Read El Fuego Online

Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

El Fuego (14 page)

BOOK: El Fuego
7.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Le aterrorizaba dar un paso en falso, moverse siquiera.

—Al-Kalim… soy yo —dijo alguien, hablándole en un susurro, aunque en kilómetros a la redonda no había nadie que pudiera oírlos.

Sólo un hombre se dirigiría a él llamándole al-Kalim, «
el vidente
».

—¡Shahin! —exclamó Charlot. Sintió unas manos recias y firmes que le apresaban las muñecas, las manos del hombre que siempre había sido para él madre y padre, hermano y guía—. Pero ¿cómo me has encontrado?

¿Por qué había arriesgado Shahin la vida para cruzar los mares y el desierto? ¿Para atravesar de noche ese traicionero cañón? ¿Para llegar antes del alba? Sea lo que fuere lo que lo hubiera llevado hasta aquel lugar, debía de ser más perentorio de lo que pudiera imaginarse.

Sin embargo, había algo más importante: ¿cómo no lo había presagiado Charlot?

El sol atravesó el horizonte y lamió las ondulantes dunas de la lontananza con un cálido resplandor rosado. Las manos de Shahin seguían asiendo con firmeza las de Charlot, como si no pudiera soportar dejarlo ir. Tras un largo momento, lo soltó y se apartó los velos añiles.

En la luz rosada, Charlot vislumbró por primera vez los rasgos curtidos y falcónidos de Shahin, pero, en realidad, lo que vio en ese rostro lo asustó. En sus veintinueve años de vida, Charlot jamás había visto a su mentor delatar sentimiento alguno por ningún concepto. Menos aún la emoción que vio escrita entonces en su semblante y que lo aterrorizó: dolor.

¿Por qué seguía Charlot sin ver nada?

Sin embargo, Shahin hizo un tremendo esfuerzo por hablar.

—Hijo mío… —empezó a decir, ahogándose casi con esas palabras.

Aunque Charlot siempre había pensado en Shahin como en un padre, era la primera vez que el anciano se dirigía a él de esa forma.

—Al-Kalim —siguió diciendo—, nunca te pediría que utilizaras ese gran don que te otorgó Alá, tu don de la visión, si no fuera una cuestión de vital importancia. Se ha producido una catástrofe que me ha hecho cruzar el mar desde Francia. Algo de gran valor puede haber caído en manos maléficas. Algo de lo que no he tenido noticia hasta hace unos meses…

Charlot, con el corazón atenazado por el miedo, comprendió que si Shahin había ido hasta el desierto para buscarlo con tanta urgencia, la catástrofe debía de ser ciertamente grave, pero las siguientes palabras de Shahin fueron aún más inauditas.

—Tiene que ver con mi hijo —añadió.

—¿Tu… hijo? —repitió Charlot, temiendo no haber oído bien.

—Sí, tengo un hijo. Es muy amado —dijo Shahin—. E, igual que tú, fue elegido para una vida que no siempre somos quiénes para cuestionar. Desde su más tierna infancia fue iniciado en una orden secreta. Su formación estaba casi completa… antes de tiempo, pues no tiene más que catorce años. Hace seis meses, recibimos noticia de que había tenido lugar una catástrofe: el sumo
shaij
, el
pir
de su orden, envió a mi hijo a una importante misión para que ayudara a revertir la situación. Pero, por lo visto, el chico no llegó a su destino…

—¿Cuál era su misión? ¿Qué destino era ese al que debía llegar? —preguntó Charlot, aunque se dio cuenta, presa del pánico, de que era la primera vez que tenía que hacer preguntas así.

¿Cómo no conocía ya la respuesta?

—Mi hijo se dirigía a Venecia con otro participante en esa misión —repuso Shahin, si bien miraba a Charlot de forma extraña, como si también le hubiera surgido la misma pregunta: ¿cómo no lo sabía Charlot?—. Tenemos motivos para temer que mi hijo, Kauri, y su acompañante han sido secuestrados. —Shahin guardó silencio y luego añadió—: He sabido que tenían en su poder una pieza importante del ajedrez de Montglane.

