El fantasma de Harlot (116 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

BOOK: El fantasma de Harlot
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Conversación telefónica del 2 de marzo, desde Baltimore.

IOTA: ¿Prometes estar allí mañana?

BARBA AZUL: Allí estaré. Tengo una reserva confirmada. Esperaré que llames a la puerta.

IOTA: Por favor, no me decepciones.

BARBA AZUL: Si crees que lo haría, es porque no me conoces. (2 de marzo de 1960.)

El 3 de marzo se inicia la relación. Nos enteraríamos de más si el micrófono colocado en la habitación por los técnicos de J. Edgar Hoover hubiera funcionado correctamente, pero supongo que el trabajo se hizo bajo condiciones desfavorables. (En el Waldorf la seguridad privada tiene la reputación de ser excelente.) Las grabaciones son tan confusas que deberemos basarnos en la descripción que BARBA AZUL le hizo a AURAL el 6 de marzo.

WILLIE: ¿Por qué no quieres admitir que te acostaste con él?

MODENE: Por supuesto que lo hice. No se trata de eso.

WILLIE: ¿Fue memorable?

MODENE: No me exijas tanto.

WILLIE: ¿Estás enamorada?

MODENE: Probablemente.

WILLIE: ¿Y él?

MODENE: Los hombres se enamoran siempre, al menos mientras están haciendo el amor.

WILLIE: Ojalá pudiera decir lo mismo.

MODENE: No tiene sentido hablar de ello. Tú y yo tenemos un marco de referencia diferente.

(Silencio.)

WILLIE: ¿Qué pasa?

MODENE: No lo sé. Temo sufrir. Ve mil personas por día.

WILLIE: Bien, lo mismo haces tú cuando trabajas. Cientos de personas.

MODENE: Pero sólo pienso en él.

WILLIE: ¿Es mejor en la cama que Frank?

MODENE: No quiero entrar en eso. (6 de marzo.)

Hablan con subterfugios durante vanas páginas de transcripciones hasta que la dama se sincera.

MODENE: Supongo que tengo dos velocidades. Una siempre está lista para avanzar; la otra tiene el embrague roto. O me maquillo rápido y muy bien, o me paso una hora frente al espejo. Todo el tiempo pensaba que debía cambiarme el vestido. Para cuando Jack llamó a la puerta, ya estaba exhausta. Realmente, no quería verlo. Todo parecía una historia de fantasmas. La muchacha está locamente enamorada, pero ¿existe el hombre?

WILLIE: A mí me parece muy real.

MODENE: Trata de entenderme, por favor. Todavía puedo oír su voz. Durante tres semanas, me he quedado dormida oyéndola. Y cada mañana llegaban dieciocho rosas rojas de tallo largo. Una vez, mientras las arreglaba, me pinché un dedo con una espina, y me dolió como si me hubiera dicho algo cruel. Por fin estábamos solos, y me sentía demasiado tímida para besarlo. Pero finalmente lo hicimos. Sus labios, manchados de carmín, parecían papel de lija. No sabíamos qué decir. Éramos como primos terceros a quienes obligan a casarse. Y no me parecía tan atractivo como en Palm Springs. Tenía la cara hinchada. «Me veo horrible, ¿verdad?», preguntó. «Horrible es una palabra demasiado fuerte», fue lo único que pude decirle. «Cuando estás en medio de una campaña electoral tienes que darle la mano a mucha gente que no te gusta —dijo—, tienes que comer de pie y te oyes diciendo lo mismo una y otra vez. Al cabo de un tiempo, tu parte más viva parece ocultarse en tus intestinos. Será por eso que en los períodos electorales los políticos tienen esa expresión tan extraña, como si temiesen ventosear.»

WILLIE: ¿Ventosear? ¿Qué significa eso?

MODENE: Oh, Willie, ¿me obligarás a usar una palabra que no me gusta?

WILLIE: Entiendo. Oloroso. Será un presidente de lo más loco.

