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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (16 page)

BOOK: El jardín de Rama
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Si nunca volvemos a encontrar a otro ser humano (y Eleanor Joan Wakefield resulta ser una beba sana, lo que parece probable en estos momentos), entonces habrá un total de seis combinaciones parentales posibles para nuestros nietos. Casi con seguridad todas esas permutaciones no se van a producir, pero resulta fascinante de imaginar. Yo solía pensar que Simone se casaría con Benjy y Katie con Patrick, pero, ¿dónde encaja Ellie en la ecuación?

Éste es mi décimo cumpleaños a bordo de Rama Parece completamente imposible que haya pasado sólo el veinte por ciento de mi vida en este gigantesco cilindro. ¿Tuve otra vida antes, en aquel planeta oceánico, a billones de kilómetros de distancia? ¿Realmente conocí a otra gente adulta además de Richard Wakefield y Michael O'Toole? ¿Verdaderamente fue Pierre des Jardins, el famoso escritor de ficción histórica, mi padre? ¿Tuve un amorío maravilloso y secreto con Henry, Príncipe de Gales, que dio por resultado a mi maravillosa hija, Genevieve? Nada de esto parece posible. Por lo menos, no hoy, en mi cumpleaños número cuarenta y seis. Es gracioso: Richard y Michael me preguntaron, una vez cada uno, sobre el padre de Genevieve. Todavía no se lo dije a nadie. ¿No es eso ridículo? ¿Qué importancia podría tener aquí, en Rama? Ninguna en absoluto. Pero ha sido mi secreto (únicamente compartido con mi padre) desde el momento de la concepción de Genevieve. Ella fue
mi
hija; yo la traje al mundo y yo la crié. Siempre me dije que su padre biológico no tenía importancia alguna.

Esto es, naturalmente, pura palabrería. Otra vez esa palabra. El doctor David Brown la usaba con frecuencia. Por Dios. No he pensado en los demás cosmonautas de la
Newton
durante años. Me pregunto si Francesca y sus amigos se largaron con los millones de la misión Newton. Espero que Janos haya obtenido su parte. El estimado señor Tabori, un hombre absolutamente encantador. También me pregunto cómo les explicaron a los ciudadanos de la Tierra que Rama escapó de la falange nuclear. Realmente, Nicole, éste es un cumpleaños típico: un largo, desestructurado viaje a lo largo de la avenida de los recuerdos.

¡Francesca era tan hermosa! Siempre tuve celos de lo bien que se manejaba con la gente. ¿Los narcotizó a Borsov y a Wilson? Es probable. Ni por un minuto se me ocurre creer que ella intentara matar a Valen. Pero tenía una moral verdaderamente retorcida como la mayor parte de la gente ambiciosa.

Me divierte cuando echo una mirada retrospectiva a lo obsesiva que era como madre joven a los veinte anos. Tenía que tener éxito en todo. Mi ambición era completamente diferente de la de Francesca: yo quería mostrarle al mundo que podía jugar según todas las reglas y vencer, exactamente como había hecho con el salto triple en los Juegos Olímpicos. ¿Qué podía ser más difícil para una mujer soltera que ser elegida cosmonauta? Por cierto que, durante esos años, yo estaba satisfecha de mí misma. Fue una suerte para mí y para Genevieve que papa hubiera estado ahí.

Naturalmente yo sabía, cada vez que la miraba a Genevieve, que la marca de Henry era evidente: desde la parte superior de los labios hasta la parte inferior del mentón, la niña es una copia exacta de él. Y realmente no quise negar la genética. Era tan importante para mí lograr las cosas por mí misma, demostrarme que yo era una mujer y una madre espléndida, aun si no era apta para ser la reina.

Era demasiado negra para ser la reina Nicole de Inglaterra o siquiera Juana de Arco en uno de esos espectáculos públicos conmemorativos del aniversario de Francia. Me pregunto cuántos años más van a transcurrir antes de que el color de la piel ya no sea motivo de desacuerdo entre los seres humanos de la Tierra. ¿Quinientos años? ¿Mil? ¿Qué fue lo que el norteamericano William Faulkner dijo, algo respecto de que Sambo únicamente va a ser libre cuando todos y cada uno de sus vecinos se despierten por la mañana y digan, tanto para sí mismos como para sus amigos, que Sambo es libre? Creo que tiene razón. Ya hemos visto que el prejuicio racial no se puede erradicar mediante leyes. Y ni siquiera mediante la educación. El viaje de cada persona a través de la vida tiene que tener una epifanía, un instante de verdadera conciencia, cuando esa persona se da cuenta, de una vez y para siempre de que Sambo y cualquier otra persona del mundo por más distinta que sea
tiene
que ser libre si es que vamos a sobrevivir.

