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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (65 page)

BOOK: El jardín de Rama
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Richard se quedó inmóvil mientras la maraña lo envolvía. Los diminutos elementos, como hilos, tenían alrededor de un milímetro de ancho. Lenta, persistentemente le empezaron a cubrir el cuerpo.
Espera
, pensó Richard,
espera. Me vas a asfixiar
. Pero, para su sorpresa, aun cuando cientos de filamentos ya le estaban envolviendo la cabeza y el rostro, no tenía dificultades para respirar.

Antes de que las manos le quedaran inmovilizadas, Richard trató de quitarse del brazo uno de aquellos diminutos elementos. Le era casi imposible: a medida que le envolvían el cuerpo, los filamentos le habían hecho inserciones en la piel. Después de muchos tirones, logró liberar una pequeña parte del antebrazo de los filamentos blancos pero sangraba en las zonas en las que se había zafado. Se examinó el cuerpo y estimó que era probable que tuviese un millón de partes de la malla viviente debajo de la capa externa de la piel. Se estremeció.

Todavía estaba asombrado por el hecho de no haberse asfixiado. Mientras su mente se empezaba a preguntar cómo le llegaba el aire a través de la maraña, oyó otra voz dentro de la cabeza.

Deja de intentar analizarlo todo
—le dijo la voz—.
Nunca lo vas a entender de todos modos. Por una vez en tu vida, limítate a experimentar la increíble aventura
.

5

Una vez más, Richard perdió noción del tiempo. En algún momento durante los días (¿o habían sido semanas?) que estuvo viviendo dentro de la red alienígena, había cambiado de posición. En el transcurso de una de sus primeras siestas, la maraña también te había sacado la ropa. En esos momentos, Richard estaba tendido de espaldas, sostenido por una sección sumamente densa de la fina malla que le envolvía el cuerpo.

La mente de Richard ya no preguntaba activamente cómo se las iba a arreglar para sobrevivir. De alguna manera, cada vez que sentía hambre o sed, sus necesidades eran velozmente satisfechas. Sus excrementos siempre desaparecían en cuestión de minutos. Respirar le resultaba fácil, aun cuando estaba todo rodeado por la maraña viviente.

Muchas de las horas que estaba consciente, Richard estudiaba al ser que tenia alrededor. Si miraba con cuidado, podía ver los diminutos elementos en constante movimiento. Los diseños que adoptaba la red alrededor de Richard variaban muy despacio pero no había la menor duda de que cambiaban. Mentalmente, Richard representaba la trayectoria de los ganglios que podía ver. En un momento dado, tres ganglios separados se desplazaron hasta las proximidades de Richard y formaron un triángulo delante de su cabeza.

La red desarrollaba un ciclo regular de interacciones con Richard. Mantenía sus miles de filamentos adheridos al hombre durante quince a veinte horas por vez y, después, lo soltaba por completo durante varias horas. Cada vez que no estaba unido a la maraña, Richard dormía sin soñar. Si se despertaba mientras todavía estaba en modalidad libre, se sentía débil y desganado. Pero cuando los hilos se empezaban a enrollar alrededor de su cuerpo, otra vez sentía una renovada irrupción de energía.

Los sueños eran activos y vívidos si dormía mientras estaba unido a la maraña alienígena. Nunca había sonado antes, y a menudo se había reído de la preocupación que Nicole experimentaba por lo que ella soñaba. Pero, a medida que las imágenes en sus sueños se volvían más complejas y, en algunos casos, bastante extravagantes, Richard empezó a entender por qué Nicole les prestaba tanta atención. Una noche, Richard soñó que otra vez era un adolescente y que asistía a una representación teatral de
“Como gustéis”
, en su ciudad natal de Stratford-on-Avon. La encantadora muchacha rubia que desempeñaba el papel de Rosalinda descendió del escenario y te susurró en el oído.

—¿Eres Richard Wakefield? —le preguntó en el sueño.

—Sí —respondió él.

La actriz lo empezó a besar, primero con lentitud y después, apasionadamente, con una lengua cosquilleante que penetraba velozmente hasta lo profundo de la boca de Richard y se paseaba por el interior de ella. Richard sintió una oleada de deseo avasallador y entonces, despertó de manera brusca, extrañamente avergonzado por su desnudez y por su erección.
Ahora bien, ¿de qué se trata todo esto?
, se pregunto Richard, imitando la frase que con tanta frecuencia le había oído decir a Nicole.

En alguna etapa del cautiverio, los recuerdos de Nicole se volvieron mucho más definidos, mucho más delineados. Con sorpresa Richard descubrió que, en ausencia dé otros estímulos, podía, si se concentraba, rememorar conversaciones enteras que tuvo con Nicole, incluyendo detalles tales como el tipo de expresiones faciales que ella empleaba para subrayar sus palabras. En el profundo aislamiento de su dilatado período dentro de la maraña, a Richard a menudo lo angustiaba la soledad. Las vividas remembranzas lo hacían añorar aún más a su adorada esposa.

