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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (6 page)

BOOK: El jardín de Rama
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En general, las alucinaciones comienzan con una mancha de color rojo o verde que surge en la oscuridad total que me rodea. A medida que la mancha aumenta de tamaño, se le unen otros colores: amarillo, azul y púrpura, los más frecuentes. Cada uno de los colores rápidamente adopta su propio patrón irregular y se extiende a través de mi pantalla de visión. Lo que estoy viendo se transforma en un caleidoscopio de brillantes colores. El movimiento que se produce en el campo se acelera hasta que centenares de bandas y manchones se confunden en una sola explosión de gran intensidad cromática.

En el medio de este aluvión de colores, siempre se forma una imagen coherente. Al principio, no puedo reconocer exactamente qué es, pues la figura, o las figuras, son muy pequeñas, como si estuviesen muy, muy, lejos. A medida que la imagen se aproxima, cambia de color varias veces y aumenta tanto la impresión surrealista de la visión como mi sensación de miedo. Más de la mitad del tiempo, la imagen que, finalmente, adquiere plena definición contiene a mi madre o a algún animal como un guepardo o una leona a la que, en forma intuitiva, reconozco como mi madre disfrazada. En tanto me limito a observar y no intento interactuar con mi madre, ella sigue siendo un personaje de la cambiante imagen. No obstante, si trato de ponerme en contacto con mamá de cualquier forma, ella o el animal que la representa, desaparecen de inmediato y me quedo con una angustiante sensación de abandono.

Durante una de mis recientes alucinaciones, las ondas de color se descompusieron formando patrones geométricos y éstos, a su vez, se transformaron en siluetas humanas que marchaban en fila por mi campo de visión. Omeh iba a la cabeza de la procesión, vestido con una bata color verde brillante. Las dos figuras que iban a la retaguardia del grupo eran mujeres, las heroínas de mi adolescencia, Juana de Arco y Eleanor de Aquitania. Cuando oí sus voces por primera vez, la procesión se disolvió y la escena cambió al instante: de repente, me encontré en un pequeño bote de remo, envuelta por la niebla del alba en el pequeño estanque de patos cerca de nuestra villa en Beauvois. Me estremecí de miedo y empecé a llorar en forma incontrolable. Juana y Eleanor aparecieron entre la niebla y la bruma para asegurarme que mi padre
no
iba a casarse con Helena, la duquesa inglesa con la que había viajado a Turquía de vacaciones.

Otra noche, a la obertura de color la siguió una extraña representación teatral en alguna parte de Japón. En la obra alucinatoria no había más que dos personajes, y los dos tenían máscaras brillantes, expresivas. El hombre que estaba vestido con traje y corbata occidentales recitaba poesía, y tenía ojos grandes, magníficamente claros, que se podían ver a través de su amistosa máscara. El otro hombre parecía un guerrero samurai del siglo XVII; su máscara tenía el ceño permanentemente fruncido. Nos empezó a amenazar, tanto a mí como a su colega más moderno. Al final de esta alucinación, lancé un grito, porque los dos hombres se reunían en mitad del escenario y se fusionaban, transformándose en un solo personaje.

Algunas de mis imágenes alucinatorias más poderosas no duraron más que unos pocos segundos. La segunda o tercera noche, el príncipe Henry desnudo y obnubilado por el deseo, el cuerpo de color púrpura brillante, apareció durante dos o tres segundos, en el medio de otra visión, en la que yo cabalgaba una gigantesca octoaraña verde.

Ayer, durante el período de sueño, no hubo colores durante horas. Después, cuando me di cuenta de que tenía un hambre increíble, un gigantesco melón maná rosado apareció en la oscuridad. Cuando en mi visión intenté comerlo, el melón desarrolló patas y desapareció entre colores indefinidos.

¿Tiene esto algún significado? ¿Puedo aprender algo respecto de mí misma o de mi vida a través de estas manifestaciones efusivas aparentemente aleatorias de mi mente sin control?

Hace ya casi tres siglos que se debate con fervor sobre la importancia de los sueños y todavía no se ha llegado a ninguna conclusión. Mis alucinaciones, me parece, están aún más alejadas de la realidad que los sueños normales. De alguna manera, son primas lejanas de los dos viajes psicodélicos que realicé en etapas anteriores de mi vida y cualquier intento por interpretarlas en forma lógica sería absurdo. Sin embargo, por alguna razón todavía sigo creyendo que estas incursiones salvajes y, en apariencia, inconexas, de mi mente contienen algunas verdades fundamentales. A lo mejor, eso se debe a que no puedo aceptar que el cerebro humano
siempre
opera en forma puramente aleatoria.

22 de julio de 2201

Ayer, finalmente, el piso dejó de sacudirse. Richard lo había predicho. Hace dos días, cuando no regresamos al tanque a la hora acostumbrada, Richard conjeturó, acertadamente, que la maniobra estaba casi terminada.

