El Hada Carabina (30 page)

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Authors: Daniel Pennac

Tags: #prose_contemporary

BOOK: El Hada Carabina
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Al séptimo día, vestido en cuanto amaneció, sentado en su cama, con la pequeña maleta lista, aguardó a la joven delgada. Ésta apareció a las seis de la tarde. Desde el marco de la puerta, dijo:
—El taxi nos espera.
Salió sin apoyarse siquiera en su brazo.
39

 

«Era invierno en Belleville y había cinco personajes. Seis, contando la placa de hielo. Siete, incluso, con el perro que había acompañado al Pequeño a la panadería. Un perro epiléptico, su lengua colgaba de través.»
Y en casa, es de noche. Clara acaba de poner la cachemira sobre la lamparita que difunde su luz rasante en la alcoba de los niños. Los pijamas y los camisones huelen a manzanas frescas. Las pantuflas se balancean en el vacío. Sentado en el taburete de Risson, Van Thian cuenta. La pequeña Verdún, comodona, duerme en sus brazos. Los ojos de los niños no han emprendido enseguida el viaje. Espiaban al viejo pasma. Lo aguardaban a la vuelta de la esquina. Pero ¿quién es ese tipo que cree poder reemplazar a Risson? Asalto de observación. Pero el viejo Thian no es de los que se conmueven. Y, además, tiene la voz de Gabin. Siempre ayuda.
—Voy a contaros la historia del hada Carabina.
He aquí lo que ha anunciado.
—¿Es el hada que transforma los tipos en flores? —ha preguntado el Pequeño.
—Ni más ni menos —ha respondido el viejo Thian. (Ha añadido)—: Cuidado, es una historia en la que cada uno de vosotros desempeña un papel.
—Ya no tengo edad para hadas —ha dicho Jérémy.
—No hay edad para eso —ha respondido Thian.
Y, desde entonces, cuenta.
Apoyada en mis rodillas, la cabeza de Julie tiene el agradable peso del reencuentro.
Los ojos de los críos se han apartado por fin de Thian. Han emprendido el vuelo. Y cuando, al finalizar el primer capítulo, la anciana dama del aparato acústico se da la vuelta para cargarse al rubiales, hay un respingo general. Y luego un hermoso silencio: la sorpresa que se instala suavemente.
Pero Jérémy ha decidido poner mala cara. Cuando todo el mundo está de nuevo en pie, dice:
—Hay algo que no funciona.
—¿Qué es lo que no funciona? —pregunta Thian.
—Ese rubiales, el tal Vanini, es una mierda de gilipollas racista, ¿no?
—Sí.
—Les parte la cabeza a los árabes con su puño americano, ¿no?
—Sí.
—¿Y por qué lo conviertes en un tío chusco?
—¿Un tío chusco?
—Cuando piensa que la placa de hielo tiene la forma de África, cuando piensa que la vieja ha llegado al centro del Sahara, y que podría atajar por Eritrea o Somalia, pero que el mar Rojo está horriblemente helado en el arroyo, eso son ideas cachondas, ¿no?
—Más bien, sí.
—Pues esto es lo que no funciona, porque una basura semejante no puede tener pensamientos tan divertidos.
—¿Ah, no? ¿Por qué?
(Venga ya, noto que vamos a embarcarnos en un debate de fondo...)
—¡Porque no!
Ante el poder del argumento, Thian reflexiona. Una cosa es saber contar y otra muy distinta cambiar las convicciones de Jérémy.
Silencio.
¿Con qué va a salirnos? ¿Con un sutil discurso sobre la ambivalencia humana, según el que se puede ser todo un cabronazo sin carecer, por ello, de humor?
Silencio.
O con un alegato sobre la libertad del creador, libertad que consiste, entre otras cosas, en meter los pensamientos que uno quiera en las cocorotas que elija...
Pues no. Como todos los grandes estrategas, el viejo Thian opta por una tercera vía: la inesperada. Posa en Jérémy una mirada sin emoción, evaluando al mocoso de la cabeza a los pies y, luego, su voz a la Gabin dice apaciblemente:
—Escúchame, cabezota, si sigues tocándome los huevos le cedo la palabra a Verdún.
Y levanta a Verdún en sus brazos, a la luz difusa de la alcoba, ante las narices de Jérémy. Verdún abre unos ojos de brasa, una boca como un cráter, y Jérémy aúlla:
—¡NOOOO! Cuenta, tío Thian, continúa, joder, ¡CONTINÚA!
notes
Notas a pie de página
1
Véase
La felicidad de los ogros
, Mondadori, Barcelona, 2000.

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