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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (5 page)

BOOK: El jardín de Rama
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—Si nos atacan —dijo Richard— nos refugiaremos en los túneles que están por detrás de la pantalla.

Transcurrió media hora. Por el griterío que venía de la escalera nos dimos cuenta de que los intrusos ya estaban en nuestro nivel del túnel. Pero ninguno de ellos había ingresado aún en el pasadizo que llevaba a nuestro territorio. Después de otros quince minutos, la curiosidad venció a mi marido:

—Iré a ver cuál es la situación —dijo Richard, dejando a Michael conmigo y con Simone.

Volvió en menos de cinco minutos.

—Hay quince, quizá veinte de ellos —dijo con el entrecejo fruncido en señal de perplejidad—. Tres mantis en total, más dos tipos diferentes de biot topador. Parecen estar construyendo algo en el lado opuesto del túnel.

Simone se había vuelto a dormir. La coloqué en la cuna y después, seguí a los hombres hasta el lugar de donde provenía el ruido. Cuando llegamos a la zona circular en la que la escalera asciende en dirección a la abertura que desemboca en Nueva York, percibimos gran actividad. Resultaba imposible captar toda la actividad que se desarrollaba en el otro extremo de la sala: las mantis supervisaban a los biots topadores mientras ampliaban un corredor horizontal en el otro lado de la sala circular.

—¿Tienen alguna idea de qué están haciendo? —Michael preguntó en un susurro.

—Ningún indicio —replicó en ese momento Richard.

Ahora, casi veinticuatro horas mas tarde, todavía no está en claro qué es exactamente lo que están construyendo los biots. Richard cree que la ampliación del corredor se hizo para adaptarlo a una nueva instalación. También sugirió que toda esta actividad tiene que ver, casi seguro, con nosotros, pues se desarrolla en nuestro túnel.

Los biots trabajan sin detenerse para descansar, comer, ni dormir. Parecen seguir un plan o procedimiento maestro que les comunicaron con precisión, pues ninguno de ellos consulta. Es impactante observar tanta actividad inexorable. Ellos ni siquiera por un momento parecieron darse cuenta de que los estábamos observando.

Hace una hora, Richard, Michael y yo conversamos brevemente sobre la frustración que sentimos al no saber qué está ocurriendo a nuestro alrededor. En un momento dado, Richard sonrió y dijo:

—En realidad, no es tan diferente de la situación en la Tierra —dijo con vaguedad. Cuando Michael y yo lo instamos a que explicara qué quería decir, Richard se limitó a mover levemente la mano, restándole importancia.

—Aun en casa —contestó en forma abstracta—, nuestro conocimiento es absolutamente limitado. La búsqueda de la verdad siempre es una experiencia frustrante.

8 de junio 2201

No puedo creer que los biots hayan terminado la instalación con tanta rapidez. Hace dos horas, el último del grupo, la mantis capataz que nos había hecho una señal (utilizando la “mano” que tenía en medio del “rostro”) para que viéramos la nueva habitación temprano esta tarde, finalmente subió rodando las escaleras, y desapareció. Richard dice que permaneció en nuestro túnel hasta estar segura de que habíamos entendido todo. El único objeto que hay en la nueva sala es un estrecho tanque rectangular, que, sin duda, diseñaron para nosotros. Tiene costados metálicos brillantes y alrededor de tres metros de altura. En cada extremo hay una escalerilla que va desde el piso hasta el borde del tanque. Una resistente pasarela recorre el perímetro exterior del tanque, a tan sólo unos centímetros por debajo del reborde.

Dentro de la estructura rectangular, hay cuatro coy entretejidos fijados en las paredes. Cada una de estas fascinantes creaciones se elaboró en Corma individual para cada miembro de nuestra familia: los coys de Michael y Richard se encuentran en los extremos del tanque; el pequeño coy de Simone está junto al mío, en el centro.

Naturalmente, Richard ya examinó todo el dispositivo en detalle. Debido a que existe una tapa para el tanque y a que los coys están colocados dentro de la cavidad, a medio metro y un metro de la parte superior, llegó a la conclusión de que el tanque se cierra y que después, probablemente, lo llenen con un fluido. Pero por qué lo construyeron ¿pensarán sometemos a distintos experimentos? Richard está seguro de que nos van a estudiar de alguna manera, pero Michael dice que la posibilidad de que nos estudien como conejillos de Indias no “es coherente con la personalidad ramana” que hemos observado hasta el presente. No pude evitar reírme de su comentario: Michael ya ha extendido su desmedido optimismo religioso para que también abarque a los ramanes. Siempre supone, al igual que el doctor Pangloss, de Voltaire, que estamos viviendo en el mejor de los universos.

