—Muchísimo. ¿Dónde está Coleman?
—En el infierno, me temo. Los que abandonan a la Hermana Aimee están condenados a hervir para siempre en una ardiente caldera de pus y semen de negros.
—Señora, ¿cuándo vio a Coleman por última vez?
—Creo que lo vi por última vez a finales del otoño del 42.
Una respuesta vagamente cuerda que encajaba con los datos cronológicos de Upshaw.
—¿Qué hacía por entonces Coleman?
Delores desprendió la hoja del rastrillo y la redujo a polvo.
—Coleman estaba adquiriendo costumbres mundanas. Escuchaba discos de jazz en un gramófono, salía de noche y abandonó la escuela antes de tiempo, lo cual me enfureció, pues la Hermana Aimee prefiere que sus esclavos tengan un diploma. Consiguió un espantoso empleo en un taller dental, y francamente se hizo un ladrón. Yo encontraba extrañas chucherías en su cuarto, pero lo dejé en paz cuando confesó sus transgresiones a la propiedad privada y prometió entregar el diez por ciento de sus ganancias a la Hermana Aimee.
El taller dental, Coleman ladrón. La teoría de Upshaw iba tomando cuerpo.
—Señora, ¿Coleman hizo esos robos en el 42?
—Sí. En el verano, antes de irse.
—¿Y Coleman tenía la cara quemada? ¿Tenía alguna deformidad?
La anciana lo miró sorprendida.
—¡Coleman era la belleza del esclavo en persona! ¡Era guapo como una estrella de cine!
—Lamento haber puesto en duda el aspecto del joven. Señora, ¿quién era Masskie? ¿Era el padre del chico?
—No lo recuerdo. Frecuentaba la compañía de muchos hombres a principios de los años 20, y sólo tomaba el apellido de hombres muy bien dotados, para que mis hechizos de procreación dieran mejor resultado. ¿Cuánto dinero debe usted a Coleman? Él está en el infierno. Si me da el dinero a mí, quizá podamos rescatar su alma.
Buzz plegó su último billete de diez.
—¿Dijo usted que Coleman se fue en el otoño del 42?
—Así es, y la Hermana Aimee le agradece la contribución.
—¿Por qué se fue? ¿Adónde fue?
Delores pareció asustarse. La piel se le pegó a los pómulos y los ojos sobresalieron aún más.
—Coleman fue en busca de su padre, fuera quien fuese. Un hombre desagradable de acento desagradable vino aquí preguntando por él, y Coleman se asustó y escapó. El hombre con acento seguía volviendo con preguntas sobre el paradero de Coleman, pero yo seguí invocando el poder de la Hermana Aimee y él desistió.
La muerte de Sleepy Lagoon, Dudley Smith ansiando unirse al equipo del gran jurado, la desconcertante obsesión de Dudley con el asesinato de José Díaz y el Comité de Defensa.
—Señora, ¿el acento que recuerda era irlandés? ¿Un hombre grandote, de unos treinta años, rubicundo, ojos y pelo castaños?
Delores hizo señas, llevándose las manos al pecho y la cara, como si ahuyentara vampiros en una vieja película de terror.
—¡Fuera, Satanás! ¡Siente el poder de la Iglesia de los Firmes
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, el Templo Angelus y la Hermana Aimee Semple McPherson, y no responderé a ninguna otra pregunta hasta que brindes el apropiado tributo en efectivo! ¡Lárgate o arriésgate al infierno!
Buzz se registró los bolsillos y no encontró nada. Sabía entender cuándo se topaba con una pared.
—Señora, dígale a la Hermana Aimee que me espere. Volveré.
Buzz fue a casa, arrancó una foto del joven Dudley Smith de su álbum de la Academia de Policía y se dirigió al Chateau Marmont. Atardecía y llovía ligeramente cuando aparcó en Sunset, frente a la entrada; estaba empezando a temer por la leona cuando Mal golpeó el parabrisas y entró en el coche.
