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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

El Fuego (5 page)

BOOK: El Fuego
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En el extremo más alejado de las inmensas cocinas del monasterio, las ascuas ardían en el
oçak
, el hogar bajo el caldero sagrado de la orden. En el altar de la derecha habían encendido las doce velas y, en el centro, la vela secreta. Todos los que entraban en la estancia cruzaban el umbral sacro sin tocar los pilares o el suelo.

En el centro de la habitación, Alí Bajá, el gobernante más poderoso del Imperio otomano, estaba tumbado boca abajo en la alfombra de rezos, extendida sobre el frío suelo de piedra. Ante él, enterrado en una montaña de cojines, descansaba el gran Baba Shemimi, quien había iniciado al bajá muchos años atrás. Era el
pirimugan
, el guía perfecto de todos los bektasíes del mundo. El rostro marchito del baba, atezado y arrugado como una pasa, estaba imbuido de una sabiduría ancestral adquirida a lo largo de toda una vida dedicada a seguir la Vía. Se decía que Baba Shemimi tenía más de cien años.

El anciano, envuelto todavía en su
hirka
para conservar el calor, se había dejado caer en la montaña de cojines como una hoja frágil y seca descendiendo del cielo con un suave balanceo. Llevaba el antiguo
elifi tac
, el tocado dividido en doce segmentos que, según se decía, el propio Haci Bektaş Veli había entregado a la orden hacía quinientos años. El baba sostenía en la mano izquierda el bastón ceremonial de madera de morera coronado por el
palihenk
, la piedra sagrada de doce facetas. La mano derecha descansaba sobre la cabeza reclinada del bajá.

El anciano paseó la mirada por la estancia observando a quienes lo rodeaban, arrodillados en el suelo: el general Vaya, el ministro Efendi, Vasiliki, los
shaijs
y
mursides
soldados de la orden bektasí sufí, así como varios monjes de la Iglesia ortodoxa griega amigos del bajá, guías espirituales de Vasiliki y sus anfitriones en la isla durante aquellas últimas semanas.

A un lado se sentaban un joven, Kauri, y la hija del bajá, Haidée, quienes les habían llevado la noticia que había impelido a Baba Shemimi a convocar aquella reunión. Se habían quitado las capas de montar, manchadas de barro, y habían llevado a cabo las abluciones rituales antes de entrar en el espacio sagrado y acercarse al santo baba, igual que los demás.

El anciano apartó la mano de la cabeza de Alí Bajá cuando hubo acabado la bendición. El bajá se levantó, hizo una reverencia y besó el borde del manto del baba antes de arrodillarse junto con los demás en el círculo que rodeaba al gran santo. Todos conocían lo precario de la situación, por lo que prestaron gran atención a las palabras cruciales que pronunciaría Baba Shemimi.


Nice sirlar vardir sirlardan içli
—dijo el baba.

«Existen muchos misterios, misterios tras los misterios.»

Era la conocida doctrina del
mursid
, la cual establece que no ha de tenerse un solo
shaij
o maestro de la ley, sino también un
mursid
o guía humano que lo acompañe a través del
nasip
, la iniciación, y de las siguientes «cuatro puertas» hacia la Realidad.

Desconcertado, Kauri se preguntó cómo iba a preocuparse nadie por esas cosas en un momento como aquel, con los turcos a punto de llegar a la isla. El joven miró furtivamente a Haidée, a su lado.

Entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, el anciano se echó a reír de manera inesperada, estentórea y socarrona. Los que formaban un círculo alrededor levantaron la vista, sorprendidos, aunque todavía habrían de sorprenderse aún más: con gran esfuerzo, Baba Shemimi dejó el bastón de madera de morera en la montaña de cojines y se dio maña en levantarse. Al instante, Alí Bajá se adelantó de un salto, apresurándose a ayudar a su mentor, pero lo detuvo en seco el brusco ademán que el anciano le hizo con La mano.

—¡Tal vez os estéis preguntando por qué hablamos de misterios en esta hora, con infieles y lobos a las puertas! —exclamó—. Sólo hay uno que requiera nuestra atención antes de la llegada del alba: es el secreto que Alí Bajá ha custodiado por nosotros de manera magistral durante mucho tiempo. Es el misterio que ha traído a nuestro bajá a esta roca, el misterio que atrae a esas aves de rapiña hasta aquí. Es mi deber revelaros su naturaleza y la razón por la que todos los presentes debemos defenderlo a cualquier precio. Aunque puede que muchos de los que nos hallamos en esta estancia encontremos sinos distintos antes de que acabe el día, y tal vez algunos de nosotros tengamos que luchar por nuestra vida o acabemos presos de los turcos para acatar un destino quizá más cruel que la muerte, sólo hay una persona en esta habitación en posición de salvaguardar el misterio. Y gracias a nuestro joven guerrero, Kauri, esa persona ha llegado justo a tiempo.

