El Fuego (15 page)

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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

BOOK: El Fuego
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Como le parecí confundida por el término, Vartan añadió:

—En ruso quiere decir algo así como «individuos con poder».

Es el grupo que sustituyó al KGB justo después de la caída de la Unión Soviética. Hoy son el FSB: el Servicio Federal de Seguridad. Sus miembros y sus métodos siguen siendo los mismos, sólo le han cambiado el nombre. Son mucho más poderosos de lo que llegó a ser el KGB; todo un Estado para ellos solos, sin ningún control exterior. Estos
siloviki
, creo, fueron los responsables de la muerte de tu padre. Después de todo, el guardia que le disparó estaba sin duda a sus órdenes.

Lo que estaba insinuando parecía una locura: francotiradores del KGB con veneno escondido en la manga. Pero sentí que la espantosa gelidez de la comprensión empezaba a reptar por mi columna. Había sido nada menos que Taras Petrosián, como recordé entonces, quien había trasladado aquella última partida nuestra a las afueras de Moscú, a Zagorsk. Si ahora lo habían asesinado, tal vez hubiera que dar más crédito a los miedos que había sentido mi madre todos esos años. Por no hablar de su desaparición y de las pistas que había dejado y que señalaban a esa última partida. Tal vez había estado en lo cierto con sus sospechas. Como diría Key, «que estés paranoico no significa que no vayan a por ti».

Pero había algo más que necesitaba saber. Algo que no encajaba.

—¿Qué querías decir hace un momento —le pregunté a Vartan—, cuando has afirmado que mi padre podría haber «estado huyendo del tesoro con algo de gran valor»… que sólo él podía comprender?

Vartan sonrió enigmáticamente, como si yo acabara de pasar una importante prueba esotérica.

—A mí tampoco se me había ocurrido —admitió— hasta que has mencionado la versión «oficial» de la muerte de tu padre. Creo que es posible que tu padre estuviera saliendo del edificio aquella mañana con algo de un valor enorme, algo que otros tan sólo podían intuir que estaba en su poder, pero que no podían ver. —Como lo miré perpleja, añadió—: Sospecho que esa mañana salía de aquel edificio con información.

—¿Información? —objeté—. ¿Qué clase de información podría ser tan valiosa para que alguien quisiera matarlo?

—Fuera lo que fuese —dijo—, debía de ser algo que, por lo visto, no podían permitir que le comunicara a nadie.

—Aun suponiendo que mi padre tuviera acceso a una información sobre algo tan peligroso como insinúas, ¿cómo podría haberlo descubierto tan deprisa, allí, en el tesoro de Zagorsk? Como tú mismo sabes, no estuvimos dentro de ese edificio más que unos minutos —señalé—. Y en todo ese tiempo mi padre no habló con nadie que pudiera haberle comunicado nada.

—A lo mejor él no habló con nadie —convino Vartan—, pero alguien sí habló con él.

La imagen de aquella mañana que llevaba reprimiendo desde hacía tanto tiempo había empezado a formarse en mi mente. Mi padre me había dejado sola un momento en el tesoro, había cruzado la sala para admirar el interior de una gran vitrina de cristal, y entonces alguien se le acercó y se colocó a su lado…

—¡Tú hablaste con mi padre! —exclamé.

Esta vez Vartan no intentó que bajara la voz. Se limitó a asentir, confirmándomelo.

—Sí —dijo—. Me acerqué a tu padre cuando estaba mirando una gran vitrina. Dentro de ella, él y yo vimos una pieza de ajedrez de oro y cubierta de joyas. Le dije que acababan de redescubrirla en los sótanos del Hermitage de San Petersburgo junto con los tesoros de Troya de Schliemann. Decían que esa pieza había pertenecido en su día a Carlomagno y tal vez a Catalina la Grande. Le expliqué a tu padre que la habían llevado a Zagorsk y la habían exhibido al público para esa última partida. Fue justo en ese momento cuando tu padre se volvió, te cogió de la mano y ambos salisteis de allí.

Habíamos salido a la escalera del tesoro, donde mi padre había encontrado la muerte.

Vartan me miraba con mucha atención mientras yo intentaba no delatar todas esas oscuras emociones que llevaba tanto tiempo reprimiendo y que, para gran pesar mío, volvían a emerger. Pero algo seguía sin cuadrar.

—No tiene sentido —le dije a Vartan—. ¿Por qué querría nadie matar a mi padre sólo para evitar que comunicara una información peligrosa, si parece que todo el mundo, incluido tú, lo sabía todo acerca de esa insólita pieza de ajedrez y de su historia?

