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Authors: Greg Egan

El Instante Aleph (29 page)

BOOK: El Instante Aleph
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—¡Sí! —contestó Mosala frustrada—. Pero incluso si tiene razón, cuando esas «afirmaciones que deben ser ciertas» se asocian a experimentos reales y tangibles, que «están en el mundo», la teoría deja de ser pura matemática... de la misma forma en que la simetría pura del preespacio deja de ser simétrica.

»Newton dedujo la ley del inverso de los cuadrados por medio del análisis de observaciones astronómicas existentes. Trataba el Sistema Solar de la misma manera en la que yo trato un acelerador de partículas: afirmamos que eso es lo que podemos dar por sentado. Después se utilizó esa ley para hacer predicciones que resultaron ser correctas. Entonces, ¿dónde reside con exactitud el contenido físico de todo este proceso? ¿En la misma ley o en los movimientos de los planetas que observó y de los que dedujo esa ecuación en primera instancia? Porque si dejamos de considerar la ley de Newton algo evidente, como una verdad absoluta más allá de toda demostración, y observamos... el enlace, el puente entre los distintos planetas que trazan órbitas alrededor de diferentes estrellas, que coexisten en el mismo universo y tienen que comportarse de forma coherente, lo que hacemos empieza a parecerse muchísimo a las matemáticas puras.

Me pareció entender lo que quería explicar.

—Es un poco como decir que... el principio general de que «las personas se agrupan en la red con otras personas con las que tienen algo en común» no tiene nada que ver con la naturaleza de esos intereses comunes. Es el mismo proceso el que une a los admiradores de Jane Austen, a los estudiantes de la genética de las avispas o a los que sean.

—Cierto. Jane Austen "pertenece" a las personas que la leen, no al principio sociológico que dice que se unen para hablar de sus libros. Y la ley de la atracción universal "pertenece" a todos los sistemas que la obedecen, no a la TOE que predice que se unieron para formar el universo.

»Y quizá la Teoría del Todo debería reducirse a afirmaciones sobre números que deben ser ciertas. Quizá el preespacio ha de deshacerse en la simple aritmética, la simple lógica, y dejarnos sin ninguna elección sobre su estructura.

—Creo que hasta al público de SeeNet le costará entender eso —dije riéndome; a mí me costaba—. Mire, puede que a usted y a Helen Wu les lleve cierto tiempo encontrar sentido a todo esto. Podemos actualizarlo cuando vuelva a Ciudad del Cabo, si encuentran algo importante. —Mosala accedió aliviada. Plantear ideas era una cosa, pero estaba claro que no quería adoptar una postura oficial sobre este tema, todavía no—. ¿Cree que seguirá viviendo en Ciudad del Cabo dentro de seis meses? —añadí antes perder el valor. Me preparé para una reacción como la que habían provocado las palabras «Cosmología Antropológica».

—Bueno —dijo Mosala secamente—, suponía que no podría mantenerlo en secreto durante mucho tiempo, deben de estar comentándolo todos los del congreso.

—No creo. Se lo oí decir a alguien de aquí.

—Hace meses que estoy en contacto con las asociaciones académicas de Anarkia —asintió sin sorprenderse—. Es probable que ahora lo sepa toda la isla. —Esbozó una sonrisa irónica—. No respetan mucho la confidencialidad, estos anarkistas. Pero ¿qué se puede esperar de transgresores de las leyes sobre patentes y ladrones de la propiedad intelectual?

—Entonces, ¿qué la atrae de aquí?

—¿Puede dejar de grabar, por favor? —Acepté—. Cuando todos los detalles se hayan resuelto haré una declaración pública, pero no quiero que antes se publique un comentario improvisado.

—Lo entiendo.

—¿Qué me atrae de los transgresores de las leyes sobre patentes y los ladrones de la propiedad intelectual? —dijo—. Exactamente eso. Anarkia es un país rebelde que desacata las leyes sobre las licencias de biotecnología. —Se volvió hacia la ventana y estiró los brazos—. ¡Y mírelos! No son los más ricos del planeta, pero nadie se muere de hambre. Nadie. Eso no pasa en Europa, en Japón ni en Australia, por no hablar de Angola o Malawi. —Volvió sobre sus pasos y me estudió un momento, intentando decidir si realmente había dejado de filmar, si podía confiar en mí. Esperé—. ¿Qué tiene eso que ver conmigo? —continuó—. A mi país le va bien y yo no corro el riesgo de padecer desnutrición, ¿verdad? —Cerró los ojos y gimió—. Me resulta duro decirlo, pero, me guste o no, el premio Nobel me ha dado cierto poder. Si me traslado a Anarkia y explico los motivos, será una noticia sonada. Causará impacto en algunos ámbitos.

—Sé mantener la boca cerrada —dije al ver que dudaba.

—Lo sé —dijo sonriendo levemente—. Creo.

—¿Qué clase de impacto quiere causar? —Se fue hacia la ventana—. ¿Es un gesto político contra los tradicionalistas como el FDCPA? —añadí.

