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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (42 page)

BOOK: El jardín de Rama
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Francesca estaba espléndida: su rubio cabello estaba peinado en un rodete, sostenido por una gran peineta tallada. Tenía un collar de diamantes alrededor del cuello, y un inmenso zafiro solitario pendía de una gargantilla de diamantes, que se perdía ante la importancia del collar. Su largo vestido sin breteles era blanco, con pliegues y dobleces que acentuaban las curvas del aún juvenil cuerpo. Kenji no podía creer que la mujer tuviera setenta años.

Francesca lo tomó de la mano, después de explicarle que había organizado rápidamente una cena “en su honor”, y lo llevó hacia los tapices que colgaban sobre la pared opuesta.

—¿Conoce usted Aubusson? —le preguntó. Cuando Kenji negó con la cabeza, Francesca comenzó una disertación sobre la historia de los tapices europeos.

Media hora más tarde, Francesca tomó asiento en la cabecera de la mesa. Un profesor de música de Nápoles y su esposa (presuntamente, una actriz), dos morenos y apuestos jugadores profesionales de fútbol, el conservador de las ruinas de Pompeya (un hombre que tenía poco más de cincuenta años), una poetisa italiana ya madura, y dos mujeres jóvenes, veinteañeras y asombrosamente atractivas, ocuparon los demás lugares. Después de unas breves palabras con Francesca, una de las dos jóvenes se sentó enfrente de Kenji y la otra junto a él.

Al principio, el sillón que estaba en el otro extremo de la mesa, enfrente del de Francesca, estuvo vacío. Francesca le susurró algo a su camarero jefe y cinco minutos más tarde un hombre muy anciano, rengo y casi ciego, fue conducido al interior del salón. Kenji lo reconoció de inmediato: era Janos Tabori.

La comida fue maravillosa; la conversación animada. Todos los platos fueron servidos por camareros, no por los robots que se usaban en todos los restaurantes, salvo en los más elegantes, y cada plato fue realzado por un vino italiano diferente. ¡Y qué grupo notable! Todos, hasta los jugadores de fútbol, hablaban un inglés aceptable; ambos estaban interesados en la historia de la conquista espacial y la conocían bien. La joven que estaba sentada enfrente de Kenji había leído incluso su libro más popular sobre las primeras exploraciones de Marte. A medida que transcurría la velada, Kenji, que en ese entonces era un soltero de treinta años, perdió mucho de sus inhibiciones. Todo lo incitaba: las mujeres, el vino, las discusiones sobre historia, poesía y música.

Solamente una vez, durante las dos horas que duró la cena, se hizo alguna referencia a la entrevista de la tarde. Durante un intervalo de silencio, después del postre y antes del coñac, Francesca casi le gritó a Janos.

—Este joven japonés es muy brillante, ¿sabes? Cree que halló pruebas, provenientes de la computadora personal de Nicole, que corroboran esas horribles mentiras que David dijo antes de morir.

Janos no hizo comentarios. La expresión de su rostro no varió. Pero, después de la cena, le entregó a Kenji una nota y después desapareció. La nota decía:

Usted no sabe otra cosa más que la verdad, y no tiene ternura. Por eso, usted juzga de modo injusto.

Aglaya Yepanchin al Príncipe Myshkin,
El Idiota
, de Fédor Dostoievski.

Kenji no había estado en su habitación más de cinco o diez minutos, cuando alguien golpeó la puerta. Cuando la abrió, vio a la joven italiana que había estado sentada enfrente de él durante la cena. Llevaba un diminuto bikini que mostraba la mayor parte de su excepcional cuerpo. En la mano sostenía una malla de baño para hombre.

—Señor Watanabe —dijo, con una sonrisa sensual y provocativa—, por favor venga con nosotros a darse una zambullida. Este pantalón le quedará bien.

Kenji sintió una oleada de repentina e inmensa lujuria, que tardó en desaparecer. Ligeramente turbado, esperó un minuto o dos después de vestirse, antes de unirse a la mujer que estaba en el corredor.

Tres años después, aun acostado en su cama de Nuevo Edén al lado de la mujer que amaba, a Kenji le era imposible no recordar, con anhelo sexual, la noche que pasó en el palacio de Francesca. Seis de ellos habían tomado el funicular que descendía hasta la bahía y habían nadado bajo la luz de la luna. En la cabaña que estaba junto al mar, habían bebido, bailado y reído juntos. Había sido una noche de verdadero ensueño.

Al cabo de una hora
, recordaba Kenji,
todos estábamos cómodamente desnudos. El plan de juego era claro: los dos jugadores de fútbol eran para Francesca. Las dos madonnas, para mí
.

Kenji se retorció en la cama, recordando la intensidad de su placer, así como la risa abierta de Francesca cuando lo encontró al amanecer, al lado de la bahía, entrelazado con las dos jóvenes en una de las hamacas extremadamente grandes.

Cuando volví a Nueva York, cuatro días después, mi editor me dijo que pensaba que yo debía abandonar el proyecto Newton. No discutí con él: probablemente yo mismo lo habría sugerido
.

