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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (62 page)

BOOK: El jardín de Rama
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Cuando metió la mano en la mochila, los avianos huyeron de inmediato.

—Eso demuestra —dijo Richard en voz alta, mientras encendía su adorada computadora portátil—, que los bichos con patas
son
los observadores electrónicos que ustedes envían. ¿De qué otro modo pudieron haber sabido que los seres humanos a veces llevan armas en mochilas como éstas?

Oprimió cinco letras en el teclado y después sonrió de oreja a oreja cuando se encendió la pantalla.

—Vengan aquí —dijo Richard, haciendo un ademán de aproximación a los dos pájaros gigantes, que habían retrocedido casi hasta el otro lado del foso—. Vengan aquí —repitió—. Tengo algo para mostrarles.

Sostuvo en alto el monitor y exhibió el complejo gráfico de computadora que había usado muchos años atrás en Rama II para convencer a los avianos de que lo transportaran junto con Nicole al otro lado del Mar Cilíndrico. Era un refinado gráfico que mostraba tres avianos que transportaban dos figuras humanas en un arnés al otro lado de una masa de agua. Los dos seres se acercaron vacilantes.

Eso es
, se dijo Richard con excitación.
Vengan para aquí y echen un buen vistazo
.

3

Richard no sabía con exactitud cuánto tiempo había estado viviendo en la oscura habitación. Había perdido noción del tiempo poco después de que le quitaron la mochila. La rutina que seguía era la misma, día tras día. Dormía en el rincón de la habitación. Cada vez que despertaba, ya fuera de una siesta o de un sueño prolongado, dos avianos entraban en la habitación desde el corredor, y le daban un melón maná para que comiera. Richard sabía que entraban por la puerta cerrada con llave que estaba al final del corredor, pero si trataba de dormir cerca de la puerta, simplemente le negaban la comida. Había sido una lección fácil de aprender para Richard.

Casi día por medio un par diferente de avianos entraba en su prisión y le limpiaban los excrementos. La ropa estaba hedionda y Richard sabía que todo él se encontraba insoportablemente sucio, pero no había podido comunicarles a sus raptores que quería bañarse.

Al principio había estado alborozado. Cuando los dos avianos jóvenes finalmente se le acercaron lo suficiente como para mirar el gráfico y, después, hicieron su primer intento por sacarle la computadora, varios minutos después, Richard decidió que iba a programar la pantalla para que repitiera la representación en forma indefinida.

En menos de una hora, el aviano más grande que hubiera visto jamás, uno con cuerpo de terciopelo gris y tres anillos color cereza brillante alrededor del cuello, había regresado con los dos jóvenes y los tres levantaron con las garras a Richard. Lo transportaron al otro lado del foso, lo bajaron temporalmente en una zona desértica y después, al cabo de una serie de parloteos entre los tres que debió de haber sido una discusión sobre la manera óptima de transportarlo, lo levantaron muy alto por el aire.

Había sido un viaje grandioso. La vista que Richard había tenido del paisaje del hábitat le había hecho recordar el viaje que una vez había realizado, a bordo de un globo aerostático, en el sur de Francia. Había volado en las garras de los avianos hasta llegar a la parte superior del cilindro marrón, directamente por debajo de la brillante bola cubierta con una pantalla. Allá los recibió otro grupo de avianos —uno sostenía la computadora de Richard que seguía repitiendo sus gráficos— que después los escoltaron por un amplio corredor vertical hacia abajo, al interior del cilindro.

Las primeras quince horas llevaron a Richard de un grupo grande de avianos a otro. Creyó que sus anfitriones simplemente lo estaban presentando a todos los avianos. Considerando que no había demasiados avianos que asistieran a más de una de las breves sesiones de parloteos y chillidos, Richard estimó que había alrededor de setecientos pájaros.

Después del desfile por las salas de conferencia de los dominios avianos, llevaron a Richard a una habitación pequeña donde el aviano de tres anillos y dos de sus compañeros, también seres grandes con tres anillos rojos en el cuello, lo vigilaron día y noche durante cerca de una semana. Durante ese lapso, le permitieron el acceso a su computadora y a todos los objetos de la mochila. Sin embargo, al final de ese período de observación te quitaron todas sus pertenencias y lo trasladaron a su prisión.

Eso debe de haber sido hace tres meses, más o menos
, se dijo Richard un día, cuando empezó la caminata que hada dos veces por día y que constituía su ejercicio regular primordial. El corredor que estaba afuera de su habitación tenía alrededor de doscientos metros de largo. Por lo común, Richard hacía ocho vueltas completas ida y vuelta desde la puerta que estaba al final del corredor hasta la pared de roca que estaba inmediatamente afuera de su habitación.

Y durante todo este período no hubo una sola visita de sus líderes. Así que el período de observación debió de haber sido mi enjuiciamiento… O, por lo menos, el equivalente aviano… ¿Y me habrán hallado culpable de algo? ¿Es por eso que me restringieron a esta sucia celda?