La mantis capataz se quedó por los alrededores vigilando, principalmente desde la pasarela del tanque, hasta que cada uno de nosotros se acostó sobre el correspondiente coy. Richard señaló que aunque los coys estaban ubicados a profundidades diferentes a lo largo de las paredes, cada uno de nosotros se iba a “hundir” hasta casi el mismo nivel cuando ocupáramos los lechos entretejidos. El entretejido es levemente elástico y se asemeja al material de red que ya vimos antes en Rama. Esta tarde cuando “probé” mi coy, la elasticidad me hizo recordar tanto el miedo como el regocijo que experimenté durante mi fantástico viaje en arnés de red a través del Mar Cilíndrico. Cuando cerré los ojos me resultó fácil verme otra vez, por encima del agua, suspendida debajo de los tres grandes avianos que me estaban transportando hacia la libertad.

A lo largo de la pared del túnel por detrás del tanque, mirando desde el sector en el que vivíamos, hay un conjunto de gruesas tuberías directamente conectadas al tanque. Sospechamos que su objeto es transportar alguna clase de fluido que llene el volumen del tanque. Supongo que muy pronto lo vamos a descubrir.

Y bien, ¿qué hacemos ahora? Los tres estamos de acuerdo en que nos debemos limitar a esperar. Sin duda, pretenden que pasemos algún tiempo en este tanque. Pero suponemos que nos informarán cuando sea el momento adecuado.

10 de junio de 2201

Richard tenia razón: estaba seguro de que el intermitente silbido de baja frecuencia que oímos ayer temprano, anunciaba otra transición en las fases de la misión. Incluso, sugirió que quizá debíamos ir al nuevo tanque y estar preparados para tomar posición en nuestros coys individuales. Tanto Michael como yo discutimos con él, insistiendo en que no había suficiente información como para llegar a esa conclusión tan apresurada.

Deberíamos haber seguido el consejo de Richard. Básicamente no le prestamos atención al silbido y proseguimos con nuestra rutina normal, si es que se puede utilizar ese término para definir la existencia que llevábamos dentro de esta nave espacial de origen extraterrestre. Casi tres horas después, la mantis capataz apareció de repente en la entrada de la sala principal y casi muero del susto. Señaló el corredor con sus peculiares dedos e indicó que debíamos movilizamos con rapidez.

Simone todavía estaba dormida y no le agradó mucho que la despertara. También tenía hambre, pero el biot mantis no me dio tiempo para alimentarla. Por lo tanto lloraba en forma intermitente mientras nos conducían por el túnel hacia el tanque.

Una segunda mantis que estaba aguardando en la pasarela que rodea el reborde del tanque, sostenía nuestros cascos transparentes en sus extrañas manos. También parecía ser la inspectora, pues esta segunda mantis no nos dejó descender a nuestros coys hasta cerciorarse de que los cascos estaban correctamente colocados sobre nuestras cabezas. El compuesto vítreo que constituye la parte frontal del casco es notable: podemos ver perfectamente a través de él. La parte inferior del casco también es extraordinaria: está hecha con un compuesto pegajoso, parecido a la goma, que se adhiere con firmeza a la piel y produce un cierre hermético.

No habían transcurrido más de treinta segundos desde que nos acostamos en los coys, cuando una poderosa onda nos comprimió contra los elementos entretejidos, con tal fuerza que nos semihundimos en el tanque de acero. Un instante después, diminutos filamentos (parecían surgir del material de los coys) se enrollaron alrededor del tronco de nuestro cuerpo, dejándonos libres nada más que los brazos y el cuello. Le eché un vistazo a Simone para ver si lloraba, pero su rostro estaba iluminado por una amplia sonrisa.

El tanque ya había empezado a llenarse con un líquido color verde claro. En menos de un minuto, estuvimos rodeados por el fluido cuya densidad era muy próxima a la nuestra; como consecuencia, semiflotamos en la superficie hasta que la parte superior del tanque se cerró y el líquido llenó por completo el volumen. Si bien me pareció improbable que nos encontráramos realmente en peligro, me asusté cuando la tapa se cerró sobre nuestras cabezas. Todos somos un poco claustrofóbicos.

Todo ese tiempo, la intensa aceleración continuó. Por suerte, no estaba del todo oscuro dentro del tanque: había diminutas luces esparcidas por la tapa. Podía ver a Simone a mi lado, su cuerpito subiendo y bajando como una boya, y hasta podía ver a Richard a lo lejos.

Estuvimos dentro del tanque durante poco más de dos horas. Richard estaba extremadamente alterado cuando todo terminó; nos dijo a Michael y a mí que estaba seguro de que acabábamos de completar una “prueba” para ver cómo soportaríamos fuerzas “excesivas”.

—No están satisfechos con las débiles aceleraciones que hemos experimentado hasta el presente —nos informó con exaltación. Los ramanes quieren incrementar
realmente
la velocidad. Para conseguir eso, tienen que someter la nave espacial a fuerzas G elevadas, de larga duración. Diseñaron este tanque para brindamos suficiente amortiguación como para que nuestra estructura biológica se pueda adaptar al ambiente extraño.

