El hombre que susurraba a los caballos (32 page)

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Authors: Nicholas Evans

Tags: #Narrativa

BOOK: El hombre que susurraba a los caballos
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Se sentó y se preguntó distraídamente dónde estaría Grace No había visto a nadie en el rancho a su vuelta de Great Falls. Suponía que estarían todos en la casa o en los corrales de la parte de atrás. Iría a ver, se dijo, cuando se hubiera puesto al día con los semanarios, el ritual de cada sábado que todavía conservaba, pese a que ahora le exigía un esfuerzo mayor. Abrió el
Time Magazine
y mordió una manzana.

Grace tardó diez minutos en bajar de los corrales y cruzar la alameda para dirigirse al lugar del que Joe le había hablado. Era la primera vez que iba allí, pero al salir de entre los árboles comprendió el porqué de la elección.

Más abajo, al pie de un margen curvilíneo, había un prado de forma perfectamente elíptica y rodeado por un recodo del arroyo. Aquel lugar formaba un ruedo natural, retirado de todo lo que no fuera árboles y cielo. La hierba era alta, de un exuberante verde azulado, y crecían allí flores silvestres como Grace no había visto nunca.

Esperó, atenta a su llegada. Soplaba una leve brisa que no conseguía agitar las hojas de los majestuosos álamos que se erguían a su espalda, y todo lo que oía era el zumbido de los insectos y los latidos de su corazón. Nadie tenía que saberlo, ése era el trato. Habían oído el coche de Annie y la habían visto pasar por una grieta de la puerta del establo. Scott no tardaría en salir, y Joe le había dicho que si los veían siguiera adelante. Él había ensillado el caballo y luego, tras comprobar que no había nadie a vista, la había seguido.

Joe sabía que a Tom no iba a importarle que Grace montara a
Rimrock,
pero a Grace no le hacía mucha gracia, de modo que optaron por
Gonzo,
el pequeño pinto de Joe. Como los demás caballos que había conocido en el rancho,
Gonzo
era dulce y tranquilo y Grace ya se había hecho amiga de él. También era de un taimaño más apropiado para ella. Oyó partirse una rama y el resoplar del caballo. Al volverse los vio venir entre los árboles.

—¿Te ha visto alguien? —preguntó Grace.

—No.

Joe cabalgó a su lado y condujo a
Gonzo
por la pendiente hasta el prado. Grace lo siguió, pero la pendiente era difícil y un metro antes de llegar abajo tropezó y cayó. Terminó hecha un lío que parecía peor de lo que en realidad era. Joe desmontó y fue hacia ella.

—¿Estás bien?

—¡Mierda!

Joe la ayudó a ponerse de pie.

—¿Te has hecho daño?

—No, estoy bien. ¡Mierda, mierda y mierda!

La dejó desahogarse y sin decir palabra le sacudió el polvo de la espalda. Grace vio que en una de las perneras de sus nuevos tejanos había quedado una marca de barro, pero qué más le daba.

—¿La pierna, bien?

—Sí. Lo siento. Es que a veces me pone frenética.

Él asintió y se quedó un momento callado, dejando que ella se recobrara.

—¿Aún quieres probarlo?

—Sí.

Joe guió a
Gonzo
y los tres caminaron hacia el prado. A su paso las mariposas se echaban a volar y de la hierba alta calentada por el sol se elevaba un aroma dulzón. En ese punto el arroyo corría poco profundo sobre un lecho de grava, y al aproximarse más Grace oyó el sonido del agua. Una garza alzó el vuelo y se inclinó perezosamente, encogiendo sus patas al pasar.

Llegaron a un tocón bajo de álamo, nudoso y enorme; Joe se paró junto a él y situó a
Gonzo
de modo que el tocón sirviera de plataforma para que Grace pudiera montar.

—¿Te sirve eso? —preguntó.

—Ajá. Si es que puedo subirme —respondió ella.

Joe se quedó al lado del caballo, sujetándolo firmemente con una mano y a Grace con la otra.
Gonzo
se movió un poco y Joe le acarició el cuello y le dijo que no pasaba nada. Apoyándose en el hombro del muchacho, Grace subió al tocón con la pierna buena.

—¿Qué tal?

—Bien, creo.

—¿Demasiado cortos los estribos?

—No, no. Están bien.

Grace seguía teniendo la mano izquierda en el hombro de él. Se preguntó si Joe sentiría los golpetazos de su sangre.

—Bueno. Cógete a mí y cuando estés lista pon la mano derecha en la perilla de la silla.

Grace tomó aire e hizo lo que Joe le decía.
Gonzo
movió un poco la cabeza pero dejó las patas quietas. Cuando Joe estuvo seguro de que ella se sostenía, apartó la mano y alcanzó el estribo.

Eso iba a ser lo más difícil. Para poner el pie izquierdo en el estribo, Grace tendría que apoyar todo el peso de su cuerpo en la prótesis. Ella pensó que podría resbalar pero notó que Joe se apuntalaba bien y soportaba gran parte de su peso, y en un abrir y cerrar de ojos Grace tuvo el pie metido en el estribo como si lo hubieran hecho muchas veces. Lo único que pasó fue que
Gonzo
volvió a moverse un poco, pero Joe lo calmó, esta vez con más firmeza, y el potro se quedó quieto al momento.

