El gran desierto (61 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: El gran desierto
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Hizo varias incursiones: entraba por ventanas sin pestillo, abría la compuerta del sótano, a veces forzaba la jamba de una puerta. Se llevaba chucherías y dinero para silenciar a Delores. Su mejor presa fue un lince embalsamado. Pero lo que más le gustaba a Coleman era estar en las casas vacías. Le divertía fingir que era un animal al que le gustaba la música. Le divertía estar en lugares oscuros y simular que veía en la oscuridad.

A principios de junio, Coleman viajaba en el tranvía de Hill Street y oyó que dos sujetos hablaban de un excéntrico llamado Thomas Cormier y los hediondos animales que criaba detrás de su casa de Carondelet. Un hombre recitó los nombres: comadrejas, hurones, tejones, nutrias y glotones. Coleman se excitó, llamó a Cormier con el pretexto de su falsa encuesta y supo que trabajaba de noche en el parque zoológico de Griffith. A la noche siguiente, provisto de una linterna, visitó a los glotones y se enamoró de ellos.

Eran feroces. Eran crueles. No se dejaban intimidar por nadie. Trataron de romper las jaulas a dentelladas para atacarlo. Sus gruñidos le recordaban las notas agudas del saxo.

Coleman se fue, no robó nada porque quería seguir visitando la casa. Leyó artículos sobre el glotón y se deleitó con las anécdotas sobre su salvajismo. Puso trampas para ratas en Griffith Park y llevó sus presas muertas a los glotones. Llevaba hámsters y se los daba vivos a los glotones. Los alumbraba con la linterna y los miraba mientras engullían sus ofrendas. Eyaculaba sin tocarse mientras observaba la escena.

Delores le arruinó el verano exigiéndole más dinero. A finales de julio leyó en el periódico un artículo sobre un soltero que trabajaba hasta medianoche en Lockheed y poseía una valiosa colección de monedas. Decidió robarla, venderla y enviar el dinero a Delores para que lo dejara en paz.

En la noche del 2 de agosto, Coleman lo intentó. El propietario y dos amigos lo sorprendieron dentro de la casa. Se lanzó hacia los ojos del dueño como buen glotón. No lo consiguió, pero logró escabullirse. Corrió seis manzanas hasta su casa, encontró a Delores y un desconocido haciendo el sesenta y nueve en el sofá con las luces encendidas, sintió asco y volvió a salir presa del pánico. Trató de correr hacia la casa de los glotones, pero el dueño de las monedas y sus amigos lo habían seguido en un coche. Lo llevaron a Sleepy Lagoon y le dieron una paliza; el dueño de las monedas quería castrarlo, pero sus amigos lo contuvieron. Lo dejaron allí, magullado y ensangrentado, componiendo música mentalmente.

Coleman subió tambaleante a una loma herbosa y vio —o creyó ver— a un blanco grandote que machacaba a puñetazos a un joven mexicano, rasgándole la ropa con una estaca con hojas de afeitar en la punta. El hombre gritaba con un fuerte acento: «¡Bazofia mexicana! ¡Te enseñaré a meterte con limpias muchachas blancas!» Atropelló al chico con un coche y se fue.

Coleman examinó al mexicano y lo encontró muerto. Volvió a su casa, mintió a Delores en cuanto sus heridas y pasó un tiempo recuperándose. Diecisiete muchachos mexicanos fueron acusados por la muerte de Sleepy Lagoon, hubo un revuelo social por su inocencia, los muchachos fueron juzgados y languidecieron en la cárcel. Coleman envió cartas anónimas al Departamento de Policía de Los Ángeles durante el juicio. Describía al monstruo que él llamaba el Hombre de Voz Escocesa y contaba lo que había ocurrido. Pasaron los meses, Coleman tocaba el saxo, temeroso de ir a robar, temeroso de visitar a sus amigos glotones. Trabajaba con agencias de colocación de barrios míseros y enviaba casi todo el dinero a Delores para que no lo fastidiara. Hasta que un día el Hombre de la Voz Escocesa subió la escalinata de Beaudry Sur 236.