MODENE: Eso mismo le dije. Me eché a reír. «Desde luego —dije—, eres un líder increíble. Parece que no te tomas muy en serio.» «El truco es mantenerse así», replicó. De repente, me volví a sentir cómoda con él. Nos parecemos mucho.

WILLIE: ¿Que os parecéis? ¡Modene! Tú te tomas muy en serio.

MODENE: No del todo. Tengo muchas facetas. Y él también. Creo que todavía está tratando de conocerse, del mismo modo que yo intento descubrir quién soy. ¿Sabes?, fue un alivio cuando por fin nos acostamos.

WILLIE: ¿Quién es mejor, Jack o Frank?

MODENE: Deberías haber sido periodista. Jack dice que los periodistas tienen un botón que uno siempre puede apretar: la curiosidad. Basta despertar su curiosidad y se les puede torturar durante horas. No recibirás ninguna respuesta.

WILLIE: Bien, de todos modos, sé cuál crees que es mejor.

MODENE: No te lo preguntaré. (6 de marzo de 1960.)

El 6 de marzo de 1960, en conversación con AURAL, hace referencia a la soledad física: «Ahora que no está aquí, es como si me hubieran arrancado las entrañas». Su relación con IOTA parece marcada por la felicidad total o la desolación total.

STONEHENGE es otra cosa. La atención que presta STONEHENGE a sus necesidades —la plétora de dones orales que, según se sugiere, él le proporciona— debe de afectarla como algún tipo de adicción. ¿Debo proseguir? Quedo a la espera de sus comentarios.

FIELD

13

Quedo a la espera de sus comentarios
. La respuesta de Harlot a esta invitación llegaría por la mañana, pero entonces yo estaba bajo el efecto de una terrible borrachera. La noche anterior, después de enviar el cable a VAMPIRO-ESPECIAL, había llevado a Toto Bárbaro a cenar, tal como le había prometido, y cometí el error de beber a la par de él. Mi único consuelo era que las copas no me habían costado nada. Para mi sorpresa, Howard aceptó incluir la cena en los gastos de representación: «Me alegra que seas tú y no yo quien se encarga de Bárbaro —fue otra de sus concesiones—. Dale de comer, de beber, sácale toda la información que puedas, pero no le prometas nada».

Todavía no habíamos empezado a comer y yo ya estaba agotado. Las dos noches anteriores había dormido sobre el escritorio.

Toto me esperaba en el restaurante que él mismo había elegido. Era español, de decorado medieval, oscuro y tan caro como era de suponer. Se llamaba El Rincón de Cervantes, cosa que estuve a punto de olvidar debido a la fuerza del abrazo que Bárbaro me dio cuando me acerqué a la mesa. Era un hombre fornido. Me di cuenta de todo lo que puede comunicarse mediante un abrazo, y esa noche Bárbaro se levantó varias veces para abrazar a cuanto cubano veía. Yo tomaba cada una de estas interrupciones como una especie de tregua. Entre golpes de ron cubano y platos de anguila, Bárbaro siempre volvía al tema del presupuesto.

¡Qué presencia voluminosa! Tenía una cabeza grande y redonda, calva, excepto por un collar de pelo canoso que cubría su nuca de oreja a oreja. Como la cabeza se apoyaba categóricamente sobre los hombros, habría parecido totalmente porcino de no ser por sus gafas de montura de acero, que le daban cierto aspecto erudito. Debido a su tamaño, usaba jerseys negros de cuello de cisne. De haber agregado algo blanco, habría parecido un sacerdote obeso, nada divertido como compañía. A veces, el humor de los cubanos parece tan oscuro como su ron. Una y otra vez, volvía al presupuesto. Al fin me di cuenta de que no lo hacía para convencerme, sino para aplastarme. Si conseguía ablandarme lo suficiente, quizás al día siguiente no tendría tanta fuerza para oponerme a alguna otra cosa.