Así que ingresamos en otra fase más de nuestra increíble odisea. Mi marido me informa que ahora estamos viajando a una velocidad que es más que la mitad de la velocidad de la luz: eso significa que estamos cubriendo la distancia Tierra-Luna cada
dos
segundos, aproximadamente. Nos dirigimos, más o menos, en dirección a la estrella Sirio, la estrella verdadera más brillante del cielo nocturno de nuestro planeta natal. Si no se producen más maniobras, llegaremos a la vecindad de Sirio dentro de otros doce años.

Me siento aliviada de que, ahora, nuestra vida puede regresar a un cierto equilibrio local. Simone parece haber resistido los largos períodos en el tanque sin dificultades perceptibles, pero no puedo creer que un experimento así deje a un bebé totalmente indemne. Para ella es importante que, ahora, volvamos a establecer una rutina cotidiana.

En los momentos en los que estoy sola, a menudo pienso sobre aquellas vividas alucinaciones, durante los diez primeros días en el tanque. Debo admitir que me quedé encantada cuando finalmente experimenté varias “zonas crepusculares” de privación sensorial completa, sin que los turbulentos patrones cromáticos y las imágenes desarticuladas me invadieran la mente. Para ese entonces, me estaba empezando a preocupar por mi salud mental y, con toda franqueza, hacía rato que había pasado la etapa de “abatimiento”. Aun cuando las alucinaciones desaparecieron bruscamente, el recuerdo que yo conservaba de la fuerza de esas visiones todavía me hacía estar alerta cada vez que las luces de la parte superior del tanque se apagaban durante las pasadas semanas.

Después de esos primeros diez días, únicamente tuve una visión más y realmente puede no haber sido más que un sueño extremadamente vivido durante un período normal de sueño. A pesar de que esta sola imagen en particular no era tan definida como las anteriores, retuve, de todos modos, todos los detalles debido a su similitud con uno de los períodos alucinatorios que experimenté mientras estuve en el fondo del pozo, el año pasado.

En mi último sueño, o visión, estaba sentada con mi padre en un concierto al aire libre en un sitio desconocido. Un anciano caballero oriental que tenía una larga barba blanca estaba solo en el escenario, tocando música con un extraño instrumento de cuerda. Sin embargo, a diferencia de mi visión en el fondo del pozo, mi padre y yo no nos convertíamos en pajaritos y volábamos hacia Chinon en Francia. En cambio el cuerpo de mi padre desaparecía por completo y quedaban nada más que sus ojos. Al cabo de unos pocos segundos, aparecieron cinco pares más de ojos que formaban un hexágono en el aire, por encima de mí. De inmediato reconocí los ojos de Omeh y los de mi madre, pero los otros tres pares eran desconocidos. Todos los ojos que se encontraban en los vértices del hexágono me miraban fijamente, sin pestañear, como si estuvieran tratando de comunicar algo. Inmediatamente antes de que la música cesara oí un sonido claramente distinto: varias voces, en forma simultánea, emitieron la palabra
«Peligro»
.

¿Cuál era el origen de mis alucinaciones y por qué yo era la única de nosotros tres que las experimentaba? Richard y Michael también soportaron la privación sensorial y cada uno de ellos admitió que algunas figuras extrañas flotaban “frente a su rostro”, pero las imágenes nunca eran coherentes. Si, como suponemos, los ramanes inicialmente nos inyectaron una o dos sustancias químicas a través de los diminutos filamentos que se enrollaban alrededor de nuestro cuerpo para ayudarnos a dormir en un ambiente que no nos era familiar, ¿por qué yo era la única que respondía con visiones tan alocadas?

Tanto Richard como Michael creían que la respuesta era sencilla: que yo soy una “persona hábil a las drogas, con imaginación hiperactiva”. Según ellos, ésa es la única explicación. No siguen adelante con el tema y, si bien son corteses cuando planteo las grandes dudas relacionadas con mis “viajes”, ni siquiera parecen tener más interés en el asunto. Yo podría haber esperado esa clase de respuesta de Richard pero, por cierto, no de Michael.

En realidad, aun el predecible general O'Toole no ha sido el mismo desde que comenzamos nuestras sesiones en el tanque. Resulta claro que ha estado preocupado por otras cuestiones. Sólo esta mañana logré tener una fugaz idea de qué estuvo ocurriendo en su mente.

—Siempre —dijo Michael Finalmente, en voz baja, después de que lo estuve persiguiendo durante varios minutos con preguntas amistosas—, sin admitirlo en forma consciente, vuelvo a definir y a delimitar a Dios con cada nuevo descubrimiento de la ciencia. Había logrado integrar el concepto de los ramanes a mi catolicismo pero, de esta manera, simplemente había ampliado mi limitada definición de Él. Ahora, cuando me encuentro a bordo de una nave espacial robot, viajando a velocidades propias de la Teoría de la Relatividad, veo que tengo que redimir por completo a Dios: sólo entonces puede Él constituirse en el ser supremo de todas las partículas y todos los procesos que hay en el universo.