11

Ellie estaba fascinada por las figuras de porcelana. Levantó una, la de una niñita vestida con atuendo de ballet en color celeste, y la hizo girar en las manos.

—Mira esto, Benjy —le dijo al hermano—. Simone hizo esto… y lo hizo sin ayuda.


Ésa
es una copia en realidad —dijo el comerciante español—, pero ciertamente un artista hizo el original del cual se tomó la impresión por computadora. El proceso de reproducción ahora es tan preciso que hasta los expertos se las ven en figurillas para reconocer cuáles son las copias.

—¿Y coleccionó todas éstas allá, en la Tierra? —Ellie hizo un ademán abarcador hacia el centenar de figuras que había en la mesa y en las pequeñas cajas de vidrio.

—Sí —respondió, orgulloso, el señor Murillo—. Aunque era funcionario público en Sevilla: permisos de construcción y cosas por el estilo, mi esposa y yo teníamos una tiendecita. Nos enamoramos del arte en porcelana hace unos diez años, aproximadamente, y he sido un ávido coleccionista desde ese entonces.

La señora Murillo, también frisando ya en los cincuenta años, salió de un cuarto trasero en el que todavía estaba desembalando mercadería.

—Mucho antes de saber que la AIE realmente nos había seleccionado como colonos, decidimos que no importaba cuán restrictivo fueran los requisitos para el equipaje que podíamos llevar en la
Niña
, traeríamos con nosotros toda nuestra colección de porcelana —dijo.

Benjy estaba sosteniendo la niña bailarina a unos pocos centímetros del rostro.

—Her… mosa —dijo, con una sonrisa amplia.

—Gracias —dijo el señor Murillo—. Teníamos la esperanza de iniciar una sociedad de coleccionistas en Colonia Lowell —agregó—. Tres o cuatro de los otros pasajeros de la
Niña
trajeron varias piezas también.

—¿Las podemos mirar? —pidió Ellie—. Seremos muy cuidadosos.

—Por supuesto —dijo la señora Murillo—. Con el tiempo, una vez que todo se asiente, venderemos, o canjearemos los objetos… por cierto que los duplicados. Por el momento están sólo en exhibición, para que se los aprecie.

Mientras Ellie y Benjy examinaban las creaciones en porcelana, varias personas más ingresaron en la tienda. Los Murillo la habían inaugurado tan sólo unos días atrás. Vendían velas, servilletas de fantasía y otros pequeños adornos para el hogar.

—Ciertamente no perdiste tiempo, Carlos —le dijo un norteamericano corpulento al señor Murillo, varios minutos después. Por su saludo inicial resultaba evidente que había sido un compañero de viaje en la
Niña
.

—Nos fue más fácil a nosotros, Travis —contestó el señor Murillo—: no teníamos familia y únicamente necesitábamos un sitio pequeño para vivir.

—Nosotros ni siquiera nos hemos acomodado en una casa aún —se quejó Travis—. Es indudable que vamos a vivir en este pueblo pero Chelsea y los niños no pueden encontrar una casa que les guste a todos… Chelsea todavía está asustada con todo este arreglo. No cree que la AIE nos esté diciendo toda la verdad, ni siquiera ahora.

—Reconozco que es sumamente difícil admitir que toda esta estación espacia] fue construida por alienígenas, nada más que para observarnos… y, claro está, sería más fácil creer el cuento de la AIE si hubiera fotos de ese sitio, El Nodo. Pero, ¿por qué habrían de mentirnos?

—Han mentido ya antes. Nadie mencionó siquiera este sitio hasta un día antes del encuentro con esta nave… Chelsea cree que somos parte de un experimento de la AIE para colonización del espacio. Dice que vamos a estar aquí un tiempo y que después se nos transferirá a la superficie de Marte, de modo que se puedan comparar los dos tipos de colonias.

El señor Murillo rió.

—Veo que Chelsea no cambió desde que salimos de la
Niña
—dijo. Se puso más serio—. ¿Sabías que Juanita y yo también tuvimos nuestras dudas, en especial después de que transcurrió la primera semana y nadie había visto la menor señal de los extraterrestres? Pasamos dos días enteros dando vueltas por este sitio, hablando con otras personas… esencialmente, condujimos nuestras propias investigaciones. Finalmente llegamos a la conclusión de que el cuento de la AIE debe de ser cierto. En primer lugar, es demasiado descabellado como para ser mentira: en segundo lugar, la mujer esa, la Wakefield, fue muy convincente. En la reunión abierta respondió preguntas durante casi dos horas, y ni Juanita ni yo descubrimos la menor contradicción.

—Me resulta difícil imaginar que alguien duerma durante doce años —dijo Travis, meneando la cabeza.

—Por supuesto. También lo fue para nosotros. Pero realmente inspeccionamos ese somnario en el que la familia Wakefield presuntamente durmió: todo era exactamente como Nicole lo describió en la reunión. A propósito, todo el edificio es inmenso. Hay suficientes literas y habitaciones como para alojar a todos los de la colonia, de ser necesario… Ciertamente no tiene lógica que la AIE haya construido una instalación tan enorme para respaldar una mentira.

