Odín se levantó despacio...
Su diestra empuñaba por primera vez el hacha por propia voluntad. La había prendido como en un acto reflejo al que no daba explicación. Ni siquiera podía asegurar si alguna vez reuniría el coraje suficiente para blandirla contra alguien... o contra algo. Todo parecía tranquilo, ahora, después de esos segundos de alteración y desorden. Los relinchos de los caballos se alejaban con ellos hasta perderse entre el boscaje. El silencio volvía al lugar. Sólo se escuchaba el viento, que comenzaba a soplar con fuerza. Él traía consigo los esfuerzos y lamentos de Alex atrapado bajo el abdomen de su caballo. También, mezclado con el silbido de las rachas, llegaba el escalofriante sonido del triturar de huesos...
Los rápidos ojos de Allwënn no tardaron en buscar el peligro en cuanto su cuerpo se detuvo de rodar y contempló la escena. El corpulento muchacho con el hacha laxa ante ellos. A escasos dos, quizá tres metros. Sin moverse, casi sin respirar. Pronto supo el riesgo mortal al que aquel imponente músico estaba exponiéndose.
Eran dos ejemplares, magníficos, grandes como montañas. Sus cuerpos se cubrían de una correosa piel verde grisácea muy oscura, llena de malformaciones y rugosidades. Poseían piernas resistentes y brazos exageradamente largos acabados todos ellos en temibles garras. De sus rodillas, codos y hombros, surgían como atalayas de hueso, espolones afilados y de aspecto sobrecogedor de un color amarillento. Sus testas eran grandes y poderosas, espantosas máscaras de horror que superaban con creces aquellos monstruos imaginarios que poblaron nuestros miedos de la infancia. Tenían los ojos pequeños de intenso color rojo como un orbe de sangre, sin más distinción, sin iris ni pupila, enterrado, casi escondido, en unas descomunales cuencas de hueso vacías y oscuras. Y sus fauces...
Unas poderosas mandíbulas que alojaban en su interior varias hileras de dientes como sables de guerra mordían, aún palpitante, el cuerpo de un caballo. Arrancaban sin esfuerzo músculos, tendones y huesos de proporciones alarmantes. Esas terribles bocas partirían en dos a un hombre de un solo bocado. Y estaban ahí, a solo unos metros, no parecían prestarle atención a nada salvo a la pieza a la que daban buena cuenta. Sin embargo, resultaba horrible tener la certeza de que aquel infeliz caballo no duraría eternamente.
Entonces Claudia los vio y el terror fue tan grande que su reacción más inmediata fue el grito. Un grito horrorizado y agudo que pronto se vio interrumpido por la mano callosa de Allwënn. Uno de los trolls dejó de comer y miró por un instante hacia el lugar desde donde se había producido el sonido con sus ojillos rojos. Claudia presa del terror no dejaba de contorsionarse y agitarse entre el potente abrazo del elfo. Allwënn la instaba a callar y tranquilizarse pero aquello resultaba algo fútil cuando una criatura como aquella te miraba con sus ojos muertos, goteando la sangre de su víctima por entre su monstruosa dentadura.
—¡Escúchame, escúchame! —susurraba el elfo con su inconfundible voz—. No pueden verte, son ciegos. Si no te mueves, no te atacarán—. La joven pareció calmarse poco a poco sin apartar la vista, como hipnótica, de las feroces bestias. Allwënn miró a Gharin después de mandar callar a Alex desde cuya posición no podía ser partícipe de lo que estaba ocurriendo. El rubio semielfo portaba ahora su arco tenso y listo para usar. La punta de la flecha ardía sin que nada ni nadie la hubiese prendido. La
flecha ígnea
es un conjuro fácil y rápido, tanto Gharin como Allwënn sabían el gran aliado que podría ser el fuego en esta contienda por venir. El arquero permanecía inmóvil, atento, esperando la menor oportunidad para disparar. Había que pensar con rapidez, el hechizo podría disiparse en cualquier momento.
—Escúchame muy atenta, pequeña: El tiempo es nuestro adversario. Vamos a levantarnos muy despacio—. La joven movió con decisión la cabeza en gesto afirmativo y se alzó sin ningún ruido tal y como decía el elfo—. No pueden verte pero su olfato y sus oídos te delatarán. Mientras permanezcamos quietos pensarán que estamos muertos o que somos parte del paisaje. Eso nos dará tiempo de ventaja pero no nos salvará ¿comprendes? —continuó Allwënn inusualmente paciente. La joven le respondía agitando la cabeza en gesto afirmativo—. Necesito que corras hacia allí, hacia la nieve y te entierres en ella—. La joven arrugó su rostro. No le resultaba demasiado atractiva la idea de correr. Acababa de decirle que solo estarían a salvo si se quedaban quietos—. Pase lo que pase, oigas lo que oigas tras de ti, corre, porque la muerte correrá detrás y has de ser más rápida. Si llegas hasta la nieve y te entierras en ella, no podrán olerte. Va a ser duro... ¿Estás preparada?
Claudia, llena de pánico prometió que lo haría. Por suerte, Odín aún no se había movido.