El baba hizo una breve inclinación de cabeza y sonrió en dirección a Haidée, al tiempo que los demás volvían la vista hacia ella. Es decir, todos menos su madre, Vasiliki, quien miraba a Alí Bajá con una expresión en la que parecía mezclarse el amor con la angustia y el miedo.

—Tengo algo que contaros —prosiguió Baba Shemimi—. Se trata de un misterio que ha sido transmitido y protegido durante siglos. Soy el último guía de una larga sucesión de guías que han transferido este misterio a sus sucesores. Debo contaros la historia con apremio y concisión, pero aun así he de contárosla… antes de que lleguen los asesinos del sultán. Debéis ser conscientes de la importancia de aquello por lo que luchamos y por qué hemos de protegerlo, incluso con nuestra vida.

»Todos conocéis este popular
hadi
o proverbio de Mahoma —dijo el baba—. Estas famosas líneas están grabadas sobre el dintel de muchos salones bektasíes, palabras que se le atribuyen al propio Alá: "Yo era un tesoro oculto y deseaba darme a conocer, así pues creé el mundo, a fin de ser conocido".

»La historia que voy a relataros está relacionada con otro tesoro oculto, un tesoro de gran valor, pero también de gran peligro. Un tesoro que ha sido buscado durante más de un milenio. Sólo los guías han llegado a conocer con los años el verdadero origen y significado de este tesoro, que ahora compartiré con vosotros.

Todo el mundo asintió; eran conscientes de la importancia del mensaje que Baba Shemimi estaba a punto de transmitirles, de la verdadera trascendencia de su presencia en ese lugar. Nadie dijo nada mientras el anciano se quitaba el
elifi tac
sagrado de la cabeza, lo dejaba sobre los cojines y se despojaba de su largo manto de piel de carnero para quedarse allí, en medio de los almohadones, vestido con un sencillo caftán de lana. Apoyándose en su báculo de madera de morera, el baba se dispuso a desgranar su historia.

EL RELATO DEL GUÍA

En el año 138 de la Hégira (o, según el calendario cristiano, en el 755 de Nuestro Señor), vivía en Kufa, cerca de Bagdad, el gran matemático y científico sufí al-Jabir al-Hayan de Jurasán.

Durante la larga estancia de Jabir en Kufa, este escribió numerosos tratados científicos de gran erudición, entre los que se incluía
El libro de la balanza
, la obra que acreditó la gran reputación de Jabir como padre de la alquimia islámica.

Menos conocido es el hecho de que nuestro amigo Jabir también fuera discípulo entregado de otro habitante de Kufa: Yaafar al-Sadik, sexto imam de la rama shií del islam desde la muerte del Profeta y descendiente directo de Mahoma a través de su hija, Fátima.

Por entonces, los seguidores shiíes no aceptaban más que ahora la legitimidad de la línea de los califas de la secta islámica suní, es decir, los amigos, compañeros o familiares, pero no descendientes directos, del Profeta.

Tras la muerte del Profeta, la ciudad de Kufa fue durante cientos de años semillero de agitación y rebeliones contra las dos dinastías suníes sucesivas que, entre tanto, conquistaron medio mundo.

A pesar de que los califas de la cercana Bagdad eran suníes, Jabir dedicó de manera abierta y sin temor —algunos incluso añaden que insensatamente— su tratado místico sobre la alquimia,
El libro de la balanza
, a su famoso guía, el sexto imam Yaafar al-Sadik. Sin embargo, ¡ahí no quedó todo! En la dedicatoria del libro, aseguraba que él era el único portavoz de la sabiduría de al-Sadik y que había adquirido su
tawil
, la hermenéutica espiritual relacionada con la interpretación simbólica de significados ocultos dentro del Corán, a través de su
mursid
.

Según la ortodoxia oficial de aquellos tiempos, esa admisión habría bastado por sí sola para acabar con Jabir. No obstante, una década después, en el año 765 de Nuestro Señor, ocurrió algo incluso más peligroso para él: el sexto imam, al-Sadik, falleció. Jabir fue llevado a Bagdad gracias a su reputación como científico y pasó a convertirse en el químico oficial de la corte, primero durante el reinado del califa al-Mansur y luego durante el de sus sucesores, al-Mahdi y Harun al-Rashid, este último famoso por el papel que desempeñó en
Las mil y una noches
.

