haces aquí? ¿Perteneces a la cruzada?

Había que volver a pelear.

103 intenta una intimidación más fuerte basculando el abdomen bajo su tórax, en posición de disparo de ácido a quemarropa. La otra no tiene por qué saber que su reserva de veneno está vacía.

Enfrente, la hormiga reacciona igual. Las dos representantes de la civilización mirmeceana se tienen respeto delante de las curiosas cucarachas. 103 comprende mejor ahora la prueba. De hecho, las cucarachas quieren asistir a un duelo de hormigas y la vencedora será admitida en su tribu.

A 103 no le gusta matar hormigas pero sabe que su misión es más importante —una cucaracha ha aceptado guardarle el capullo durante la prueba—. Además, el individuo que tiene enfrente le resulta cada vez más patibulario. ¿Quién es esa presuntuosa que no habla y que ni siquiera ha reconocido a 103, la primera hormiga que ha alcanzado el confín del mundo?

Yo soy 103.683.

La otra levanta de nuevo sus antenas pero sigue sin responder. Las dos permanecen en posición de tiro.

No iremos a disparamos, ¿verdad?,
emite 103, diciéndose que probablemente la otra tiene la bolsa de ácido llena.

Escucha a su cuerpo y siente que todavía hay una última gotita en el fondo de la suya. Si dispara deprisa, tal vez logre la ventaja de la sorpresa.

Propulsa su gota con todo el poder de sus músculos abdominales.

Pero, por pura coincidencia, la otra dispara exactamente en el mismo momento, hasta el punto de que las dos gotas se anulan y caen despacio, muy despacio. (¿Muy despacio? Nunca se ha visto que el aire permita al líquido escurrirse, pero no le presta atención.) 103 se lanza contra la otra con sus mandíbulas abiertas y choca contra algo duro. La punta de las mandíbulas de la adversaria golpea precisamente la punta de sus mandíbulas.

103 medita. Su adversaria parece rápida, coriácea, y sabe anticiparse a sus golpes hasta el punto de bloquearlos al segundo y en el lugar exacto donde quiere asestarlos.

En estas condiciones, no es aconsejable una confrontación.

Se vuelve hacia las cucarachas y anuncia que se niega a batirse contra aquella hormiga porque es una roja como ella.

Tendréis que aceptamos a las dos o no aceptar a ninguna.

Las cucarachas no se sorprenden por esa frase. Le anuncian simplemente que ha superado la prueba. 103 no comprende. Entonces se lo explican. De hecho no había adversario, nunca lo ha habido delante de ella. Su única interlocutora ha sido siempre ella misma.

103 continúa sin comprender.

Las cucarachas añaden entonces que la han colocado delante de una pared mágica, recubierta de una sustancia que hace existir «a uno mismo enfrente».

Esto permite aprender muchas cosas sobre los extranjeros. Y, sobre todo, la forma en que se estiman a sí mismos,
dice la vieja cucaracha.

¿Qué mejor manera de juzgar a alguien que ponerle en una situación en la que confiesa francamente la forma de reaccionar frente a su propia aparición?

Las cucarachas habían descubierto aquella pared mágica por casualidad. Las reacciones habían sido interesantes. Algunos individuos se batían durante horas contra su propia imagen, otros se insultaban. La mayoría juzgaba al animal que aparecía delante de ellos «digno de ser agredido», porque no tenía olor, o, en cualquier caso, carecía de los mismos olores que ellos.

Pocos trataban de confraternizar desde el principio con su propio reflejo.

Pedimos a los demás que nos acepten y no nos aceptamos a nosotros mismos…,
filosofó la cucaracha vieja. ¿Cómo se pueden tener ganas de ayudar a alguien que no está dispuesto a ayudarse a sí mismo? ¿Cómo se puede apreciar a alguien que no se aprecia?

BOOK: El día de las hormigas
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