—Su Eduardo no es demasiado generoso —dijo.

—La decisión ha sido tomada —respondí—. Ustedes no hacen más que crearle dificultades.

—Para él es una pequeña molestia, pero para mí es enorme. ¡Ofrecer ciento quince mil dólares por mes! Eso es un insulto. Nuestra necesidad de dinero es seria. ¿Se imagina cuántos cubanos pobres hay en Miami? Algunos son demasiado viejos para aprender un nuevo idioma, y no pueden adaptarse al ritmo de la vida de aquí.

—Le he traído diez mil dólares desde Washington.

—Divididos por cinco, a cada líder del Frente le corresponden dos mil dólares. Es una miseria.

—Suponga —dije— que les diéramos los setecientos cuarenta y cinco mil dólares mensuales que piden. Usted es un hombre de buena voluntad. Tendría que elegir entre buenas embarcaciones o más pan para sus pobres, y creo que elegiría el pan. En ese caso, sus acciones militares no producirían los resultados esperados. Sus soldados estarían mal equipados. De modo que el hombre que aprobara la asignación tendría que pagar las consecuencias. Sería el fin vertiginoso de una carrera prometedora. ¿Quién está preparado en Washington para arriesgar su futuro de esa manera?

Extendió el brazo para golpearme en el pecho con dos dedos.

—Como usted es un hombre joven, prometo no hablarle a nadie de su falta de discreción. Pero acaba de revelar que sus americanos acaudalados son los agentes de la CIA que todo el mundo supone.

—No me expresé correctamente.

—Exprésese como quiera, pero no trate de convencerme de que su dinero no es de la CIA. Yo sé olerlos a ustedes los de la CIA.

—No soy uno de ellos.

—¿Usted? No, en absoluto. Y yo no soy un cubano, sino una cucaracha.

Recorrió la mesa con los dedos como un ciempiés a todo galope y rugió de risa ante la vehemencia de su propio humor.

—Una rosa, aunque lleve otro nombre, tendrá el mismo aroma —dije, y eso volvió a hacerlo reír.

Cuando retomó el asunto del presupuesto, fue con menos animosidad.

—Su poderoso americano tiene mucho que aprender de nosotros los cubanos. Sin libertad, degeneramos. Nos convertimos en todo lo malo que ustedes creen que somos. Bajo la bota de un amo, reaccionamos con la malignidad de un esclavo. Somos corruptos, ineficientes, indignos de confianza y estúpidos. No hay ser humano peor que un cubano desdichado. Pero si somos dueños de nuestro destino, no hay nación que en una lucha militar sea más valiente, leal, inspirada y rica en recursos. Tenemos una historia de revoluciones llevadas a cabo con unos pocos cientos de hombres. Eso es porque somos el espíritu de la verdadera democracia. Como dijo José Martí: «
La libertad es la esencia de la vida. Lo que se haga sin ella es imperfecto
».

—¡Bravo! —exclamé.

El ron empezaba a afectarme.

—Brindemos por su democracia americana —replicó, y levantando su copa, la bebió de un trago.

Yo hice lo mismo.

—Sí —dijo Toto—, su democracia americana puede intentar comprender nuestra democracia cubana, pero nunca lo conseguirá. Porque la de ustedes se basa en la igualdad de voto, mientras que la nuestra reside en la intensidad de nuestros sentimientos. Cuando un hombre tiene un deseo mayor que otro de cambiar la historia, su voto debería valer más. Así es como votamos en Cuba. Con los sentimientos. Dennos el dinero, y tendrán la democracia cubana. Su dinero, nuestra sangre.

—Es una premisa maravillosa —dije—. En mi país, tomamos esas ideas y las debatimos en la escuela.