—¡¡Corre, Claudia!! ¡¡Corre!! ¡¡Vamos!! —gritó Allwënn con un torrente de voz al tiempo que cargaba su espada en posición de ataque. Odín se giró como si el grito del elfo le hubiese devuelto a la realidad. Claudia comenzó a correr desesperadamente hacia la nieve más rápido de lo que jamás lo hubiese hecho. La adrenalina surcaba sus venas en lugar de sangre. En contra de lo que Allwënn suponía, sólo uno de los dos Vagabundos alzó su mirada alerta y se dispuso a perseguir a la nueva pieza. El elfo se disparó hacia él. En cuanto el gigantesco troll comenzó a moverse, Gharin, con su llameante flecha apuntando a la cabeza le siguió apostado junto a un árbol, esperando el instante apropiado para liberar el cordel y lanzar el ataque.
La joven enseguida escuchó movimiento a su alrededor pero aquello sólo sirvió para apurar aún más sus fuerzas hacia la pradera nevada que parecía no llegar nunca. Allwënn era, evidentemente, menor que el troll pero mucho más rápido y consiguió colarse ante él evitando que se aproximara más hacia la chica. Entonces impulsó su espada en un contundente lance hacia el bajo costillar haciendo que la punta de la Äriel penetrara algunos centímetros entre las últimas costillas. La sangre espesa y negruzca comenzó a escurrirse por la dentada hoja de acero. El monstruo se detuvo en seco con un gruñido de dolor y se volvió hacia el elfo.
Las llamas de la flecha continuaban ardiendo...
Allwënn había detenido el blanco y el troll mostraba el cuello limpiamente. El acierto estaba asegurado.
La herida sería mortal...
No, aún no...
El troll proyectó su garra derecha sobre Allwënn pero aquel ya lo esperaba. En lugar de intentar apartarse de esa mano desmesurada, Allwënn atacó con violencia la articulación que la sujetaba al resto del cuerpo. Las mandíbulas de acero de la Äriel arrancaron la rugosa carne y quebraron el hueso. El miembro del troll cayó inerte a la nieve. Aquella criatura de casi tres metros de estatura se dobló hacia atrás todo lo que la longitud de su esqueleto le permitía, aullando enloquecida. Allwënn no concedió un segundo a la tregua y con el mismo impulso enterró en un desgarrador tajo el metal de su arma en el abdomen del troll hasta que aquél se empotró contra el hueso. La herida salpicó la viscosa sangre de la bestia al rostro y pecho de aquel elfo de Mostal. El Vagabundo volvió a aullar de dolor.
Gharin, apuntando, suplicaba un poco más de tiempo.
Claudia llegó hasta la nieve y cayó en ella agitándola en torno a sí para cubrir su cuerpo. Aunque sudorosa por la turbación no pudo evitar el terrible mordisco helado de la nieve en su piel desnuda y el primer impulso fue salir de allí. No lo hizo. El miedo podía más que el frío. Temblando de congelación quedó quieta y trató de pensar en algo positivo.
Allwënn sabía que permanecer mucho más tiempo cerca del enfurecido depredador podría costarle la vida. Sus heridas pronto se cerrarían pero le darían el tiempo necesario. Aún quedaba otro. De un tirón extrajo su poderosa espada y salió del radio de acción del gigantesco troll en dirección al caballo de Alex. Odín aún permanecía absorto contemplando la escena sin decidirse a actuar de una u otra manera.
El troll salió tras del elfo...
La herida recién abierta hubiera bastado para partir en dos a un hombre del tamaño de Odín. En ésta aún manaba la espesa sangre. Sin embargo, lo que habría de ser un caudal de fluido precipitándose desde el muñón del codo no resultaba más que un inocente hilo de sangre. De la brecha en las costillas no quedaba ya ni un recuerdo tan solo.
La meta de Allwënn eran las alforjas del caballo de Alex. En ellas había visto una de las lozas que contenían el aceite para los asados. Era precisamente el inflamable líquido lo que buscaba, pero inesperadamente una raíz enterrada en la nieve atrancó su bota y le hizo caer a sólo unos centímetros de ella. La Äriel se escurrió de su mano y quedó fuera de su alcance. El troll ya estaba sobre él. Se dio la vuelta en el suelo al tiempo para ver cómo aquella descomunal bestia pretendía ensartarle con las terribles garras del brazo que aún le quedaba.
Gharin sudaba por la tensión...
Si disparaba en aquel momento de nada habría servido tanta espera.
Allwënn apretó los dientes confiando en poder sobrevivir a la embestida, pero aquella nunca llegó. Un decidido grito le hizo abrir los ojos.
Odín, audaz, envió su formidable hacha orca al pecho de la bestia y aquella reculó un instante hacia atrás entre grotescos gruñidos. Su compañero aún no se había movido. Allwënn no esperó un desenlace. Con aquellos instantes de regalo que la valentía del humano le proporcionaba, se zafó de la presa y alargó la mano para alcanzar la loza dentro de las alforjas, ignorando las insistentes preguntas que Alex le dirigía desde su inmovilizada posición.
Gharin, sin bajar su guardia, suspiró aliviado...