Los zapatos de Richard se estaban gastando y su ropa ya estaba hecha harapos. Como la temperatura era confortable (conjeturó que debía de ser de veintiséis grados Celsius en todas partes del hábitat aviano), no le preocupaba tener frió. Pero, por muchos motivos, no le agradaba la idea de estar desnudo todo el tiempo, después de que su ropa se desintegrara con el tiempo. Sonrió para sus adentros, recordando su modesta durante el período de observación:
Defecar cuando tres pájaros gigantes están observando todos y cada uno de los movimientos que uno nace no es, por cierto, tarea fácil
.

Se había cansado de comer melón maná como plato único, pero, por lo menor, era nutritivo. El líquido que había en el centro era refrescante y la pulpa húmeda tenía sabor agradable. Pero Richard anhelaba algo distinto para comer.
Hasta esa cosa sintética de la Sala Blanca sería un cambio bienvenido
, se había dicho varias veces a sí mismo.

En la soledad, el desafío más grande para Richard había sido mantener la agilidad mental. Resolvía mentalmente problemas matemáticos. Luego, preocupado por que la agudeza de su memoria ya hubiera disminuido de modo considerable por la edad, había empezado a pasar el tiempo reconstruyendo hechos y hasta segmentos cronológicos importantes de su vida.

De particular interés, durante esos ejercicios mnemotécnicos, eran los enormes huecos relativos a su odisea en Rama II, durante el viaje desde la Hería hacia El Nodo. Aunque le resultaba difícil recordar muchos sucesos específicos de la odisea, comer melón maná siempre le evocaba fragmentos de recuerdos de su larga permanencia con los avianos durante ese viaje.

Una vez, después de una comida, súbitamente recordó una gran ceremonia con muchos avianos. Había recordado un fuego en una estructura parecida a una cúpula y todos los avianos gimiendo al unísono, después de que el fuego se apagó. Richard había quedado perplejo. No podía recordar nada sobre el contexto de esta evocación.
¿Dónde había tenido lugar eso? ¿Ocurrió justo antes de que me capturaran las octoarañas?
, se había preguntado. Pero, como siempre, cuando trataba de recordar algo relativo a lo que había experimentado con las octoarañas, terminaba con un colosal dolor de cabeza.

Richard estaba pensando de nuevo en su anterior odisea cuando, al recorrer la última vuelta de su caminata diaria, pasó por debajo de la solitaria luz del corredor. Miró hacia adelante y vio que la puerta que daba a su prisión estaba abierta.
Eso es
, se dijo,
finalmente me volví loco. Ahora estoy imaginando cosas
.

Pero la puerta siguió abierta cuando se acercó a ella. Richard pasó por la abertura, deteniéndose para tocar la puerta abierta y comprobar que no habla perdido la cordura. Pasó dos luces más antes de llegar a un pequeño cuarto de almacenamiento, ubicado a la derecha. Había ocho o nueve melones maná prolijamente apilados en los estantes.
Ah, oh
, pensó Richard,
ya entiendo: ampliaron mi prisión. De ahora en más, me permiten obtener mi propia comida. Ahora, si tan sólo hubiera un baño en alguna parte

Más adelante, avanzando por el pasillo, encontró agua corriente en otro pequeño cuarto situado a la izquierda. Richard bebió de buena gana, se lavó la cara y se sintió sumamente tentado de bañarse. Sin embargo, su curiosidad era demasiado fuerte. Quería saber la extensión de sus nuevos dominios.

El corredor que salía de la celda terminaba en una intersección perpendicular. Richard podía ir para cualquiera de los dos lados. Quizá creyendo que estaba en alguna clase de laberinto para probar sus aptitudes mentales, dejó caer su camisa en la intersección y avanzó hacia la derecha. Sin lugar a dudas, había más luces en esa dirección.

Después de haber caminado alrededor de veinte metros, vio a lo lejos dos avianos que se acercaban. En realidad, primero oyó el parloteo, pues estaban enfrascados en una animada conversación. Cuando estuvieron a sólo cinco metros de él, Richard se detuvo. Los dos avianos le echaron un vistazo, lo saludaron con un breve chillido de tono diferente y, después, siguieron caminando por el corredor.

Más tarde se topó con un grupo de tres avianos y mantuvo casi la misma interacción.
¿Qué pasa aquí?
, se preguntó, mientras seguía caminando.
¿Ya no estoy más en prisión?

En la primera sala grande por la que pasó, había cuatro avianos sentados en círculo, pasándose un conjunto de palos pulidos y parloteando constantemente. Más larde, justo antes de que el corredor se ampliara hasta convertirse en una sala importante de reunión, Richard se quedó parado en la entrada de otra cámara y observó, fascinado, cómo un par de bichos con patas hacían lo que parecían ser flexiones de brazos sobre una mesa cuadrada. Seis avianos silenciosos estudiaban a los bichos con sumo interés.

