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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

El Fuego (10 page)

BOOK: El Fuego
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El fuego. Dadas las circunstancias, ¿cómo podía estar encendido?

Me agaché junto al hogar para estudiar el leño de la chimenea con mayor detenimiento. Era un tronco de pino blanco seco de casi ochenta centímetros de diámetro, una madera que quema mucho más rápido que la de un árbol de hoja ancha, más dura y menos porosa. Aunque estaba claro que mi madre, como buena montañesa que era, sabía de sobra cómo hacer un fuego, ¿cómo había encendido aquel sin una planificación previa? Por no hablar de la ayuda que obligatoriamente habría necesitado.

En cerca de la hora que llevaba allí, nadie había añadido más leña ni había avivado las ascuas con ningún tipo de fuelle, no se había hecho nada para aumentar la intensidad del calor. Sin embargo, el fuego ardía bien y las llamas tenían más de diez centímetros de altura, lo que significaba que llevaba tres horas encendido. Dada la naturaleza constante y uniforme de la llama, alguien había tenido que estar atendiendo el fuego durante más de una hora, hasta asegurarse de que había prendido bien.

Miré el reloj. Eso quería decir que mi madre, Cat Velis, tenía que haber desaparecido bastante después de lo que yo había creído en un principio, tal vez sólo una media hora antes de que yo llegara. Sin embargo, si era así, ¿adonde había ido? ¿Estaría sola? Y si ella, o ellos, habían salido de la casa por una puerta o una ventana, ¿por qué no había ni una sola huella en la nieve?

Las interferencias de unas pistas con las otras estaban formando tal ruido de fondo que acabó doliéndome la cabeza. De repente, una nueva nota discordante se sumó a todo ese jaleo: ¿cómo sabía mi jefe, Rodo, que me había ido para asistir a una fiesta de cumpleaños, una
boum d'anniversaire
, como él la había llamado? Teniendo en cuenta la proverbial reticencia de mi madre a ni siquiera mencionar su fecha de nacimiento, no le había dicho a nadie por qué o adónde iba, ni siquiera al cisne de Leda, como decía el mensaje de Rodo. Por contradictorias que parecieran las cosas, estaba convencida de que tenía que haber algo relacionado con la desaparición de mi madre oculto en alguna parte, y sólo había un lugar en el que todavía no había mirado.

Metí la mano en el bolsillo y saqué la reina de madera que había rescatado de la mesa de billar. Despegué el círculo de fieltro de la base con la uña del pulgar y vi que alguien había metido algo duro y rígido en el interior de la reina hueca. Lo extraje haciendo palanca. Era un trozo de cartulina muy pequeñito. Me acerqué a la ventana para verlo mejor y lo desdoblé. Casi me dio un síncope cuando leí las tres palabras que había escritas.

Al lado se veían los trazos desvaídos del ave Fénix tal como lo recordaba de aquel sombrío y funesto día en Zagorsk. También recordaba que lo había encontrado en el bolsillo. El pájaro parecía alzarse volando hacia el cielo, encerrado en una estrella de ocho puntas.

Me había quedado sin respiración, pero antes de que pudiera asimilar qué estaba ocurriendo, antes de que ni siquiera pudiera imaginar qué podía querer decir aquello, oí el claxon de un coche en el exterior.

Miré por la ventana y vi el Toyota de Key aparcando en la explanada cubierta de nieve, detrás de mi coche. Key bajó del asiento del conductor al mismo tiempo que un hombre vestido con pieles se apeaba del asiento trasero y ayudaba a salir del coche a mi tía Lily, ataviada de manera similar. Los tres se dirigieron a la puerta de casa.

Presa del pánico, volví a meterme la tarjeta en el bolsillo, junto con la pieza de ajedrez, y llegué corriendo al vestíbulo justo cuando se abría la puerta exterior. Ni siquiera me dio tiempo a abrir la boca cuando mis ojos ya habían sobrevolado a las dos mujeres y se habían lanzado en picado sobre el «gigoló» de mi tía Lily.

Éste cruzó el umbral de la puerta, sacudiéndose la nieve del alto cuello de piel del abrigo. Nuestras miradas coincidieron y sonrió. Fue una sonrisa fría, cargada de peligro. No necesité más que un instante para comprender por qué.

Delante de mí, en el aislado retiro de montaña de mi madre, como si ambos estuviéramos completamente solos en el tiempo y el espacio, se encontraba el hombre que había matado a mi padre.

El jugador que había ganado la última partida: Vartan Azov.

