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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

El Fuego (59 page)

BOOK: El Fuego
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Sin embargo, nada era completamente inaccesible para los guardas del parque y el personal científico como Key, algunos de los cuales llevaban a cabo sus investigaciones más importantes en esa época del año. Eso era lo que tenía de genial toda su operación clandestina, aunque confieso que yo todavía no había visto el todo, como diría ella.

Cuando llegamos a la entrada del parque, Key sacó tres tíquets con su pase y nos montamos todos en el
snowcoach
, una especie de furgoneta con orugas en lugar de ruedas y algo que se parecía muchísimo a unos esquíes acuáticos instalados en la parte delantera para impedir que nos hundiéramos en la nieve.

Dentro había ya una serie de personas que parecían ir en un mismo grupo: todos ellos soltaban ohs y ahs mientras nuestro locuaz e informativo guía iba señalando algunos de los diez mil atractivos geotérmicos del parque, «aquí a la izquierda, algo por delante de nosotros», y nos acribillaba a todos con la poco conocida historia del Oeste de los primeros días del parque.

Vartan parecía verdaderamente fascinado. Pero cuando el guía empezó a obsequiarnos con las estadísticas del ratio de erupción del geiser de
Old Faithful
—cómo una erupción de dos minutos a treinta y seis metros suponía un intervalo más corto, de quizá unos cincuenta y cinco minutos, hasta la siguiente erupción, mientras que una erupción de cinco minutos con unos treinta y siete metros de media implicaba un intervalo de unos setenta y ocho minutos hasta la siguiente—, vi que los ojos de la gente empezaban a vidriarse y que la boca de Key adoptaba esa dureza y esa rigidez tan suyas.

Bajamos del vehículo cuando llegamos a Old Faithful Inn, el bar restaurante en el que Key se hizo con dos motos de nieve que estaban destinadas al uso exclusivo de los guardas del parque y también con tres pares de raquetas que podríamos fijar a nuestro calzado en caso de necesidad, por si teníamos una avería.

Key se subió a una de las motos conmigo detrás y Vartan se montó en la otra y nos siguió. Mientras partíamos hacia el norte, oímos al guía y a los turistas contando en voz alta: «Diez, nueve, ocho, siete, seis…».

Cuando llegamos a lo alto de la colina, Key aparcó un momento a un lado de la pista y señaló hacia atrás. Vartan se detuvo junto a nosotras y volvió la mirada justo cuando el Old Faithful descorchaba y disparaba agua hirviendo a más de treinta metros hacia el severo cielo invernal.

—¿Explotan, aun así, con este frío? —le preguntó a Key con asombro.

—Se calientan a muchos kilómetros por debajo de la superficie terrestre y alcanzan temperaturas de más de seiscientos grados —dijo Key—. Cuando vuelven a subir hasta aquí arriba, no les importa qué tiempo hace. Es un alivio salir al aire libre.

—¿Qué los calienta? —preguntó Vartan.

—Ese es el quid de la cuestión —repuso ella—. Estamos sobre la mayor caldera volcánica que se conoce en el mundo. Podría entrar en erupción y destruir toda América del Norte cualquier milenio de estos. No estamos seguros de cuándo podría entrar en activo. Y no es lo único que nos tiene que preocupar.

»Antes pensábamos que la caldera de Yellowstone era única, pero ahora creemos que posiblemente esté conectada con el monte Saint Helens y la región del Pacífico a través de todo Idaho: con ese gran círculo de fallas que bordea toda la costa del Pacífico, el Cinturón de Fuego.

Vartan se quedó mirándola un momento. Tal vez fueran imaginaciones mías, pero fue casi como si entre ellos se hubiera producido una comunicación silenciosa, algo que debatían si compartir conmigo o no.

Pero un instante después esa mirada había desaparecido.

Debíamos de llevar más de treinta minutos en las motos de nieve cuando Key se detuvo otra vez y anunció:

—Ahora saldremos de la pista. Es un tramo corto, pero necesitamos las dos motos para poder llevar a nuestra amiga y sus bártulos detrás. —Calló un instante y añadió—: Si veis algún oso pardo con curiosidad, apagad este escandaloso motor, tumbaos en la nieve y haced como si estuvierais muertos.

«Sí, claro.»

Key atajó por un bosque precioso y luego a lo largo de un humeante campo de geiseres que lanzaba plata vaporosa hacia los cielos. Surcamos los barrizales hirvientes que solíamos visitar cuando éramos pequeñas y que borbotaban como la marmita de una bruja; sus burbujas explotaban y siseaban con un sonido imposible de imitar.