LA DEFENSA INDIA DE REY

[La defensa india de rey] suele considerarse la más compleja e interesante de todas las defensas indias […]. Teóricamente, las blancas deberían tener ventaja, ya que tienen una posición más libre, pero la posición de las negras es sólida y cuenta con numerosos recursos; un jugador tenaz puede conseguir milagros con esta defensa.

FRED REINFELD,

Complete Book of Chess Openings

Las negras […] permitirán a las blancas crear un sólido centro de peones y procederán a atacarlo. Otras características comunes son los intentos de las negras por abrir la diagonal larga de escaques negros y un asalto por parte de los peones del flanco de rey de las negras.

EDWARD R. BRACE,

An Illustrated History of Chess

E
l ruido de la madera astillándose rompió el silencio. Desde donde estaba, junto al hogar, miré al otro lado de la habitación y vi que Lily había desconectado el contestador de mi madre y había tirado de la maraña de cables de dentro del cajón; estaban esparcidos por todo el escritorio de campaña. Mientras Key y Vartan la miraban, ella usaba el abrecartas en forma de daga para intentar forzar el cajón atascado y sacarlo del escritorio. Por como había sonado, estaba desmantelando el mueble.

—¿Qué haces? —exclamé con alarma—. ¡Ese escritorio tiene cien años de antigüedad!

—Cómo lamento destrozar un auténtico souvenir de las guerras coloniales británicas… Debe de significar mucho para ti —dijo mi tía—. Sin embargo, tu madre y yo encontramos una vez unos objetos de incalculable valor escondidos en unos cajones tan atascados como este. Cat debía de saber que esto me sonaría de algo.

—Y siguió embistiendo con exasperación.

—Ese escritorio de campaña es demasiado endeble para guardar nada de valor —señalé. No era más que una caja de poco peso con cajones y sostenida sobre patas plegables, o caballetes, como las que solían transportarse sobre mulas de carga en las campañas de las escabrosas regiones montañosas desde el paso de Jyber hasta Cachemira—. Además, que yo recuerde, ese cajón siempre ha estado atrancado.

—Pues ya va siendo hora de desatrancarlo —insistió Lily.

—Amén a eso —convino Key, mientras asía el contundente pisapapeles de piedra que había en el escritorio y se lo pasaba a Lily—. Ya sabes lo que suele decirse: «Más vale tarde que nunca». Lily había alzado el peso de piedra y lo lanzó entonces con fuerza sobre el cajón. Oí la débil madera astillarse más aún, pero mi tía seguía sin poder abrirlo del todo.

Zsa-Zsa, alborotada por tanto ruido y tanta excitación, daba grititos histéricos que recordaban una colonia de ratas lanzándose al mar y saltaba alrededor de las piernas de todos. La levanté y la acomodé bajo mi brazo, consiguiendo hacerla callar temporalmente, allí inmovilizada.

—Permíteme —fue el cortés ofrecimiento de Vartan a Lily mientras le quitaba las herramientas de las manos.

Metió el abrecartas entre el costado del cajón y el escritorio, lo martilleó con el pisapapeles e hizo palanca hasta que la débil madera se rompió y se separó de la base del cajón. Lily dio un buen tirón al pomo y el cajón quedó liberado.

Varían sostuvo las maderas roías en sus manos y estudió los lados y la base mientras Key se arrodillaba en el suelo para meter el brazo estirado hacia donde pudo alcanzar por el agujero abierto. Palpó el interior.

—Aquí no toco nada —dijo, acuclillada y de puntillas—, pero no me llega el brazo hasta el fondo.

—Permíteme —repitió Vartan; dejó el cajón, se acuclilló junio a ella y deslizó la mano por la cavidad abierta del escritorio.

Pareció tomarse un buen rato para palpar el interior. Al final retiró el brazo e, inexpresivo, alzó la mirada hacia nosotras tres, que estábamos de pie, expectantes.

—No encuentro nada ahí atrás —dijo mientras se ponía de pie y se sacudía el polvo de la manga.