Los recuerdos de sus hijos eran igualmente nítidos. También los extrañaba, en especial a Katie. Recordaba la última conversación que había tenido con su hija preferida, varios días antes de la boda, cuando Katie fue a la casa para recoger algo de ropa. Katie había estado deprimida y necesitaba apoyo, pero Richard había sido incapaz de ayudarla.
No hubo conexión
, pensó Richard. La imagen reciente de Katie, como una joven seductora fue reemplazada por la niña imprudente de diez años, que retozaba por las plazas de Nueva York. La yuxtaposición de las dos imágenes provocó en Richard una profunda sensación de pérdida.
Nunca estuve cómodo con Katie después de que despertó
, se dio cuenta, y lanzó un suspiro.
Yo todavía quería tener a mi niñita
.

La claridad de sus remembranzas de Nicole y Katie convenció a Richard de que algo extraordinario le estaba sucediendo a su memoria. Descubrió que también podía recordar los tantos exactos de todos los partidos de cuartos de final, semifinal y final de la Copa del Mundo que tuvieron lugar entre 2174 y 2190. Había aprendido toda esa información inútil cuando era joven, pues era un ávido fanático del fútbol. Sin embargo, durante los años que precedieron al lanzamiento de la
Newton
, cuando tantas cosas nuevas se habían apiñado en su cerebro, a menudo no podía recordar durante las discusiones sobre fútbol con sus amigos, quiénes habían sido los participantes de un encuentro clave por la Copa del Mundo.

A medida que las imágenes visuales de sus recuerdos se hacían más nítidas, Richard descubría que también estaba rememorando las emociones que se relacionaban con esas imágenes. Era como si estuviera volviendo a vivir las experiencias. Durante una larga evocación, recordó las abrumadoras sensaciones de amor y adoración que había sentido por Sarah Tydings, cuando por primera vez la vio actuar en escena. También, revivió la emoción y la excitación del galanteo y la desenfrenada pasión de la primera noche de amor que tuvieron. Él había quedado sin aliento y, ahora, muchos años después, envuelto por un ser alienígena que se parecía un tejido nervioso, la reacción de Richard era igualmente poderosa.

Al tiempo Richard dejó de tener control sobre qué recuerdos se ponían en actividad en su cerebro. Al principio o, por lo menos así lo creyó, había pensado a propósito en Nicole o en sus hijos o inclusive, en su galanteo con la joven Sarah Tydings, nada más que para sentirse feliz.

Ahora
, dijo un día en una imaginaria conversación con la red sésil,
después de refrescarme la memoria, con un propósito que sólo Dios sabe, parece como si estuvieras leyendo todo a medida que aparece en mi mente
.

Durante muchas horas, Richard disfrutó la lectura forzada de lo que surgía en su memoria, en especial aquellas partes que cubrían su vida en Cambridge y en la Academia Espacial, cuando sus días eran vivificados por el constante regocijo de los conocimientos nuevos. La física cuántica, la explosión cámbrica, la probabilidad y la estadística, hasta el vocabulario, olvidado hace mucho, de sus lecciones de alemán, le hacían recordar cuánto de su felicidad en la vida se debía a la emoción de aprender. En otra rememoración particularmente placentera, su mente saltó con celeridad de una obra teatral a otra, cubriendo todas las representaciones en vivo de Shakespeare que había visto entre los diez y los diecisiete años.

Todo el mundo necesita un héroe
, pensó Richard, después de que se interrumpió el montaje de escenas,
como estímulo para hacer que aflore lo mejor de uno mismo. Mi héroe era, sin lugar a dudas, William Shakespeare
.

Algunos de los recuerdos eran dolorosos, en especial los que provenían de su niñez. En uno de ellos, Richard volvía a tener ocho años y estaba sentado en un banco, a la pequeña mesa del comedor de su familia. La atmósfera que había en la mesa era tensa. Su padre, ebrio y enojado con el mundo, miraba a todos con gesto colérico mientras comían la sopa en silencio. Sin querer, Richard derramó un poco de sopa y, segundos después, el dorso de la mano de su padre lo golpeó con fuerza en la mejilla, haciéndolo caer del banco, hacia el rincón de la habitación, donde se quedó temblando por el miedo y la conmoción. Richard no había pensado en ese momento durante años. No pudo contener las lágrimas cuando recordó lo indefenso y asustado que se sentía con su neurótico y abusivo padre.

Un día, Richard súbitamente empezó a recordar detalles de su larga odisea en Rama II y un poderoso dolor de cabeza casi lo cegó. Se vio a sí mismo en una sala extraña, tendido en el piso y rodeado por tres o cuatro octoarañas. Le habían implantado gran cantidad de sondas y otros instrumentos, y le estaban haciendo una prueba.