Todo lo que tenía que hacer Grace ahora era pasar la pierna ortopédica por encima, pero le resultaba extraño no sentir nada y entonces recordó que la última vez que había hecho aquel movimiento había sido el día del accidente.

—¿Qué tal? —dijo Joe.

—Bien.

—Pues adelante.

Grace aseguró su pierna izquierda, dejando que el estribo soportara su peso y luego intentó pasar la derecha por encima de la grupa.

—No puedo levantarla tanto.

—Ven, apóyate más en mí. Inclínate hacia afuera para tener más ángulo.

Grace así lo hizo, y después de reunir todas sus fuerzas como si en ello le fuese la vida, levantó la pierna derecha y se dio impulso. Mientras lo hacía, giró el cuerpo y se izó apoyándose en la perilla; notó que Joe también la subía y acabó por pasar la pierna por el flanco del caballo.

Se acomodó en la silla y se sorprendió de que la sensación no le resultase más extraña. Joe advirtió que estaba buscando el otro estribo y rápidamente rodeó el caballo y la ayudó a meter el pie. Grace notó la cara interna del muslo ortopédico en contacto con la silla, y aunque la sensación era suave nadie podía decir dónde terminaba el tacto y empezaba la nada.

Joe se apartó con la mirada fija en ella por si algo ocurría, pero Grace estaba demasiado pendiente de sí misma como para apreciarlo. Cogió las riendas y picó ligeramente a
Gonzo.
El caballo echó a andar sin dudarlo y ella le hizo describir una larga curva a lo largo del arroyo, sin mirar atrás. Podía ejercer más presión con la pierna de la que había imaginado, aunque como no tenía gemelos se veía forzada a ejercer esa presión con el muñón y calcular el efecto en función del modo en que respondía el caballo.
Gonzo
parecía saber todo eso y para cuando llegaron al fondo del prado y giraron sin un solo movimiento en falso, jinete y caballo ya eran uno solo.

Grace levantó la vista por primera vez y vio a Joe entre las flores, esperándola. Cabalgó dibujando una ese en dirección a él, frenó y él le sonrió con el sol en los ojos y el prado extendiéndose a su espalda, y de repente Grace sintió ganas de llorar. Pero se mordió el labio por dentro y, en cambio, le devolvió la sonrisa.

—Coser y cantar —dijo él.

Grace asintió y tan pronto estuvo segura de que podía confiar en su voz dijo que, en efecto, era como coser y cantar.

Capítulo 23

La cocina de la casa del arroyo era poco menos que espartana, con su ristra de tubos fluorescentes cuya envoltura se había convertido en féretro de un surtido de insectos. Al mudarse Frank y Diane a la casa grande se habían llevado consigo todo lo que merecía la pena. Los cacharros procedían de diversas baterías de cocina y el lavaplatos sólo funcionaba si se le daba un golpe en el punto adecuado. La única cosa que Annie no había conseguido dominar aún era el horno, que parecía dotado de una mente propia. El contorno de la puerta estaba podrido y el marcador de temperatura suelto, de modo que cocinar en él requería una combinación de vigilancia, don de adivinación y buena suerte.

Hornear la tarta de manzana al estilo francés que les iba a dar de postre no había sido, sin embargo, ni la mitad de difícil que averiguar cómo iban a comerla. Annie había descubierto demasiado tarde que no tenía suficientes platos, cuchillos ni sillas. Y no sin vergüenza (pues de alguna manera eso burlaba todo el proyecto), había tenido que telefonear a Diane e ir a su casa a pedirle lo que faltaba. Luego se había percatado de que la única mesa lo bastante grande para la ocasión era la que usaba como escritorio, de modo que tuvo que quitar de ella toda su maquinaria y arrumbarla en el suelo junto con sus periódicos y revistas.

La tarde había empezado con un ataque de pánico. Annie estaba habituada a recibir gente que pensaba que cuanto más tarde llegaba uno más fino era, conque no se le había ocurrido que todos se presentaran a la hora en punto. Pero a las siete, cuando ni siquiera se había cambiado, los vio subir por la colina; a todos menos a Tom. Llamó a Grace a gritos, subió volando por la escalera y se puso un vestido que ya no tenía tiempo de planchar. Pata cuando oyó sus voces en el porche, había conseguido pintarse los ojos y los labios, cepillarse el pelo, darse un toque de perfume y bajar a recibirlos.

Al verlos a todos allí de pie, Annie pensó que había sido una estupidez invitar a aquellas personas a su propia casa. Todo el mundo parecía sentirse incómodo. Frank dijo que Tom se había retrasado por un problema que había tenido con uno de los tusones, pero que estaba duchándose, y no tardaría en llegar. Annie les preguntó qué querían tomar y en ese instante recordó que no había comprado cerveza.

—Yo una cerveza —dijo Frank.