Sin embargo, aún no había terminado de soltar esas palabras cuando comprendí la respuesta.

—Porque esa pieza de ajedrez debía de significar algo completamente diferente para él que para todos los demás —dijo Vartan con un rubor de exaltación—. Cualquier cosa que descubriera tu padre al ver esa pieza, su reacción seguro que no fue la que quienes lo estaban vigilando habían esperado, o nunca la habrían expuesto al público para aquella partida. Aunque no pudieran adivinar qué era lo que había descubierto tu padre, ¡tenían que detenerlo antes de que alguien más pudiera comprenderlo!

Sin duda, las figuras y los peones parecían estar apiñados en el centro del tablero. Vartan quería llegar a algún sitio, pero a mí los árboles seguían impidiéndome ver el bosque.

—Mi madre siempre ha creído que la muerte de mi padre no fue un accidente —admití, dejando de lado el pequeño detalle de que también imaginaba que esa bala podía haber ido dirigida a mí—. Siempre ha creído que el ajedrez tuvo algo que ver. Pero si tienes razón, y la muerte de mi padre está relacionada de alguna forma con la de Taras Petrosián, ¿qué relación tendría todo eso con la pieza de ajedrez de Zagorsk?

—No lo sé, pero alguna tiene que haber —dijo Vartan—. Aún recuerdo la expresión de la cara de tu padre aquella mañana, mirando esa pieza de la vitrina de cristal… Casi como si no oyera una palabra de lo que le decía. Cuando se volvió para irse, no parecía en lo más mínimo un hombre que está pensando en una partida de ajedrez.

—¿Qué parecía? —pregunté con apremio.

Pero Vartan me miraba como si intentara aclararse él mismo.

—Yo diría que parecía asustado —dijo—. Más que asustado. Aterrorizado, aunque enseguida me lo ocultó.

—¿Aterrorizado?

¿Qué podría haber asustado tanto a mi padre después de tan sólo unos instantes en el tesoro de Zagorsk? Sin embargo, con las siguientes palabras de Vartan me sentí como si alguien me hubiera atravesado el corazón con una cuchilla helada.

—Yo mismo no sé explicármelo —admitió—. A menos que, por algún motivo, para tu padre hubiese significado algo en especial que la pieza de la vitrina fuera la reina negra.

Vartan abrió las puertas y volvimos a entrar en el octógono. Cómo iba a decirle lo que significaba para mí la reina negra… No podía. Sabía que, si todo lo que acababa de contarme era cierto, era muy probable que la desaparición de mi madre estuviera relacionada tanto con la muerte de mi padre como con la de Petrosián. Todos podíamos estar en peligro. Pero antes de haber dado tres pasos me detuve en seco. Me había quedado tan absorta con las revelaciones de Vartan, que me había olvidado completamente de Lily y de Key.

Las dos estaban en el suelo, delante del escritorio de campaña y con el cajón vacío ante sí, mientras Zsa-Zsa, no muy lejos, babeaba en la alfombra persa. Lily le estaba diciendo algo a Key en voz baja, pero las dos se levantaron en cuanto entramos; mi tía aferraba lo que parecía una afilada lima de uñas de acero. Vi pedacitos de madera astillada esparcidos aquí y allá.

—«El tiempo no espera a nadie» —dijo Key—. Mientras vosotros dos estabais ahí enclaustrados, escuchando vuestras confesiones mutuas sobre lo que sea que estéis tramando, mirad lo que hemos encontrado. —Agitó en el aire algo que parecía un trozo de papel viejo y arrugado.

Al acercarnos, Lily me miró con seriedad. Sus claros ojos grises parecían extrañamente velados, casi como advirtiéndome de algo.

—Se mira —me avisó—, pero no se toca, por favor. Ya basta de impulsos extravagantes cerca del fuego. Si lo que acabamos de descubrir en este cajón es lo que yo creo, se trata de algo extraordinariamente excepcional, como tu madre sin duda atestiguaría si estuviera aquí. De hecho, sospecho que este documento puede ser la razón misma de su ausencia.

Key desdobló con cuidado el papel quebradizo y lo sostuvo en alto ante nosotros.

Vartan y yo nos inclinamos hacia delante para verlo mejor. Al observarlo con detenimiento, parecía un trozo de tejido tan antiguo y manchado que con la edad se había endurecido como el pergamino. En él habían realizado una ilustración con una especie de solución de color rojo herrumbre que se había desangrado en algunos lugares de la tela dejando manchas oscuras, aunque los dibujos todavía se distinguían. Era la representación de un tablero de ajedrez de sesenta y cuatro escaques en el que cada casilla contenía un extraño símbolo esotérico diferente. No lograba encontrarle pies ni cabeza a lo que aparentemente significaba.