Delores y sus hermanastras no estaban ese día; Coleman se ocultó, comprendiendo lo que debía de haber ocurrido: había dejado huellas digitales en las cartas y Voz Escocesa las comparó con las huellas que tenía en su archivo de Servicio Selectivo. Coleman se ocultó todo ese día y el siguiente, Delores le dijo que un «hombre maligno» lo andaba buscando. Supo que tenía que escapar, pero no tenía dinero. Se le ocurrió una idea: buscó en el álbum de amantes de su chiflada mamá a un hombre que se le pareciera.

Coleman encontró cuatro fotografías de un actor llamado Randolph Lawrence: las fechas del dorso de la foto y el notable parecido indicaban que era su padre. Robó dos de las fotos, viajó a dedo hasta Hollywood y contó una historia inventada a una empleada del Gremio de Actores. La empleada creyó esta abreviada historia de abandono familiar revisó los archivos del Gremio y le informó que Randolph Lawrence era en realidad Reynold Loftis, un actor de cierta fama: Belvedere 816, Santa Mónica Canyon.

El niño se presentó en la puerta del padre. Reynold Loftis se conmovió, descartó con desdén la historia del Hombre de la Voz Escocesa, admitió su paternidad y brindó refugio a Coleman.

Loftis vivía con un guionista llamado Chaz Minear, los dos hombres eran amantes. Eran miembros de la comunidad izquierdista de Hollywood, frecuentaban fiestas y les encantaba el cine de vanguardia. Coleman los espiaba cuando estaban en la cama: le gustaba y le daba asco a la vez. Fue con ellos a fiestas organizadas por un cineasta belga, el hombre rodaba películas con hombres desnudos y perros feroces que le recordaban a sus glotones. Las películas lo obsesionaron. Reynolds era generoso con el dinero y no le importaba que Coleman se pasara el día en el patio tocando el saxo. Coleman empezó a frecuentar clubes de jazz del Valle y conoció a un trombonista llamado el Loco Martin Goines.

El Loco Martin era adicto a la heroína, vendedor de marihuana, ladrón y músico de segunda. Era un perdedor entre perdedores, con un don natural: profesor de robo y de música. Martin enseñó a Coleman a robar coches y a tocar el saxo, adiestrándole en modelar las notas, leer música, tomar su repertorio de ruidos y sus poderosos pulmones y usarlos para emitir sonidos que significaran algo.

Era el invierno del 43. Coleman estaba creciendo; cada vez era más atractivo. Reynolds empezó a interesarse por él, se mostraba afectuoso: muchos abrazos y besos en la mejilla. De pronto Reynolds creyó la historia del Hombre de la Voz Escocesa. Se unió al Comité de Defensa de Sleepy Lagoon, una candente causa izquierdista ahora que los muchachos estaban condenados, para probar su fe en Coleman.

Reynolds le dijo a Coleman que no mencionara al Hombre de la Voz Escocesa: nadie le creería, y lo importante era sacar a aquellos pobres chicos de la cárcel. Le dijo que nunca atraparían a Voz Escocesa, pero que quizás ese hombre maligno aún buscara a Coleman, éste necesitaba un disfraz protector para permanecer a salvo. Reynolds llevó a Coleman al doctor Terence Lux y le hizo modificar la cara según sus indicaciones. Mientras se recuperaba en la clínica, Coleman enloqueció y mató pollos en el corral fingiendo que era un glotón mientras se bebía la sangre. Abandonó la clínica y fue cómplice del Loco Martin, la cara vendada como un monstruo de película; asistió a actos de protesta en Sleepy Lagoon con su solícito padre, y contra sus deseos contó la historia de José Díaz y el Hombre de la Voz Escocesa. Nadie le creía, todos lo trataban como al chiflado hermano menor de Reynolds Loftis, quemado en un incendio. Su padre le aconsejó que aceptara esas mentiras. Luego se quitó los vendajes y Coleman resultó ser su propio padre, veinte años menor. Y Reynolds sedujo a su yo juvenil.

