El enviado (55 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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—Te curamos con magia ¿De qué otra manera, entonces? —confesaría entonces Gharin un tanto sorprendido por la pregunta del joven—. Ishmant fue el responsable. Los hechizos de Allwënn o los míos no podían cerrar una herida tan grave. No en aquél momento—. Aunque es capaz de acelerar el proceso —seguiría el elfo de rubios cabellos—, la magia, a niveles superficiales de conocimiento no lo puede todo. Si el hechizo no es lo bastante poderoso o la herida es demasiado grave, se precisan añadidos y cuidados adicionales al conjuro. Ishmant cerró tus desgarros internos y selló la herida lo bastante como para no necesitar que te cosiéramos. Sin embargo, las vendas y el reposo también han resultado indispensables.

Odín se miró el vientre. Una pequeña mancha de sangre pintaba las bandas de tela que cubrían su herida. Alex se había dormido definitivamente. Escuchaba su respiración acompasada y algún que otro sonido debido a su forzada postura. Pronto él también acabó vencido por el sueño.

El sonido de unas botas que se aproximaban obligó a Gharin a abreviar las últimas palabras. Pronto, el par de cueros alcanzó a la pareja ya en silencio y Allwënn, con aspecto cansado, acabó por tomar asiento junto a ellos, como si su cuerpo se desplomase.

—¿La chica está bien? —preguntó Ishmant al recién llegado. El mestizo apartó sus larguísimos cabellos para mirarle con expresión marchita en sus ojos verdes. Mantuvo el silencio un instante y contestó.

—Creo que la fiebre comienza a remitir. Tus esporas de Ghardha han dado resultado. Mañana le dolerá la cabeza como si una cuadrilla de trompeteros soplase en su cerebro, pero ha salido del peligro... o eso espero—. Allwënn suspiró manteniéndole la mirada a aquel personaje de rasgos pétreos. Lamentaba de que tanta alteración hubiese postergado a tan altas horas una charla apacible.

—El alba nos saluda como antaño, Venerable. Es un buen comienzo—. Allwënn pasó su brazo sobre los hombros de aquel humano disfrazado de elfo en un gesto de camaradería—. Mi corazón late afortunado, Arck-Muhd
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. Confieso que había perdido la esperanza de volver a disfrutar de tu noble presencia, maestro. Celebro tu vuelta.

El mestizo apretó el antebrazo de aquel singular personaje con emotividad. Ishmant le devolvería un cálido gesto antes de hablarle.

—También mi alma se llena de gozo por este reencuentro, Murâhäshii.

Con una sincera sonrisa en su rostro, Allwënn se despegó del contacto con aquel irreconocible guerrero.

—Veo que la mano de la Inevitable ha sido benévola contigo
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, Ishmant... pero ¿Cómo os han tratado el resto de Dioses estos años? ¿Qué ha sido del Templado Espíritu
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en tiempos tan desafortunados? ¿Tienes noticias de los viejos camaradas? —Ishmant levantó la cabeza, hundida en la simiente de la diminuta hoguera que ardía a sus pies y miró a Allwënn.

—No muchas, viejo amigo. Estuve en Belhedor durante la guerra.

—¿En el Castillo? —Hubo sorpresa ante la noticia.

—Digamos que la guerra me retuvo allí. Las revueltas en el corazón de Arminia se sofocaron con cierta rapidez y las tareas de reorganización precisaron mi ayuda. Fue duro pero por un instante las tropas imperiales creyeron que la victoria podría alcanzarse. Me desconecté del grupo. Estabais dispersos. Más tarde supe que Lem había caído en la batalla de Tagar—. Gharin y Allwënn se miraron en una reacción sin premeditar y hundieron su cabeza en la arena con pesar.

—Si —afirmó el elfo rubio—. También lo supimos.

—Torghâmen regresó a Tuh’ Aasâk y mis viajes no consiguieron llevarme de nuevo al reino enano. Ignoro que ha sido de él. Tampoco sé nada de Robhyn o el Crestado. Encontré a Keomara antes del estallido de la guerra en los puertos verdes del río Pindharos. Embarcaría hacia las islas. Sé poco más de ella.