—Grandes noticias —dijo Buzz—. ¿Y tú?
—Más que grandes.
—Jefe, muchas piezas que de nuevo contradicen lo de «maduro».
Mal estiró las piernas.
—Lo mismo pasa con lo mío. Norton Layman llamó a Jack Shortell, y él se puso en contacto conmigo. El doctor estuvo registrando la zona del río Los Ángeles donde hallaron el cuerpo de Augie Duarte. Quiere hacer un examen exhaustivo para un libro que está escribiendo. Escucha bien: encontró mechones plateados de una peluca, con sangre cero positivo, obviamente de una herida en la cabeza, en el sitio donde el asesino habría tenido que trepar a una cerca para escapar. Por eso tus piezas encajan.
—Y por eso Loftis no. Jefe, ¿crees que alguien está tendiéndole una trampa?
—Se me ha ocurrido, sí.
—¿Qué has sabido de Juan Duarte?
—Cosas más horribles que esos malditos dientes de glotón. ¿Sabías que Danny habló con Duarte?
—No.
—Fue justo antes de que se lo llevara la policía. Duarte le dijo a Danny que, en la época de Sleepy Lagoon, Reynolds Loftis andaba por allí con un hermano mucho menor que se le parecía mucho. Al principio el chico tenía la cara vendada, porque se había quemado en un incendio. Nadie sabía hasta qué punto se parecía a Loftis hasta que le quitaron el vendaje. En los actos de protesta del Comité, el chico insistía en que un blanco grandote había matado a José Díaz, pero nadie le creyó. Se suponía que estaba huyendo del asesino, pero cuando Duarte le preguntó por qué iba allí, donde el asesino podía verlo, el chico dijo que tenía una protección especial. Buzz, en nuestros archivos del gran jurado no hay el menor indicio de que Loftis tuviera un hermano menor. Y todavía hay más.
Buzz pensó: ya lo creo. Se preguntó quién diría «Dudley Smith» primero.
—Continúa. Mi material concuerda.
—Duarte fue a ver a Charles Hartshorn poco antes del presunto suicidio, para ver si podía lograr que la policía investigara más a fondo el asesinato de Augie. Hartshorn le contó que alguien le había presionado por la muerte de Duane Lindenaur: tú. Se enteró de las mutilaciones con estaca cortante en un diario sensacionalista y pensó que los homicidios podían estar relacionados con Sleepy Lagoon. Hartshorn llamó al Departamento de Policía y habló con un tal sargento Breuning, quien dijo que iría enseguida. Duarte se fue, y a la mañana siguiente hallaron el cadáver de Hartshorn. Bingo.
Buzz lo dijo primero.
—Dudley Smith. Él era el blanco grandote, y se unió al equipo para mantener bajo control el testimonio sobre Sleepy Lagoon. Por eso estaba interesado en Upshaw. Danny estaba obsesionado por las mutilaciones con estaca cortante, y Augie Duarte, primo de Juan, figuraba en su lista de individuos a vigilar. Por eso Dudley no lo vigiló. Fue con Breuning a ver a Hartshorn y alguien dijo lo que no debía. Fiesta con corbata, adiós Charlie.
Mal descargó el puño sobre el salpicadero.
—Demonios, no puedo creerlo.
—Yo sí. He aquí una buena pregunta. Últimamente has visto a Dudley más que yo. ¿Está relacionado con los homicidios de homosexuales?
Mal negó con un gesto.
—No, me he devanado los sesos, pero no consigo asociarlos. Dudley quería que Upshaw se integrara al equipo, y los homosexuales muertos le importaban un bledo. Dudley sólo se asustó cuando Danny insistió en las estacas cortantes y Augie D. ¿No mataron a José Díaz con una estaca cortante?
—Tenía la ropa rasgada con una estaca cortante, si no recuerdo mal. ¿Sabes de algún motivo para que Dudley matara a Díaz?
—Tal vez. Fui con Dudley a visitar a su sobrina. Por lo visto a ella le gustan los mexicanos y Dudley no lo soporta.