Coleman lo aceptó. Sabía que estaba a salvo de Voz Escocesa. Mientras se recuperaba de la operación no sabía qué aspecto tendría su nuevo rostro, pero ahora sabía que era hermoso. La perversión era espantosa pero continuamente excitante, como ser un glotón que merodea en una casa extraña y oscura veinticuatro horas al día. Desempeñar el papel de un hermano menor platónico era un subterfugio estimulante, Coleman era consciente de que papá temía que el secreto se descubriera y cerraba el pico. También sabía que Reynolds asistía a actos de protesta y donaba dinero para ciertas causas porque se sentía culpable por haberlo seducido. Tal vez la operación no había sido para su seguridad, sino para su seducción. Chaz se marchó amargado por esa terrible infidelidad, rechazando la oferta de Reynolds de convertirla en un
ménage à trois
. Minear entró en un torbellino sexual, cada noche un chico distinto. Los conocía a través de Felix Gordean. Reynolds vivía aterrado de que su ex amante les hablara del incesto y también él se lió con varios prostitutos, por el sexo y para mantenerse al corriente. Coleman estaba celoso pero no decía nada, y la repentina frugalidad y nerviosismo de su padre lo convencieron de que alguien chantajeaba a Reynolds. Luego Coleman conoció a Claire de Haven y se enamoró de ella.

Era amiga de Reynolds y su camarada en varias organizaciones de izquierda, y se convirtió en confidente de Coleman. Las relaciones sexuales con el padre empezaban a ser insoportables para Coleman, fingía que el hombre era Claire para sobrellevarlo. Claire escuchó la horrorosa historia de Coleman y lo convenció de que visitara al doctor Lesnick, el psiquiatra oficial del PC: Saul nunca violaría el secreto profesional de un paciente.

Lesnick oyó la historia de Coleman en una serie de arduas sesiones de dos horas. Creyó que se había inventado la historia de Sleepy Lagoon por dos motivos: Coleman necesitaba justificar la búsqueda del padre y su homosexualidad latente; Coleman quería ganarse la simpatía de los latinos diciendo que el asesino era un blanco, no los camorristas mexicanos que según la comunidad izquierdista eran los verdaderos homicidas. Aparte de eso, creía en las narraciones de Coleman, lo confortaba y lo conminaba a terminar la relación amorosa con el padre.

Lesnick también veía a Loftis como paciente, sabía que Reynolds estaba loco de culpa por esa aventura y cada vez donaba más dinero para más causas, especialmente la de Sleepy Lagoon, una penitencia por la manipulación que había llevado a cabo para persuadir a Coleman de que se operara. Coleman sintió que la realidad lo acorralaba y empezó a visitar de nuevo a los glotones de Thomas Cormier, alimentándolos y amándolos. Una noche experimentó la irreprimible necesidad de tener uno. Abrió una jaula, trató de abrazar a la bestia y recibió mordeduras en los brazos. Él y el glotón lucharon, Coleman venció estrangulándolo. Llevó el cadáver a casa, lo despellejó, se comió la carne cruda e hizo una dentadura con los dientes. Cuando estaba a solas fingía ser el glotón: acechando, copulando, matando.

El tiempo transcurrió.

