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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (60 page)

BOOK: El jardín de Rama
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Esperaba ser asesinado. Después de varios segundos, el García habló.

—¿Es usted Richard Wakefield? —preguntó. Richard no se movió ni pronunció palabra.

—Si lo es —dijo el biot finalmente—, le traigo un mensaje de su esposa. Dice que lo ama y que espera tenga buen viaje. Richard suspiró largamente.

—Dile que yo también la amo —contestó.

El enjuiciamiento
1

En la parte más profunda del lago Shakespeare, había una entrada abierta que daba a un largo canal submarino que corría por debajo del pueblo de Beauvois y del muro del hábitat. Durante el diseño de Nuevo Edén, Richard, que había tenido considerable experiencia práctica con el planeamiento de instalaciones en caso de contingencias, había hecho hincapié en la importancia de que hubiera una salida de emergencia que permitiera escapar de la colonia.

—Pero, ¿para qué la pueden necesitar? —había preguntado El Águila.

—No lo sé —había contestado Richard—. Pero situaciones imprevistas se presentan a menudo en la vida. Un diseño sensato de ingeniería siempre incluye la protección contra contingencias.

Richard nadaba con cuidado por el túnel, frenándose cada varios minutos para revisaba su provisión de aire. Cuando llegó al final, se desplazó por una serie de esclusas que, finalmente, lo dejaron en un pasadizo subterráneo seco. Caminó casi cien metros antes de quitarse el equipo de buceo que guardó en el costado del túnel. Cuando alcanzó la salida, que estaba en el borde este del sector cerrado que abarcaba los dos hábitat del Hemicilíndro Norte de Rama, Richard extrajo su traje térmico de la bolsa impermeable.

Aun cuando se daba cuenta de que nadie podía saber dónde estaba, Richard abrió con mucho cuidado la puerta circular que había en el techo del pasadizo. Después, se deslizó hacia la Planicie Central.
Hasta ahora, todo va bien
, pensó, dejando escapar un suspiro de alivio.
Ahora, el Plan B
.

Durante cuatro días, Richard permaneció en el lado este de la planicie. Mediante sus excelentes binoculares pequeños podía ver las luces que indicaban actividad en el centro de control de la región de Avalon o del sitio de sondeo en el segundo hábitat. Tal como había previsto, durante un día o dos, hubo partidas de búsqueda en la región que estaba entre los hábitat. Únicamente uno de los grupos vino en la dirección hacia donde estaba escondido, y a Richard le resultó fácil evitarlo.

Los ojos se le acostumbraron a lo que había creído que sería absoluta oscuridad en la Planicie Central. En realidad, había una tenue luz de fondo, provocada por el reflejo en las superficies de Rama. Richard conjeturó que la fuente, o las fuentes, de luz debían de estar en el Hemicilíndro Austral, al otro lado del muro lejano del segundo hábitat.

Richard deseaba poder volar para remontarse por sobre tos muros y desplazarse con libertad en la vastedad del mundo cilíndrico. La existencia de los bajos niveles de luz reflejada le estimuló el interés por el resto de Rama. ¿Habría todavía un Mar Cilíndrico al sur del muro barrera? ¿Todavía existiría Nueva York como una isla en ese mar? ¿Y habría en el Hemicilíndro Austral, una región aún más grande que aquella que contenía los dos hábitat del norte?

Al quinto día posterior a su escape, Richard despertó de un sueño particularmente perturbador sobre su padre y empezó a caminar en dirección a lo que ahora llamaba el hábitat de los avianos. Había modificado sus horarios de sueño, de modo de que fueran directamente opuestos al ciclo diurno de Nuevo Edén. Ahora en el interior de la colonia eran alrededor de las siete de la tarde. Sin lugar a dudas, todos los humanos que estaban trabajando en el sitio de sondeo ya hablan terminado la labor del día.

Cuando se encontraba a casi un kilómetro de la abertura en el muro del hábitat aviano, Richard se detuvo para verificar, mediante los binoculares, que ya no había gente en la región. Entonces, envió a Falstaff para que actuara como señuelo del biot que estaba como sereno del sitio.

Richard no estaba seguro de cuán uniforme era el pasadizo que conducía al segundo hábitat. Había trazado un cuadrado de ochenta centímetros de lado en el piso del estudio y se había convencido de que debía poder arrastrarse a través de él. ¿Pero qué sucedería si el tamaño del pasadizo era irregular?
Pronto lo vamos a descubrir
, se dijo Richard, a medida que se acercaba al sitio.

Habían vuelto a introducir sólo un juego de cables e instrumentos dentro del pasadizo, por lo que a Richard no te fue difícil sacarlos del camino. Falstaff también había tenido éxito. Richard ni vio ni oyó al biot sereno. Tiró su pequeña mochila en el interior de la abertura y después trató de trepar. Era imposible. Se sacó la chaqueta primero, después la camisa, los pantalones y los zapatos. Vestido nada más que con ropa interior y medias, Richard a duras penas cabía en el pasadizo. Hizo un atado con su ropa, las ató al costado de la mochila y se metió muy comprimido en la abertura.