El desafío de
mi
vida en el futuro cercano es completamente opuesto. Richard y Michael se concentran en ideas profundas. Richard en el reino de la ciencia y la ingeniería; Michael en el mundo del espíritu. Aunque disfruto plenamente las estimulantes ideas que cada uno de ellos produce en su búsqueda independiente de la verdad, alguien tiene que prestar atención a las tareas cotidianas. Después de todo, nosotros tres tenemos la responsabilidad de preparar al único miembro de la próxima generación para la vida adulta. Da la impresión de que la tarea de ser el padre principal siempre recae sobre mí.

Es una responsabilidad que abrazo con alegría. Cuando Simone se ríe radiante al dejar de succionar mi pecho, no me pongo a meditar sobre mis alucinaciones; realmente no importa tanto si hay un dios o no lo hay y no reviste demasiada importancia que los ramanes hayan desarrollado un método para utilizar agua en calidad de combustible nuclear. En ese momento, lo único que me importa es que soy la madre de Simone.

31 de julio de 2201

Finalmente, la primavera llegó a Rama. El deshielo comenzó no bien se completó la maniobra. Para ese entonces, la temperatura de la parte superior había descendido hasta unos gélidos veinticinco grados bajo cero y nos preocupaba cuánto más descendería la temperatura exterior antes de que el sistema regulador de las condiciones térmicas del túnel se viera exigido hasta el límite. Desde entonces, la temperatura ha aumentado en forma continua, a razón de casi un grado por día, y a esa velocidad va a vencer el nivel de congelamiento dentro de dos semanas.

Ahora nos encontramos fuera del Sistema Solar, en el vacío casi perfecto que llena los inmensos espacios que hay entre las estrellas próximas. Nuestro Sol todavía es el objeto dominante del cielo, pero ninguno de los planetas es visible siquiera. Dos o tres veces por semana, Richard recorre los datos telescópicos en busca de alguna señal de los cometas que se encuentran en la Nube de Oort pero, hasta el momento, no ha visto nada.

¿De dónde proviene el calor que caldea el interior de nuestro vehículo? Nuestro ingeniero en jefe, el atractivo cosmonauta Richard Wakefield, dio una rápida explicación cuando Michael hizo esa pregunta ayer.

—El mismo sistema nuclear que está provocando el enorme cambio de velocidad es el que, probablemente, ahora esté generando el calor. Rama debe de tener dos regímenes diferentes de operación: cuando está en la vecindad de una fuente generadora de calor, como una estrella, apaga todos sus sistemas primarios, entre ellos el control de propulsión y de temperatura.

Tanto Michael como yo felicitamos a Richard por haber dado una explicación eminentemente plausible.

—Pero —le dije—, hay muchas otras preguntas más: ¿por
qué
, por ejemplo, tiene dos sistemas separados de control? ¿Y por qué apaga el primario?

—En este punto, únicamente puedo hacer especulaciones —respondió Richard con su sonrisa usual—, a lo mejor, los sistemas primarios necesitan reparaciones periódicas que únicamente se pueden llevar a cabo cuando hay una fuente externa de calor y energía. Ya vieron cómo los diversos biots hacen el mantenimiento de la superficie de Rama. Quizá hay otro conjunto de biots que realizan todo el mantenimiento en los sistemas primarios.

—Tengo otra idea —dijo lentamente Michael—, ¿creen que fuimos escogidos para estar a bordo de esta nave?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Richard, el entrecejo profundamente fruncido.

—¿Piensas que sólo por azar nos encontramos aquí? ¿O que es factible, dadas todas las probabilidades y la naturaleza de nuestra especie, que algunos miembros de la raza humana se encuentren en el interior de Rama en este momento?

Me gustó la línea de razonamiento de Michael. Estaba insinuando, aunque él mismo todavía no lo entendía por completo, que, a lo mejor, los ramanes no eran genios nada más que en las ciencias puras y en la ingeniería. Quizá también tenían conocimientos sobre psicología universal. Richard había perdido el hilo del razonamiento.

—¿Estás sugiriendo —pregunté— que los ramanes
a propósito
emplearon los sistemas secundarios en la proximidad de la Tierra con la intención de atraemos a un encuentro?

—Eso es ridículo —dijo Richard de inmediato.

—Pero, Richard —replicó Michael—, piensa en ello: ¿cuál habría sido la probabilidad de cualquier contacto si los ramanes hubieran ingresado velozmente en nuestro Sistema a una fracción importante de la velocidad de la luz, dado la vuelta al Sol y después, continuado tranquilamente con su camino? Absolutamente ninguna. Y tal como tú mismo indicaste, en esta nave también puede haber otros “extranjeros”, si es que podemos llamarnos así a nosotros mismos. Dudo de que muchas especies tengan la capacidad…

BOOK: El jardín de Rama
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