Empecé a decirle que, dado que la enfermedad se diagnosticó por primera vez en 2068, casi no hubo casos ni en África ni en Asia. Básicamente fue un desorden de la raza blanca y la frecuencia más elevada de casos se presentó en Irlanda. Me di cuenta de que Michael muy pronto leería esta información (todo está en el artículo principal de la enciclopedia médica que él está leyendo ahora), y no quise que se sintiera peor de lo que ya se sentía.
—¿Existe cura? —preguntó después.
—Ninguna para nosotros —dije negando con la cabeza—. En la última década hubo algunas indicaciones de que las contraórdenes genéticas podrían ser efectivas, si se empleaban durante el segundo trimestre de embarazo. Sin embargo, el procedimiento es complicado, incluso en la Tierra y puede traer como consecuencia la pérdida del feto.
Ése habría sido un momento perfecto de la discusión para que Michael mencionara la palabra “aborto”. No lo hizo. Sus creencias son tan firmes e inalterables que estoy segura de que nunca pensó en ello. Para él, el aborto es una ofensa absoluta, así en Rama como en la Tierra. Me preguntaba si habría alguna razón por la cual Michael habría considerado la posibilidad del aborto: ¿qué habría pasado si el bebé hubiera tenido el síndrome de Down y también, hubiera sido ciego? ¿O si hubiera tenido múltiples problemas congénitos que le hubieran garantizado una temprana muerte?
Si Richard hubiera estado aquí, habríamos sostenido una discusión lógica sobre las ventajas y las desventajas de un aborto. Habría creado una de sus famosas hojas de Ben Franklin con los aspectos positivos y negativos anotados en listas separadas a ambos lados de la pantalla negra. Yo habría agregado una larga lista de motivos emocionales (que Richard habría omitido de su listado originario) para no tener un aborto y, al final, es casi seguro que todos hubiéramos estado de acuerdo en traer a Benjy a Rama. Habría sido una decisión racional, comunitaria.
Quiero tener este bebé. Pero también quiero que Michael reafirme el compromiso que tiene en su calidad de padre de Benjy. Una discusión sobre la posibilidad del aborto, habría producido esa renovación del compromiso. La aceptación ciega de las reglas de Dios o de la Iglesia o de cualquier dogma estructurado puede hacer que, en ocasiones, a una persona le sea demasiado fácil encontrar un soporte para basar una decisión específica. Espero que Michael no sea esa clase de persona.
30 de agosto de 2206
Benjy llegó temprano. A pesar de mis repetidas promesas de que tendría un aspecto perfectamente saludable, Michael pareció aliviado cuando el bebé nació, hace tres días, sin anormalidades físicas. Fue otro parto fácil. Simone fue sorprendentemente útil tanto durante el trabajo de parto como en el momento en que di a luz; por ser una niña que todavía no tiene seis años, es extremadamente madura.
Benjy también tiene ojos azules, pero no son tan luminosos como los de Katie y no creo que permanezcan de ese color. La piel es color pardo claro, tan sólo un poco más oscura que la de Katie, pero más clara que la mía o la de Simone. Al nacer pesó tres kilogramos y medio y midió cincuenta y dos centímetros de largo.
Nuestro mundo permanece sin cambios. No hablamos mucho al respecto, pero todos nosotros, salvo Katie, hemos abandonado la esperanza de que Richard vuelva alguna vez. Nos acercamos de nuevo al invierno ramano, con las noches largas y los días más cortos. Periódicamente Michael o yo vamos a la superficie y buscamos alguna señal de Richard como en un ritual mecánico: en realidad, no esperamos encontrar nada. Ya han transcurrido dieciséis meses desde que se fue.
Michael y yo nos turnamos para computar nuestra trayectoria con el programa para determinación de órbitas que diseñó Richard. Al comienzo, nos tomó varías semanas descubrir cómo emplearlo, a pesar de que Richard nos había dejado instrucciones explícitas. Una vez por semana repetimos la verificación de que todavía seguimos en curso hacia Sirio, sin que haya algún otro sistema estelar a lo largo de nuestra trayectoria.
A pesar de la presencia de Benjy, pareciera que tengo más tiempo para mí que antes. He estado leyendo con voracidad y reavivado mi fascinación por las dos heroínas que dominaron mi imaginación de adolescente. ¿Por qué Juana de Arco y Eleanor de Aquitania siempre me atrajeron tanto? Porque no sólo exhibieron fuerza interior y autosuficiencia sino también porque cada una de esas mujeres confió, en última instancia, en su propia capacidad y tuvo éxito en un mundo dominado por los hombres.
Fui una adolescente muy solitaria. Mi entorno físico en Beauvois era magnífico y el amor de mi padre era desbordante pero, en realidad, pasé toda mi adolescencia sola. En lo profundo de mi mente siempre me aterrorizó que la muerte o el matrimonio se llevaran a mi adorado padre lejos de mí. Quería volverme más independiente para evitar el dolor que acontecería si alguna vez me separaran de papá. Juana y Eleanor fueron los perfectos modelos de comportamiento. Aún hoy, encuentro tranquilidad al leer sobre sus vidas. Ninguna de esas mujeres permitió que el mundo que las rodeaba definiera qué era realmente importante en la vida.