—Keomara estuvo con nosotros en el Paso de Khäleshar, después de la batalla —añadió Allwënn con cierta apatía. Gharin le miró sorprendido. Allwënn hablaba de los sucesos acaecidos en la devastación del Paso, donde Ariel encontró la muerte—. También estuvieron allí Robhyn y Olem. Éste partía hacia el Othâmar con objeto de alertar a su pueblo. No supimos más de él. O ha muerto o los Toros de Berserk han preferido mantenerse al margen de este conflicto. Prefiero pensar que haya muerto.

Al concluir, el silencio pudo cortarse con una espada...

Gharin esperaba indeciso y temeroso a que alguien pronunciase la primera palabra. Ishmant miraba al elfo de largos cabellos de ébano directamente a sus poderosos ojos verdes y éste ensartaba sus brillantes iris esmeralda en el rostro del guerrero. No había lucha en esa mirada, ni siquiera tensión pero Gharin no hubiera apostado ni un bocado de pan rancio por adivinar qué sucedería a continuación.

—Lamento lo de Äriel, como lo lamentaron los Hijos del Dragón, créeme.

Silencio. Miradas.

—Agradezco tus condolencias, Venerable, aunque lleguen con décadas de retraso. Pero permíteme escupir sobre las dudosas aflicciones de esa curia de farsantes. No admitiré que la idolatren los mismos que la martirizaron en vida, aquellos que la condenaron y la privaron de su esencia y rango. Que me perdone el gran Hergos, pues sé que ella estaba llamada por él a montar su lomo infinito, pero juro que nunca me cansaría de insultar a sus perros y lacayos como si vistiesen el ‘Säaràkhally’.

Allwënn escupió al suelo y en su rostro se advirtieron los signos del enojo...

—Te equivocas... pero respeto tu ira.

—¿Todo lo que traes son noticias de esta calaña? —recriminó el mestizo enano al insólito guerrero—. ¡Por Berserk Vengador! ¿Qué clase de noticias esperaba que trajeses? Me alegra saber que tú estás vivo. ¿Sabes algo del Señor de las Runas? Si él también ha caído será un glorioso final para una noche de tragedias.

—Me ayudó a escapar cuando Belhedor cayó. Luego se retiró a las Cámaras del Conocimiento para meditar y estudiar.

—¿Meditar y estudiar? —El rostro de Allwënn adivinaba sarcasmo— Una sutil manera de decir que también él se escondió. Todo el que ha tenido un agujero ha corrido a esconderse en él, por lo que veo.

—Una vez roto el estandarte en Belhedor, su presencia no tenía ningún valor. Por el contrario el enemigo conocía su existencia así como la de las Cámaras del Conocimiento y aquello que en ellas se guarda. Hizo lo que debía, Allwënn. Desapareciendo del mundo, desaparecían con él las aspiraciones del enemigo de encontrar las Cámaras. Se marchó con la intención de buscar entre los volúmenes del conocimiento alguna fórmula de arreglar este entuerto.

—¡Já! —exclamó Allwënn con sorna—. No creo que haya ninguna receta mágica capaz de arreglar esto. Ishmant miró al joven con tal fijación que logró borrar la irónica sonrisa de su rostro.

—Nunca... —dijo con serenidad, y su voz resonó como la autoridad de un maestro— es una posibilidad que no ha de tomarse en cuenta.

El ambiente se había tensado pese al frescor del alba que asomaba por entre los árboles y se colaba entre las ropas. Gharin, entonces, cambió de tercio la conversación.

—Ya sabes que ha sido de nosotros en estos años, pero ¿Qué has hecho tú? —Ishmant se acomodó en el lugar que ocupaba y contempló a la insólita pareja de elfos con una lenta y minuciosa mirada.