En la cañada que quedaba justo por debajo vimos una de las pequeñas chozas de refugio que había repartidas por los bosques. En ellas solían servir café o chocolate caliente para esquiadores y excursionistas, pero esa quedaba bastante apartada de la pista hollada.

Key sacó su radio de guarda de parque y dijo:

—Llegamos, cambio.

Y que me mataran si no fue la voz de mi madre la que respondió por el walkie-talkie:

—¿Cómo es que habéis tardado tanto?

Hacía cinco años que no veía a mi madre.

Aun así, estaba exactamente igual que siempre: parecía recién salida de una piscina llena de algún elixir mágico.

Siendo yo alguien que había pasado la juventud sin sumergirme en nada más desafiante que una partida de ajedrez, sospecho que siempre había sido esa energía primordial de mi madre, ese salvaje poder animal que exudaba, lo que había hecho que rodos los hombres de nuestra vida perdieran la cabeza por ella,  lo que siempre me había hecho sentir a mí también una especie de temor reverencial cuando estaba en su presencia.

Pero es que esta vez quedé completamente fuera de combate, porque en cuanto entramos en la cabaña, mi madre —sin hacerles ningún caso a Vartan y a Key— se abalanzó hacia mí con los brazos abiertos en una desacostumbrada muestra de emoción que me envolvió en el familiar olor de su pelo, esa mezcla de madera de sándalo y salvia. Cuando se apartó, vi que incluso tenía lágrimas en los ojos. Después de todo lo que había sabido sobre mi madre durante esos últimos días y que nunca antes había sospechado —lo lejos que había llegado no sólo para mantener a salvo ese terrible juego de ajedrez, sino también para protegernos a mi padre y a mí—, nuestro repentino reencuentro volvió a infundirme una vez más esa sensación de impacto y estupor.

—Gracias a Dios que estás bien —dijo mi madre, y volvió a abrazarme con más fuerza aún, como si apenas diera crédito.

—No seguirá estándolo por mucho tiempo —dijo Key— si no acabamos con este numerito de telenovela para ponernos en marcha, y rapidito. Recordad que tenemos una misión suprema.

Mi madre sacudió la cabeza como si recuperara el sentido y me soltó. Después se volvió hacia Vartan y Key y los abrazó a ambos con suavidad.

—Gracias a los dos —dijo—. Qué tranquila me quedo.

La ayudamos a sacar unas bolsas de lona de la cabaña, y después mi madre se subió a una de las motos de nieve detrás de Key. Me dirigió una sonrisa torcida y me señaló con un gesto de la cabeza a Vartan, que estaba poniendo en marcha su propia moto.

—Me alegro de que os hayáis entendido —dijo mi madre.

Monté detrás de Vartan y salimos disparados hacia los bosques con Key de guía.

Cuando estuvimos seguros de que teníamos vía libre y no nos seguía nadie, regresamos al camino principal. Al cabo de media hora llegamos a la entrada occidental, que quedaba ya en Idaho, donde había una barrera para impedir el paso de vehículos al Bosque Nacional de Targhee. Key detuvo la moto de nieve, desmontó y recogió las bolsas de mi madre.

—¿Qué pasa? —les pregunté a las dos mientras Vartan apagaba el motor.

—Que tenemos una cita con el Destino —me informó Key—, y conduce un Aston Martin. 

Nada podía resultar más incongruente que Lily y Zsa-Zsa cómodamente instaladas con sus mantitas de pieles en el regazo, esperando con discreción en aquel
Vanquish
de medio millón de dólares en el aparcamiento de Targhee. Por suerte, no había por allí ningún curioso que pudiera verlas. Pero ¿cómo habían conseguido pasar, con el bosque cerrado a causa del invierno? Key debía de tener hasta el último guardia de parque del planeta entre sus compinches, pensé.

Las chicas habían bajado del coche para recibirnos mientras Key empezaba a cargar las bolsas de mi madre en el maletero. Zsa-Zsa se escapó de los brazos de Lily y me plantó un enorme beso mojado. Me lo limpié con la manga. Lily se acercó a abrazar a mi madre.

—Estaba muy preocupada —dijo—. Llevaba días esperando en ese motel espantoso sin ninguna noticia. Pero todo parece haber salido bien hasta ahora… Al menos estamos todos aquí. —Se volvió hacia Key—. Bueno, y ¿cuándo nos ponemos en marcha?