—No. —Se rió—. No, no. Bueno, quizá también lo sea, accidentalmente. Pero ésa no es la cuestión. —Se armó de valor—. Ciertas personas que ocupan puestos importantes me han asegurado, me han prometido, que si me traslado a Anarkia..., no porque yo importe, sino porque será noticia y servirá como pretexto..., el gobierno de Sudáfrica retirará todas las sanciones contra la isla de manera unilateral en seis meses.

Se me puso la carne de gallina. Puede que un solo país no cambiara gran cosa, pero Sudáfrica era el principal socio comercial de unas treinta naciones africanas.

—Las votaciones de la ONU no lo muestran —añadió Mosala con calma—, pero el hecho es que la facción en contra de la sanción no es una minoría insignificante. Hoy en día, vemos un bloque solidario y un acuerdo general sobre el bloqueo porque todos piensan que no pueden ganar y no quieren crearse enemistades, pero eso es sólo la superficie.

—¿Y si alguien da el empujoncito adecuado iniciará una avalancha?

—Quizá. —Se rió avergonzada—. Puede decir que son ilusiones de grandeza. La verdad es que me pongo enferma cada vez que lo pienso y no creo que vaya a suceder nada espectacular.

—Una persona que rompa la simetría, ¿por qué no?

—Ha habido otros intentos de cambiar la tendencia de voto —dijo negando con un gesto firme—, y todos han fracasado. No hay nada malo en intentarlo, pero he de mantener los pies en el suelo.

Me pasaron muchas cosas por la cabeza a la vez, aunque lo que pudiera suceder en el mundo si desaparecieran las leyes de las patentes biotecnológicas me parecía demasiado distante para planteármelo. Pero estaba claro que Mosala encontraba una utilidad mayor al documental de la que nunca habría imaginado y me lo contaba todo para informarme y darme el material que quería que empleara, porque así se aseguraba de que su emigración provocaría un gran revuelo.

También estaba claro que sus intenciones, aunque fueran quijotescas, serían extremadamente impopulares en ciertos ámbitos.

¿En quién pensaba Kuwale? No en las Sectas de la Ignorancia ni en los fundamentalistas del FDCPA, ni siquiera en los nacionalistas sudafricanos prociencia que se indignarían con la deserción de Mosala, sino en los poderosos defensores del
statu quo
de la biotecnología. ¿Y si el ladrón adolescente no había mentido al decir que le habían pagado para asustarla?

—Ahora ya conoce mis secretos más íntimos, así que la entrevista se ha terminado. —Se sirvió un vaso de agua de una mesa auxiliar—.
Vive la technolibération!
—añadió medio en broma, alzándolo.

—Vive!

—De acuerdo —dijo en serio—, hay rumores. Quizá la mitad de Anarkia sabe exactamente lo que sucede, pero aun así, no quiero que esos rumores se confirmen hasta que ciertos preparativos y acuerdos sean mucho más firmes.

—Lo comprendo. —Me di cuenta, un poco sorprendido, de que poco a poco, de alguna manera, me había ganado parte de su confianza. Era evidente que me utilizaba, pero debía de creer que mi corazón estaba en el lugar adecuado y que podía hacerlo—. La próxima vez que hable con Helen Wu de lógica circular en mitad de la noche —añadí—, ¿cree que podría...?

—¿Venir y grabarlo? —No parecía tenerlo claro—. De acuerdo —dijo, sin embargo—, si me promete que no se dormirá antes que nosotras.

—Tenga cuidado —dije cuando nos dimos la mano en la puerta.

Sonrió con serenidad, un poco divertida por mi preocupación y como si pensara que no tenía ningún enemigo en el mundo.

—No se preocupe, lo tendré.

17

Me despertó una llamada justo pasadas las cuatro. El timbre sonó cada vez más alto y estridente, hasta que invadió mis sueños de melatonina y expulsó la oscuridad de mi cráneo. Durante un instante, el simple hecho de la consciencia fue chocante e indescriptible; me indigné como un recién nacido. Estiré un brazo y busqué la agenda a tientas por la mesita de noche. Parpadeé ante la pantalla, cegado momentáneamente por su resplandor.

La llamada era de Lydia. Estuve a punto de rechazarla, pues supuse que se habría equivocado al calcular la diferencia horaria, pero me desperté lo suficiente para darme cuenta de que ella también estaba en mitad de la noche. Sydney sólo iba dos horas por detrás de Anarkia. Geográficamente, aunque no políticamente.

—Andrew —dijo—, siento molestarte, pero creo que tienes derecho a enterarte en tiempo real. —Tenía un aspecto sombrío, nada habitual en ella, y aunque yo todavía estaba demasiado grogui para hacer cábalas sobre lo que vendría a continuación, estaba claro que no sería agradable.

—No te preocupes —dije con voz ronca—. Adelante. —Intenté no pensar en el aspecto que tendría mirando boquiabierto a la cámara con cara de sueño. Parecía que Lydia estaba en una habitación a oscuras; su cara sólo estaba iluminada por mi imagen en la pantalla... iluminada por la suya. ¿Era posible? De repente, me di cuenta de que tenía un dolor de cabeza terrible.