Reynolds, a instancias de Claire y Lesnick, interrumpió el amorío con Coleman. Éste no aceptó que usurparan su poder sexual y empezó a odiar al padre. Los muchachos acusados de la muerte de Sleepy Lagoon fueron exonerados y puestos en libertad. El Comité de Defensa era en gran medida responsable de que se hubiera hecho justicia. Claire y Coleman continuaron viéndose, pero de forma esporádica. Coleman robaba heroína del Southside para dársela a ella; Claire estaba más confundida que agradecida por el gesto, pero le prestó dos mil dólares cuando Coleman se los pidió. Coleman usó el dinero para hacerse otra operación con Terry Lux, y el doctor le destrozó la cara con guantes de boxeo cargados y luego lo encerró en el cobertizo con morfina y jeringas para aplacarle el dolor. Allí Coleman leyó textos de anatomía y fisiología, abandonó la clínica, dejó la droga de golpe y se presentó; ante la puerta de Claire amoratado, aunque sin el aspecto del padre. Cuando pidió a Claire que se acostara con él, ella huyó horrorizada.

1945.

Coleman se fue de Los Ángeles, llevando a cuestas la repulsión de Claire. Vagabundeó por el país y tocó el saxo alto en diversas bandas, usando el falso nombre de Hudson Healy. En el 47, Reynolds Loftis compareció ante el HUAC, rehusó informar y pasó a formar parte de las listas negras; Coleman se alegró de ello. Coleman vivía en un mundo de odio desatado: fantaseaba con herir al padre, poseer a Claire, violar a los hombres que lo miraban de forma insinuante y comer su carne con los dientes de glotón que aún llevaba por todas partes. Componer y tocar música era lo único que lo mantenía cuerdo. De nuevo en Los Ángeles, a finales del 49, leyó que papá y Claire iban a casarse. Su precario mundo se derrumbó.

Las fantasías de Coleman se desbordaron impidiéndole centrarse en la música. Supo que tenía que llevar a cabo esas fantasías y justificarlas con un propósito claro y preciso como el sentido que para él tenía su música. Averiguó que Reynolds formaba parte de la UAES y cuándo el sindicato celebraba sus reuniones del Comité Ejecutivo. Decidió matar a ex amantes del padre. Los recordaba de la época de la ruptura entre papá y Chaz. Coleman recordaba a George Wiltsie y el amante latino Augie por la cara y el nombre, pero ellos jamás podrían identificarlo: en aquella época estaba disfrazado como hermano menor. Recordaba otras conquistas de Reynolds sólo de vista, pero sabía qué bares frecuentaban. Encontrar víctimas sería fácil, el resto más difícil.

El plan:

Matar a los amantes de Reynolds en las noches en que se reunía la UAES, disfrazado de Reynolds, derramando semen de grupo sanguíneo idéntico al de Reynolds, dejando pistas para incriminar a Reynolds, obligándolo —en el peor de los casos— a verse implicado en los homicidios o bien —castigo menor— a utilizar sus insidiosas reuniones de la UAES como coartada. Papá podría ser acusado de los homicidios, quizá fuera un sospechoso y tuviera que admitir su homosexualidad a la policía, la prensa podría difamarlo, y si presentaba sus veladas sindicales como coartadas, podría echar a perder su recién resucitada carrera cinematográfica por estar asociado con comunistas.

Coleman sabía que necesitaba dinero para llevar a cabo los homicidios, y lo único que hacía era tocar en Central Avenue. En Nochebuena se encontró con su viejo amigo Martin Goines en Bido Lito's. Martin estaba sorprendido y contento. Era la primera vez que veía a Coleman sin vendajes, habían transcurrido años, el chico se había convertido en un hombre con una cara nueva, y no era un mal músico. Coleman sugirió que se dedicaran de nuevo al robo, el Loco Martin accedió. Hicieron planes para hablar después de Año Nuevo; luego, en Noche Vieja, Goines vio a Coleman frente a Malloy's Nest y le comentó que había llamado a un amigo de San Quintín que vivía en San Francisco, Leo Bordoni, para invitarlo a unirse a la banda. A Coleman le molestó que no le hubiera consultado, pero no lo demostró. Comprendió que Goines no lo había mencionado ni descrito a Bordoni, y decidió que su viejo maestro de jazz sería víctima del glotón. Le dijo a Martin que se verían en Sesenta y Siete y Central a las doce y cuarto, pero que no dijera nada: tenía un poderoso motivo.

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