—Poco convincente, jefe.
—¡Dudley está loco! ¿Qué más quieres?
Buzz apretó el brazo de su compañero.
—Calma, muchacho, y escucha esto. La chiflada mamá de Coleman Masskie y yo mantuvimos una pequeña charla. Ella tuvo muchos niños de varios papás, y no sabe quién es de quién. Coleman se fue de casa a finales del otoño del 42. Era ladrón, le gustaba el jazz, trabajó en ese taller dental. Todos los datos encajan en la teoría de Upshaw. Ahora, presta atención: otoño del 42, un tipo grandote con acento raro va a preguntar por Coleman. Describo a Dudley, la vieja se aterra y cierra el pico. Opino que Coleman es el que escapa del grandote blanco, Dudley, quien liquidó a José Díaz… y Coleman lo vio. Propongo que presionemos a Gordean, y luego volvamos a visitar a esa anciana y tratemos de vincularla con Reynolds Loftis.
—Encerraré a Dudley —masculló Mal.
Buzz meneó la cabeza.
—Piensa de nuevo lo que has dicho. No hay pruebas en cuanto a Hartshorn, y lo otro es el homicidio de un mexicano ocurrido hace ocho años. Un policía con el prestigio de Dudley… Estás tan chiflado como él si piensas que podrás hacer algo.
Mal imitó un acento irlandés.
—Entonces lo mataré, muchacho.
—Vete a la mierda.
—He matado antes, Meeks. Puedo hacerlo de nuevo. Buzz notó que hablaba en serio, que le gustaba la idea.
—Socio, un nazi en la guerra no es lo mismo.
—¿Estabas enterado de eso?
—¿Por qué crees que temía que tú me hubieras tendido esa trampa, en vez de Dragna? Cuando un tipo tranquilo como tú mata una vez, puede hacerlo de nuevo.
Mal rió.
—¿Alguna vez has matado a alguien?
—Me refugio en la Quinta Enmienda, jefe. ¿Quieres ir en busca de ese chulo?
Mal asintió.
—Es el número 7941… creo que está hacia el fondo de los bungalows.
—Esta noche serás el policía malo. Lo haces bien.
—No tanto como tú.
Buzz salió primero. Atravesaron el vestíbulo y salieron al patio por una puerta lateral, estaba oscuro y unos setos altos ocultaban los bungalows. Buzz siguió los números indicados en los postes de hierro forjado, descubrió el 7939 y dijo:
—Tiene que ser el próximo.
Disparos.
Uno, dos, tres, cuatro… cerca, del lado de los números impares. Buzz desenfundó el 38, Mal desenfundó y amartilló el arma. Corrieron hacia el 7941, se aplastaron contra la pared a ambos lados de la puerta y entraron. Buzz oyó pasos dentro. Los pasos se alejaban; Buzz miró a Mal, contó uno, dos, tres, con los dedos, se volvió y dio una fuerte patada a la puerta.
Dos disparos astillaron la madera por encima de su cabeza, el cañón de un arma relampagueó en una habitación a oscuras. Buzz se lanzó al suelo, Mal cayó encima de él y disparó dos veces a ciegas. Buzz vio a un hombre tendido en la alfombra, la bata de seda amarilla empapada de sangre desde la cintura hasta el cuello. Fajos de billetes rodeaban el cadáver.
Mal se levantó y avanzó. Buzz lo dejó ir. Oyó pasos, un estruendo, cristales rotos. No más disparos. Se levantó y examinó el cadáver: un hombre elegante con barba cuidada, manicura pulcra y el torso deshecho. Los billetes estaban envueltos en fajas que tenían el sello de un banco, el Beverly Hills Federal, y había por lo menos tres mil dólares en paquetes de quinientos. Buzz resistió la tentación, Mal regresó jadeando.
—Lo esperaba un coche —resolló—. Un sedán blanco último modelo.