Fue un desplazamiento muy lento. Richard avanzaba centímetro a centímetro apoyado sobre el vientre, usando manos y codos, empujando la mochila delante de él. Con cada movimiento rozaba el cuerpo contra las paredes y el techo. Se detuvo, con los músculos ya empezando a cansarse, después de haber penetrado quince metros en el túnel. El otro extremo todavía se hallaba a casi cuarenta metros.

Mientras descansaba, Richard se dio cuenta de que codos, rodillas y hasta la coronilla de su cabeza con incipiente calvicie, ya estaban raspados y sangrantes. Ni pensar en extraer vendajes de la mochila. Sólo rodar sobre la espalda y mirar hacia atrás era un esfuerzo monumental por el poco espacio que tenía para moverse.

También se dio cuenta de que tenía mucho frío. Mientras se arrastraba, la energía necesaria para hacerlo avanzar lo había mantenido en calor. Sin embargo, una vez que se detuvo, el cuerpo desprovisto de ropa se enfrió con rapidez. Tener casi todo el cuerpo en contacto con superficies metálicas y frías tampoco ayudaba. Le empezaron a castañetear los dientes.

Richard avanzó lenta y dolorosamente durante quince minutos más. Después, la cadera derecha se le acalambró y, como consecuencia de la reacción involuntaria del cuerpo, se golpeó la cabeza contra la parte superior del pasadizo. Un tanto aturdido por el impacto, se alarmó cuando sintió que por el costado de la cabeza le corría sangre.

No había luz delante de él. La débil iluminación que le había permitido vigilar el avance de Príncipe Hal había desaparecido. Se esforzó por girar sobre sí y mirar hacia atrás. Estaba oscuro por todas partes y el cuerpo se le estaba enfriando otra vez. Se palpó la cabeza y trató de determinar cuán grave había sido el corte. Lo acometió el pánico cuando se dio cuenta de que todavía continuaba la hemorragia.

Hasta ese momento no había sentido claustrofobia. Ahora, de repente, encajado en un oscuro pasadizo que le apretaba el cuerpo desde todos lados, Richard sintió que no podía respirar. Sentía que las paredes lo estaban aplastando. No se pudo controlar y gritó.

En menos de medio minuto, detrás de él se encendió una luz. Oyó el raro acento inglés del biot García, pero no pudo entender lo que decía.
Casi con certeza
, pensó,
está llenando un informe de emergencia. Mejor que me mueva con rapidez
.

Empezó a arrastrarse otra vez, olvidándose de la fatiga, la cabeza sangrante y las rodillas y los codos despellejados. Estimó que únicamente le faltaban diez metros más, quince como máximo, cuando el pasadizo pareció contraerse. ¡No podía pasar! Puso en tensión todos sus músculos, pero fue inútil. Estaba definitivamente atascado. Mientras trataba de encontrar una posición diferente para arrastrarse, que pudiera ser más favorable en el aspecto geométrico, oyó un suave golpeteo continuo que se acercaba desde la dilección del hábitat aviano.

Instantes después, estaban todos encima de él. Richard pasó cinco minutos de absoluto terror, antes de que su mente le informara que la sensación de cosquillas que estaba sintiendo en toda su piel era ocasionada por los bichos. Recordó haberlos visto en la televisión: pequeños seres esféricos de unos dos centímetros de diámetro con seis patas multiarticuladas, dispuestas según una simetría radial y de casi diez centímetros de largo cuando estaban totalmente extendidas.

Uno se había detenido sobre su rostro con las patas dispuestas a horcajadas sobre la nariz y la boca. Richard se sacudió para sacárselo de encima y se volvió a golpear la cabeza. Empezó a retorcerse de un lado a otro y se las arregló para avanzar. Con los patas todavía encima de él, se arrastró los últimos metros que lo separaban de la salida.

Cuando llegó al anillo exterior aviano, oyó una voz humana detrás de él.

—Hola, ¿hay alguien ahí dentro? —dijo la voz—. Quienquiera que esté allí, por favor identifíquese. Estamos aquí para ayudarlo. —Un poderoso reflector iluminó el pasadizo.

Richard descubrió que tenía otro problema: la salida estaba a más de un metro por encima del piso del anillo.
Debí haberme arrastrado hacia atrás
, pensó,
y arrastrado la mochila y la ropa. Habría sido mucho más fácil
.

Era demasiado tarde para la retrospección. Con la mochila y la ropa en el piso, debajo de él, y una segunda voz ahora haciendo preguntas desde atrás, Richard siguió arrastrándose hacia adelante hasta que tuvo medio cuerpo fuera del pasadizo. Cuando se sintió caer, puso las manos detrás de la cabeza, apretó el mentón contra el pecho y trató de convertirse en una bola. Después, rebotó y rodó hasta el interior del anillo aviano. Mientras caía, los bichos con patas saltaron desde su cuerpo y desaparecieron en la oscuridad.