—Busqué un lugar apartado donde refugiarme por un tiempo —anunció al fin—. Huí. Al norte. A los confines más septentrionales del Nevada y me escondí allí.

—¿Huiste? ¡¿Tú?! —No puedo precisar quién de los dos respondió, pues ambos quedaron perplejos.

—Así es...

—¡Huiste! —repitió el que era mezcla de enanos como si no fuera capaz de creerlo aún escuchado de su propia voz. El desconcierto cayó sobre la pareja de elfos como la losa fría del desengaño. En aquellos instantes, algo hasta entonces inamovible se derrumbaba dentro de cada uno de los ladrones. El silencio se adueñó de la escena entonces... un silencio prolongado y frío.

—Muy grave ha de ser el mal que nos acecha si el más capaz de los nuestros buscó esconderse como una rata en las cloacas —manifestó Gharin sin perder el halo de asombro que había cernido sobre grupo hacía unos instantes—. O hemos sido unos auténticos héroes o los más necios de cuantos haya al no seguir tu ejemplo.

A pesar de todo, Ishmant se mostraba muy tranquilo, como si los elfos estuviesen magnificando la reacción ante su noticia.

—No tenéis tanto que temer como yo —contestaba a Gharin de esta manera, muy apacible y cordial; diríase que casi sonriendo—. No es a los elfos a quienes buscan.

—¡Un momento! —exclamó Allwënn que había permanecido ausente por unos instantes —¿Y qué haces aquí ahora? ¿Qué te ha impulsado a abandonar tu refugio, Ishmant Arck Muhd, señor del templado espíritu, y caminar tan al sur? —Todo el mundo tornó su mirada hacia el enigmático elfo que continuó hablando de esta manera—. No me preocupa tanto qué poderosa fuerza te hizo marchar y esconderte. Lo que realmente me sobrecoge es saber qué ha ocurrido entre tanto para que te hayas visto obligado a salir.

Gharin comprendió enseguida la dimensión real de las palabras de Allwënn y pronto tuvo que admitir que su compañero había tocado un tema delicado realmente. Una idea asaltó de súbito su cabeza y sin poder controlarlo se halló mirando las siluetas que los humanos dibujaban entre las sombras a sus espaldas. El calor de la sospecha se apoderó de él en un abrazo angustioso.

—¡No nos buscabas a nosotros, sino a ellos! —dejó escapar de golpe a una pareja que había seguido la conversación sin él.

—¿A qué te refieres? —preguntó Allwënn.

—¡¡Los humanos!! Por eso se ha interesado por tantos detalles de nuestro tropiezo con ellos.

—¿Qué? ¿Cómo? —a estas alturas el otro semielfo acababa de perderse. Ishmant hurgó un instante entre los pliegues de sus arreos y acabó extrayendo una pieza afilada y brillante que mostró abiertamente a los ojos incrédulos de quienes le acompañaban. Al verla ambos ladrones enseguida identificaron de qué se trataba. En su mano sustentaba una porción de metal de varios centímetros. Sin duda, una punta de flecha cuya asta se había quebrado a la altura del abrazo con el metal. No era una punta corriente. Muy al contrario, era más estilizada y larga que las normales, más letal y aerodinámica. Pronto reconocieron en sus innegables perfiles que había salido de las hábiles manos de Allwënn y del selecto carcaj de Gharin. El guerrero dejó caer el brillante trozo de metal cerca de la luz de la hoguera. Los elfos clavaron entonces sus iris en el trozo inservible de flecha.

—Seguiros el rastro... —dijo Ishmant entonces— resultó aún más fácil que extraerle eso al orco que lo llevaba enterrado en el cuello.

La mano de Gharin se estiró retomando aquello que una vez le había pertenecido.

—¿Qué ha ocurrido, viejo amigo? —Preguntó el irascible elfo ahora sereno y tranquilo. La respiración profunda del guerrero se escuchó antes que su respuesta.