El califato suní ortodoxo era conocido por su obsesión por la recopilación y destrucción de cualquier tipo de texto que pudiera sugerir siquiera la existencia de una interpretación diferente de la establecida por la ley, la existencia de una variante mística y distinta del significado o la traducción de los preceptos del Profeta y del Corán.

Desde el momento de su llegada a Bagdad, al-Jabir al-Hayan, como científico y sufí, vivía con el miedo de que sus saberes secretos se perdieran cuando él ya no estuviera en este mundo para protegerlos y compartirlos. Así que intentó encontrar una solución más perdurable, una manera infalible de transmitir sus conocimientos ancestrales de un modo que no pudieran ser interpretados fácilmente por los no iniciados ni destruidos así como así.

El famoso científico pronto topó con la solución de la forma más sorprendente e inesperada.

Entre los pasatiempos del califa al-Mansur, había uno que era su favorito, algo que había llegado al mundo árabe durante la conquista islámica de Persia en el siglo anterior: el ajedrez.

Al-Mansur hizo llamar a su alquimista para que este le fabricara un juego de ajedrez forjado con metales y compuestos de creación única que sólo pudieran obtenerse mediante los misterios de la alquimia y además lo llenara de gemas y símbolos con significado para los familiarizados con sus artes.

La orden fue para Jabir como un regalo recibido directamente de las manos del arcángel Gabriel, pues le permitiría satisfacer los deseos del califa y, al mismo tiempo, transmitir los conocimientos ancestrales y prohibidos… ante las propias narices del califato.

El juego de ajedrez —para cuya creación hicieron falta diez años y cientos de diestros artesanos— estuvo acabado y se presentó ante el califa en la festividad de Bairam, en el año 158 de la Hégira, o 775 de Nuestro Señor. Diez años después de la muerte del imam que había inspirado su significado.

El juego era magnífico: el tablero medía un metro de lado, los centelleantes escaques eran de lo que parecía un oro y una plata sin impurezas, y estaba tachonado de joyas, algunas del tamaño de huevos de codorniz. Toda la corte de la dinastía abasí de Bagdad quedó impresionada ante las maravillas desplegadas ante sus ojos. Sin embargo, ignoraban que el químico de la corte había ocultado un gran secreto en su obra, un secreto que sobreviviría hasta nuestros días.

Entre los misterios que al-Jabir había alojado en el juego de ajedrez se encontraban los números sagrados treinta y dos y veintiocho.

El treinta y dos representa el número de letras del alfabeto persa, símbolos que Jabir había ocultado en las treinta y dos piezas de oro y plata del juego. El veintiocho, el número de letras del alfabeto árabe, estaba representado por los signos grabados en las veintiocho casillas del perímetro del tablero. Estas fueron dos de las muchas claves que el padre de la química utilizó y quiso transmitir a los iniciados de épocas posteriores. Y cada clave llevaba a otra que conducía a una parte del misterio.

Al-Jabir llamó «el ajedrez del
tarikat
» a su obra magistral, es decir, la clave hacia la Vía Secreta.

Baba Shemimi parecía cansado cuando terminó de contar la historia, pero aún conservaba las fuerzas.

—El juego de ajedrez del que os he hablado todavía existe en nuestros días. El califa al-Mansur no tardó en darse cuenta de que poseía un poder misterioso, pues en Bagdad estallaron muchas batallas relacionadas con el tablero, algunas incluso dentro de la propia corte abasí. En las siguientes dos décadas, cambió varias veces de mano, aunque esa es otra historia, y mucho más larga. Su secreto al fin estuvo a buen recaudo, ya que permaneció enterrado durante un milenio, hasta no hace mucho.

»Sin embargo, hace apenas treinta años, en los albores de la Revolución francesa, el juego apareció en los Pirineos vasco-franceses. Ahora está repartido por todo el mundo y sus secretos corren peligro. Es nuestra misión, hijos míos, devolver esta gran obra maestra de la iniciación a sus dueños legítimos: a aquellos para los que fue creado en un principio y a quienes iban dirigidos sus secretos. El juego se forjó para los sufíes, pues sólo nosotros somos los guardianes de la llama.

Alí Bajá se levantó y ayudó al anciano a sentarse en los mullidos cojines.

—El baba ha hablado, pero está cansado —dijo el bajá, dirigiéndose a los allí reunidos.

Luego, le tendió las manos a la pequeña Haidée, y a Kauri, sentado junto a ella. Los dos jóvenes se pusieron delante de Baba Shemimi, quien les hizo un gesto para que se arrodillaran y, a continuación, les sopló en la cabeza, uno detrás de otro. «Hu, hu, hu», el
üfürük cülük
, la bendición del soplo.

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