En la sala de reunión había veinte de esos seres parecidos a pájaros. Todos estaban congregados alrededor de una mesa, contemplando un documento, parecido a un papel, que estaba extendido delante de ellos. Uno de los avianos tenía un señalador en su garra que empleaba para indicar puntos específicos en el documento. En el papel, había extraños garabatos totalmente incomprensibles, pero Richard se convenció de que los avianos estaban mirando un mapa.

Cuando trató de acercarse a la mesa para poder ver mejor, los avianos que estaban adelante de él amablemente se corrieron a un costado. Una vez incorporado a la conversación que siguió a continuación, Richard hasta creyó, por el lenguaje corporal de los seres que estaban alrededor de la mesa, que una de las preguntas estaba dirigida a él.
No hay la menor duda de que me estoy volviendo loco
, se dijo a sí mismo, sacudiendo la cabeza.

Pero todavía no sé por qué se me concedió toda esta libertad
, pensó Richard, mientras estaba sentado en su habitación y comía melón maná. Habían transcurrido seis semanas desde que halló abierta la puerta de su prisión. Muchos cambios se habían hecho en su celda. En las paredes habían instalado dos luces parecidas a faroles y ahora Richard dormía sobre una pila de material que le hacía recordar al heno. Hasta había un recipiente con agua, constantemente lleno, en el rincón de la habitación.

Richard había estado seguro, cuando por primera vez levantaron las restricciones a su desplazamiento, de que sólo era cuestión de horas o, como máximo, de un día o dos, para que algo verdaderamente importante pasara. En cierto sentido había tenido razón, pues a la mañana siguiente dos alienígenas jóvenes lo despertaron de su sueño y comenzaron a impartirle lecciones de idioma aviano. Habían empezado con cosas simples como el melón maná, el agua, y Richard mismo, para lo cual primero señalaban y después, repetían lentamente un sonido que, sin duda, era el parloteo correspondiente a ese objeto en particular. Con esfuerzo, Richard había aprendido mucho vocabulario, aunque no tenía mucha capacidad para establecer la diferencia entre chillidos y parloteos muy próximos entre sí. Estaba completamente agotado cuando llegaba el momento de emitir los sonidos: es que, sencillamente, no tenía la capacidad física para hablar en el idioma aviano.

Pero Richard había esperado que, de algún modo, su conocimiento del panorama general se hiciera más claro y eso no había ocurrido. Cierto era que los avianos estaban tratando de educarlo y que le habían dado libertad para vagar por cualquier parte del cilindro aviano —a veces, hasta comía con los avianos cuando estaba entre ellos y aparecían los melones maná—, pero, ¿qué sentido tenía todo esto? El modo en que lo miraban, en especial los líderes, le sugería a Richard que estaban esperando alguna especie de respuesta.
¿Pero cuál?
, se preguntó Richard por centésima vez, cuando terminó su melón maná.

Aparentemente, los avianos no tenían idioma escrito. No habían visto libros y jamás ninguno de esos seres escribió nada. Tenían extraños documentos, parecidos a mapas, que ocasionalmente estudiaban o, por lo menos, ésa era la interpretación que Richard le daba a la actividad que con ellos hacían los avianos, pero nunca creaban ninguno de esos planos… o
hacían marcas
en ellos… Era un enigma.

¿Y qué hay respecto de los bichos? Richard se topaba con esos seres dos o tres veces por semana y, una vez, tuvo un par en su habitación durante varias horas, pero nunca se quedaban quietos ni permitían que los analizara. Una vez, cuando Richard trató de agarrar a un bicho en la mano, recibió una violenta descarga —una corriente eléctrica, casi con seguridad—, que lo había obligado a soltarlo de inmediato.

La mente de Richard saltaba de una imagen a otra, mientras intentaba descubrir alguna pauta sensata de su vida en el reino de los avianos. Se sentía extremadamente frustrado. Y aun así, no aceptaba, ni por un instante, que
no
hubiera un plan detrás de su captura y, después, liberación. Seguía buscando la respuesta a través de la revisión de todas sus experiencias en los dominios de los avianos.

Sólo había una zona principal de la morada de los avianos que le estaba prohibida a Richard, y es probable que tampoco habría llegado a ella ya que no podía volar. En ocasiones veía a un aviano o dos, descender por el gran corredor vertical e ir más abajo de los niveles que Richard normalmente frecuentaba. Una vez, hasta llegó a ver que transportaban a un par de avianos recién salidos del cascarón y no más grandes que una mano humana, desde las oscuras regiones inferiores. En otra ocasión, Richard señaló hacia la sima oscura y su acompañante aviano sacudió la cabeza en gesto de negación. La mayor parte de esos seres había aprendido los sencillos movimientos de cabeza para decir
sí y no
, en el idioma de Richard.

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