—Usted es lo bastante joven para ser mi hijo —dijo Toto—, y debido a que trabaja para el americano opulento, se burla de mí. Sin embargo, todavía necesito su dinero para comprar armas, de modo que intentaré darle algo para que comprenda mejor a mi país. Cuba es tierra de monocultivo. Algunos hablan de dos cultivos, y mencionan nuestro tabaco, pero, en realidad, sobrevivimos gracias a la caña de azúcar. Es todo lo que podemos cultivar con ganancia. Como el precio internacional del azúcar fluctúa, nunca hemos podido controlar nuestro propio destino. En este siglo, nuestro azúcar se ha vendido desde un penique la libra hasta veinte centavos. Económicamente hablando, somos una especie de ruleta. —Suspiró. Apoyó la pesada mano sobre mi brazo—. Somos el rabo meneado por las fluctuaciones económicas de la historia de otros pueblos. Por eso tenemos un deseo anormal de hacer nuestra propia historia. Tal es la naturaleza de los jugadores. Confiamos en nuestras emociones.

La ocasión iba mejorando para mí. No sé si se debía a las copas, pero entendía su español, y él iba ganando en elocuencia con respecto a las diferencias de nuestra política.

—El precio del fracaso de un legislador americano —me aseguró—, es su humillación personal. Su gente calcula el valor de algo en base a su ego. En consecuencia, cuando un americano pierde en política, su ego sufre. Pero en Cuba, perder en política puede equivaler a perder la vida. Para nosotros, el asesinato es una de las formas básicas del rechazo. Una diferencia interesante.

—Estoy de acuerdo.

—Fidel es un buen tipo cuando uno lo conoce, ¿entiende?

—Eso he oído.

—Es el líder de Cuba por una sola razón: cojones. Ningún otro hombre tiene más coraje que él.

—Entonces, ¿por qué lo odia?

—No lo odio. Reniego de él. Cuando yo era estudiante, a comienzos de la década de los treinta, apoyaba a Ramón Grau San Martín. Ramón valoraba eso. Yo era considerado el tipo más duro de la clase, y en la universidad de La Habana no medíamos el valor de los demás por la inteligencia sino por los cojones. Éramos los estudiantes más valientes y duros del mundo. No se podía ser un estudiante respetado en la universidad de La Habana si no se llevaba una pistola encima. Yo era el número uno de mi clase; mi ambición era eliminar a nuestro corrupto presidente de entonces, un hombre llamado Machado. Lo habría logrado, pero nuestro líder político, Ramón Grau San Martín, no tenía cojones. Cuando me dijo que podíamos contar con su apoyo, le rompí el escritorio con estas manos, Roberto, lo levanté y lo arrojé al suelo con tanta fuerza que se partió. En ese tiempo, yo era un hombre respetado.

»Fidel, en su tiempo, también era respetado. Recuerdo que un día, a fines de la década de los cuarenta, se apuntó en una competición improvisada con otros líderes estudiantiles. Un desafío. Había que estrellarse con la bicicleta contra una pared de piedra. A toda velocidad. Ninguno de los otros líderes pudo hacerlo. En el último momento, se desviaban. Fidel fue el único en estrellarse contra la pared. Después, sus amigos lo llevaron al hospital. Salió al cabo de una hora, con la cabeza vendada, la nariz rota, y la boca llena de discursos.

—¿Por qué reniega de él?

—Es un irresponsable. Debería haber sido un bandido. Como ese rufián de ustedes los americanos, Billy
el Niño
. Tiene la voluntad de nunca echarse atrás. Cuanto mayor es el peligro, más amplia es su sonrisa. Aunque por temperamento no congenia con el comunismo, responde a él porque según el comunismo la voluntad del pueblo está encarnada en la voluntad de su líder. Ése es el único papel lo suficientemente grande para la voluntad de Fidel. De modo que soporta el comunismo. En consecuencia, es la peor clase de conductor para Cuba.

—¿Quién sería el mejor?

—En mi opinión debería ser un hombre sabio, un demócrata que respete el eterno equilibrio cubano, el equilibrio entre la compasión y la corrupción.

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