Puede que fuera mi suspicacia natural, o tal vez mis nervios crispados, pero no le creí. Lily tenía razón, allí dentro podía haberse ocultado algo. Al fin y al cabo, puede que esos escritorios tuvieran que ser ligeros para transportarlos con facilidad, pero también tenían que ser seguros. Durante décadas los habían usado para guardar planes de batalla y estrategias, mensajes con códigos secretos de cuarteles generales, unidades de campo y espías.

Le endosé Zsa-Zsa a Lily otra vez y abrí de un tirón el otro cajón del escritorio de campaña para rebuscar en él hasta que encontré la linterna que siempre guardábamos allí. Aparté bruscamente a Key y a Vartan a un lado, me incliné y efectué un barrido con la linterna para explorar el interior del escritorio, pero Vartan tenía razón: allí dentro no se veía nada. Entonces, ¿qué había atascado el cajón durante tantos años?

Lo recogí del suelo, donde lo había dejado Vartan, y lo examiné yo misma. Aunque no le vi nada extraño, hice a un lado el contestador automático y las herramientas para dejarlo sobre el escritorio. Saqué también el otro cajón y vacié todo lo que tenía dentro. Al compararlos uno junto al otro, parecía que el panel posterior del cajón roto era ligeramente más alto que el del otro.

Miré a Lily, que seguía con la inquieta Zsa-Zsa en brazos y me hizo un gesto asintiendo con la cabeza, como para confirmar que ella lo había sabido desde el principio. Entonces me volví para enfrentarme a Vartan Azov.

—Parece que aquí hay un compartimiento secreto —dije.

—Lo sé —repuso él con suavidad—. Ya me había dado cuenta, pero me ha parecido mejor no mencionarlo. —Su voz era educada, pero su fría sonrisa había regresado: una sonrisa como una advertencia.

—¿Cómo que no mencionarlo? —dije, sin dar crédito.

—Como tú misma has dicho, el cajón lleva… ¿se dice atascado?.. . mucho tiempo. No tenemos idea de lo que se oculta ahí —dijo, y añadió con ironía—: A lo mejor algo valioso, como planes de batalla depositados durante la guerra de Crimea.

Eso no era del todo inverosímil, ya que mi padre, de hecho, había crecido en la Crimea soviética, pero sí era altamente improbable. El escritorio ni siquiera era suyo y, aunque yo estaba tan nerviosa como el que más por lo que pudiera contener ese compartimento secreto, también me había hartado de la lógica prepotente y las miraditas duras del señor Vartan Azov. Giré sobre mis talones y me fui hacia la puerta.

—¿Adónde vas? —La voz de Vartan salió disparada como una bala tras de mí.

—A buscar una sierra de arco —espeté por encima del hombro sin dejar de caminar.

A fin de cuentas, razoné, no podíamos aplicar la técnica de apertura a la piedra de Lily. Aunque el contenido no tuviera nada que ver con mi madre, podía haber algo frágil o valioso escondido en ese panel.

Sin embargo, Vartan había cruzado la sala, rauda y silenciosamente, y de pronto estaba a mi lado. Me puso una mano en el brazo y me empujó hacia las puertas del vestíbulo. Una vez dentro de ese armario claustrofóbico, cerró de golpe las puertas interiores y se reclinó contra ellas, bloqueándome la salida.

Encerrados juntos allí, en el minúsculo espacio que quedaba entre la despensa y los colgadores de los abrigos, que estaban cargados de pieles y parkas de plumas, sentí la electricidad estática que encolaba mi pelo a la pared, pero antes de poder protestar por aquel secuestro, Vartan me había agarrado de ambos brazos. Habló deprisa y en voz baja para que no nos oyera nadie desde la sala.

—Alexandra, tienes que escucharme, esto es de vital importancia—dijo—. Sé cosas que es necesario que sepas. Cosas cruciales. Tenemos que hablar, ahora mismo, antes de que vayas por ahí abriendo más armarios o más cajones.

—No tenemos nada de qué hablar —espeté con una amargura que me sorprendió. Me zafé de sus manos—. No sé qué narices estás haciendo aquí, ni siquiera por qué te ha invitado mi madre…

—Pero yo sí sé por qué me ha pedido que viniera —me interrumpió Vartan—. Aunque nunca he hablado con ella, no hacía falta que me lo dijera. Necesitaba información y tú también. Yo soy la única otra persona que estuvo allí ese día y que a lo mejor podía proporcionársela.

