Cuando se han corrompido los principios del gobierno, las mejores leyes se hacen malas y se vuelven contra el Estado; cuando los principios se mantienen sanos, aun las leyes malas hacen el efecto de las buenas: la fuerza del principio suple a todo.
Los Cretenses, para tener a los primeros magistrados sumisos a las leyes, sujetos siempre a la dependencia de las mismas, se valían de un medio muy singular: la insurrección. Una parte del pueblo se sublevaba
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, ponía en fuga a los magistrados y luego los obligaba a descender a la condición privada. Todo esto se hacía en virtud de una ley, que establecía el derecho de insurrección contra el abuso de autoridad. Esta ley, que autorizaba la sedición para impedir las demasías del poder, parece que había de acabar con cualquiera República. No destruyó, sin embargo, la República de Creta; he aquí por qué
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Entre los antiguos, cada vez que se quería citar un pueblo amante de su patria, se recordaba al pueblo de Creta. Platón decía
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El nombre de la patria, tan amado por los Cretenses
. Y Plutarco:
Daban a la patria un nombre que expresa el amor de una madre a sus hijos
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. Ahora bien, el amor lo explica y lo enmienda todo.
En Polonia también es legal la insurrección. Pero los inconvenientes resultantes de esas leyes han hecho ver que el pueblo de Creta ha sido el único en condiciones de emplear semejante remedio con buen éxito.
Los ejercicios gimnásticos, usuales entre los Griegos, respondían a la bondad del principio de gobierno.
Los Lacedemonios y los Cretenses fueron los que, abriendo sus academias famosas, pusieron tan alto el nombre de los Griegos. El pudor empezó por alarmarse, pero al fin cedió a la utilidad pública
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.
Los gimnastas eran una institución admirable; tenían aplicación al arte de la guerra, en tiempo de Platón. Pero cuando los Griegos perdieron la virtud, degeneraron en todo y destruyeron hasta el arte militar: no bajaban a la palestra para adiestrarse, sino para corromperse
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Según nos cuenta Plutarco
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, los Romanos de su tiempo creían que tales juegos habían sido la causa principal de la decadencia y de la servidumbre en que se hallaban los Griegos. Era lo contrario: de la servidumbre resultó la corrupción de aquellos ejercicios. En tiempo de Plutarco, los sitios en que los jóvenes combatían desnudos los hacían cobardes, afeminados, propensos a un amor indigno; pero en tiempo de Epaminondas, los ejércitos de la lucha les hacían ganar a los Tebanos
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la batalla de Leuctra.
Hay pocas leyes que no sean buenas en tanto que el Estado conserve sus principios; como decía Epicuro hablando de las riquezas,
lo que está corrompido no es el licor, sino el vaso
.
En Roma se designaba a los jueces entre la clase de senadores. Los Griegos otorgaban este privilegio a la clase militar. Druso la dio a los senadores y a los militares; Sila a los senadores solamente; Colta a los senadores, a los militares y a los tesoreros; César excluyó a estos últimos. Antonio hizo de los decurios senadores, équites y centuriones.
Cuando una República se ha corrompido, no se puede remediar ninguno de los males originados por la corrupción a menos de atajarla y volver a los principios; cualquiera otra corrección es inútil, o un nuevo mal. Mientras Roma conservó sus principios fundamentales, los juicios pudieron estar en manos de senadores sin que hubiera abusos; pero cuando estuvo corrompida, se anduvo siempre mal, fuese cual fuere la clase a la que estuvieran encomendados los juicios. Los senadores, los tesoreros, los équites o los centuriones, todos carecían igualmente de virtudes.
Cuando el pueblo romano consiguió tener parte en las magistraturas, pudo pensarse que sus aduladores iban a ser los árbitros del gobierno. Pero no: se vió que el pueblo que hizo comunes a patricios y plebeyos todas las magistraturas, elegía siempre a los patricios. Porque era virtuoso, era magnánimo; porque era libre, desdeñaba el poder. Pero cuando hubo perdido sus principios, cuanto más poder tuvo, menos escrúpulos tenía; hasta que al fin llegó a ser su propio tirano y esclavo de sí mismo, perdiendo la fuerza de la libertad para caer en la debilidad de la licencia.
No ha habido pueblo en que la disolución tardara tanto en llegar, como el pueblo romano; en que la templanza y la pobreza fueran tanto tiempo respetadas
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.