—A lo mejor tienes razón.

—Sea como fuere, decidimos sacar el mejor partido posible… al menos, por el momento. Y por cierto que no nos podemos quejar de nuestra vivienda. Todo el alojamiento es de primera. Juanita y yo tenemos incluso nuestro propio robot Lincoln, para que nos dé una mano, tanto en la casa como en la tienda.

Ellie estaba siguiendo la conversación muy de cerca. Recordaba lo que su madre le había dicho la noche anterior cuando preguntó si ella y Benjy podían dar un paseo por el pueblo.

—Creo que sí, querida —le había dicho Nicole—, pero, si alguien te reconoce como uno de los Wakefield y te empieza a hacer preguntas, no le hables. Sé cortés y ven a casa tan pronto como puedas. El señor Macmillan no quiere que, por el momento, hablemos con nadie que no sea del personal de la AIE sobre nuestras experiencias.

Mientras Ellie estaba admirando las figuras de porcelana y escuchando atentamente la conversación entre el señor Murillo y el hombre llamado Travis, Benjy se alejó para caminar solo. Cuando Ellie se dio cuenta de que no estaba al lado de ella, empezó a sentir pánico.

—¿Qué estás mirando tan fijo, muchacho? —Ellie oyó decir a una áspera voz de hombre en el otro lado de la tienda.

—El cabello de e… ella es mu… muy lin… do —contestó Benjy. Estaba obstruyendo el pasillo, impidiendo que el hombre y su esposa pudieran avanzar. Benjy sonrió y tendió la mano hacia el espléndido cabello rubio y largo de la mujer.

—¿Lo puedo tocar? —preguntó.

—¿Estás loco?… Claro que no… Ahora, lárgate de…

—Jason, creo que es retrasado —dijo la mujer en voz baja, agarrándole el brazo al marido antes de que empujara a Benjy.

En ese momento, Ellie llegó junto a su hermano. Se dio cuenta de que el hombre estaba enojado, pero no sabía qué hacer. Lo empujó suavemente, tocándolo en el hombro.

—Mira, Ellie —exclamó Benjy, farfullando las palabras a causa de la exaltación—, mira su her… her… moso pe… lo… am… am… amarillo.

—¿Es este tarado amigo suyo? —le preguntó el hombre alto a Ellie.

—Benjy es mi hermano —respondió Ellie con dificultad.

—Bueno, sáquelo de aquí… Está molestando a mi esposa.

—Señor —dijo Ellie, después de reunir hasta la última pizca de coraje—, mi hermano no pretende hacer daño. Nunca antes vio a nadie con cabello rubio largo tan de cerca.

El rostro del hombre se contrajo por la ira y la perplejidad.

—¿Quéee? —dijo. Le lanzó una mirada a su esposa—. ¿Qué pasa con estos dos? Uno es un imbécil y la otra…

—¿No son ustedes dos de los chicos Wakefield? —interrumpió una agradable voz de mujer desde detrás de Ellie.

La aturdida Ellie se dio vuelta. La señora Murillo se interpuso entre los adolescentes y la pareja. Ella y su marido habían venido desde el otro extremo del local, en cuanto oyeron las voces que subían de tono.

—Sí, señora —dijo Ellie con suavidad—. Lo somos.

—¿Quiere decir que éstos son dos de los chicos que vinieron del espacio exterior? —preguntó el hombre llamado Jason.

Ellie logró sacar a Benjy, a los tirones, por la puerta de la tienda.

—Lo lamentamos mucho —dijo Ellie, antes de que ella y Benjy se fueran—. No quisimos causar problemas.

—¡Engendros! —le oyó decir Ellie a alguien, mientras la puerta se cerraba detrás de ella.

Había sido otro día agotador. Nicole estaba muy cansada. Se paró delante del espejo y terminó de lavarse la cara.

—Ellie y Benjy tuvieron una experiencia desagradable en el pueblo —dijo Richard desde el dormitorio—. No me dijeron mucho al respecto.

Ese día, Nicole había pasado trece largas horas ayudando a registrar a los pasajeros de la
Niña
. No importaba cuán intensamente ella y Kenji Watanabe hubieran trabajado, parecía como si nadie estuviera satisfecho jamás, y siempre había más tareas por hacer. Muchos de los colonos habían sido completamente petulantes, cuando Nicole les trató de explicar los procedimientos que la AIE había establecido para la asignación de comida, vivienda y zonas de trabajo.

Nicole había pasado demasiados días sin dormir lo suficiente. Se miró las bolsas que tenía debajo de los ojos.
Pero tenemos que terminar con este grupo antes de que llegue la Santa María
, se dijo para sus adentros,
esos van a ser mucho más difíciles
.

Se secó la cara con una toalla y cruzó al dormitorio, donde Richard estaba sentado, en pijama.

—¿Cómo fue tu día? —preguntó Nicole.

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