La salud de todos nosotros sigue siendo buena. Esta última primavera, para mantenerme ocupada haciendo algo, introduje un juego de las sondas biométricas que quedaban, en cada uno de nosotros y vigilé los datos durante algunas semanas. El proceso de vigilancia me hizo recordar los días de la misión Newton… ¿Puede ser, realmente, que hayan transcurrido más de seis años desde que los doce salimos de la Tierra para tener un encuentro con Rama?
Como sea, Katie quedó fascinada con la biometría: se sentaba a mi lado mientras yo estudiaba a Simone o a Michael y formulaba centenares de preguntas sobre los datos que aparecían en las pantallas. En poquísimo tiempo entendió cómo funcionaba el sistema y de qué trataban los archivos de prevención. Michael comentó que es extremadamente brillante, como su padre. Katie todavía extraña enormemente a Richard.
Aunque Michael dice que se siente viejo, está en excelente estado físico por ser un hombre de sesenta y cuatro años. Está muy preocupado por ser lo suficientemente activo, en el aspecto físico, para los niños y, desde el comienzo de mi embarazo estuvo corriendo dos veces por semana. El concepto de dos veces por semana resulta gracioso: nos hemos mantenido fieles a nuestro almanaque de la Tierra, aun cuando carece por completo de significado aquí en Rama. Anoche, Simone me preguntó sobre los días, los meses y los años. Cuando Michael estaba explicando la rotación de la Tierra, las estaciones del año y la órbita de la Tierra alrededor del Sol, súbitamente tuve la visión de una magnífica puesta de sol en Utah, que compartí con Genevieve en nuestro viaje al oeste de los Estados Unidos. Quise contarle a Simone sobre eso pero, ¿cómo se puede explicar una puesta de Sol a alguien que no lo ha visto nunca?
El almanaque nos recuerda dónde estuvimos. Si alguna vez llegamos a un planeta nuevo, que tenga un día y una noche verdaderos en lugar de estos artificiales de Rama, entonces, seguramente dejaremos el almanaque de la Tierra. Pero, por ahora, los feriados, el paso de los meses y, de modo muy especial, los cumpleaños nos hacen recordar nuestras raíces en aquel hermoso planeta al que ya no podemos divisar ni siquiera con el mejor telescopio ramano.
Benjy está listo para que yo le dé de mamar. Sus aptitudes mentales pueden no ser las mejores pero, por cierto, no tiene el más mínimo problema para hacerme saber cuándo tiene hambre. Michael y yo, de mutuo consentimiento, todavía no hemos contado a Simone y a Katie cuál es la condición de su hermano. El hecho de que les vaya a robar la atención que les dispensábamos mientras sea un bebé, les va a resultar lo bastante difícil de manejar. Su necesidad de que cada vez se le preste más atención va a continuar e incluso a aumentar cuando empiece a gatear y ser un niño. Esto es más que lo que se puede esperar que Simone y Katie comprendan en esta etapa de su joven vida.
13 de marzo de 2207
Hoy Katie cumplió cuatro años. Hace dos semanas, cuando le pregunté qué quería para su cumpleaños, no vaciló ni un segundo.
—Quiero que vuelva mi papito —dijo.
Es una niñita solitaria, aislada. Aunque extremadamente rápida para aprender, es, sin duda, el hijo más caprichoso que yo haya tenido. Richard era extremadamente veleidoso. En ocasiones, estaba tan entusiasmado y exuberante que no se podía contener y esto ocurría, por lo común, cuando acababa de experimentar algo excitante por primera vez. Pero sus depresiones eran terribles; había ocasiones en las que podía pasar una semana o más sin reír o siquiera sonreír.
Katie heredó de su padre el don para la matemática: ya puede sumar, restar, multiplicar y dividir con números pequeños. Simone, que por cieno no es ninguna haragana, parece tener una capacidad más pareja y estar más interesada en una amplia gama de temas. Pero, sin duda, Katie la está abrumando en matemática.
En los casi dos años que transcurrieron desde que Richard se fue, he tratado, sin éxito, de reemplazarlo en el corazón de Katie. La verdad es que Katie y yo somos opuestas; nuestras personalidades no son compatibles como madre e hija. La individualidad y la rusticidad que yo adoraba en Richard es amenazadora en Katie. A pesar de mis mejores intenciones, siempre termínanos teniendo una disputa.
No pudimos, naturalmente, traerlo a Richard para el cumpleaños de Katie, pero Michael y yo tratamos por todos los medios de tener algunos interesantes regalos para ella. Aunque ninguno de nosotros es particularmente diestro en electrónica, logramos crear un pequeño juego de vídeo (requirió de muchas interacciones con los ramanes el producir las partes correctas… y muchas noches trabajando juntos para elaborar algo que Richard podría haber terminado en un día) llamado “Perdidos en Rama”. Lo hicimos muy sencillo porque Katie no tiene más que cuatro años. Después de jugar con él durante dos horas, había agotado todas las opciones y resuelto cómo regresar a nuestro túnel desde cualquier punto de partida ubicado en Rama.