El juramento, en aquel pueblo, tuvo tanta fuerza, que fue la mejor garantía del cumplimiento de las leyes. Por cumplirlo, el pueblo romano hizo lo que nunca hubiera hecho por la gloria ni por la patria.
Cuando Q. Cincinato, cónsul, quiso levantar un ejército contra los Ecuos y los Volscos, los tribunos se opusieron; y entonces Q. Cincinato, exclamó:
¡Pues bien!, ¡acudan a alistarse bajo mis banderas los que el año pasado prestaron juramento a mi predecesor!
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. En vano los tribunos pregonaron que aquel juramento había prescrito; que cuando se alistaron, Cincinato era un particular; que para un nuevo cónsul era preciso un nuevo juramento: el pueblo, más religioso que los que pretendían guiarlo, acudió al llamamiento sin tener en cuenta los distingos y las interpretaciones de sus propios tribunos.
A la invasión de Aníbal, cuando se supo en Roma la derrota de Canas, el pueblo temeroso quiso huir de la ciudad y refugiarse en Sicilia: Escipión le hizo jurar que no saldría de la ciudad, y el temor de violar su juramento pudo más que todos los temores
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. Roma fue como un barco sujeto por dos anclas en medio del temporal: la religión y el deber.
Aristóteles
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nos habla de la República de Cartago como de una República ordenada y bien regida.
Polibio
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nos dice que en la segunda guerra púnica Cartago se resentía de que el Senado había perdido su autoridad. Tito Livio
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nos cuenta que cuando Aníbal regresó a Cartago vio que los magistrados y los altos personajes se habían aprovechado de los fondos públicos abusando de su poder. La virtud de los magistrados se desvaneció al perder su autoridad el Senado; todo naufragó a la vez.
Recuérdese lo ocurrido en Roma con la censura; hubo un tiempo en que se hizo bastante fastidiosa, pero se la sostuvo porque era más su lujo que su corrupción. Claudio la debilitó, y debido a esta debilidad llegó a ser mayor la corrupción que el lujo. Al fin se abolió la censura por sí misma, si es que así podemos expresarnos. Alterada, suprimida, restablecida, cesó al cabo definitivamente cuando se hizo inútil, esto es, en los reinados de Augusto y de Claudio.
Acerca de esto no podré hacerme entender hasta que se hayan leído los cuatro capítulos siguientes.
Está en la naturaleza de la República el que tenga un pequeño territorio; sin esto, subsistiría con dificultad. En una República de gran extensión territorial, hay grandes fortunas y, por consiguiente, poca moderación en los espíritus; son demasiado grandes los intereses que habrían de ponerse en manos de un ciudadano; los intereses se particularizan; un hombre entiende que puede ser feliz, grande y glorioso sin su patria, y acaba por creer que puede serlo sobre las ruinas de su patria.
En una gran República, el bien común se sacrifica a mil consideraciones; está subordinado a excepciones; depende de accidentes. En una República pequeña, el bien público se siente más, es mejor conocido, está más cerca de cada ciudadano; los abusos en ella son menos extensos y por consecuencia menos protegidos.
Lo que hizo que Lacedemonia subsistiera tanto tiempo, fue que después de todas sus guerras se quedó siempre con su territorio, sin aumento alguno. El único objeto de Lacedemonia era la libertad; la única ventaja de su libertad era la gloria.
Tal fue el espíritu de las Repúblicas griegas: contentarse con sus territorios y con su leyes. Atenas se dejó ganar por la ambición, pero fue más bien para mandar en pueblos libres que para gobernar pueblos esclavos, más para ser lazo y cabeza de la unión que para romperla. Todo se perdió cuando fue proclamada la monarquía, forma de gobierno cuyo espíritu es el engrandecimiento material.
En una sola ciudad es difícil que pueda subsistir otro gobierno que el republicano, salvo en circunstancias especiales
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. El príncipe de tan pequeño Estado tiende naturalmente a oprimirlo, porque tendría mucho poder y pocos medios de gozarlo o de hacerlo respetar; pesaría pues demasiado sobre sus pueblos. Por otra parte, ese príncipe sería fácilmente oprimido por una potencia extranjera y hasta por una rebeldía interior; en cualquier instante sus súbditos podrían reunirse y revolverse contra él. Ahora bien, cuando el príncipe de una ciudad se ve echado de su ciudad, pleito concluido; si tiene varias ciudades, el pleito no está más que comenzado.