Richard pasó todo el día haciendo cálculos y, hace unas pocas horas, mostró su reconstrucción preliminar de “la aventura de aceleración” de ayer:

—¡Miren esto! —gritó, pudiendo apenas contenerse—, durante ese breve lapso de dos horas hicimos un cambio de velocidad equivalente a
setenta
kilómetros por segundo. ¡Eso es absolutamente monstruoso para una nave espacial del tamaño de Rama! Todo el tiempo estuvimos acelerando a una fuerza próxima a los
diez G
. —Entonces, nos sonrió—. Esta nave tiene una disposición de sobreimpulso increíble.

Una vez que terminamos la prueba en el tanque, inserté un nuevo conjunto de sondas biométricas en todos nosotros, incluida Simone. No he observado reacciones extrañas, por lo menos nada alarmante, pero admito que todavía estoy un poco preocupada respecto de cómo nuestro cuerpo va a reaccionar ante esta fuerte tensión. Hace pocos minutos Richard me regañó:

—Seguro que los ramanes también están observando —dijo, indicando que creía que la biometría era innecesaria—. Te apuesto a que están recogiendo sus propios datos a través de esos filamentos.

5

19 de junio de 2201

Mi vocabulario es inadecuado para describir las experiencias que tuve en estos últimos días. La palabra “asombroso”, por ejemplo, es sumamente pobre para transmitir la verdadera sensación de cuán extraordinarias fueron estas largas horas transcurridas en el tanque. Las únicas experiencias remotamente similares de mi vida fueron inducidas, ambas, por la ingestión de sustancias químicas catalíticas, primero durante la ceremonia de los poro, en la Costa de Marfil, cuando yo tenía siete años, y luego más recientemente, después de haber bebido la redoma de Omeh, mientras estaba en el fondo de la fosa en Rama. Pero estos dos viajes, o estas dos visiones, o lo que hayan sido, fueron incidentes aislados y de duración comparativamente breve. Mis experiencias recientes en el tanque duraron horas.

Antes de dedicarme por completo a la descripción del mundo que hay dentro de mi mente, primero debo resumir los “verdaderos” sucesos de la semana pasada, de modo que las experiencias de alucinación se puedan ubicar en el contexto correcto. Ahora, nuestra vida cotidiana se convirtió en un modelo reiterativo: la nave espacial sigue maniobrando, pero según dos modalidades diferentes: “regular”, cuando el piso se estremece y todo se mueve pero se puede llevar una vida casi normal, y “sobreimpulso”, cuando Rama acelera a una velocidad feroz que, en estos momentos, Richard estima es superior a los once G.

Cuando la nave espacial está en sobreimpulso, los cuatro tenemos que permanecer dentro del tanque. Los períodos de sobreimpulso duran apenas menos de ocho horas de cada ciclo de veintisiete horas, seis minutos, en el modelo reiterativo. Resulta claro que se pretende que durmamos durante los períodos de sobreimpulso. Las diminutas luces que brillan sobre nuestras cabezas, en el tanque sellado, se apagan después de los primeros veinte minutos de cada período y permanecemos acostados en plena oscuridad, hasta cinco minutos antes de que termina el período de ocho horas.

Todo este rápido cambio de velocidad, según Richard, está acelerando nuestro escape del Sol. Si la maniobra actual se mantiene constante, tanto en magnitud como en dirección, y prosigue durante un mes, entonces estaremos viajando a la mitad de la velocidad de la luz, con respecto a nuestro Sistema Solar.

—¿Adónde nos dirigimos? —preguntó Michael ayer.

—Todavía es demasiado pronto para decirlo —respondió Richard—. Todo lo que sabemos es que nos estamos desplazando a una velocidad fantástica.

Adaptaron cuidadosamente la temperatura y la densidad del líquido del tanque durante cada período hasta que, ahora, son exactamente iguales a las nuestras. Como resultado, cuando permanezco tendida allí, en la oscuridad, no siento nada salvo una fuerza apenas perceptible, que me empuja hacia abajo. Mi mente siempre me dice que estoy adentro de un tanque de aceleración, rodeada por un fluido que amortigua mi cuerno ante la poderosa fuerza, pero, con el tiempo, la ausencia de sensaciones hace que pierda por completo conciencia de mi cuerpo. En este momento empiezan las alucinaciones; es como si fuera necesario algún estímulo sensorial normal al cerebro para mantenerme funcionando en forma adecuada. Si los colores, imágenes, sabores, olores y dolores, no llegan a mi cerebro, entonces la actividad de éste pierde regulación.

Hace dos días traté de discurrir sobre este fenómeno con Richard, pero él se limitó a mirarme como si estuviera loca. No tuvo alucinaciones. Pasa su tiempo en la “zona crepuscular” (el nombre que él le da al período previo al sueño profundo, en el que no se produce ingreso de información sensorial), haciendo cálculos matemáticos, evocando una vasta variedad de mapas de la Tierra o, inclusive, rememorando sus momentos sexuales más sobresalientes. Es indudable que
controla
su cerebro, aun en ausencia de ingreso de información sensorial. Ésa es la razón de que seamos tan diferentes: mi mente quiere encontrar una dirección propia, cuando no se la utiliza para tareas tales como el procesamiento de los miles de millones de datos que le llegan desde todas las demás células de mi cuerpo.

BOOK: El jardín de Rama
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