Cuando había descendido al fondo de ese pozo, hace diez años, y estaba segura de que iba a morir, me pregunté qué momentos particulares de mi vida volvería a vivir si se me ofreciera la oportunidad. Aquellas horas con Henry me vinieron a la mente, a pesar del hecho de que más tarde me destrozó el corazón. Aún hoy me remontaría otra vez al momento con mi príncipe. Haber experimentado la felicidad total, incluso por sólo unos pocos minutos, por unas pocas horas, es haber estado vivo. No es tan importante, cuando nos enfrentamos con la muerte, que nuestro compañero de ese gran momento después nos haya decepcionado o traicionado. Lo que

es importante es esa sensación de momentáneo gozo tan grande que se siente cuando se ha trascendido la Tierra.

Me incomodaba un poco, cuando estaba en el pozo, que mis recuerdos de Henry estuvieran en un pie de igualdad con los de mi padre, mi madre y mi hija. Pero, desde ese entonces, me he dado cuenta de que no soy la única que acaricia las remembranzas de aquellas horas con Henry. Toda persona tiene momentos o acontecimientos muy especiales que le pertenecen en forma exclusiva y que están celosamente protegidos por el corazón.

Mi única amiga íntima en la universidad, Gabrielle Moreau, pasó una noche con Genevieve y conmigo en Beauvois el año anterior a que la expedición Newton se lanzara. No nos habíamos visto durante siete años y pasamos la mayor parte de la noche hablando, principalmente sobre los sucesos emocionales más relevantes de nuestra vida. Gabrielle estaba extremadamente feliz: tenía un marido bien parecido, sensible, exitoso; tres hijos sanos y encantadores, y una hermosa finca solariega cerca de Chinan. Pero el momento “más maravilloso” de Gabrielle, me confío esa noche con una sonrisa aniñada, había ocurrido antes de que conociera a su marido. Se había enamorado profundamente, cuando era una colegiala, de un famoso astro de cine que un día estuvo por casualidad filmando en escenarios naturales en Tours. De algún modo, Gabrielle se las arregló para encontrarse con él en la habitación de su hotel y conversar en privado durante casi una hora. Antes de que ella se fuera, el actor la besó, una sola vez, en los labios. Ése fue el recuerdo más preciado de Gabrielle.

Mi príncipe, ayer hizo diez años desde que te vi por última vez. ¿Eres feliz? ¿Eres un buen rey? ¿Alguna vez piensas en la campeona olímpica negra que se entregó a ti, su primer amor, con total abandono?

Me formulaste una pregunta indirecta, ese día en la pista de esquí, respecto del padre de mi hija. Te negué la respuesta sin darme cuenta de que mi negativa significaba que todavía no te había perdonado por completo. Si me lo preguntaras hoy, mi príncipe, muy gustosamente te lo diría. Sí, Henry Rex, Rey de Inglaterra,

eres el padre de Genevieve des Jardins. Ve a ella, conócela, ama a sus hijos. Yo no puedo. Yo estoy a más de cincuenta mil millones de kilómetros de distancia.

13

30 de junio de 2213

Anoche todo el mundo estaba demasiado alterado como para dormir. Salvo Benjy, bendito sea, que sencillamente no pudo comprender lo que le decíamos. Simone le explicó muchas veces que nuestro hogar está afuera de una gigantesca nave espacial cilíndrica —hasta le ha mostrado en la pantalla negra las diferentes vistas de Rama tomadas desde los sensores externos—, pero sigue sin poder captar el concepto.

Ayer, cuando sonó el silbato, Richard, Michael y yo nos miramos durante varios segundos. Había pasado tanto tiempo desde que lo oímos por última vez. Después todos empezamos a hablar a la vez. Los niños, incluyendo a la pequeña Ellie, tenían cientos de preguntas y podían sentir nuestra exaltación. Los siete fuimos hacia la parte superior de inmediato. Richard y Katie corrieron hacia el mar sin esperar al resto de la familia. Simone caminó con Benjy; Michael, con Patrick. Yo llevé a Ellie porque sus piernitas no se movían lo suficientemente rápido.

Katie rebozaba de entusiasmo cuando volvió a la carrera para encontrarnos.

—Vengan, vengan —dijo, agarrándola a Simone de la mano—. Tienen que verlo. Es asombroso. Los colores son fantásticos.

Por cierto que lo eran. Los arcos irisados de luz chisporroteaban de cuerno a cuerno e iluminaban la noche de Rama con un despliegue imponente. Benjy tenía la mirada fija en el sur y estaba con la boca abierta. Después de muchos segundos, sonrió y se volvió hacia Simone.

—Es-her-mo-so —dijo lentamente, orgulloso de cómo usaba la palabra.

—Así es, Benjy —respondió Simone—. Muy hermoso.

—Muy-her-mo-so —repitió Benjy, dándose vuelta para mirar las luces.

Ninguno de nosotros dijo mucho respecto de la exhibición, pero, después de que regresamos al túnel, la conversación discurrió sin cesar durante horas. Naturalmente, alguien tenía que explicar todo a los niños. Simone era la única que había nacido en la época de la última maniobra, y en ese entonces, no era más que un bebé. Richard fue quien se hizo cargo de las explicaciones. La exhibición de silbidos y luces realmente le impartían energías (se parecía más a sí mismo anoche que en cualquier momento posterior a su regreso), y era, al mismo tiempo, entretenido e informativo cuando narraba todo lo que sabíamos sobre los silbidos, las exhibiciones de luz y las maniobras ramanas.