BLANCO Y NEGRO

Es aquí cuando el simbolismo del blanco y el negro, presente ya en los escaques del tablero de ajedrez, cobra todo su sentido: el ejército blanco es el de la luz; el ejército negro, el de la oscuridad […] cada uno de ellos lucha en nombre de un principio, o en el del espíritu y de la oscuridad del hombre; estas son las dos formas de la «guerra santa»: la «pequeña guerra santa» y la «gran guerra santa», según dijo el profeta Mahoma […]. En una guerra santa es posible que cada uno de los combatientes se considere legítimamente el defensor de la Luz que lucha contra las tinieblas. De nuevo, esto es consecuencia del significado doble de todo símbolo: lo que para uno es la expresión del Espíritu, puede ser la imagen de la «materia» oscura a ojos del otro.

TITUS BURCKHARDT,

The Symbolism of Chess

Todo se ve peor en blanco y negro.

PAUL SIMON,

Kodachrome

E
l tiempo se había detenido. Me sentía perdida.

Mis ojos no podían despegarse de los de Vartan Azov: de un violeta oscuro, casi negro, e insondables como un abismo. Recordaba esa mirada escrutándome por encima de un tablero. Cuando tenía once años, sus ojos no me habían infundido miedo. ¿Por qué habrían de asustarme ahora?

Aun así, sentía que me derrumbaba… Era como una especie de vértigo, como si estuviera deslizándome hacia una profunda fosa oscura de la que no había salida. Igual que me había sucedido hacía tantísimos años, en aquel espantoso instante de la partida en que comprendí lo que acababa de hacer. En aquel entonces pude sentir a mi padre observándome desde el otro extremo de la sala mientras yo me desplomaba lentamente en un espacio psicológico, sin ningún control, sin dejar de caer… como ese chico con alas que voló demasiado cerca del sol.

Los ojos de Vartan Azov allí, de pie en mi vestíbulo, no pestañeaban, como siempre, mientras miraban por encima de las cabezas de Lily y Nokomis. Me miraba directamente a mí, como si estuviéramos solos por completo, como si en el mundo no hubiera nadie más que nosotros dos, en una danza íntima. Con los escaques blancos y negros entre ambos. ¿A qué habíamos jugado entonces? ¿A qué jugábamos ahora?

—Ya sabes lo que dicen —anunció Nokomis, que rompió el hechizo al inclinar la cabeza hacia Vartan y Lily—. «La política propicia extraños compañeros de viaje.»

Se había quitado las botas con los pies, había colgado la parka, se había deshecho de la gorra —con lo que liberó una cascada de pelo negro que se precipitó hasta su cintura— y salió del vestíbulo marchando ante mí calzada sólo con calcetines. Se aposentó sobre el reborde de la chimenea, me lanzó una sonrisa irónica y añadió:

—O, mejor aún, el lema de la Infantería de Marina de Estados Unidos…

—¿«Muchos son los llamados pero pocos los elegidos»? —intenté adivinar con ánimo lúdico, pues conocía la compulsiva afición de mi amiga a soltar epigramas.

En realidad, por una vez me sentí agradecida de poder jugar a su juego, aunque por mi expresión debió de comprender que algo no era lo que parecía.

—Pues no —dijo, enarcando una ceja—. «Sólo buscamos algunos hombres buenos.»

—¿De qué demonios estáis hablando? —preguntó Lily cuando entró en la sala.

Se había quedado en su ajustado traje de esquí, que se ceñía a todas sus curvas.

—De hacer frente común con el enemigo —aclaré, señalando a Vartan. Agarré a Lily del brazo, me la llevé aparte y susurré—: ¿Acaso se te ha borrado de la mente todo el pasado? ¿En qué estabas pensando para traerlo aquí? ¡Además, es lo bastante joven para ser tu hijo!

—El gran maestro Azov es mi protegido —anunció ella con indignación.

—¿Así los llaman ahora? —dije, aludiendo al anterior comentario de Key.

Aquello era bastante improbable, ya que tanto Lily como yo sabíamos que la clasificación Elo de Vartan era doscientos puntos más alta de lo que había sido jamás la de ella.

—¿Gran maestro? —preguntó Key—. ¿Gran maestro de qué? Hice como que no la había oído, ya que mi madre había erradicado toda referencia ajedrecística de nuestro vocabulario familiar. Lily permaneció impertérrita, aunque estaba a punto de descargar otro cargamento de información en mi cerebro, desbordado ya a aquellas alturas.

—Por favor, no me eches a mí la culpa de que Vartan esté aquí —me informó con calma—. Al fin y al cabo, ha sido tu madre quien lo ha invitado. ¡Yo no he hecho más que montarlo en mi coche!

Justo cuando me estaba recuperando de ese bombazo, una ratilla mojada de unos diez centímetros de alto que lucía en el pelo unas empapadas cintas de color fucsia irrumpió en la sala a toda velocidad. El animalejo repugnante dio un salto por el aire, aterrizó en brazos de la tía Lily, que ya lo estaban esperando, y le plantó un lametazo en la cara con una lengua de ese mismo rosa subido.