—Tuve una visita —reveló más tarde. Los elfos hicieron el intento de pronunciar palabra pero un gesto del orador les indicó lo contrario— ...tan inesperada como importante—. La mano del guerrero volvió a acallar de nuevo sus intenciones antes que éstas se hiciesen palabra—. Rexor vino a verme.

—¡¿Rexor?! Dijiste que fue a las Cámaras —se sorprendió Gharin.

—Esperé durante años la llegada del Guardián del Conocimiento. Su presencia impulsaría el movimiento. Al fin se ha producido

—Odio cuando hablas con enigmas —se quejó Allwënn—. ¿Rexor fue a buscarte? Os conozco a ambos lo suficiente como para saber que algo ocurre. ¿Qué tiene eso que ver con esos chicos?

—Quizá nada... quizá todo.

—¡Basta, Ishmant! Habla o calla pero no juegues con mi paciencia.

—No puedo contaros mucho, por vuestra propia seguridad. Rexor busca a un humano.

—¿A quién? —preguntó Gharin intrigado.

—No lo conoce —aseguró aquel oscuro personaje. Allwënn pensó que todo el mundo había perdido el juicio en aquella conversación.

—¿Busca a alguien que ni siquiera conoce? ¿Por qué razón? —trataba de deducir el mestizo, cada vez más perdido—. ¿Cómo se supone que va a encontrarlo? ¿Y qué tiene eso que ver con nosotros?

—No esperaba encontraros en este viaje. Ni siquiera pretendía llegar tan al sur, pero ahora sé que estaba hilado en el Tapiz
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que así ocurriese. Hay señales que lo harán reconocible... y las he seguido.

—¡El temblor! —exclamó Gharin espontáneamente como rememorando algún incidente que en su momento pasó inadvertido. Sin embargo, sus palabras carecieron de sentido para su compañero que se extrañó al oírlas. Muy al contrario, Ishmant, impresionado, se petrificó contemplando al joven elfo.

—¡Lo has notado! —comentó impresionado en un susurro cargado de sorpresa.

—¿De qué se trata? —Preguntó Allwënn de nuevo perdido.

—Si... —continuó Gharin haciendo caso omiso a las suplicas de su amigo—. Un estremecimiento me sacudió de arriba abajo. Sentí como si todo vibrara conmigo. Fue sutil, fue breve. Pero sin duda ocurrió.

—¿De qué maldito asunto habláis? Yo no he sentido nada.

—Tu contacto con el Vacío es más distante que el de Gharin —le aseguró Ishmant—. Él sí lo percibió mientras que para ti el mundo nunca se alteró.

—¿Vais a explicarme qué ocurre o tendré que arrancároslo con la espada?

Ishmant parecía sentirse fascinado por aquella noticia y tardó en reaccionar, pero al fin se dispuso para hacer saber aquello que en un principio no esperaba contar.

—La gran cadena mágica se ha estremecido. Sus estratos se convulsionaron. Apenas había entrado el nuevo año cuando los estratos temblaron por vez primera. Fue un temblor lejano, apagado, pero se dejó escuchar en todas las latitudes. Yo lo percibí y quien me visitó, también. Su visita estuvo muy condicionada por ese hecho. No voy a detenerme en los pormenores de lo que ello significa pero creedme si os digo que ese fue uno de los motivos que forzó mi salida y nos puso en marcha. Seguí su rastro hacia el epicentro. Así se explica mi aparición tan al sur. Y también el motivo de que encontrara vuestro rastro —añadió volviendo a elevar aquella peculiar punta de flecha—. Encontré vuestra señal en el mismo centro. Lo que quiera que hizo temblar la cadena mágica... estuvo allí.

—¿Que tienen que ver los humanos en esto? —preguntó entonces el de cabellos de ébano. El misterioso personaje guardó un más que inquietante silencio. Un silencio turbador. Casi por inercia las cabezas de los que compartían fuego y tertulia se dirigieron hacia las indefinidas formas de los humanos que se perdían entre las sombras del interior. La luz comenzaba a penetrar desde fuera del abrigo. Por un instante un sentimiento extraño e indefinible se apoderó de ellos.

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