—Y ¿hacia dónde nos «ponemos en marcha»? —pregunté yo. Por lo visto yo era la única a la que se le ocultaba información. —No estoy segura de que de verdad quieras saberlo —me informó Key—, pero de todas formas te lo diré. Como ya te he explicado, no ha sido fácil organizar todo esto, pero lo tenemos

todo planificado. Trazamos todo lo que pudimos del plan en cuanto nos quedamos solos en Denver, y después Vartan y cogimos un avión al este para ir a buscarte. Así que ahora mismo los tres volveremos a Jackson Hole, como si no hubiéramos hecho más que disfrutar de un paseo en moto de nieve, y nos daremos una buena cena. Nos apalancaremos en mi casa y cogeremos el primer vuelo de la mañana. Tu madre y Lily irán en coche y se reunirán con nosotros en destino. Me temo que el punto de encuentro más cercano en el que logramos ponernos de acuerdo fue Anchorage…

—¿Anchorage? —exclamé—. Pensaba que íbamos a buscar a mi padre. ¿Acaso intentas decirme que está en Alaska?

Key me dedicó aquella mirada suya.

—Ya te he dicho que seguramente preferirías no saberlo —dijo—. Pero no, no es allí a donde vamos. Allí es donde Cat y Lily recogerán a tu padre a nuestro regreso. De hecho, por razones de seguridad, tu madre y yo somos las únicas que sabemos exactamente dónde está tu padre… y, en mi caso, sólo porque era yo quien tenía que pensar en cómo lograr traerlo desde allí.

Esperé a que soltara la siguiente bomba, pero fue mi madre quien lo hizo.

—En cuanto a dónde es «allí» —dijo—, creo que la región se conoce como el Cinturón de Fuego.

CINTURÓN DE FUEGO

Nada se asemeja tanto a una criatura viviente como el fuego.

PLUTARCO

La operación [alquímica] comienza con fuego y termina con fuego.

IBN BISHRUN

El fuego que ilumina es el fuego que consume.

HENRI-FRÉDÉRIC AMIEL

Todas las cosas cambian en el fuego y el fuego, exhausto, vuelve a conformar todas las cosas.

HERÁCLITO

L
a fosa de las Aleutianas, en Alaska —nos dijo Key en algún momento entre los entrantes y la sopa—, separa el océano Pacífico y el mar de Bering. Una vez perteneció a Rusia, allá por la época de Catalina la Grande. Se llama el Cinturón de Fuego porque posee la mayor colección de volcanes en activo del mundo. Yo conozco de primera mano la mayoría de ellos: Pavlov, Shishaldin, Pogromni, Tulik, Korovin, Tanaga, Kanaga, Kiska… Hay incluso una joven caldera que descubrí yo misma y a la que estoy intentando bautizar como «Modern Millie».

Y añadió:

—Todos ellos conforman una gran parte de la tesis doctoral que estoy redactando sobre calorimetría: James Clerk Maxwell, Jean-Baptiste-Joseph Fourier,
la Teoría analítica del calor
y todo eso. Pero, como sabes, lo que más me ha interesado siempre es observar el comportamiento del calor bajo presión extrema.

Intenté no fijarme en que Vartan me lanzaba una rauda mirada y luego volvía a mirar su sopa. Pero no pude evitar preguntarme si, en el avión, también él había sentido pasar esa corriente eléctrica entre ambos cuando me tocó. Confieso que a mí me estaba costando bastante olvidarlo.

Habíamos ocupado un pequeño comedor privado en el bar restaurante de Jackson Hole, donde Key conocía al encargado. Eso nos permitiría, según explicó, atiborrarnos a placer sin renunciar a la privacidad que necesitábamos para hablar de lo que nos deparaba el día de mañana. Un mañana que sonaba ya bastante estrambótico, empezando por el vuelo chárter a Seattle y Anchorage que Key nos dijo que nos había conseguido para primera hora.

—Pero has dicho que mi padre no está en Alaska —le recordé—. Así que ¿qué tiene que ver ese Cinturón de Fuego con el lugar al que vamos?

—Es el «camino de baldosas amarillas» —me dijo—. Os lo explicaré en cuanto nos sirvan el rancho.

Key y Vartan habían acordado compartir el crujiente pato asado relleno con foie gras, especialidad de la casa que alcanzaba para dos comensales, mientras que yo preferí el lomo, el único plato que Rodo nunca preparaba en Sutaldea.

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