Las luces que los seres humanos hacían brillar dentro del pasadizo se reflejaban en el muro interior del anillo. Después de establecer que no estaba herido y que la cabeza ya no le sangraba profusamente, Richard levantó sus pertenencias y caminó cojeando doscientos metros hacia la izquierda. Se detuvo exactamente debajo de la portilla donde el aviano había capturado al Príncipe Hal.

A pesar de la fatiga, Richard comenzó a escalar el muro de inmediato. No bien terminó de vendar y curar sus heridas, empezó el ascenso. Estaba seguro de que pronto enviarían una cámara teleguiada al anillo, para buscarlo.

Por fortuna, delante de la portilla había un reborde pequeño que era lo suficientemente grande como para sostener a Richard. Se sentó ahí mientras cortaba la malla metálica. Esperaba que los bichos aparecieran en cualquier momento, pero estuvo solo. No oyó ni vio nada proveniente del interior del hábitat. Aunque dos veces trató de ordenar por radio al Príncipe Hal que volviera, no hubo respuesta a su llamada.

Miró fijo la completa oscuridad del hábitat aviano.
¿Qué hay ahí adentro?
, se preguntó. La atmósfera que hay en el interior, razonó, debe de ser la misma que la del anillo porque el aire circulaba libremente hacia adentro y hacia afuera. Richard acababa de decidir que iba a sacar la linterna para echarle un vistazo al interior, cuando oyó sonidos que provenían desde abajo y detrás de él. Segundos después vio un haz de luz que venía en su dirección, desde abajo, donde estaba el piso del anillo.

Se comprimió hacia el interior del hábitat, llegando tan lejos como se atrevió para evitar la luz, y escuchó con cuidado los sonidos.
Es la cámara teleguiada
, pensó.
Pero tiene alcance limitado. No puede operar sin el cable de control
.

Se sentó muy quieto.
¿Qué hago ahora?
, se preguntó cuando resultó evidente que la luz unida a la cámara seguía recorriendo la misma zona debajo de la portilla.
Deben de haber visto algo. Si enciendo la linterna y hay algún reflejo, sabrán dónde estoy
.

Dejó caer un objeto pequeño en el hábitat para asegurarse de que el nivel de su piso era el mismo que el del anillo. No oyó nada. Trató con otro objeto, levemente más grande, pero no hubo ningún sonido que indicara que había golpeado contra el piso.

El ritmo de sus palpitaciones aumentó abruptamente cuando su mente le dijo que el piso interior del hábitat estaba muy por debajo del piso del anillo. Recordó la estructura básica de Rama, con su gruesa carcasa exterior, y se dio cuenta de que el fondo del hábitat podía estar a varios centenares de metros por debajo de donde estaba sentado. Se inclinó y volvió a mirar fijo hacia el vacío.

La cámara teleguiada se detuvo súbitamente y su luz permaneció enfocada en un punto específico del anillo. Richard conjeturó que algo se le debió de haber caído de la mochila mientras cojeaba con premura, para llegar desde el pasadizo hasta la zona que estaba debajo de la portilla. Sabía que otras luces y cámaras vendrían pronto. Richard imaginó que lo capturaban y lo llevaban de vuelta a Nuevo Edén. No sabía bien qué leyes de la colonia había violado, pero no había duda de que había cometido muchas infracciones. Sintió un profundo resentimiento cuando contempló la posibilidad de pasar meses o años en detención.
Bajo ninguna circunstancia
, se dijo,
permitiré que eso ocurra
.

Bajó la mano por el muro interior del hábitat para determinar si había suficientes irregularidades que le sirvieran para colocar manos y pies. Una vez satisfecho de que no era un descenso imposible, buscó a tientas en la mochila la cuerda de escalamiento y enganchó uno de los extremos a las bisagras que sostenían la puerta de malla.
Por si me llegara a resbalar
, se dijo.

Ahora había una segunda luz en el anillo que había dejado atrás. Richard descendió por el hábitat con la cuerda envuelta de manera segura alrededor de la cintura. No descendió con la cuerda, sino que sólo la usó para obtener apoyo ocasional mientras palpaba en la oscuridad, buscando puntos donde apoyar los pies. Técnicamente, el descenso no fue difícil. Había muchos rebordes pequeños en los que Richard podía poner los pies.

Bajaba y bajaba. Cuando estimó que había descendido sesenta o setenta metros, decidió detenerse y sacar la linterna de la mochila. No se sintió reconfortado cuando dirigió el haz hacia abajo, por el muro. Todavía no podía ver el fondo. Sólo veía a quizá cincuenta metros más por debajo de él, algo muy difuso, como una nube o niebla.
Grandioso
, pensó Richard con sarcasmo,
sencillamente perfecto
.

Otros treinta metros y llegó al final de la cuerda. Ya podía sentir la humedad proveniente de la niebla. Rara estos momentos estaba sumamente cansado. Dado que no estaba dispuesto a sacrificar la seguridad de la cuerda, volvió a trepar por el muro varios metros, se envolvió varías veces en la cuerda y se puso a dormir con el cuerpo apretado contra el muro.

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