—¿Crees que las octoarañas van a regresar a Nueva York? —preguntó Katie, con expectación.

—No lo sé —contestó Richard—, pero es, sin lugar a dudas, una posibilidad.

Katie pasó los quince minutos siguientes contándole a todo el mundo, por enésima vez, sobre nuestro encuentro, hacía ya cuatro años, con la octoaraña. Como siempre, adornó y exageró algunos de los detalles, en especial aquella parte del relato correspondiente al momento en que estuvo a solas antes de que me viera en el museo.

Patrick adora el relato. Quiere que Katie se lo cuente todo el tiempo.

—Ahí estaba yo —dijo Katie anoche—, tendida sobre mi vientre, la cabeza asomándose por encima del borde de un gigantesco cilindro redondo que caía hacia la oscura lobreguez. De los costados del cilindro sobresalían púas de plata que yo podría ver destellando bajo la mortecina luz. «Eh», grité «¿hay alguien ahí abajo?».

Oí un sonido, como el de cepillos metálicos que se arrastraban además de un chirrido. Se encendieron luces debajo de mí. En el fondo del cilindro, había una
cosa
negra que empezaba a trepar por las púas, con cabeza redonda y ocho tentáculos en colores negro y dorado. Los tentáculos se envolvían alrededor de las púas a medida que esa cosa trepaba rápidamente en dirección a mí…

—Oc-to-a-ra-ña —dijo Benjy.

Cuando Katie terminó con la narración, Richard les contó a los niños que dentro de cuatro días más era probable que el piso se empezara a sacudir. Hizo hincapié en que todo tenía que estar cuidadosamente anclado al suelo y que cada uno de nosotros tenía que estar preparado para otro conjunto de sesiones en el tanque de desaceleración. Michael señaló que, por lo menos, necesitábamos una nueva caja de juguetes para los niños, además de varias cajas resistentes para nuestras cosas. Con el transcurso de los años, hemos acumulado tantos objetos inútiles que guardarlos todos, dentro de los próximos días, va a ser una tarea ciclópea.

Cuando Richard y yo estábamos acostados a solas en nuestra estera, nos tomamos de la mano y hablamos durante más de una hora. En un momento dado, le dije que albergaba la esperanza de que esa maniobra que se iba a producir pronto indicara el comienzo del fin de nuestro viaje en Rama.

—«La esperanza surge eterna en el corazón humano. El hombre no lo es, pero siempre será bendito».

Se incorporó durante un instante y me miró, los ojos brillantes en la penumbra.

—Alexander Pope —dijo—. Apuesto a que a él nunca se le ocurrió que lo iban a citar a sesenta mil billones de kilómetros de la Tierra.

—Pareces estar mejor, querido —dije, acariciándole el brazo. Se le frunció el ceño.

—En este preciso instante, todo parece estar claro. Pero no sé cuándo volverá la niebla. Podría ser en cualquier momento y todavía no puedo recordar más que las generalidades de lo que ocurrió durante los tres años que estuve ausente.

Se volvió a recostar.

—¿Qué crees que va a pasar? —pregunté.

—Creo que vamos a tener una maniobra —contestó—. Y espero que sea una grande. Nos estamos acercando con mucha rapidez a Sirio y vamos a tener que frenar considerablemente si es que nuestro blanco se encuentra en alguna parte del sistema de Sirio —extendió la mano y tomó la mía—. Por ti —dijo— y, en especial, por los niños, espero que ésta no sea una falsa alarma.

8 de julio de 2213

La maniobra empezó hace cuatro días, justo a tiempo, no bien la tercera y final exhibición de luces terminó. No vimos ni oímos ningún aviano u octoaraña tal como ocurre desde hace cuatro años. Katie estaba muy decepcionada: quería ver que todas las octoarañas regresaran a Nueva York.

Ayer, un par de biots mantis vinieron a nuestro túnel y fueron directamente al tanque de desaceleración. Llevaban un recipiente grande en el que estaban las cinco camas entretejidas nuevas (Simone, claro está, ahora necesita un tamaño diferente), y todos los cascos. Los observamos desde lejos mientras instalaban las camas y revisaban el sistema del tanque. Los niños estaban fascinados. La breve visita de las mantis confirmó que pronto vamos a experimentar un cambio de importancia en la velocidad.

Aparentemente, Richard estaba en lo correcto con su hipótesis respecto de la conexión entre el sistema de propulsión principal y el control térmico general de Rama: la temperatura ya empezó a descender en la parte superior. En previsión de una maniobra prolongada, estuvimos ocupados empleando el teclado para solicitar ropa adecuada para climas fríos, para todos los niños.

Las constantes sacudidas otra vez están perturbando nuestra vida. Al principio, resultaba divertido para los niños, pero ya se están quejando. En cuanto a mí, estoy esperando que, ahora, estemos cerca de nuestro último destino. Aunque Michael estuvo rezando “se cumplirá la voluntad de Dios”, no hay duda de que mis pocas plegarias han sido más egoístas y específicas.

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