Pero la cosa mejoró. Annie abrió una botella de vino mientras Grace se llevaba a Joe y a los gemelos y los hacía sentar en el suelo delante del ordenador de su madre, donde al poco rato los tuvo a todos boquiabiertos con el Internet. Annie, Frank y Diane sacaron sillas al porche y se sentaron a charlar mientras contemplaban el último fulgor del sol de la tarde. Rieron al comentar la aventura de Scott con el ternero, suponiendo que Grace se lo habría contado a su madre. Annie fingió que así era. Luego Frank explicó una larga historia sobre un desastroso rodeo de instituto donde había quedado humillado ante la chica a la que pretendía impresionar.

Annie escuchaba con fingida atención mientras esperaba el momento de ver llegar a Tom por una esquina de la casa. Y cuando eso ocurrió, la sonrisa de Tom y el modo en que se quitó el sombrero y dijo que sentía llegar tarde fueron tal como ella había imaginado.

Mientras le hacía pasar se disculpó por no tener cerveza antes de que a él se le ocurriera pedir una. Tom dijo que vino estaba bien y esperó a que ella lo sirviera. Annie le pasó la copa, lo miró fijamente a los ojos por primera vez, olvidó lo que estaba a punto de decirle, fuera lo que fuese. Se produjo un silencio engorroso hasta que él acudió al rescate.

—Huele bien.

—Me temo que no es nada del otro mundo. ¿El caballo está bien?

—Oh sí. Tiene un poco de fiebre, pero se pondrá bien.

—¿Cómo le ha ido el día?

Antes de que pudiera responder, entró Craig llamando a Tom y diciéndole que tenía que ir a ver lo que salía en el ordenador.

—Oye, estoy hablando con la mamá de Grace —dijo Tom.

Annie rió y les dijo que no se preocuparan, la mamá de Grace tenía que ir a vigilar la comida. Diane entró en la cocina para echarle una mano y charlaron un rato de los hijos mientras preparaban las cosas. Y a cada momento Annie miraba de soslayo hacia el salón y veía a Tom con su camisa azul claro, acuclillado entre los chicos, que se disputaban su atención.

Los espaguetis fueron un éxito. Diane incluso le pidió la receta de la salsa, y Annie habría confesado de no ser porque Grace se le adelantó y les dijo a todos que la salsa era de bote. Annie había colocado la mesa en mitad de la sala y había encendido unas velas compradas en Great Falls. Grace había opinado que aquello era pasarse, pero Annie se alegraba ahora de haber insistido en ponerlas pues daban a la habitación una luz cálida y proyectaban sombras danzarinas sobre las paredes.

Y pensó en lo agradable que era el que la casa, siempre tan silenciosa, estuviese llena de voces y risas. Los chicos estaban en un extremo y los cuatro adultos en el otro, ella y Frank frente a Tom y Diane. A Annie se le ocurrió que un desconocido los habría tomado por parejas.

Grace estaba explicando a los demás lo que se podía hacer con el Internet, como tener acceso al Hombre Visible, un asesino de Texas condenado a muerte que había donado su cuerpo a la ciencia.

—Lo congelaron y lo cortaron en dos mil trochos y luego fotografiaron cada pedazo —explicó Grace.

—Qué guarrada —dijo Scott.

—¿No podríamos hablar de otra cosa mientras comemos? —pidió Annie. Era un comentario hecho a la ligera pero Grace quiso tomárselo como una reprimenda. Fulminó a su madre con la mirada.

—Es la biblioteca Nacional de la Medicina, mamá. Eso es cultura, caray, y no un juego de marcianitos.

—Vamos Grace, sigue —dijo Diane—. Es fascinante.

—En realidad eso es todo —dijo Grace. Hablaba sin entusiasmo, dando a entender a todos que como de costumbre su madre no sólo la había desanimado sino que había echado a perder un momento interesante y divertido—. Simplemente volvieron a juntarlo y ahora puedes tenerlo en la pantalla y diseccionarlo como si fuera en tres dimensiones.

—¿Y todo eso se puede hacer en la pantallita?

—Pues claro.

El modo de decirlo fue tan concluyente que todos guardaron silencio. Duró apenas un instante, aunque a Annie le pareció una eternidad y Tom debió de notar la desesperación en su mirada porque hizo un gesto con la cabeza en dirección a Frank y con tono sarcástico dijo:

—Ya ves hermanito, si quieres ser inmortal, aprovecha.

—Dios nos asista —dijo Diane—. El cuerpo de Frank Booker a la vista de todo el país.

—Eh, ¿qué le pasa a mi cuerpo si puede saberse?

—Por dónde quieres que empecemos —dijo Joe. Todos rieron.

—Caramba —dijo Tom—. Con dos mil pedazos, digo yo que se podría recomponer la cosa y obtener un resultado más atractivo.

El ambiente volvió a distenderse y cuando Annie estuvo convencida de que así era dedicó a Tom una mirada de alivio y agradecimiento que él retribuyó suavizando imperceptiblemente la mirada. A ella le sorprendía que aquel hombre que apenas había conocido a su propio hijo pudiera comprender el menor conflicto entre ella y Grace.

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