Odín no era capaz de creer lo que había hecho. Ni siquiera tuvo ocasión de darse cuenta de que probablemente había salvado la vida del elfo. Sólo supo que su hacha había quedado empotrada en el cuerpo de esa cosa y que aquella le miraba como si el dolor hubiese sido momentáneo y estuviera maquinando cómo vengarse. Los diminutos ojos del trolls fueron desde la herida hasta el humano y luego de nuevo a la herida. Su rostro se contrajo y de un tirón sacó la hoja de acero de sus entrañas...
Lo que a Odín le dejó sin palabras fue contemplar como la herida sangrante comenzaba a cerrarse por sí sola. El joven no tuvo ocasión de apartarse. El troll estrelló su pie de tres dedos contra el musculoso cuerpo del chico y la afilada cuchilla de su espolón penetró y rasgó la carne manchándolo todo de sangre. Odín se desplomó violentamente en el suelo y quedó tendido. El troll se incorporó enseñando sus fauces en toda su extensión y crispó su cuerpo maltrecho y deforme en un alarido terrible. En ese instante, el otro troll dejó de comer y volvió su descomunal cabeza hacia el grupo.
En la exhibición de poder de la bestia, Allwënn tuvo tiempo de recoger la espada y dirigirse hacia él, mucho más ocupado demostrando su furia que en observar los hábiles movimientos del mestizo. Con rapidez depositó la loza de aceite en el suelo y empuñó la Äriel con ambas manos. Expulsando la adrenalina en un arrebatado grito, el dentado filo de su espada zajó la parte más vulnerable del troll: sus piernas. De un tajo impresionante privó al monstruo de su pierna izquierda. La montaña de carne se desplomó, como un castillo de naipes. La testa del troll pronto estuvo a la altura de Allwënn. Agarró la loza y la estrelló contra la frente de la bestia haciéndola añicos. El aceite se derramó sobre su rostro horrible.
Gharin sonrió con un placer malsano y las cristalinas pupilas fijaron el blanco sobre el rostro horrendo del Vagabundo.
—Ahora —sentenció con voz trémula. Sus dedos aflojaron la presa que tanto tiempo habían retenido. La cuerda imprimió fuerza. La flecha se abalanzó mortalmente hacia su víctima en una veloz carrera sobre el viento. El fuego mágico aún ondeaba en la punta de acero, como un faro de guía.
Los huesos emitieron un crujido profundo cuando los afilados gramos de acero candente los astillaron con violencia. La flecha se incrustó en mitad de la cara del troll y el fuego de la punta prendió el aceite convirtiendo la enorme testa de la bestia en una tea. Allwënn se echó a un lado cuando el troll comenzó a bramar de dolor y a sacudirse con furia en un vano intento de apagar las llamas que le consumían el rostro. Sus alaridos alertaron a su compañero que se detuvo en seco como si supiera la suerte que estaba corriendo su aliado. El olor era nauseabundo.
Allwënn quedó ante el segundo de los Vagabundos, aquél parecía verle con sus ojos muertos. Estaba indeciso. No sabía si avanzar o retroceder. Se limitaba a gruñir ferozmente enseñando los babeantes dientes manchados con los restos del caballo.
La mano de Gharin extrajo rápidamente un par de flechas de su carcaj. Disparó ambos proyectiles al cuerpo gimiente del troll herido. Las dos se alojaron en su cuello y la bestia cayó fulminada al suelo con la testa aún coronada de fuego. Entonces su mirada se fue al cuerpo inerte y herido del enorme humano. Alex pudo ver cómo cargaba su arco de guerra a la espalda y se cubría con su capucha negra antes de emprender la carrera hacia el chico. Mientras corría ya iba preparando otro conjuro.
Un dolor atenazante y frío laceraba el abdomen de Odín cuando sus párpados volvieron a desplegarse. Su cuerpo caía laxo y pesado sobre el blanco lienzo de nieve y por un instante olvidó los eventos que le habían llevado hasta aquella posición. Sin embargo, cuando aquellos volvieron en tropel a su mente fue consciente de que había perdido el conocimiento durante un breve espacio de tiempo. No veía al troll, ni siquiera percibía la agitación de hacía unos momentos. Todo estaba en calma. No estaba tendido sobre la nieve sino apoyado contra el tronco de un árbol. Evidentemente él no había podido llegar hasta allí.
Al principio, instantes después de que se aclarasen sus ojos, no reconoció la figura que tenía ante sí y que le mandaba guardar silencio mientras recogía sus armas del suelo. Pese a todo terminó identificándolo con Gharin. No estuvo seguro hasta los últimos momentos pero no se trataba de imaginaciones febriles. Las facciones, las dimensiones del elfo no eran las habituales. Su rostro parecía más ancho y duro. Sus hombros algo más separados y fornidos. Sus brazos exhibían unos bíceps poderosos y sus piernas resultaban recias y musculosas. La ancha camisa de seda se ajustaba a su torso mostrando unos pectorales más propios de su compañero que del femenino elfo. Solo de tal manera podría haber cargado con los sobrados cien kilos de peso del gigante y arrastrarlo fuera del alcance de la contienda... con un conjuro.