—Vamos a tener que volver a montar
ADN basura
y quitar la historia de Landers. Si dispusieras de tiempo te pediría que lo hicieras tú, pero supongo que no será posible. Así que se lo daré a Paul Kostas. Era montador en nuestra redacción, pero ahora trabaja por cuenta propia. Te mandaré su versión definitiva, y si algo te parece muy mal, podrás cambiarlo. Pero no olvides que se emite en menos de dos semanas.

—De acuerdo, me parece bien. —Conocía a Kostas y no creía que mutilara el programa—. Pero ¿por qué? ¿Hay algún problema legal? No me digas que Landers nos ha demandado.

—No, los acontecimientos se nos han adelantado. No intentaré explicártelo ahora; te he mandado un avance de la oficina de San Francisco. Todo será público por la mañana, pero... —Estaba demasiado cansada para entrar en detalles, pero yo sabía a qué se refería: no quería que me enterara de esto como un espectador cualquiera. La cuarta parte de
ADN basura
y unos tres meses de trabajo se habían quedado obsoletos, y Lydia estaba haciendo todo lo posible para salvar algún vestigio de mi dignidad profesional. De esta forma, al menos, llevaría unas pocas horas de adelanto sobre las masas.

—Te lo agradezco —dije—, de verdad.

Nos deseamos buenas noches y vi el «avance»: un paquete de imágenes y textos preparado de manera precipitada, que informaba de los hechos a otros grupos de noticias y les dejaba elegir si preferían esperar a la historia pulida que se emitiría pronto o montar el material en bruto por su cuenta y sacar su versión. Casi todo eran informes del FBI junto con algún material introductorio de archivo.

Habían detenido a Ned Landers, a sus dos principales genetistas y a tres de sus ejecutivos de Portland. En Chapel Hill (Carolina del Norte) habían detenido a otras nueve personas que trabajaban para una empresa totalmente independiente. En redadas efectuadas antes del amanecer requisaron equipo de laboratorio, muestras bioquímicas y archivos de los ordenadores de los dos sitios. Las quince personas habían sido acusadas de transgredir las leyes estadounidenses de seguridad biotecnológica, pero no por la investigación de neoADN y simbiontes de Landers que tanta publicidad había tenido. En el laboratorio de Chapel Hill, según los cargos, los trabajadores habían manipulado virus infecciosos de ARN natural, en secreto y sin autorización. Landers se había hecho cargo de todos los gastos de forma encubierta.

Se desconocía el propósito de estos virus: todavía no habían analizado los datos ni las muestras.

No había ninguna declaración de los acusados; sus abogados les habrían aconsejado que guardaran silencio. Vi unas cuantas tomas exteriores del laboratorio de Chapel Hill, cercado por barreras policiales. Todas las imágenes de Landers eran relativamente antiguas, y las más recientes se habían extraído de mi entrevista con él (que a fin de cuentas, no se había desperdiciado por completo).

La falta de detalles era frustrante, pero estaba claro lo que significaba aquello. Landers y sus colaboradores se habían creado una inmunidad vírica perfecta que estaba más allá de la protección específica de las vacunas o los medicamentos y del temor a que brotes mutantes vencieran sus defensas, al tiempo que desarrollaban nuevos virus capaces de infectarnos a los demás. La pantalla se había quedado con la última imagen del reportaje: Landers, como lo había visto en persona, sonriendo ante la visión de su nuevo reino. Aunque era reacio a aceptar la conclusión obvia, ¿qué otra finalidad podía tener un virus nuevo destinado a los humanos aparte de la de reducir la población?

Corrí hasta el baño y vomité el escaso contenido de mi estómago. Me quedé de rodillas ante la taza, sudoroso y temblando. Me dormía por momentos y casi perdía el equilibrio. La melatonina me reclamaba, pero no acababa de convencerme de que había acabado de devolver. Era un hipocondríaco mimado y habría consultado a la farmacia de inmediato, si la hubiera tenido, en busca de un diagnóstico preciso e instantáneo y una solución óptima. La idea de ahogarme en mi propio vómito mientras dormía hizo que me planteara la posibilidad de arrancarme el parche del hombro, pero el intento simbólico de rendirme a los ritmos circadianos naturales habría tardado horas en hacer efecto, y en el mejor de los casos me habría dejado hecho un zombi durante el resto del congreso.

Me provoqué arcadas durante un par de minutos y, como no salió nada más, me arrastré de vuelta a la cama.

Ned Landers había ido más lejos que cualquier emigrante de género, anarquista o autista voluntario. «¿Que ningún hombre es una isla? Miradme.» Y aun así, le parecía que no se había alejado lo suficiente. Todavía se sentía rodeado, amenazado e invadido por demasiadas personas. No le bastaba un reino biológico; aspiraba a más espacio libre del que podía proporcionarle incluso ese abismo genético sobre el que no se podían tender puentes.

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