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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (46 page)

BOOK: El jardín de Rama
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—No es mi intención dar una clase de ciencia sobre un tema muy complejo. Lo que realmente quiero es hablar sobre políticas de acción. Dado que la mayor parte de nuestros científicos está convencida de que nuestras anormales condiciones meteorológicas de los cuatro últimos meses son resultado de niveles indebidamente elevados de dióxido de carbono y partículas de humo en la atmósfera, mi gobierno ha hecho propuestas específicas para lidiar con estas cuestiones. Todas nuestras recomendaciones fueron rechazadas por el Senado.

—¿Y por qué? Nuestra propuesta para imponer una prohibición gradual del uso de hogares en las casas (lo que es totalmente innecesario en Nuevo Edén, en primer lugar) fue calificada como “restricción de la libertad personal”. Nuestra cuidadosamente detallada recomendación para reconstituir parte de la red de DIG, de modo que la pérdida de cobertura vegetal, resultado del desarrollo de partes del bosque de Sherwood y de las tierras de pastoreo del norte, se pudiera contrabalancear, también recibió el voto negativo. ¿La razón? La oposición arguyó que la colonia no se puede permitir esa tarea y, por añadidura, que la energía consumida por los nuevos segmentos de la red de DIG redundaría en medidas dolorosamente estrictas para la conservación de electricidad.

—Señoras y señores, es ridículo que escondamos la cabeza en la arena y alberguemos la esperanza de que estos problemas ambientales desaparecerán solos. Cada vez que posponemos la toma de una acción positiva, eso significa mayores penurias para la colonia en el futuro. No puedo creer que tantos acepten las ilusiones de la oposición de que, de algún modo, podremos descubrir cómo funcionan realmente los algoritmos meteorológicos de los alienígenas, y sintonizarlos para que actúen en forma adecuada bajo condiciones en las que haya niveles más altos de dióxido de carbono y partículas de humo. ¡Qué arrogancia colosal!

Tanto Nicole como Nai observaban, con mucho cuidado, la reacción ante el discurso de Kenji. Varios de sus partidarios habían instado a Kenji a dar una charla optimista, sin crear discusión sobre temas cruciales. Sin embargo, el gobernador había sido firme en su determinación de hacer un discurso cargado de significado.

—Los ha perdido —se inclinó Nai para susurrarle a Nicole—. Está siendo demasiado pedante.

No había duda de que en los estrados donde estaba la mitad del público había intranquilidad. El yate de Nakamura, que había estado anclado justo aguas afuera durante los fuegos artificiales, partió no bien el gobernador Watanabe empezó a hablar.

Kenji cambió de tema. Pasó del ambiente al retrovirus RV-41. Puesto que éste era un asunto que suscitaba intensas emociones en la colonia, la atención del público aumentó notablemente. El gobernador explicó cómo el personal médico de Nuevo Edén, bajo la conducción del doctor Robert Turner, había logrado heroicos avances en la comprensión de la enfermedad, pero todavía necesitaba llevar a cabo investigaciones más extensas para determinar cómo tratarla. Después procedió a censurar la histeria que había forzado la sanción de un proyecto de ley, incluso por encima del veto del gobernador, que exigía que todos aquellos colonos que tuvieran anticuerpos para el RV-41 en su sistema circulatorio, llevaran constantemente una banda roja en el brazo.

—Buuu —abucheó un grupo grande compuesto, principalmente, por orientales que estaban del otro lado de los estrados, respecto de Nicole y Kenji.

—… esa pobre, desafortunada gente ya soporta suficientes aflicciones… —estaba diciendo Kenji.


Son rameras y maricas
—gritó un hombre desde detrás del grupo Wakefield-Watanabe. La gente que estaba alrededor de él rió y aplaudió.

—… El doctor Turner repetidamente afirmó que esta enfermedad, al igual que la mayoría de los retrovirus, no se puede transmitir, salvo a través de la sangre y del semen…

La multitud se estaba poniendo incontrolable. Nicole albergaba la esperanza de que Kenji estuviese prestando atención y pusiera fin a sus comentarios. Kenji también quería discutir si tenía sentido, o no, ampliar la exploración de Rama por afuera de Nuevo Edén, pero se dio cuenta de que había perdido la atención del público.

El gobernador Watanabe dejó de hablar un segundo y, después, lanzó un silbido que rompía los tímpanos por el micrófono. Esto aquietó temporalmente a todos los oyentes.

—Sólo tengo unas pocas observaciones más —dijo—, y nadie se debe ofender…

—Como saben, mi esposa Nai y yo tenemos mellizos. Creemos que hemos sido bendecidos. En este Día del Asentamiento le pido, a cada uno de ustedes, que piense en
sus
hijos y que prevea otro Día del Asentamiento, cien, o quizás hasta mil años en el futuro. Imaginen que están frente a frente con aquellos a quienes ustedes engendraron, los hijos de los hijos de sus hijos. Cuando les hablen, y los sostengan en los brazos, ¿podrán decirles que hicieron todo lo razonablemente posible para dejarles un mundo en el que ellos tengan oportunidad de hallar la felicidad?