Un Estado monárquico no debe ser ni de muy extenso ni de muy reducido territorio. Siendo muy limitado, se formaría en República; siendo muy extendido, los magnates, ya poderosos por sí mismos, no estando a la inmediata vista del monarca, teniendo cada uno su pequeña Corte, libres de exacciones por las leyes y por la costumbre, quizá dejarían de obedecer; no temerían un castigo que habría de ser demasiado lento y harto lejano.
Así Carlomagno, apenas había fundado su imperio cuando hubo de dividirlo; bien por no obedecerle sus gobernadores de provincias, bien porque, para hacerlos obedecer mejor, creyera útil dividir su imperio en varios reinos.
A la muerte de Alejandro se dividió su imperio. ¿Cómo era posible que obedecieran a la autoridad imperial los grandes de Grecia y de Macedonia, caudillos de los conquistadores esparcidos por los vastos países conquistados?
A la muerte de Atila se disolvió su imperio; los reyes que lo formaban, cuando faltó la mano que los contenía, ¿era posible que se encadenaran nuevamente?
El rápido establecimiento de un poder sin límites es, en tales casos, el único medio de evitar la descomposición: nueva desgracia, añadida a la del engrandecimiento.
Los ríos corren a perderse en el mar; las monarquías van a perderse en el mar del despotismo.
Que no se cite el ejemplo de la monarquía española; es un caso excepcional y más bien comprueba lo que he dicho. Por conservar la posesión de América, España hizo lo que no hace el despotismo: destruir a los habitantes
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España quiso aplicar el despotismo a los
Países Bajos
; tan luego como lo abandonó, crecieron mucho las dificultades. Por un lado, los Valones no querían ser gobernados por los Españoles; por otro lado, los soldados españoles no querían ser mandados por oficiales valones
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Se mantuvo en Italia, enriqueciéndola, arruinándose por ella. Los mismos que hubieran querido sacudir el yugo del rey de España, no querían renunciar al dinero de los españoles.
Un gran imperio supone una autoridad despótica en el que gobierna. Es menester que la prontitud de las resoluciones compense la distancia de los lugares en que se han de cumplir; que el temor impida la negligencia del gobernador o magistrado que ha de darles cumplimiento; que la ley esté en una sola cabeza, y que pueda cambiarse de continuo como cambian sin cesar las circunstancias y los accidentes, que se multiplican siempre en un Estado en proporción de su grandeza y de su extensión territorial.
Si es propiedad natural de los Estados pequeños el ser gobernados en República, de los medianos el serlo en monarquía, de los grandes imperios el estar sometidos a un déspota, he aquí la consecuencia que se deduce: que para conservar los principios del gobierno establecido, es necesario mantener al Estado en la magnitud que ya tenía, pues un Estado cambiará de espíritu a medida que crezcan o mengüen sus dimensiones, que se ensanchen o se estrechen sus fronteras.
Antes de terminar este libro, he de responder a una objeción que ha podido hacerse a lo que llevo dicho.
Nuestros misioneros nos hablan de la China como de un vasto imperio admirablemente gobernado, por la combinación de su principio con el temor, el honor y la virtud. He hecho, pues, una vana distinción al establecer los principios de los tres gobiernos.
Ignoro qué puede entenderse por honor en un pueblo regido a bastonazos
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En cuanto a la virtud de que nos hablan nuestros misioneros, tampoco nos dan noticia de ella nuestros comerciantes: basta consultar lo que nos cuentan de las exploraciones, fraudes y pilladas de los mandarines
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. Aparte de los negociantes, apelo al testimonio del grande hombre milord Anson.
Tenemos además las cartas del P. Parennin acerca del proceso que el emperador hizo formar a príncipes de la sangre neófitos
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, que le habían desagradado. Esas cartas nos muestran un plan de tiranía seguido constantemente, la inhumanidad por regla, esto es, a sangre fría.
Tenemos también lo que nos dicen Mairan y el propio Parennin sobre el gobierno de China y las costumbres chinas. Después de algunas preguntas y respuestas muy sensatas, se desvanece lo maravilloso.
¿No podría ser que los misioneros se hubieran engañado al juzgar por una apariencia de orden?
A menudo sucede que hay algo de verdad, aun en los mismos errores. Circunstancias particulares, quizá únicas, pueden hacer que el gobierno de China esté menos corrompido de lo que debiera estar. Causas diversas, en su mayor parte debidas al clima físico, han podido influír en las causas morales hasta hacer prodigios.