—Mi querida Zsa-Zsa —dijo la tía Lily, arrullando al bicho—.

¡Alexandra y tú no habéis sido presentadas! Le encantará tenerte un rato, ¿verdad?…

Y antes de que pudiera protestar, ya me había endosado a la alimaña, que no dejaba de retorcerse.

—Me temo que a esta aún no le he encontrado frase —admitió Key, mirando con diversión nuestra pequeña exhibición canina.

—¿Qué me dices de «La confianza da asco»? —bromeé, aunque no tendría que haber abierto la boca: la asquerosa perrita intentó meterme la lengua entre los dientes.

Se la lancé otra vez a Lily con repugnancia.

Mientras nosotras tres jugábamos a las palmitas, mi archinémesis, Vartan Azov, también se había quitado las pieles y entró en ese momento en la sala. Iba todo vestido de negro, jersey de cuello vuelto y pantalones estrechos, y llevaba al cuello una sencilla cadena de oro que valía más que el premio de cualquier torneo de ajedrez del que yo hubiera oído hablar. Se pasó una mano por su revuelta cabellera de rizos negros mientras echaba un vistazo a los tótems tallados y las magníficas dimensiones de la casa de la familia.

No me extrañaba que su aparición hubiera hecho parar el tráfico en el Mother Lode. Estaba visto que durante la última década mi antiguo enemigo había estado entrenándose con algo que hacía trabajar más los músculos que un tablero de ajedrez. Aun así, la belleza está en el interior, como diría Key. Su atractivo no hacía que su presencia allí —sobre todo en esas circunstancias— me resultara ni una pizca más apetecible. ¿Por qué narices había tenido que invitar mi madre al mismísimo hombre cuya última aparición en nuestra vida había presagiado el final de mi carrera ajedrecística y había resultado en la muerte de mi padre?

Vartan Azov cruzó la habitación dirigiéndose directamente hacia donde yo estaba, junto al fuego… Estaba claro que no tenía vía de escape.

—Esta casa es extraordinaria —dijo con ese suave acento ucraniano suyo y esa voz que, de niña, siempre me había parecido siniestra. Miró hacia arriba, a las claraboyas impregnadas de luz rosada—. No he visto nada parecido en ningún otro sitio. Las puertas de la entrada, la mampostería, esos animales esculpidos que nos miran desde lo alto… ¿Quién construyó todo esto?

Le respondió Nokomis; era una historia muy conocida por esos pagos.

—Este lugar es legendario —explicó—. Fue el último proyecto conjunto, y puede que el único, entre los diné y los hopi. Desde entonces han estado enfrentados en guerras territoriales por el ganado y los intrusos petroleros. Construyeron esta gran casa para un antepasado de Alexandra. Dicen que fue la primera mujer medicina blanca.

—La bisabuela de mi madre —añadí—, un personaje verídico, por lo que cuentan. Nació en un carromato y se quedó aquí a estudiar la industria farmacéutica lugareña.

Lily me miró con ojos de exasperación, como diciendo que debieron de ser sobre todo setas alucinógenas, a juzgar por la decoración.

—No puedo creerlo —terció mi tía—. ¿Cómo ha podido Cat pasar todos estos años aquí encerrada? El encanto está muy bien, pero ¿y la falta de comodidades? —Se paseó por la sala con ZsaZsa meneándose bajo su brazo y fue dejando un rastro en el polvo del mobiliario con una uña esmaltada de rojo sangre—. Las cuestiones importantes, vamos. ¿Dónde queda el salón de belleza más cercano? ¿Quién recoge y entrega la colada?

—Por no hablar de dónde está la supuesta cocina —dije, coincidiendo con ella, mientras señalaba al hogar—. Mi madre no está lo que se dice preparada para recibir visitas. —Lo cual no hacía más que convertir aquel guateque de cumpleaños en algo todavía más extraño.

—No conozco a tu madre —comentó Vartan—, aunque fui un gran admirador de tu padre, naturalmente. Jamás me habría atrevido a importunarte de esta manera, pero me sentí muy halagado cuando me invitó a quedarme…

—¿A quedarte? —repetí, atragantándome casi con esas palabras.

—Cat insistió en que nos quedáramos aquí, en la casa —corroboró Lily—. Dijo que tenía sitio de sobra para todo el mundo y que no había ningún hotel decente cerca.

En ambas cosas llevaba razón… por desgracia para mí. Pero había otro problema, como Lily no tardó en señalar.

—Parece que Cat no ha vuelto todavía de su excursión. No es propio de ella —comentó—. A fin de cuentas, lo hemos cancelado todo para venir aquí. ¿No ha insinuado nada que pudiera explicar por qué nos ha invitado y luego se ha ido?

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