Lily, no obstante, estaba a punto de iluminarnos a todos.

—No sé cómo ni cuándo pudo hacerse tu madre con este dibujo —dijo—. Pero, si mis sospechas son correctas, este paño es la tercera y definitiva pieza del enigma que nos faltaba hace casi treinta años.

—¿Una pieza de qué enigma? —pregunté, extremadamente contrariada.

—¿Has oído hablar —dijo Lily— del ajedrez de Montglane?

Lily tenía una historia que contarnos, pero para relatarla antes de que llegaran los demás invitados me rogó que no hiciera preguntas hasta que la hubiera terminado, sin distracciones ni interrupciones. Y para poder hacerlo, nos informó de que necesitaba sentarse en algo que no fuera el suelo ni un murete de piedra, que era lo único de lo que parecía disponer nuestra casa, abarrotada pero con escasez de sillas.

Key y Vartan subieron y bajaron la escalera de caracol en una expedición para recopilar cojines, otomanas y taburetes, hasta que Lily quedó cómodamente instalada con Zsa-Zsa en una montaña de mullidos almohadones junto al fuego, Key encaramada en la banqueta del piano y Vartan sentado en un alto taburete de biblioteca, dispuestos ambos a escucharla.

Entretanto, yo me había aplicado a la tarea que mejor se me daba: cocinar. Siempre me ayudaba a despejar la mente y, así, al menos tendríamos algo que dar de cenar a todo el mundo si los demás se presentaban, tal como habían anunciado. Contemplé entonces la olla de cobre que colgaba a poca distancia sobre el fuego, los puñados de alimentos ultracongelados que había saqueado de la despensa —chalotas, puerros, zanahorias, rebozuelos y dados de ternera— y que iban recuperando su aspecto original en una sopa de caldo, un poco de vino tinto fuerte, una pizca de salsa Worcestershire, zumo de limón, coñac, perejil, laurel y tomillo: el infalible
boeuf bourguignonne
de fuego de campamento de Alexandra.

Dejarlo cocer unas cuantas horas mientras también mi mente se convertía en un hervidero, razoné, podía ser la receta que necesitaba. Reconozco que sentía que ya había tenido suficientes sobresaltos a lo largo de la mañana como para que me duraran al menos hasta la cena, pero la confesión de Lily estaba a punto de poner la guinda.

—Hace casi treinta años —dijo—, todos prometimos solemnemente a tu madre que jamás volveríamos a hablar del juego. Pero ahora que ha aparecido este dibujo, sé que debo contar la historia. Creo que también era lo que pretendía hacer tu madre —añadió—, o jamás habría escondido algo de una importancia tan fundamental aquí, en ese cajón atrancado del escritorio. Y, aunque no tengo ni idea de por qué se le habrá ocurrido invitar a todas esas otras personas a venir hoy, jamás habría invitado a nadie en una fecha tan significativa como su cumpleaños a menos que tuviera algo que ver con el juego.

—¿El juego? —Vartan me quitó las palabras de la boca.

Aunque me sorprendía saber que la obsesión de mi madre por su cumpleaños pudiera estar relacionada con el ajedrez, seguía suponiendo que, si Lily había hablado de hacía treinta años, no podía tener que ver con la partida que mató a mi padre. Entonces se me ocurrió algo.

—Sea lo que fuere ese juego sobre el que jurasteis mantener silencio —le dije a Lily—, ¿es eso por lo que mi madre siempre intentó evitar que yo jugara al ajedrez?

Justo entonces caí en la cuenta de que nadie fuera de mi familia más cercana había sabido nunca que yo había sido una importante campeona de ajedrez, y mucho menos que por ello habíamos tenido altercados familiares durante mucho tiempo. Key, pese a enarcar una ceja, intentó no parecer sorprendida.

—Alexandra —dijo Lily—, has malinterpretado los motivos de tu madre durante todos estos años, pero no es culpa tuya. Siento muchísimo confesarte que todos nosotros, Ladislaus Nim y yo, e incluso tu padre, acordamos que era mejor mantenerte al margen. Creíamos sinceramente que cuando hubiéramos enterrado las piezas, cuando estuvieran ocultas donde nadie pudiera encontrarlas, cuando el otro equipo fuera destruido, la partida habría terminado y todo habría acabado por una larga temporada, quizá para siempre. Y para cuando naciste tú y descubrimos tu precoz pasión y tu habilidad, habían pasado ya tantos años que todos nos sentimos seguros de que no te pondrías en peligro jugando al ajedrez. Sólo tu madre, por lo que parece, sabía que no era así.

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