La mayor sorpresa que tuvimos esta noche fue cuando le preguntamos (esto se convirtió en una tradición para nosotros aquí en Rama) qué le gustaría hacer en su noche de cumpleaños.
—Quiero entrar en la guarida de los avianos —dijo Katie, con una chispa malévola en la mirada.
Tratamos de disuadirla, señalándole que la distancia entre los rebordes era mayor que su propia altura. Como respuesta Katie se acercó a la escalera de cuerdas metálicas que colgaba al costado del cuarto de los niños y nos mostró que la podía trepar. Michael sonrió.
—Algunas cosas que heredó de su madre —dijo.
—Por favor, mamá —dijo entonces Katie, con su vocecita melindrosa—, ¡todo lo demás es tan aburrido! Quiero mirar por mí misma al centinela del tanque, a una distancia de nada más que unos pocos metros.
Aun cuando tenía algo de recelo, fui hasta la guarida de los avianos con Katie y le dije que esperara en la parte de arriba, mientras yo colocaba la escalera de cuerdas en su lugar. En el primer rellano, frente al centinela del tanque, me detuve durante un instante y miré, al otro lado del abismo, la máquina de movimiento perpetuo que protegía la entrada al túnel horizontal.
¿Siempre estás ahí?
, me pregunté,
¿alguna vez se te reemplazó o reparó durante todo este tiempo?
—¿Estás lista, mamá? —oí a mi hija llamarme desde arriba. Antes de que pudiera empezar a trepar con las manos y los pies para encontrarme con ella, Katie ya estaba bajando por la escalera. La regañé cuando me encontré con ella en el segundo reborde pero no me prestó atención. Estaba terriblemente excitada.
—¿Viste, mamá? —dijo—. Lo hice sola.
La felicité, aun cuando en mi mente todavía estaba dando vueltas una imagen de Katie que resbalaba por la escalera, se golpeaba en uno de los rebordes y después caía en picada hacia las profundidades insondables del pozo. Continuamos el descenso por la escalera y yo la ayudaba desde abajo hasta que alcanzamos el primer rellano y par de túneles horizontales. Del otro lado del abismo, el centinela del tanque proseguía con su movimiento reiterativo. Katie estaba extática.
—¿Qué hay detrás de ese tanque? —preguntó—. ¿Quién lo hizo? ¿Qué está haciendo ahí? ¿Realmente saltaste al otro lado de este agujero?…
En respuesta a una de sus preguntas me volví y di varios pasos hacia el interior del túnel que estaba detrás de nosotras, siguiendo el haz de mi linterna y suponiendo que Katie me estaba siguiendo. Instantes después, cuando descubrí que la niña todavía estaba parada en el borde del abismo, quedé paralizada de espanto. La vi extraer un pequeño objeto del bolsillo de su vestido y arrojarlo al otro lado del abismo, al centinela del tanque.
Le grité pero fue demasiado tarde: el objeto golpeó la parte frontal del tanque. Inmediatamente se oyó un chasquido, como el de un disparo de un arma de fuego y dos proyectiles metálicos se estrellaron contra la pared del túnel, a no más de un metro por encima de la cabeza de Katie.
—¡Bravooo! —
gritó
Katie, mientras yo la apartaba de un tirón del abismo. Estaba furiosa. Mi hija empezó a llorar. El ruido que había en la guarida era ensordecedor.
Dejó de llorar súbitamente, varios segundos después.
—¿Oíste eso? —preguntó.
—¿Qué? —dije, mi corazón todavía latiendo salvajemente.
—Por ahí —dijo. Señaló al otro lado del corredor vertical, hacia la oscuridad que había por detrás del centinela. Dirigí el haz de la linterna hacia el vacío pero no pudimos ver nada.
Ambas estábamos paradas absolutamente quietas, tomadas de las manos.
Había
un sonido que provenía del túnel que estaba detrás del centinela. Pero ese sonido se encontraba en el límite de mi capacidad auditiva y no lo pude identificar.
—Es un aviano —dijo Katie con convicción—. Puedo oír sus alas batiendo.
Bravooo
—volvió a gritar con un tono de voz más intenso.
El sonido cesó. Aunque aguardamos quince minutos antes de trepar fuera de la guarida, no volvimos a oír nada más. Katie le dijo a Michael y a Simone que habíamos oído un aviano. No pude corroborar su relato pero opté por no discutir con ella: estaba feliz; había sido un cumpleaños memorable.
8 de marzo de 2208
Patrick Erin O'Toole, un bebé perfectamente sano en todo sentido, nació ayer a las dos y cuarto de la tarde. El orgulloso padre lo está sosteniendo en brazos en este preciso momento, y sonríe mientras mis dedos se mueven presurosos por sobre el teclado de mi agenda electrónica.