No tuve que preguntar qué había querido decir con «allí», ni cuál era el día en cuestión, pero eso no me preparó para lo que siguió después.

—Xie —dijo—, ¿es que no lo entiendes? Tenemos que hablar del asesinato de tu padre.

Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago; por un momento me faltó la respiración. Nadie me había llamado Xie (el apodo preferido de mi padre, diminutivo de Alexie) en los diez años transcurridos desde mi juventud ajedrecística. Al oírlo, junto con «el asesinato de tu padre», me sentí completamente desarmada.

Allí estaba otra vez aquello de lo que nunca hablábamos, aquello en lo que nunca pensaba. Pero el recuerdo reprimido de mi pasado había logrado penetrar hasta el aplastante y asfixiante espacio del vestíbulo y me miraba a la cara con esa espantosa sangre fría ucraniana. Como de costumbre, me enroqué en la negación absoluta.

—¿Su asesinato? —dije, sacudiendo la cabeza con escepticismo, como si así fuera a ventilar el cargado ambiente—. Pero si las autoridades rusas dijeron en su momento que la muerte de mi padre fue un accidente, que el guardia de aquel tejado le disparó por error, creyendo que alguien se daba a la fuga con algo valioso del tesoro.

Vartan Azov había vuelto de pronto sus ojos oscuros hacia mí con atención. Ese extraño reflejo violeta ardía desde dentro, como una llama que se avivaba.  —A lo mejor es que tu padre estaba huyendo del tesoro con algo de gran valor —dijo, despacio, como si acabara de descubrir una jugada oculta, una apertura soslayada que se le había pasado por alto—. A lo mejor tu padre salía de allí con algo cuyo valor él mismo tan sólo sospechaba en aquel momento. Pero pasara lo que pasase ese día, Alexandra, estoy convencido de que tu madre no me habría pedido que viniera desde tan lejos justamente ahora, hasta este lugar apartado, junto contigo y con Lily Rad, a menos que creyera, igual que yo, que la muerte de tu padre, hace diez años, tiene que estar directamente relacionada con el asesinato de Taras Petrosián en Londres hace apenas dos semanas.

—¡Taras Petrosián! —exclamé, aunque Vartan me hizo callar con una rauda mirada hacia las puertas interiores.

¡Taras Petrosián era el rico empresario y magnate de los negocios que, hacía diez años, había organizado nuestro torneo de ajedrez en Rusia! Había estado allí ese día, en Zagorsk. Poco más que eso sabía sobre él, pero en ese momento Vartan Azov, por muy cretino y arrogante que fuera, obtuvo de pronto toda mi atención.

—¿Cómo han matado a Petrosián? —quise saber—. ¿Y por qué? ¿Qué hacía en Londres?

—Estaba organizando una gran exhibición de ajedrez con grandes maestros de todos los países —dijo Vartan, con una ceja ligeramente enarcada, como si creyese que yo ya debía saberlo—. Petrosián huyó a Inglaterra con mucho dinero hace bastantes años, cuando la oligarquía de capitalistas corruptos que había creado en Rusia fue detenida por el Estado, igual que muchas otras. Pero no logró escapar del todo, como él podía haber imaginado. Hace sólo dos semanas encontraron a Petrosián muerto en su cama, en su suite de hotel de lujo de Mayfair. Creen que fue envenenado, un método ruso de eficacia probada. Petrosián se había manifestado a menudo en contra de los
siloviki
, pero el brazo de esa hermandad alcanza muy lejos en busca de aquellos a quienes quiere silenciar…

BOOK: El Fuego
7.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Different Trade by J. R. Roberts
Leoti by Mynx, Sienna
The Dreams of Ada by Robert Mayer
His Lass Wears Tartan by Kathleen Shaputis
Lord Melvedere's Ghost by King, Rebecca
Harmony by Sonya Bria
La buena fama by Juan Valera