Buzz propinó una patada a un paquete de dólares que chocó contra las iniciales E G. bordadas en la manga del muerto.
—Beverly Hills Federal. ¿Loftis había retirado el dinero de allí?
—Sí.
Sirenas a lo lejos.
Buzz se despidió del dinero.
—Loftis, Claire, el asesino, ¿qué opinas?
—Vayamos a verlos ahora. Antes de que los agentes nos pregunten qué…
—Coches separados —dijo Buzz, y echó a correr a toda prisa.
Mal llegó primero.
Buzz lo vio de pie en la calle, frente a la residencia De Haven, viró en redondo y apagó el motor. Mal se apoyó en la ventanilla.
—¿Qué te ha retrasado?
—Conduzco despacio.
—¿Alguien te ha visto?
—No. ¿Y a ti?
—No lo creo. Buzz, nunca hemos estado allí.
—Aprendes rápido este juego, jefe. ¿Qué tienes aquí?
—Dos coches fríos. He mirado por una ventana y he visto a De Haven y a Loftis jugando a las cartas. Parecen inocentes. ¿Piensas que él fue el asesino?
—No —dijo Buzz—. Algo no encaja. Se trata de un psicópata al que le encantan las ratas, y a mi modesto entender los psicópatas que adoran ratas no llevan armas de fuego. Pienso en Minear. Encaja con Loftis, y en los archivos había una línea sobre él. Decía que le gustaba comprar chicos.
—Podrías tener razón. ¿Vamos a ver a la anciana?
—Beaudry Sur 236, jefe.
—En marcha.
Buzz llegó allí primero; llamó al timbre y se topó con Delores, que llevaba una larga bata blanca.
—¿Ha traído el tributo monetario para la Hermana? —preguntó ella.
—Mi cajero vendrá dentro de un momento —dijo Buzz. Sacó una foto de Dudley Smith—. Señora, ¿es éste el hombre que preguntaba por Coleman?
Delores parpadeó y se persignó.
—Vade retro, Satanás. Sí, es él.
Vaya, un punto más para Danny Upshaw.
—Señora, ¿le suena el nombre Reynolds Loftis?
—No, no creo.
—¿Alguien de apellido Loftis?
—No.
—¿Es posible que usted estuviera liada con un hombre de apellido Loftis cuando nació Coleman?
La anciana gruñó.
—Si por «liada» entiende usted comprometida en actividades procreativas para la Hermana Aimee, la respuesta es no.
—Señora, usted me dijo que Coleman fue en busca de su padre cuando se largó en el 42. Si usted ignoraba quién era el padre, ¿cómo sabía el chico dónde buscar?
—Veinte dólares para la Hermana Aimee y se lo mostraré.
Buzz se quitó el anillo de su escuela secundaria.
—Guárdelo, buena mujer. Ahora, enséñemelo.
Delores examinó el anillo, se lo guardó en el bolsillo y se marchó; Buzz esperó en el porche, preguntándose dónde estaría Mal. Transcurrieron los minutos, la mujer regresó con un viejo álbum de piel.
—La genealogía de mi crianza de esclavos —informó—. Fotografié a todos los hombres que me dieron su semilla, con comentarios pertinentes en el dorso. Cuando Coleman decidió que tenía que encontrar a su padre, buscó en este álbum la fotografía de alguien a quien se pareciera. Oculté el libro cuando vino el hombre con acento raro, y todavía quiero veinte dólares por esta información.
Buzz abrió el álbum, vio que las páginas contenían fotos de docenas de hombres. Lo sostuvo a la luz del porche y empezó a buscar. A las cuatro páginas, una foto le llamó la atención: un joven, encantador y guapísimo Reynolds Loftis en traje de tweed. Sacó la foto y leyó el comentario del dorso.
«Randolph Lawrence (¿un nombre de guerra?), actor independiente, festival de Ramona, 30 de agosto de 1922. Un verdadero caballero sureño. Buena raza blanca. Espero que su semilla sea fértil.»