Patrick estaba contento otra vez. Justo cuando la fiesta campestre estaba terminando, Max lo había invitado a pasar la noche y el día siguiente en la granja Puckett.

—El nuevo período lectivo de la universidad no empieza hasta el miércoles —le dijo el joven a su madre—, ¿puedo ir? ¿Por favor?

Nicole todavía estaba perturbada por la reacción de la gente ante el discurso de Kenji y al principio, no entendió lo que su hijo le estaba pidiendo. Después de pedirle que repitiera la pregunta, Nicole miró a Max.

—¿Vas a cuidar bien de mi hijo?

Max Puckett sonrió de oreja a oreja y asintió con la cabeza. Max y Patrick esperaron hasta que los biots terminaron de limpiar todos los desperdicios de comida y, después, se dirigieron juntos hacia la estación de tren. Media hora más tarde, estaban en la estación de la Ciudad Central, esperando el espaciado tren que abastecía en forma directa la región agrícola. En el andén de enfrente, un grupo de condiscípulos de Patrick estaba entrando en el tren que iba a Ha Kone.

—Deberías venir —le gritó uno de los jóvenes a Patrick—. Canilla libre para todos, durante toda la noche.

Max observó que los ojos de Patrick seguían a los amigos que estaban en el tren.

—¿Has estado alguna vez en Las Vegas? —preguntó Max.

—No, señor —repuso Patrick—. Mi madre y mi tío…

—¿Te gustaría ir?

La vacilación de Patrick fue todo lo que Max necesitó: unos segundos después, abordaban el tren hacia Ha Kone junto con todos los juerguistas.

—Yo no soy tremendamente aficionado a ese sitio —comentó Max mientras viajaban—, pero por cierto que vale la pena verlo, y no es mal sitio para buscar diversión cuando se está solo.

Poco más de dos años y medio antes, muy poco después de que terminara la aceleración diaria, Toshio Nakamura había calculado, correctamente, que era factible que los colonos permanecieran en Nuevo Edén y en Rama durante largo tiempo. Aun antes de la primera reunión de la comisión constitucional y de la selección de Nicole des Jardins Wakefield como gobernadora provisional, Nakamura había decidido que él iba a ser la persona más rica y poderosa de la colonia. Basándose en el apoyo de los convictos que había logrado durante el trayecto desde la Tierra a Marte, a bordo de la
Santa María
, amplió sus contactos personales y pudo, no bien se crearon Bancos y moneda en la colonia, empezar a erigir su imperio.

Nakamura estaba convencido de que los mejores productos para vender en Nuevo Edén eran aquellos que brindaban placer y excitación. Su primer negocio, un pequeño casino con juegos de azar, fue un éxito inmediato. Después, compró parte de la tierra labrantía que había en el lado este de Ha Kone y construyó el hotel inicial de la colonia, junto con un segundo casino, más grande, inmediatamente afuera del lobby. Agregó un pequeño club íntimo con camareras adiestradas según la manera japonesa y después, un club escandaloso con números de desnudos femeninos. Todo tuvo éxito. A través de una astuta colocación de sus inversiones, Nakamura estuvo en la posición, poco después de que Kenji Watanabe hubiera sido elegido gobernador, de ofrecer comprarle al gobierno un quinto del bosque de Sherwood. Su oferta le permitió al Senado impedir la sanción de impuestos más altos que, de otro modo, habrían sido necesarios para pagar las investigaciones iniciales sobre el RV-41.

Parte del floreciente bosque se desbrozó y se reemplazó por el palacio personal de Nakamura y un nuevo y rutilante hotel/casino, un centro de entretenimientos, un complejo de restaurantes y varios clubes. Para consolidar su monopolio, Nakamura hizo con éxito mucho cabildeo para conseguir que se aprobara la legislación que limitara el juego de azar a la región que rodeaba a Ha Kone. Después, sus matones convencieron a todos los potenciales empresarios de que realmente no era buena idea meterse en el negocio de los juegos de azar y competir con el “rey Jap”.

Cuando su poder estuvo más allá de cualquier ataque, Nakamura permitió que sus socios ampliaran las actividades comerciales y se dedicaron a la prostitución y a los narcóticos que no eran ilegales en la sociedad de Nuevo Edén. Hacia el final del período de Watanabe, cuando la política del gobierno empezó a entrar, cada vez más, en conflicto con los intereses personales de Nakamura, decidió que también tenía que controlar el gobierno. Pero no quería tener que cargar él mismo con ese tedioso trabajo. Necesitaba un testaferro. Así que reclutó a Ian Macmillan, el desafortunado ex comandante de la
Pinta
, que también había sido candidato en la primera elección para gobernador, que había ganado Kenji Watanabe. Nakamura le ofreció a Macmillan la gobernación a cambio de la fidelidad del escocés.