—¡Detente, detente! —gritó Richard, con su aguda agitación destruyendo la imagen mnemónica—. ¡Mi cabeza me está matando!

Como por milagro, el dolor de cabeza se empezó a extinguir y Richard, una vez más, estaba, en el recuerdo, entre las octoarañas. Rememoró los días y más días de pruebas que había experimentado y los diminutos seres vivientes que le habían insertado en el cuerpo. Rememoró, también, un peculiar conjunto de experimentos sexuales en que lo habían sometido a toda clase de estimulación externa y lo habían premiado cuando eyaculaba.

Se sobresaltó con esos nuevos recuerdos a los que nunca antes había tenido acceso, ni siquiera una vez desde que despertó del coma en el que su familia lo había encontrado en Nueva York.

Ahora recuerdo otras cosas sobre las octoarañas también
, pensó, presa de la exaltación,
hablaban entre sí por medio de colores que les rodeaban la cabeza. Básicamente eran amistosas, pero estaban decididas a aprender todo lo que pudieran sobre mí. Ellas

La imagen mental desapareció y volvió el dolor de cabeza. Los filamentos de la red se acababan de desconectar. Richard estaba agotado y pronto se quedó dormido.

Después de días y días de tener un recuerdo tras otro, la lectura de los pensamientos cesó de manera brusca. A la mente de Richard ya no la dirigía una función externa que la forzaba. Los filamentos de la red permanecieron desconectados durante lapsos prolongados.

Transcurrió una semana sin incidentes. Sin embargo, en la segunda semana, un ganglio esférico inusitado, mucho más grande y más densamente enrollado que los apelmazamientos normales de la maraña viviente, se empezó a desarrollar a unos veinte centímetros de la cabeza de Richard. El ganglio creció hasta tener el tamaño aproximado de una pelota de baloncesto. Inmediatamente después, el inmenso apelmazamiento emitió centenares de filamentos que se insertaron en la piel que rodeaba la circunferencia de la cabeza de Richard.
Finalmente
, pensó Richard, sin prestar atención al dolor ocasionado por la invasión de su cerebro por parte de los filamentos,
ahora veremos de qué se trataba todo esto
.

De inmediato empezó a ver unas imágenes, aunque estaban tan borrosas que no podía identificar algo específico. No obstante, la calidad de las imágenes mentales de Richard mejoró muy rápido pues, astutamente, Richard ideó una rudimentaria forma de comunicación con la maraña. No bien la primera imagen apareció en su mente, Richard infirió que la red, que había estado leyendo durante días lo que generaba su mente, ahora estaba tratando de
grabarle
en el cerebro. Pero era evidente que la maraña no tenía manera de medir la calidad de las imágenes que Richard estaba recibiendo. Al recordar sus visitas al oculista cuando niño y el patrón de comunicación que dio por resultado las especificaciones finales para sus anteojos con aumento, Richard usó los dedos para indicar si cada alteración que la red hacía en el proceso de transmisión mejoraba o empeoraba la imagen. De este modo, Richard pronto pudo “ver” lo que el alienígena le estaba intentando mostrar.

Las primeras imágenes correspondían a las de un planeta visto desde una nave espacial. El mundo cubierto por nubes, con dos lunas bastante pequeñas y una estrella amarilla distante y solitaria como fuente de calor y luz, era casi con certeza el planeta natal de las marañas sésiles. La serie de imágenes que vino a continuación le mostraron a Richard diversos paisajes del planeta.

La niebla cubría todo, en el mundo natal de los sésiles. Por debajo de la niebla, en la mayoría de las imágenes aparecía una superficie marrón, yerma, sin rocas. Únicamente en los litorales, donde el terreno yermo se encontraba con las olas de los lagos y océanos compuestos por líquido verde, había alguna muestra de vida. En uno de esos oasis, Richard vio, no sólo a varios avianos sino también a una mezcla fascinante de otros seres vivientes. Podría haber pasado días examinando nada más que una o dos de esa imágenes pero no tenía el control de la secuencia de imágenes. La red tenía algún propósito para la comunicación —de eso Richard estaba seguro—, y el primer conjunto de imágenes solamente era una introducción.

Todas las imágenes restantes presentaban un aviano, un melón maná, un mirmigato, una maraña sésil, o alguna combinación de estos cuatro elementos. Todas las escenas eran tomadas de lo que Richard suponía era la “vida normal” en el planeta natal de esas formas de vida y se extendían al tema general de la simbiosis entre las especies del planeta. En varias imágenes, aparecían los avianos defendiendo las colonias subterráneas de los mirmigatos y sésiles contra la invasión de lo que parecían ser pequeños animales y plantas. Otras representaciones exhibían a los mirmigatos atendiendo a los pichones avianos o transportando grandes cantidades de melones maná a un montículo aviano.

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