En ninguna parte de la colonia existía algo que ni remotamente se pareciera a Las Vegas. La arquitectura básica de Nuevo Edén, diseñada por los Wakefield y El Águila había sido, toda ella, simple, funcional en extremo, con geometrías sencillas y fachadas lisas: Las Vegas era recargada, extravagante, irregular, una mescolanza de estilos arquitectónicos. Pero
era
interesante, y el joven Patrick O'Toole estuvo visiblemente impresionado cuando él y Max Puckett penetraron por los portones exteriores del complejo.

—¡Guau! —dijo, al contemplar el enorme cartel titilante que había sobre el pórtico.

—No quiero arruinar tu apreciación, muchacho —dijo Max, encendiendo un cigarrillo—, pero la comente que se necesita para operar ese solo cartel serviría para impulsar casi un kilómetro cuadrado de DIG.

—Usted habla como mi madre y mi tío —replicó Patrick.

Antes de entrar en el casino o en cualquiera de los clubes, cada persona tenía que firmar el registro maestro. Nakamura no perdía la menor posibilidad: llevaba un legajo completo sobre lo que cada uno de los visitantes de Las Vegas había hecho cada vez que entró. De esa manera, sabía qué parte del negocio se tenía que ampliar y, lo que era más importante, el vicio, o los vicios especiales y favoritos de cada uno de sus clientes.

Max y Patrick entraron en el casino. Mientras estaban parados junto a una de las dos mesas de dados, Max trató de explicar al joven en qué consistía el juego. Sin embargo, Patrick no podía quitar los ojos de las camareras que, con mínimos atuendos, servían los cócteles.

—¿Alguna vez te tumbaron, muchacho? —preguntó Max.

—¿Perdón, señor? —contestó Patrick.

—¿Alguna vez tuviste sexo, ya sabes, relaciones carnales, con una mujer?

—No, señor —contestó el joven.

Una voz interna le dijo a Max que no era responsabilidad
suya
iniciar al joven en el mundo de los placeres. La misma voz también le hizo recordar que esto era Nuevo Edén y no Arkansas, o, caso contrario, habría llevado a Patrick a Xanadu y lo habría incentivado a tener su primer contacto sexual.

Había más de cien personas en el casino, una enorme multitud teniendo en cuenta el tamaño de la colonia, y todo el mundo parecía estar pasándolo bien. Las camareras realmente estaban repartiendo bebidas gratis, casi tan rápido como podían. Max agarró un margarita y le alcanzó uno a Patrick.

—No veo biots —comentó Patrick.

—No hay en el casino —repuso Max—. Ni siquiera trabajando en las mesas de juego, donde serían más eficientes que los seres humanos: el rey Jap cree que la presencia de los robots inhibe el instinto jugador. Pero los usa de modo exclusivo en todos los restaurantes.

—Max Puckett, ¡bueno, bueno, felices los ojos!

Max y Patrick se dieron vuelta. Una bella joven, que llevaba un vestido suave, rosado, se les acercaba.

—No te veo desde hace meses —dijo.

—Hola, Samantha —dijo Max, después de haberse quedado durante varios segundos sin saber qué decir, lo que no era característico en él.

—¿Y quién es este apuesto joven? —preguntó Samantha, abanicando sus largas pestañas en dirección a Patrick.

—Este es Patrick O'Toole —contestó Max—. Es…

—Oh, por Dios —exclamó Samantha—. Nunca antes vi a uno de los colonizadores originales. —Estudió a Patrick durante algunos segundos, antes de proseguir—. Dígame, señor O'Toole, ¿es en verdad cierto que durmió durante
años
?

Patrick, con timidez, inclinó la cabeza en señal de asentimiento.

—Mi amiga Goldie dice que todo el cuento es pura mentira, que usted y su familia son, en realidad, agentes de la AII. Ni siquiera cree que hayamos salido de la órbita de Marte… Goldie dice que todo ese horrible tiempo en los tanques también fue parte del engaño.

—Le aseguro, señora —respondió Patrick con cortesía—, que dormimos durante años. Yo no tenía más que seis años cuando mis padres me pusieron en una litera. Tenía prácticamente el mismo aspecto que tengo ahora la siguiente vez que desperté.

—Bueno, me parece fascinante, aun cuando no sé qué pensar de este asunto… Así que, Max, ¿en qué andas? Y a propósito, ¿no
me
vas a presentar de modo oficial?

—Lo siento… Patrick, ésta es la señorita Samantha Porter, del gran Estado de Mississippi. Trabaja en Xanadu…

—Soy prostituta, señor O'Toole. Una de las mejores… ¿Ya conoció antes a alguna prostituta? Patrick se sonrojó.

—No, señora.

Samantha le puso un dedo debajo del mentón.

—Es lindo —le dijo a Max—. Tráelo. Si es virgen, podría atenderlo gratis. —Le dio a Patrick un besito en los labios y, después, se dio vuelta y se fue.

A Max no se le ocurrió algo adecuado para decir después de que Samantha se retiró. Pensó en disculparse, pero decidió que no era necesario. Pasó el brazo alrededor de Patrick y los dos fueron hacia la parte de atrás del casino, donde las mesas para las apuestas más fuertes estaban separadas por un cordón.

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